El eco de las palabras de Ryder resonaba en la mente de Biel mientras el grupo avanzaba por las calles desiertas de la ciudad. El plan estaba claro: atravesar la ciudad utilizando los conductos subterráneos, una red de pasadizos olvidados que se extendía bajo el caos de la superficie. Era la única forma de llegar a la plaza central sin ser detectados por los guardias de la reina Yael.
—Perfecto, iremos por ahí —había dicho Biel con determinación, sellando la decisión del grupo.
Mientras caminaban hacia la entrada de los conductos, la tensión crecía entre ellos. Raizel, que había permanecido en silencio, apretaba los puños con fuerza. Sus ojos, normalmente serenos, reflejaban una mezcla de resolución y miedo. Nadie mencionó su estado, pero todos lo notaron.
Cuando estaban a punto de alcanzar la entrada, el ruido de pasos apresurados y el brillo de antorchas los detuvieron en seco. Un grupo de guardias apareció bloqueando su camino, sus armas desenvainadas y sus miradas llenas de autoridad. El líder de los guardias avanzó un paso y gritó:
—¡Deténganse! Están bajo arresto por traición a la corona.
El grupo intercambió miradas rápidas, preparándose para pelear si era necesario. Sin embargo, antes de que alguien pudiera moverse, una figura imponente emergió entre los guardias. Su armadura negra brillaba bajo la luz de las antorchas, y su puerta era tan intimidante como el de un depredador acechando a su presa. Era Rizeler, el segundo Guardián, cuya presencia emanaba una autoridad que superaba a la de los soldados.
Sus ojos se clavaron en Raizel, y una expresión de sorpresa se dibujó en su rostro.
—Hermana… —murmuró, su voz cargada de incredulidad y reproche—. ¿Cómo es posible que tú seas una traidora?
Raizel retrocedió un paso, como si las palabras de Rizeler fueran un golpe físico. Su rostro se tornó pálido, y sus labios temblaron al intentar responder.
—No… yo no he traicionado a nadie —dijo, pero su voz carecía de la fuerza habitual.
Rizeler frunció el ceño, avanzando un paso hacia ella.
—Estás conspirando con este humano —dijo, señalando a Biel con desprecio—. En contra de nuestra reina Yael. Eso es traición, y sabes cuál es el castigo.
Biel dio un paso adelante, colocando una mano protectora frente a Raizel. Su mirada se encontró con la de Rizeler, llena de desafío.
—No somos traidores —dijo con firmeza—. Estamos luchando por algo más grande que la obediencia ciega.
Rizeler soltó una carcajada fría, desenfundando su espada.
—No me diga eso humano, se perfectamente que acabaste con la vida de Remus, uno de los 4 guardianes de este plano, serás ejecutados aquí mismo. ¡Guardias, ataquen!
Los soldados avanzaron con determinación, y el grupo se preparó para enfrentarlos. Raizel, aunque todavía visiblemente afectado, levantó su arma, mientras Biel y los demás formaban una línea de defensa. La batalla estaba a punto de comenzar, y las sombras de los conductos parecían esperar para envolverlos en su oscuridad.
Raizel desplegó sus alas de ángel, y una luz deslumbrante iluminó todo el lugar, llenando el aire con una energía casi divina. Su figura se erguía majestuosa, y sus ojos brillaban con una determinación inquebrantable. Con voz firme, se dirigió a Biel:
—Biel, tú sigue adelante. Yo me encargaré de mi hermano.
Rizeler soltó una carcajada burlona, su voz resonando con un tono de superioridad.
—¡Jajaja! Hermana, ¿de verdad crees que puedes detenerme? Ni en sueños podrás vencerme.
Raizel lo miró sin titubear, con una expresión que mezclaba determinación y tristeza.
—Eso lo veremos, Rizeler. Si debo enfrentarte para protegerlos, lo haré sin dudar.
—Está bien, como quieras, hermana. De todos modos, hoy caerás tú… y todos los que estén contigo.
