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La Perdición de Zakarius [Español / Spanish}
11 Historia Paralela El Segundo Mejor Piloto

11 Historia Paralela El Segundo Mejor Piloto

Helios, el segundo mejor piloto de colosos en las Repúblicas, vivía a la sombra de Elior, el imparable. Desde que empezó su entrenamiento, siempre había destacado entre sus pares, demostrando una habilidad sin igual en el control de los poderosos colosos de guerra. Su destreza le había ganado respeto y reconocimiento, pero a pesar de sus méritos, siempre se encontraba un paso detrás de Elior. No importaba cuánto se esforzara, el joven héroe querubín parecía eclipsar todo lo que él lograba.

Elior, un querubín, había roto todas las expectativas y normas que la sociedad celestial había mantenido por siglos. Helios no entendía cómo era posible que alguien tan joven, y especialmente un querubín, hubiera superado su lugar predestinado. Para Helios, los querubines debían ocupar un rol inferior, acorde a su naturaleza: seres que debían ser protegidos y guiados por los ángeles, no seres que los desafiaran. En los tiempos antiguos, un querubín jamás habría podido enfrentarse a un ángel, ni mucho menos destacarse sobre ellos en el campo de batalla. Era inconcebible para él.

Elior no solo había roto con esa tradición, sino que ahora caminaba sobre un camino que lo distanciaba de lo que significaba ser un querubín. Y eso irritaba profundamente a Helios. ¿Cómo podía alguien tan joven, con tan poca experiencia en la vida, desafiar no solo las normas, sino también a los ángeles? Helios había aprendido desde joven que los querubines debían respetar su lugar, y aunque las guerras recientes habían cambiado muchas cosas, algunas tradiciones aún resonaban en su mente.

Cuando se le asignó la misión de encontrar y apoyar a Elior en su viaje, Helios sintió una mezcla de emociones. Por un lado, había admirado las hazañas de Elior en el campo de batalla; su brutalidad y talento lo habían hecho digno de respeto. Por otro lado, sentía un rencor profundo y oculto hacia él. No era solo la cuestión de ser el segundo mejor piloto de colosos, sino algo más personal: Elior representaba una ruptura con las viejas costumbres que Helios había abrazado toda su vida. Si hubiera sido hace cientos de años, un querubín jamás podría desafiar a un ángel, y aunque ahora las cosas eran distintas, Helios no podía sacarse esa idea de la cabeza.

Lo peor de todo era que, debido a la naturaleza sagrada de los querubines, un ángel no podía hacerles daño, ni siquiera castigar a uno, sin romper un tabú ancestral. Esto dejaba a Helios en una posición incómoda. Como ángel, sentía la necesidad de guiar y proteger a Elior, pero también se sentía impotente ante la imposibilidad de corregir lo que, en su mente, veía como una desviación del orden natural.

A medida que viajaba en busca de Elior, esas emociones se revolvían dentro de él. Helios no podía evitar pensar en lo que hubiera sido si Elior no existiera. Tal vez él sería el héroe de las Repúblicas, el más admirado y venerado. Tal vez las Repúblicas no estarían tan desestabilizadas por la partida de Elior, y él habría sido el piloto perfecto para restaurar la paz. Sin embargo, cada vez que sus pensamientos se volvían hacia el resentimiento, también recordaba las incontables veces que había visto a Elior en el campo de batalla, luchando con una intensidad y determinación que ningún otro guerrero podría igualar.

Elior, con todas sus fallas y su naturaleza impredecible, seguía siendo un prodigio. Helios no podía ignorar eso, por más que quisiera. Y aun así, cada vez que pensaba en encontrarse con él, la frustración crecía dentro de él. ¿Cómo debía tratarlo? No podía verlo como a un igual, pero tampoco podía imponerle el respeto que él consideraba necesario, no sin violar las leyes no escritas que protegían a los querubines.

La tensión en su interior crecía a medida que su búsqueda avanzaba. Sabía que tarde o temprano tendría que confrontar estos sentimientos. ¿Lo apoyaría con sinceridad cuando lo encontrara? ¿O el resentimiento acabaría por consumirlo? Helios no lo sabía. Solo tenía claro que, de una forma u otra, tendría que enfrentarse no solo a Elior, sino también a sus propios prejuicios y creencias. El viaje no solo lo llevaría al reencuentro con el héroe, sino también al umbral de sus propios límites emocionales y morales.

Helios continuaba su misión, buscando al joven héroe que tanto admiraba y despreciaba a la vez, con la esperanza de que, al final del camino, encontraría no solo a Elior, sino también una respuesta a sus propios dilemas internos.

El invictus, el imponente coloso de Elior, se detenía por primera vez en semanas, sus mecanismos rechinando al desacelerar mientras se asentaba junto a un tranquilo lago rodeado de altos árboles. Elior, que había pasado tanto tiempo recluido en su cabina, observó el paisaje desde la ventana. La calma del lugar lo envolvió, y por primera vez en lo que parecían eones, sintió que podría bajar la guardia.

Mientras Elior se preparaba para salir del invictus, detrás de él, a una distancia prudente, el convoy de Helios se detuvo. Habían seguido a Elior durante días, sin intervención, conscientes de que cualquier intento de apresurarlo podía terminar mal. Helios sabía que su única opción era ser paciente. Sin embargo, su frustración crecía con cada día que pasaba sin una respuesta directa de Elior.

Los ángeles y serafines que componían el convoy rápidamente comenzaron a establecer un campamento cerca del lago, levantando carpas y encendiendo fogatas. Sabían que Elior no tardaría en salir, y aunque estaban allí para traerlo de regreso, también entendían que no podían forzarlo. En su lugar, decidieron preparar un banquete, esperando que la comida pudiera ser un puente para acercarse al héroe imparable.

Elior salió del invictus finalmente, sus pies tocando la suave hierba junto al lago. Observó el agua cristalina, su reflejo ondulando suavemente en la superficie. Había pasado tanto tiempo dentro de su coloso que casi había olvidado cómo se sentía respirar aire fresco. Se acercó al agua, quitándose su armadura liviana. Por primera vez en mucho tiempo, el joven héroe decidió dejar a un lado sus preocupaciones y se sumergió en el lago. El agua estaba fría, pero revitalizante, y por unos instantes, Elior pudo desconectar de todo lo que había sucedido: la guerra, las pérdidas, las expectativas.

Mientras Elior disfrutaba del lago, los miembros del convoy observaban con cautela desde la distancia. Sabían que este era un momento raro, un momento en el que podían acercarse a él sin riesgo de rechazo inmediato. Mientras el banquete se preparaba, los aromas de la comida comenzaron a llenar el aire, y los ángeles se movían con reverencia, sabiendo que estarían sirviendo a una leyenda viviente.

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Cuando Elior salió del agua y se vistió, el hambre comenzó a despertarse en su estómago. Miró hacia el campamento del convoy, donde los ángeles lo observaban con ojos expectantes. Sabía que habían preparado el banquete para él, y aunque al principio había considerado seguir ignorándolos, el aroma de la comida lo convenció de acercarse.

El banquete fue una mezcla de silencios incómodos y miradas reverenciales. Los ángeles y serafines apenas podían creer que estaban compartiendo una comida con el héroe que había salvado a las Repúblicas. Elior, sin embargo, estaba absorto en la comida, ignorando las palabras aduladoras que volaban a su alrededor. Sentía que, de alguna manera, estas interacciones no tenían ningún significado real para él.

Al final del banquete, Helios, que había estado observando en silencio, decidió que era el momento de confrontar a Elior. Se levantó de su asiento y se acercó a él, su rostro serio y resuelto.

—Elior —dijo Helios, tratando de contener su frustración—, has sido una leyenda desde que eras un niño. Pero no puedes seguir huyendo de todo lo que has hecho. Tarde o temprano tendrás que enfrentarte a ti mismo. Te desafío a un duelo caballeroso. Tú y yo, en nuestros colosos.

Elior levantó la mirada de su plato, sus ojos fríos y sin emoción.

—No tengo nada que demostrarte, Helios —respondió Elior sin interés—. El tiempo de los duelos ha pasado. He hecho mi parte, he salvado al mundo. ¿Qué más esperas de mí?

Helios frunció el ceño. Sabía que Elior tenía razón, pero aún así, no podía evitar sentirse irritado por la indiferencia del joven héroe. Había esperado un enfrentamiento, una oportunidad para medirse con él, para demostrar que él también tenía un lugar en la historia.

—Esto no se trata de demostrar nada —insistió Helios—. Se trata de honrar lo que eres y lo que has logrado. No puedes simplemente ignorar todo lo que hemos pasado.

Elior lo miró por un largo momento antes de apartar la vista.

—Ya no me importa eso —dijo Elior finalmente—. He dejado atrás la guerra, Helios. Si quieres seguir peleando, hazlo por ti mismo.

El silencio que siguió fue pesado, cargado de la tensión entre los dos pilotos. Helios, incapaz de comprender por completo el cambio en Elior, se quedó allí, mirando cómo el joven héroe se levantaba y caminaba de regreso al invictus. Sin más palabras, Elior volvió a encerrarse en su coloso, dejando a Helios y a los demás en el campamento con un sentido de incomodidad y desorientación.

El convoy, que había esperado poder traer a Elior de vuelta, ahora no sabía qué hacer. Habían venido con una misión, pero se dieron cuenta de que quizás el héroe que habían conocido ya no existía.

El silencio en el campamento era palpable después del tenso intercambio entre Elior y Helios. Los ángeles y serafines observaban con una mezcla de incomodidad y reverencia cómo el joven héroe se encerraba de nuevo en el invictus, mientras Helios permanecía inmóvil, incapaz de aceptar la indiferencia de Elior. La frustración en el rostro de Helios era evidente; su mente bullía con la sensación de injusticia, de haber sido desairado por aquel que una vez había considerado un ídolo.

Helios, cegado por su orgullo y sus deseos de probarse a sí mismo, no pudo contener más su impulso. Sin pensarlo dos veces, subió a su propio coloso, un poderoso modelo llamado "Solstis", diseñado para la velocidad y la agilidad en combate. En su mente, la confrontación con Elior se había convertido en algo inevitable.

Los demás miembros del convoy observaban con preocupación cómo Helios arrancaba el Solstis, su silueta metálica encendiéndose bajo el crepúsculo. Sabían que lo que estaba a punto de hacer era un acto de insubordinación, pero ninguno de ellos se atrevía a detenerlo. Quizás, pensaban, Helios necesitaba esta pelea tanto como Elior necesitaba seguir su camino.

El Solstis se lanzó hacia el invictus, el coloso de Elior, que reposaba inmóvil junto al lago. El rugido de los motores atrajo la atención de Elior dentro de la cabina, pero no hizo ningún movimiento. Parecía haber anticipado esta reacción por parte de Helios, y cuando el coloso ángel se acercó a él, Elior finalmente encendió al invictus.

El campo de batalla improvisado se formó rápidamente. Helios maniobraba el Solstis con habilidad, moviéndose en círculos alrededor del invictus, buscando un punto débil en su imponente estructura. Pero el invictus, mucho más grande y pesado, se mantuvo firme, como un gigante imbatible, observando los movimientos de su oponente.

Finalmente, Helios atacó. Con una velocidad sorprendente, el Solstis se abalanzó sobre el invictus, lanzando un golpe directo hacia su torso. Pero Elior estaba preparado. Con un solo movimiento fluido, el invictus bloqueó el ataque y contrarrestó con una fuerza abrumadora, lanzando a Helios hacia atrás. El Solstis tropezó, pero no cayó. Helios, persistente, se levantó de inmediato y atacó de nuevo, lanzando una serie de golpes rápidos, intentando forzar una apertura en la defensa del invictus.

Elior, por su parte, apenas parecía esforzarse. Cada movimiento del invictus era preciso, calculado. Bloqueaba cada ataque de Helios con facilidad, y con un contraataque brutal, atrapó al Solstis por el brazo, destrozando uno de sus sistemas de armas en un solo movimiento. El coloso de Helios tambaleó, pero Elior no se detuvo. Con un giro devastador, el invictus lanzó al Solstis por los aires, haciéndolo chocar violentamente contra el suelo.

El combate había terminado tan rápido como había comenzado.

Elior no esperó a ver las consecuencias de su victoria. Con una frialdad que helaba a todos los presentes, el invictus simplemente se giró y comenzó a caminar, alejándose del campo de batalla improvisado, como si nada de lo sucedido tuviera importancia para él. Los ángeles y serafines del convoy observaban en silencio, atónitos por la facilidad con la que Elior había derrotado a Helios, y aún más asombrados por su indiferencia.

Helios, herido y humillado, intentó levantarse de la cabina del Solstis, pero su coloso estaba gravemente dañado. Con esfuerzo, salió de los restos del Solstis, su cuerpo magullado y su orgullo destrozado. No había esperado una victoria fácil, pero tampoco había anticipado ser derrotado de forma tan aplastante.

Antes de que pudiera hacer algo más, un grupo de ángeles se acercó a él. Al frente del grupo estaba el capitán Angelus, el comandante del convoy. Su expresión era dura, desaprobadora.

—Helios, has cometido un grave error —dijo Angelus con frialdad—. Atacar al héroe de las Repúblicas, aunque sea Elior, no es algo que podamos permitir. Quedas arrestado por insubordinación.

Helios, sin palabras, asintió con resignación. Sabía que no había vuelta atrás después de lo que había hecho. Mientras los ángeles lo escoltaban fuera del campo, su mirada seguía fija en el invictus, que ya se había perdido en el horizonte. A pesar de su derrota, Helios no podía dejar de admirar la destreza de Elior, aunque ese respeto ahora estuviera teñido de resentimiento.

Mientras tanto, en el campamento, el convoy debatía qué hacer. Algunos querían seguir a Elior, continuar la misión de buscarlo y apoyarlo, pero otros, más cautos, sugirieron que tal vez debían dejarlo seguir su camino. No querían presionar más al joven héroe que claramente estaba luchando con sus propios demonios internos. Finalmente, se tomó la decisión de no seguirlo, al menos por el momento. Las Repúblicas tendrían que esperar a que Elior decidiera regresar por su cuenta.

El campamento quedó en silencio, con una sensación de vacío en el aire. Habían venido en busca de su héroe, pero lo que encontraron fue un hombre joven, roto y distante, que ya no parecía tener un lugar entre ellos.