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Capítulo 11: Acalia

El bosque estaba sumido en un inquietante silencio tras la voz desconocida que había pronunciado el nombre de Acalia. El grupo se mantenía alerta, sus miradas oscilando entre las sombras y el rostro de su enigmática compañera. Pero antes de que alguien pudiera hablar, Acalia tambaleó, llevándose una mano a la frente. Sus piernas cedieron y cayó al suelo con un golpe sordo.

—¡Acalia! —gritó Biel, corriendo hacia ella. La sostuvo antes de que tocara completamente el suelo, pero su rostro permanecía inexpresivo, como si estuviera atrapada en un sueño profundo.

Xanthe se arrodilló junto a ellos, sosteniendo el brazo de Acalia. —No es un simple desmayo. Algo más está ocurriendo.

Mientras Biel y los demás intentaban ayudarla, Acalia fue arrastrada a lo profundo de sus recuerdos, como si la voz que la llamó hubiese roto un sello dentro de su mente.

Un paisaje radiante se desplegó ante ella. El cielo era de un dorado puro, y una brisa dulce acariciaba su rostro. A su alrededor, flores de luz brotaban del suelo y danzaban al compás de una música etérea que no podía recordar. En el centro de este paraíso, una figura se alzaba: Elaris, la Diosa de la Vida.

Elaris era imponente y serena. Su cabellera, como un río de esmeraldas, brillaba con cada movimiento, y sus ojos contenían la sabiduría de incontables eones. Su presencia transmitía calma y poder en igual medida.

—Acalia, ¿entiendes lo que implica ser mi aprendiz? —preguntó Elaris con voz suave, pero firme.

Acalia, una versión más joven de la mujer que ahora vagaba junto a Biel y los demás, asintió lentamente. Su mirada reflejaba un deseo ardiente por demostrar su valía.

—Lo entiendo, mi señora. Quiero ser digna de portar su legado y proteger la vida en todas sus formas.

Elaris sonrió, pero había un destello de preocupación en sus ojos.

—Tu potencial es inmenso, Acalia. Pero tu corazón está dividido. Hay algo dentro de ti, un conflicto que podría convertir tu don en una maldición. Por eso, debo tomar precauciones.

Antes de que Acalia pudiera responder, Elaris levantó una mano. Una luz verde y dorada envolvió a la aprendiz, y ella sintió como si una parte de su ser se congelara. Sus emociones, sus deseos, incluso sus palabras parecían volverse inalcanzables.

—¿Qué está haciendo? —preguntó Acalia, luchando contra el frío que ahora sentía en su alma.

—Esto es un sello, Acalia. Mientras no logres entender y reconciliar el conflicto dentro de ti, este sello te protegerá a ti y a los demás. No puedo permitir que tu poder se desate sin control. Pero escucha bien: cuando encuentres a la persona indicada, alguien que pueda ayudarte a confrontar y aceptar tu verdadero ser, este sello podrá romperse. Hasta entonces, debes aprender a vivir con él.

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Acalia cayó de rodillas, jadeando. Aunque el sello no dolía físicamente, sentía una ausencia, un vacío que nunca antes había experimentado.

Los recuerdos fluyeron más profundamente. Acalia se vio a sí misma como una joven luchadora en un mundo asolado por conflictos. Desde pequeña, había mostrado un talento único para proteger y sanar, pero también para destruir. En su aldea natal, la veían como un prodigio y, al mismo tiempo, como un presagio peligroso. Había quienes la veneraban y otros que la temían.

Una noche, mientras huía de un grupo de saqueadores que habían atacado su aldea, Acalia cayó gravemente herida. Su desesperación atrajo la atención de Elaris, quien apareció ante ella en un destello de luz. La diosa la curó y le ofreció una elección: seguir siendo una simple mortal o convertirse en su aprendiz y aprender a usar su poder para un propósito mayor.

—Ser mi aprendiz no es un camino fácil, Acalia. Implica sacrificios. Abandonarás tu vida pasada y abrazarás un destino lleno de desafíos —dijo Elaris, sus ojos buscando la determinación en la joven.

Acalia, con lágrimas en los ojos, aceptó. Sabía que no tenía otro propósito más que entender el poder que corría por sus venas y usarlo para proteger a los demás. Desde ese día, comenzó su entrenamiento bajo la tutela de la diosa.

De vuelta en el presente, los recuerdos seguían fluyendo. Ahora, Acalia se veía en una aldea devastada. Cuerpos yacían por doquier, y las llamas consumían los restos de lo que una vez fue un hogar. En medio del caos, escuchó la voz de Elaris nuevamente.

—Acalia, este es tu momento. Usa el don que te he otorgado y honra la vida que se ha perdido.

Con manos temblorosas, Acalia se arrodilló junto a uno de los aldeanos caídos. Cerró los ojos y extendió sus manos sobre el cuerpo inerte. Una luz verde surgía de sus palmas, envolviendo al aldeano. Poco a poco, la vida regresó a sus ojos.

Ese fue el día en que Acalia descubrió el alcance de su poder. Sin embargo, también sintió el peso de la responsabilidad que llevaba consigo.

De vuelta en el presente, Acalia abrió los ojos de golpe. Estaba de vuelta en el bosque, con Biel, Xanthe y los demás observándola con preocupación.

—¿Qué viste? —preguntó Biel, ayudándola a incorporarse.

Acalia miró a su alrededor, sus ojos reflejando una mezcla de miedo y resolución.

—Vi... algo que había olvidado. Mi pasado, mi conexión con Elaris. Hay algo en mi interior que me impide avanzar, algo que debo entender y enfrentar. Ella me dijo que encontraría a alguien que me ayudaría a romper este sello.

Biel frunció el ceño, pero no insistió. Sabía que Acalia necesitaba tiempo para procesar lo que había experimentado.

Antes de que pudieran seguir indagando, una brisa helada recorrió el lugar. La misma voz que había pronunciado su nombre resonó nuevamente, pero esta vez fue un susurro lejano:

—Nos volveremos a encontrar, querida aprendiz.

Acalia apretó los puños, su mirada firme.

—Es hora de enfrentar lo que fui para poder ser lo que debo ser. Este sello no me detendrá más.

Xanthe puso una mano sobre el hombro de Acalia. —No estás sola en esto. Lo que sea que enfrentes, estaremos contigo.

Biel asintió, su determinación reflejada en sus ojos. —Sí. Vamos a superar esto juntos. No importa lo que cueste.

Mientras el grupo retomaba su camino, Acalia guardó silencio. Pero en su interior, una chispa de esperanza comenzaba a arder. Quizás, solo quizás, había encontrado a las personas que la ayudarían a liberarse de su propio pasado.