Biel, que se alejaba lentamente hacia la entrada de los conductos, volvió la vista hacia Raizel y gritó:
—¡Raizel, no mueras!
Raizel sonrió ligeramente al escuchar esas palabras y respondió:
—Idiota…
Rizeler, al notar que Biel se alejaba cada vez más, alzó su espada y dio una orden a los soldados que lo acompañaban:
—¡Ustedes, vayan por Biel!
—¡Sí, señor! — respondieron al unísono los guardias, moviéndose para perseguir al humano.
Pero antes de que pudieran dar un paso, Raizel se interpuso en su camino. Sus alas resplandecieron con una luz cegadora mientras extendía sus brazos, bloqueando su avance.
—De aquí nadie pasará —dijo con una voz que resonó como un trueno.
Concentrando su energía, Raizel pronunció un hechizo poderoso:
—¡Luz Celestial!
Un rayo de energía pura surgió de sus manos, iluminando el lugar como si el sol mismo hubiera descendido. El ataque impactó de lleno en los soldados, quienes cayeron al suelo desmayados, incapaces de resistir el poder del golpe.
Rizeler observó la escena con una sonrisa sardónica, sin mostrar un atisbo de preocupación.
—Vaya, vaya, hermana. Veo que te has hecho un poco más fuerte… —dijo con un tono burlón—. Pero eso no será suficiente. Primero acabaré contigo, y luego iré por ese monstruo llamado Biel.
Raizel apretó los dientes y adoptó una postura de combate. El enfrentamiento entre los hermanos estaba por comenzar, y la tensión en el aire era casi palpable. Las sombras danzaban alrededor de ellos, como si el destino mismo estuviera esperando el desenlace de su duelo.
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Biel había avanzado bastante por los conductos, pero los ecos de la batalla entre Raizel y Rizeler seguían resonando a su alrededor. Los estruendos y las vibraciones del enfrentamiento alcanzaban incluso los rincones más lejanos de su ruta, como si el poder de ambos combatientes estuviera desbordando los límites del lugar.
—Esos dos están librando una batalla intensa… —murmuró Biel, mirando hacia atrás con preocupación—. Ojalá Raizel salga ilesa.
Ryder, que caminaba a su lado, colocó una mano en su hombro, intentando calmarlo.
—Estará bien —dijo con confianza—. Ella pertenece a la raza de los ángeles, una de las más fuertes que existen. Dicen que son casi tan poderosos como los mismos dioses. Raizel es más fuerte de lo que imaginas.
Las palabras de Ryder lograron tranquilizar a Biel, aunque solo un poco. Sus pensamientos seguían regresando a la figura de Raizel enfrentándose a su propio hermano, y no podía evitar sentir una punzada de culpa por haberla dejado atrás.
Charlotte, que había estado observando el comportamiento de su hermano en silencio, no pudo contenerse más. Con una sonrisa traviesa, se acercó a él y dijo:
—Hermano, ¿acaso estás enamorado de esa ángel?
Biel se sobresaltó ante la pregunta y la miró con el ceño fruncido.
—¡No digas tonterías, Charlotte! —respondía, intentando sonar firme, pero el leve rubor en su rostro lo traicionó—. Solo la considero importante para mí. Yo la salvé, y ella decidió ayudarme a llegar con la diosa. Eso es todo.
Charlotte se cruzó de brazos y lo miró con una expresión que mezclaba burla y curiosidad.
—¿Solo eso? Hm… No suena como algo tan simple, hermano. Pero si tú lo dices… —dijo con un tono juguetón, aunque en el fondo estaba contenta de ver que su hermano se preocupaba por alguien más.
Biel desvió la mirada, intentando concentrarse en el camino por delante. Aunque no lo admitiera en voz alta, las palabras de Charlotte lo habían dejado pensativo. Raizel era mucho más que una aliada para él; era una pieza fundamental en su travesía, alguien que había demostrado su lealtad y fuerza en múltiples ocasiones.
Mientras el grupo continuaba avanzando por los oscuros conductos, el eco de los estruendos disminuía poco a poco, pero el peso de la incertidumbre seguía presente en el corazón de Biel. Su mente estaba dividida entre el camino que tenían por delante y el destino de Raizel, quien había elegido quedarse atrás para enfrentarse a su propio hermano.
Biel, Charlotte y Ryder finalmente emergieron de los conductos, sus cuerpos cubiertos de polvo y el cansancio reflejado en sus rostros. Sin embargo, la vista que se desplegaba ante ellos les devolvió algo de energía: la plaza estaba a solo unos pasos de distancia. Ryder, quien siempre estaba alerta, fue el primero en observar el lugar.
—Ahí está la plaza —dijo, señalando con entusiasmo—. Solo es cuestión de llegar hasta allá. Aunque… veo que no hay soldados por aquí. Eso es raro.
Biel frunció el ceño, compartiendo la preocupación de Ryder.
—Parece ser una trampa —respondía con seriedad—, pero no tenemos otra opción. Debemos arriesgarnos si queremos llegar hasta el portal.
Con determinación, el grupo avanzó hacia la plaza, manteniendo la guardia alta. Cada paso que daban era acompañado por el eco de sus pisadas en las calles desiertas. La tensión en el ambiente era palpable, pero ninguno de ellos retrocedió. Finalmente, llegaron al centro de la plaza, donde un portal brillante y majestuoso se alzaba, pulsando con energía.
—Bien, llegamos hasta aquí —dijo Biel, con un suspiro de alivio. Sus ojos se fijaron en el portal, y su expresión se tornó más decidida—. Ahora es hora de enfrentar a la diosa y aclarar todo. También le exigiré que me deje volver al mundo terrenal.
Hizo una pausa y miró a sus compañeros con determinación.
—Eso es lo que haremos. Regresaremos al mundo terrenal juntos. Charlotte, Ryder, y también Raizel. Ella también vendrá con nosotros.
Charlotte, que había permanecido en silencio hasta ese momento, no pudo evitar reír suavemente. Con una sonrisa pícara, se acercó a su hermano.
—Vaya, hermano. Veo que la ángel te tiene enamorado.
Biel se ruborizó al escuchar el comentario y miró a su hermana con una mezcla de frustración y vergüenza.
—Hermana, ¿por qué eres así? —protestó, intentando mantener la compostura—. Estaba dando un discurso épico, y tenías que interrumpirlo con eso.
Charlotte se encogió de hombros, sin borrar la sonrisa de su rostro.
—Hermano, sabes cómo soy.
Ryder observó la escena con una ligera sonrisa, pero pronto desvió la atención hacia el portal.
—Disculpen que interrumpa su momento familiar, pero debemos estar atentos. Si esto es una trampa, no podemos bajar la guardia.
Biel asintió, recuperando su seriedad. Miró el portal una vez más, con el peso de la responsabilidad cayendo sobre sus hombros. Sabía que el siguiente paso sería decisivo, no solo para él, sino para todos los que confiaban en él. Con una última mirada a sus compañeros, avanzó hacia el portal, listo para enfrentar lo que fuera que les esperaba del otro lado.
Biel, Charlotte y Ryder ingresaron al portal, sintiendo cómo la energía los envolvía y transportaba a un lugar completamente distinto. Cuando sus pies tocaron el suelo, se encontraron en un amplio salón decorado con columnas doradas y vitrales que reflejaban luces multicolores. En el centro del salón, un trono majestuoso se alzaba sobre una plataforma elevada.
En el trono estaba sentado un hombre con una presencia imponente, mientras que a su lado, de pie, se encontraba la reina Yael. Biel y sus compañeros no pudieron evitar notar la expresión vacía en el rostro de la reina. Antes de que pudieran reaccionar, una voz resonó en el salón:
—¡Más respeto hacia el nuevo monarca de este lugar!
De las sombras surgieron guardias que habían permanecido ocultos, rodeando al grupo con armas listas para atacar. Ryder observó la escena con incredulidad, fijando su mirada en el hombre sentado en el trono.
—¿Nuevo monarca? Pero si la reina está aquí… —murmuró Ryder, intentando comprender la situación.
Fue entonces cuando se dio cuenta de que Yael no estaba sentada en el trono, sino al lado de él, como una simple sirvienta. El hombre en el trono era Maelista, quien sonrió con arrogancia al notar la confusión de Ryder.
—¿Qué es esto? ¿Por qué estás sentado en ese trono? —exigió Ryder, con un tono cargado de enojo.
Maelista se inclinó ligeramente hacia adelante, disfrutando de la tensión que había creado.
—¿No es obvio? Yo soy el nuevo monarca. La reina me entregó la corona y ahora es mi sirvienta.
Ryder apretó los puños, incapaz de contener su ira.
—¡No creo que nuestra reina haya cedido el trono así de fácil! Dime, ¿qué le hiciste?
Maelista soltó una carcajada.
—Yo no le hice nada. Ella misma decidió entregarme el trono. Dijo que estaba cansada de todos ustedes y que ya no quería seguir siendo su reina. Por eso me lo dio a mí.
Ryder negó con la cabeza, su voz temblando de rabia.
—¡Eso no es cierto! No creo que ella haya dicho eso.
Biel, que había permanecido en silencio hasta ese momento, sintió una voz resonar en su mente. Era Monsfil, cuya presencia en su subconsciente le habló con claridad.
—Ella está siendo controlada por él… —dijo Monsfil, en tono grave.
Biel alzó la vista y se dirigió a Maelista.
—Maelista, estás controlando a la reina con magia oscura.
Maelista se sobresaltó por un instante, pero rápidamente recuperó la compostura y sonriendo.
—Ya veo… Así que el poder del Rey Demonio te permite saber eso. Vaya, parece que tendré problemas contigo después de todo.
Se puso de pie y comenzó a caminar lentamente hacia el grupo.
—Sí, estoy controlando a la reina. Hace más de cinco años, mientras investigaba la zona donde murió el humano que atacó este lugar hace mucho tiempo, encontré una energía residual. Era la energía de los Reyes Demonios. Me llevé una muestra para estudiarla y, después de dos años, aprenderá a usarla. Con esa energía, obtuve la habilidad de controlar a otros, igual que los Reyes Demonios controlan a aquel humano.
Maelista continuó, su voz cargada de satisfacción.
—Desde ese momento, ideé un plan para apoderarse de este plano espiritual y del mundo humano. Todo iba perfectamente hasta que llegaste tú, miserable humano. Cuando la reina vio que había muerto en batalla, decidió terminar con el castigo hacia ustedes y los demonios. Ver cómo usabas el poder del Rey Demonio para proteger, en lugar de causar caos, convenció a la reina para terminar con el castigo que les impuso a los demonios ya los humanos.
Maelista se detuvo frente al grupo, su mirada fija en Biel.
—Tu llegada me obligó a adelantar mis aviones. Controlé a los cuatro Guardianes y envié a Remus para acabar contigo. Aunque fallé, eso me permitió controlar a Yael. Cuando vio cómo mataste a Remus, bajó la guardia, y ese fue el momento perfecto para someterla. Ahora, finalmente podré apoderarme de todo y ser el monarca del universo entero.
Maelista soltó una carcajada maligna.
—Gracias a ti, querido Biel. Ahora morirás por segunda vez aquí, y nunca volverás a tu mundo. ¡Jajajajaja!
Biel apretó los puños, sus ojos brillando con determinación.
—Entonces tendré que enfrentarte. Salvaré a la reina y encontraré la forma de volver a casa.
El salón se llenó de tensión, y el aire pareció volverse más pesado. La batalla decisiva estaba a punto de comenzar.