En el mundo original de donde provenía Biel, la atmósfera era distinta, cargada de preocupación y misterio. Charlotte, su hermana menor, caminaba inquieta de un lado a otro en la sala de su casa. El crepúsculo teñía las paredes con tonos anaranjados, mientras las sombras proyectadas por los muebles creaban un ambiente sombrío que reflejaba su estado de ánimo. El aire, denso y pesado, parecía acentuar el vacío que había dejado la ausencia de su hermano. Habían pasado ya diez días desde que Biel había desaparecido sin dejar rastro.
—¡Esto no tiene sentido! —murmuró Charlotte, apretando con fuerza su teléfono móvil, como si pudiera obtener respuestas si lo sostenía con suficiente fuerza. La notificación de la denuncia que había presentado a la policía seguía en la pantalla, fría e inmutable, recordándole que no había avances. Había hecho todo lo que estaba en sus manos: hablar con amigos, buscar en los lugares que solía frecuentar Biel e interrogar a vecinos. Nadie sabía nada. El silencio de las respuestas era ensordecedor.
Se dejó caer en el sofá, mirando una foto en su teléfono. En ella, Biel y Bastián, su mejor amigo, sonreían despreocupados junto a ella durante un viaje reciente. Ahora, ambos parecían haberse desvanecido en el aire, dejando tras de sí una incertidumbre que la carcomía.
—Biel, ¿Dónde estás? —susurró, sintiendo cómo la garganta se le cerraba y los ojos comenzaban a arder. Había llamado a los padres de Bastián esperando encontrar alguna pista, pero ellos también estaban desesperados. Su hijo llevaba desaparecido el mismo tiempo que Biel.
10 días para ellos; 3 semanas para Biel.
Charlotte no entendía cuánto se entrelazaban esos mundos separados. Todo lo que sabía era que algo estaba terriblemente mal. Sentía que cada minuto contaba, y su impotencia solo alimentaba la ansiedad que crecía en su interior como una sombra insaciable.
De repente, el sonido del teléfono rompió el silencio como un disparo. Una llamada entrante de un número desconocido iluminó la pantalla. Charlotte sintió que el corazón se le detenía por un instante.
—¡Por favor, que sea algo! —exclamó en un murmullo tembloroso mientras deslizaba el dedo para contestar.
—¿Hola? ¿Quién habla? —preguntó, su voz cargada de esperanza y miedo.
Del otro lado de la línea, una voz grave y pausada respondió, cargada de un tono que parecía deslizarse entre lo real y lo irreal:
—Él fue visto por última vez en una tienda de rarezas. Quizá el dueño pueda explicarte qué pasó con ellos.
Un escalofrío recorrió la columna de Charlotte. La habitación, ya en penumbra, se sintió de repente más fría, más inhóspita. Sus dedos se apretaron alrededor del teléfono.
—¿Quién eres? ¿Cómo sabes eso? —exigió, su voz elevada por la mezcla de alarma y urgencia.
La voz hizo una pausa, como si considerara su respuesta. Luego habló con un tono enigmático que parecía resonar en su mente:
—El mundo actual no conoce la verdad.
Y sin decir más, la llamada se cortó.
Charlotte quedó paralizada, con el teléfono todavía en la mano, como si pudiera obtener respuestas de la pantalla vacía. Un millón de pensamientos cruzaron su mente como ráfagas de viento en una tormenta. ¿Quién era esa persona? ¿Por qué sabía tanto? ¿Qué quería decir con "el mundo actual no conoce la verdad"? Pero, sobre todo, ¿Qué había pasado en esa tienda de rarezas?
Se levantó de golpe, sintiendo cómo una mezcla de adrenalina y miedo le recorría las venas. No podía quedarse quieta. Buscaría esa tienda, hablaría con su dueño y averiguaría qué le había ocurrido a su hermano y a Bastián, sin importar el riesgo. La angustia que la había consumido durante días ahora se transformaba en una determinación feroz, un fuego que ardía en su interior.
—Biel, espérame. No importa dónde estés, te encontraré. —susurró al vacío, mientras tomaba sus cosas y se preparaba para salir en busca de respuestas.
Charlotte cerró la puerta de su casa con un golpe seco, el eco resonando en la calle desierta. Su corazón palpitaba con fuerza mientras sostenía su teléfono móvil con una mano, marcando apresuradamente el número de la policía. La voz del operador no tardó en contestar.
—Policía, ¿Cuál es su emergencia?
—Acabo de recibir una llamada anónima —comenzó Charlotte, tratando de mantener la calma en su voz—. Me dijeron que mi hermano desaparecido fue visto por última vez en una tienda de rarezas. Necesito que envíen una patrulla allí ahora mismo.
El operador tomó la información con profesionalismo, pidiéndole la dirección exacta. Charlotte no dudó en proporcionarla, la misma que había encontrado al buscar la ubicación de la misteriosa tienda en internet. Tras un breve intercambio, el operador confirmó que enviarían refuerzos.
—Espere allí, señorita. Una patrulla se encontrará con usted.
Charlotte asintió, aunque sabía que no podían verla. —Está bien, pero yo también entraré. No me quedaré afuera.
Minutos después, las luces rojas y azules de las patrullas iluminaron la fachada de la tienda de rarezas. Era un edificio antiguo, con una fachada oscura y desvencijada que parecía pertenecer a otra época. Las ventanas estaban cubiertas por cortinas pesadas que bloqueaban cualquier vista al interior, y el letrero, gastado y apenas legible, emitía una sensación de inquietud.
Los agentes salieron de los vehículos con pasos firmes, mientras Charlotte, con el corazón en un puño, se apresuraba hacia ellos.
—Esta es la tienda —dijo, su voz temblorosa pero decidida. —Aquí fue donde dijeron que mi hermano y su amigo fueron vistos por última vez.
El oficial al mando, un hombre alto con gesto severo, asintió y levantó una mano para indicar a sus compañeros que se prepararan.
—Quédese atrás, señorita. Nosotros nos encargaremos.
Charlotte apretó los labios, sintiéndose impotente, pero no replicó. Los agentes se acercaron a la puerta, armas desenfundadas, y uno de ellos empujó con fuerza. La puerta se abrió con un chirrido largo y agudo que envió un escalofrío por la espalda de Charlotte.
—¡Nadie se mueva! ¡Policía! ¡Queda arrestado por secuestro de dos jóvenes! —gritó el oficial al mando mientras los demás agentes ingresaban, cubriendo todos los ángulos con sus armas.
Charlotte no pudo contenerse y corrió tras ellos, ignorando las protestas de los agentes. Dentro, la tienda era un caos ordenado: estanterías llenas de objetos extraños, libros antiguos, y frascos llenos de líquidos de colores que emitían un brillo tenue. La atmósfera era pesada, como si el aire estuviera impregnado de un misterio que desafiaba toda explicación.
Detrás del mostrador, un hombre de mediana edad observaba la escena con calma inquietante. Su cabello gris caía en mechones desordenados sobre una frente amplia, y una sonrisa leve curvaba sus labios.
—En esta tienda nadie está secuestrado —dijo, con un tono que era a la vez tranquilizador y desconcertante.
Charlotte avanzó un paso, sus ojos llameando de indignación. —¿Dónde está mi hermano? ¡Dígame qué le hizo!
El hombre inclinó la cabeza ligeramente, como si considerara su respuesta. Su sonrisa no desapareció.
—No he visto a nadie que no quisiera estar aquí.
—¡Mentira! —gritó Charlotte, sintiendo que la desesperación se mezclaba con el enfado. —La persona que llamó dijo que este era el último lugar donde fueron vistos.
El oficial al mando se interpuso, su voz cortante. —Hemos recibido información que conecta este lugar con la desaparición de dos jóvenes. Cooperará o esto se pondrá peor para usted.
El dueño de la tienda simplemente levantó las manos en un gesto teatral de inocencia.
—Registren todo lo que quieran —dijo, con un ademán hacia las estanterías. —No tengo nada que ocultar.
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Los agentes comenzaron a revisar cada rincón del lugar. Abrían cajones, inspeccionaban frascos y revisaban entre los objetos antiguos. Mientras tanto, Charlotte permanecía de pie, con el corazón martillando en su pecho, cada segundo de silencio cayendo sobre ella como un peso insoportable.
Uno de los agentes regresó hacia el oficial al mando, sacudiendo la cabeza.
—No hay nada sospechoso hasta ahora, jefe.
Charlotte sintió que el suelo se desmoronaba bajo sus pies. —¡Eso no puede ser! —exclamó, acercándose al oficial. —Tiene que haber algo aquí. ¡Miren más de cerca!
El dueño de la tienda dejó escapar una risa baja, casi inaudible, que heló la sangre de Charlotte.
—Como dije, en esta tienda nadie está secuestrado. Pero a veces, las respuestas que buscan no están donde creen.
Charlotte lo miró con los ojos llenos de furia y confusión. Algo en su tono sugería que sabía mucho más de lo que decía. La atmósfera en la tienda se volvió sofocante, como si las paredes mismas guardaran secretos que se negaban a salir a la luz.
Los agentes de policía terminaron su inspección con rostros de frustración contenida.
—No encontramos nada sospechoso aquí —informó uno de los oficiales al mando, dirigiéndose a Charlotte. —Seguiremos investigando y lo mantendremos en contacto.
Charlotte apretó los puños, incapaz de aceptar esa respuesta.
—Pero… mi hermano estuvo aquí. Alguien sabe qué le pasó, ¡no pueden irse así!
El oficial suspiró, con una expresión que oscilaba entre la paciencia y el cansancio.
—Entiendo su preocupación, pero no podemos hacer más sin evidencia concreta. Por favor, váyase a casa y descanse. Le avisaremos si descubrimos algo.
Con esas palabras, los policías abandonaron la tienda y se retiraron en sus patrullas, dejando a Charlotte sola frente al lugar. La noche comenzaba a caer, envolviendo la calle en penumbras, pero ella no se movió. Algo en su interior le decía que no podía irse. La sensación de que las respuestas estaban ahí, a su alcance, era abrumadora.
Con un suspiro tembloroso, empujó la puerta de la tienda una vez más y entró. El aire seguía cargado de ese aroma peculiar a madera vieja y algo indefinible. El dueño, quien había permanecido atrás del mostrador todo el tiempo, la miró con esa misma sonrisa tranquila que le había helado la sangre antes.
—¿Qué les pasó a mi hermano y a su amigo Bastián? —preguntó Charlotte, tratando de sonar firme a pesar de la incertidumbre que le carcomía por dentro.
El hombre la observó en silencio por un momento, antes de responder con voz pausada:
—Tranquila. Está bien.
Charlotte sintió un estremecimiento recorrer su cuerpo. La calma del anciano era desconcertante.
—¿Cómo que está bien? ¿Dónde está? ¿Está aquí, en esta tienda? —insistió, su voz aumentando en intensidad con cada palabra.
El hombre negó lentamente con la cabeza.
—Este mundo conecta con otros mundos —dijo, con un tono que parecía mezclar sabiduría y misterio. —Un mundo diferente a este, pero mucho más emocionante.
Charlotte lo miró fijamente, tratando de procesar esas palabras. En su mente, una voz gritaba: Este anciano está loco. Pero algo en su tono, o quizá en la seriedad de sus ojos, le hizo quedarse en silencio y seguir escuchando.
—Tu hermano ahora está en el plano espiritual —continuó el hombre—. Peleando por regresar a la vida. Murió en combate.
Charlotte sintió que las piernas le fallaban. Tuvo que apoyarse en el mostrador para no caer.
—¿Cómo que murió? ¿Qué está diciendo? —preguntó, con un hilo de voz. El mundo pareció tambalearse a su alrededor.
El hombre mantuvo su mirada fija en ella, inmutable.
—No te preocupes —dijo—. Aún puede regresar a la vida.
Antes de que Charlotte pudiera responder, el anciano sacó una esfera de cristal de un estante cercano. La esfera brillaba con un resplandor etéreo, pulsando como un corazón vivo. Con un movimiento suave, la colocó sobre el mostrador frente a ella.
—Observa —dijo simplemente.
Charlotte, con el corazón latiendo desbocado, miró dentro de la esfera. En su interior, las imágenes comenzaron a formarse. Al principio eran borrosas, pero pronto se aclararon. Vio a Biel y a Bastián entrando en la tienda por primera vez, el brillo del Fragmento del Infinito atrayéndolos. Luego, las escenas cambiaron rápidamente: el viaje de Biel a través de un mundo desconocido, los combates, los aliados que encontró y los enemigos que enfrentó.
Finalmente, vio a su hermano en el plano espiritual, transformado en una forma monstruosa pero majestuosa: el Rey Demonio semi imperfecto. Charlotte contuvo el aliento al verlo enfrentarse al guardián con una ferocidad que nunca había imaginado en él. Vio el momento en que Biel, consumido por su poder, asesinó al guardián.
—¡Mi hermano se convirtió en un asesino! —exclamó Charlotte, retrocediendo un paso mientras las lágrimas comenzaban a correr por su rostro.
El anciano negó con calma.
—No, lo que hizo tu hermano estuvo bien. Ese guardián era un corrupto. Su muerte era necesaria para el equilibrio.
Charlotte trató de asimilar esas palabras, pero su atención se deslizó hacia otra preocupación.
—Pero... él perdió el control. Esa forma... ¡Eso no es mi hermano! —dijo, su voz quebrándose.
El anciano asintió, con una expresión que mezclaba compasión y gravedad.
—Es cierto. En esa forma, el poder lo consume. No hay nadie cerca de él para tranquilizarlo, para ayudarlo a recordar quién es realmente.
Charlotte lo miró con desesperación.
—¿No hay algo que pueda hacer? ¡Tiene que haber una forma de ayudarlo!
El anciano mantuvo su mirada fija en ella, y por primera vez, su sonrisa desapareció.
—Hay una forma —dijo, con un tono solemne que envió un escalofrío por la espalda de Charlotte.
Charlotte permaneció en silencio por un momento, intentando procesar las palabras del anciano. Su corazón latía con fuerza, una mezcla de miedo y esperanza invadiéndola. Finalmente, rompió el silencio con un hilo de voz.
—¿Cómo puedo salvarlo?
El anciano, con su sonrisa serena y su mirada sabia, respondió:
—Debes ir tú misma a salvarlo. Como su hermana, eres quien mejor lo conoce. Sé que podrás tranquilizarlo.
Charlotte, todavía abrumada, frunció el ceño. —¿Es posible siquiera ir a donde está él? ¿Y quién es usted para poder hacer algo así?
El anciano soltó una risa suave, como si disfrutara del misterio que lo rodeaba.
—Solo soy un anciano que vende rarezas —dijo con tono ligero—. Pero eso no importa. Lo que importa es: ¿Quieres salvar a tu hermano?
Charlotte no dudó ni un segundo.
—Sí, tengo que ayudarlo. Es mi hermano, no puedo dejarlo así.
El anciano asintió con aprobación.
—Entonces, esto es lo que debes hacer. Debes entrar en ese mundo y abrazarlo. El amor entre hermanos es poderoso, más que cualquier fuerza que puedas imaginar. Ese amor será suficiente para calmar a Biel y devolverlo a su ser.
La esperanza empezó a florecer en el pecho de Charlotte, pero el anciano no había terminado.
—Sin embargo, hay un costo.
Charlotte sintió que el aire se volvía más pesado. —¿Qué costo?
El anciano la miró con seriedad, su sonrisa ahora ausente.
—Deberás permanecer para siempre en ese lugar. No hay manera de volver. Ese mundo será tu nuevo hogar.
La sorpresa se apoderó de Charlotte. Retrocedió un paso, tambaleante. Su mente se llenó de dudas y miedo, pero una imagen clara de su hermano, perdido y luchando solo, la atravesó como una daga. Cerró los ojos, respiró hondo y enfrentó la realidad.
—…Acepto —dijo con firmeza—. Si eso significa salvar a mi hermano, viviré en ese lugar con él. Él es lo más importante para mí.
El anciano asintió lentamente, con algo que parecía ser un destello de respeto en sus ojos.
—Perfecto. Entonces ve y ayuda a tu hermano. Salvarlo es tu misión.
El anciano levantó una mano al aire y, con un gesto delicado, el ambiente alrededor de Charlotte comenzó a cambiar. Un resplandor intenso llenó la tienda, envolviéndola en luz. El corazón de Charlotte latía con fuerza, pero no había miedo en ella, solo determinación.
—Buena suerte —dijo el anciano, su voz resonando como un eco mientras Charlotte desaparecía en la luz.
Cuando la claridad se disipó, Charlotte ya no estaba en la tienda. Había comenzado su viaje hacia el mundo espiritual, lista para enfrentarse a lo desconocido y salvar a su hermano.
En el Umbral de los Dioses, un lugar etéreo donde las fuerzas más poderosas del universo vigilaban el flujo del destino, una agitación inesperada perturbó la calma habitual. Una energía nueva había aparecido, rompiendo la armonía del lugar. Los dioses, reunidos alrededor de la gran esfera que reflejaba los eventos del universo, observaron con expresiones de asombro.
—¿Qué es esa energía? —preguntó Solaryon, el Dios de la Luz, su voz resonando como un trueno en el vasto espacio.
—Es diferente a cualquier cosa que hayamos sentido antes —respondió Nyxaris, el Dios de las Sombras, su figura envuelta en penumbra. —Pero su esencia es pura, casi familiar.
Chronasis, el Dios del Tiempo, cerró los ojos mientras sentía el flujo de esa energía.
—Esto cambiará el curso de los acontecimientos. Una chispa de esperanza ha llegado.
En otro lugar, en el mundo terrenal, donde Acalia, Kaito y los demás descansaban tras los recientes eventos, Kaito levantó la vista al cielo. Una sonrisa leve cruzó su rostro mientras sus ojos brillaban con determinación.
—Otra vez recibo tu ayuda, amigo mío —murmuró, como si hablara con alguien que solo él podía percibir.
Mientras tanto, en el plano espiritual, Biel se encontraba atrapado en un torbellino de oscuridad y dolor. Su forma semi imperfecta de Rey Demonio se retorció mientras dejaba escapar un grito desgarrador. El inmenso poder que había desatado era demasiado para su cuerpo y su mente, desgarrándolo desde dentro. Su corazón latía frenéticamente, incapaz de soportar la carga.
—¡No puedo... ¡No puedo detenerlo! —gritó Biel, con la voz llena de agonía. Su esencia pareció tambalearse, al borde de colapsar.
De repente, una luz brillante iluminó todo a su alrededor, cortando las sombras como una espada luminosa. La luz se expandió hasta envolverlo por completo. Biel, a pesar de estar consumido por su poder descontrolado, se percató de la presencia de algo... o alguien.
De la luz emergió una figura. Era una chica hermosa, con un aura radiante que contrastaba con la oscuridad del plano espiritual. Su cabello ondeaba con suavidad, y sus ojos, llenos de determinación y amor, se fijaron en Biel. Sin dudarlo, avanzó hacia él, ignorando las ondas de energía caótica que emanaban de su cuerpo.
—Hermano —dijo con una voz suave pero firme, su tono lleno de calidez—. He venido a salvarte.
Charlotte rodeó a Biel con sus brazos en un abrazo lleno de amor y protección. La energía que había estado consumiendo a Biel comenzó a ceder, disipándose como humo al viento. Su cuerpo dejó de temblar y su mente se calmó.
Biel cayó de rodillas, sus ojos llenándose de lágrimas. A pesar de su imponente forma de Rey Demonio, en ese momento no era más que un hermano que había encontrado una esperanza perdida.
—Hermanita... —susurró con la voz rota por la emoción—. No creí que volvería a verte.
Charlotte acarició su cabello, las lágrimas corriendo por sus mejillas.
—Ya no volveré a separarme de ti, hermano —dijo con firmeza—. Estamos juntos, y juntos enfrentaremos lo que venga.
La luz a su alrededor se intensificó, como si respondiera al lazo entre ellos. En ese momento, Biel no era el Rey Demonio, ni un guerrero consumido por el poder. Era simplemente Biel, un joven que había encontrado consuelo en el amor incondicional de su hermana.