La ciudad se alzaba majestuosa bajo el cielo nocturno, sus altas torres iluminadas por un resplandor pálido que parecía emanar del mismo suelo. Biel y su grupo avanzaban cautelosamente por las calles adoquinadas, con los sentidos alerta. Había algo en el ambiente que les resultaba extraño, una calma antinatural que contrastaba con todo lo que habían enfrentado hasta ahora.
Sarah, quien había optado por cubrirse con una capucha para evitar ser reconocida, fue la primera en romper el silencio.
—Esto no es normal. ¿Por qué nadie nos ataca? ¿Por qué no hay hostilidad hacia nosotros, especialmente a ustedes que son humanos? —susurró, sus ojos brillando con desconfianza bajo la capucha.
Antes de que alguien pudiera responder, un vampiro noble con una postura elegante y una sonrisa calculada se acercó al grupo. Su capa negra ondeaba ligeramente con la brisa, y sus ojos escarlatas se clavaron en ellos con una mezcla de interés y superioridad.
—Bienvenidos al palacio del gran Rey Vampiro Lip. Él los espera. Por favor, acompáñenme —dijo el noble, haciendo una ligera reverencia.
Biel intercambió una mirada con Acalia, quien asintó con firmeza. Aunque la situación era sospechosa, no tenían otra opción. Mientras seguían al noble, Biel no pudo evitar sentirse inquieto. