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Fragmento de lo Infinito [Español]
Capítulo 23: El poder también te puede corromper

Capítulo 23: El poder también te puede corromper

La tensión en el campo de batalla era palpable. Biel y el guardián se miraban fijamente, como si ambos midieran sus últimas fuerzas. El cielo, cubierto de nubes grises, parecía reflejar la intensidad del enfrentamiento. El aire era pesado, cargado de energías opuestas que luchaban por imponerse. Cada respiración se sentía como un esfuerzo titánico.

Biel, con los ojos encendidos por un brillo oscuro, comenzó a preparar su ataque. Las "Espinas de Penumbra" eran su última esperanza, una técnica que había perfeccionado en su entrenamiento pero que nunca había usado a esta escala. Mientras tanto, el guardián, una figura imponente con una armadura negra que parecía devorar la luz, iniciaba su conjuro "Límite Breaker". Su voz resonaba como un eco en las profundidades de una caverna, y cada palabra que pronunciaba hacía vibrar el suelo bajo sus pies.

Raizel, observando desde la distancia, sintió un escalofrío recorrer su espalda. Su corazón latía desbocado mientras contemplaba el enfrentamiento. El suelo comenzó a temblar violentamente, como si el mundo mismo reconociera la magnitud del choque que estaba por ocurrir. Raizel gritó, su voz cargada de desesperación:

—¡Están locos! ¡Van a destruir todo!

Pero sus palabras se perdieron en el rugido del poder acumulado. Las "Espinas de Penumbra" emergieron del suelo como colmillos oscuros, retorciéndose con una velocidad letal. Al mismo tiempo, el "Límite Breaker" desató una ola de energía devastadora, rompiendo los límites del espacio mismo. El choque de ambos poderes creó una explosión colosal, levantando una columna de humo y polvo que cubrió toda la zona.

El temblor de la tierra aumentó. Raizel cayó al suelo, incapaz de mantenerse en pie. Los árboles cercanos se inclinaron bajo la presión de la energía liberada, y el aire se llenó de un silbido agudo que parecía rasgar los oídos.

—¡Vas a morir, sucio humano! ¡Tú y esa raza demoníaca desaparecerán aquí! —rugía el guardián, su voz resonando como un trueno. Una sonrisa cruel deformaba su rostro, reflejando el placer que sentía al ver a su enemigo tambalearse.

Biel, jadeando y tambaleándose, respondió con voz firme, aunque su cuerpo estaba al borde del colapso: —Yo no moriré en este lugar.

Sin embargo, sus fuerzas lo abandonaron. La forma de Rey Demonio imperfecto que había mantenido hasta ahora se desvaneció, dejando a Biel vulnerable y agotado. Su cuerpo temblaba, cubierto de heridas que sangraban lentamente. El guardián notó esto y sonrió con sadismo mientras aumentaba su poder para dar el golpe final.

El ataque del guardián golpeó a Biel de lleno, generando una nueva columna de humo y escombros. Cuando el polvo comenzó a asentarse, Biel yacía tendido en el suelo, inmóvil. Pero en su mente, un eco resonaba, arrastrándolo hacia su subconsciente.

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En ese espacio etéreo y oscuro, Biel se encontró una vez más frente a Monsfil. El paisaje que lo rodeaba era un vacío infinito, un horizonte sin fin donde la oscuridad y la luz danzaban en un equilibrio frágil. El eco distante de voces resonaba, como si las memorias de incontables vidas susurraran desde las sombras.

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—Has caído de nuevo, joven portador —dijo Monsfil con voz grave, pero sin rastro de reproche. Sus ojos rojos brillaban con una mezcla de severidad y compasión—. Solo hay una manera de regresar, pero será complicado para ti.

Biel, consciente de la gravedad de la situación, respondió sin dudar: —Tengo que regresar. Dime qué debo hacer.

Monsfil lo observó con seriedad antes de hablar. —Libera tu forma semi perfecta. Pero debo advertirte: esa forma te hace perder el control. ¿Podrás dominarla?

Biel apretó los puños, con determinación en sus ojos. Su voz, aunque temblorosa, estaba llena de resolución. —Es la única manera. Tengo que hacerlo.

Monsfil asintió lentamente. —Entonces ve y usa ese poder, joven portador. Pero recuerda, el poder puede ser un arma de doble filo. No dejes que te consuma.

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Biel despertó en el campo de batalla, herido y apenas capaz de moverse. Su cuerpo dolía con cada respiración, y la sangre manchaba el suelo bajo él. El guardián se acercaba con intenciones claras de terminar el combate, su figura imponente proyectando una sombra amenazante.

—Tendremos que hacerlo —murmuró Biel, mientras una energía oscura comenzaba a rodearlo.

El cielo se oscureció de repente. Las nubes se arremolinaron, formando un vórtice que parecía tragarse la luz del sol. Una densa aura negra cubrió a Biel en forma de círculo, pulsando con un poder descontrolado. El guardián se detuvo, su rostro lleno de terror.

—¡Imposible! ¡Cómo es posible que este sucio humano siga con vida! —exclamó, retrocediendo instintivamente.

Una explosión de energía oscura sacudió el lugar, enviando a volar tanto al guardián como a Raizel. Los árboles cercanos fueron arrancados de raíz, y el suelo se agrietó bajo la presión del poder desatado. Cuando el humo se disipó, Biel estaba de pie, transformado. Su apariencia había cambiado drásticamente; su forma semi perfecta emanaba un aura de pura destrucción. Pero sus ojos reflejaban algo más: había perdido el control.

La transformación de Biel era un espectáculo aterrador. Su piel brillaba con un resplandor oscuro, y runas desconocidas aparecieron grabadas en sus brazos y torso. La energía que emanaba no solo destruía, sino que también deformaba la realidad a su alrededor. El aire se volvió pesado, y el suelo comenzó a derretirse bajo sus pies.

—Furia del Vacío —murmuró Biel, desatando una explosión de energía oscura que arrasó con todo a su alrededor. El guardián, ahora completamente aterrorizado, decidió escapar, alzando el vuelo para huir de aquel demonio descontrolado.

Pero Biel no lo permitiría. Alzó su mano, y su voz resonó como un trueno: —Espinas del Vacío.

De su mano emergieron espinas oscuras que se retorcían en el aire, persiguiendo a su objetivo con una velocidad implacable. Las espinas alcanzaron al guardián, perforándolo en el corazón. El cuerpo del guardián cayó inerte al suelo, su vida extinguida al instante.

En medio de la destrucción, Biel sonrió. Pero no era una sonrisa de victoria, sino una sonrisa sádica, llena de oscuridad. La línea entre el héroe y el monstruo se había desdibujado, y el verdadero precio del poder comenzaba a revelarse.

El campo de batalla quedó en silencio, salvo por el crujido de los árboles caídos y el eco de la energía que aún flotaba en el aire. Raizel, desde la distancia, observó con horror lo que Biel se había convertido. Sabía que algo había cambiado para siempre.

Raizel se acercó lentamente, con pasos inseguros, mientras el viento cargado de cenizas le golpeaba el rostro. Sus ojos estaban llenos de lágrimas, no solo por el miedo, sino también por la tristeza.

—Biel... ¿Qué has hecho? —murmuró, su voz quebrada por la emoción. Pero Biel no respondió. Su mirada, fija en el horizonte, reflejaba una mezcla de triunfo y algo más profundo: una sombra que comenzaba a consumirlo.

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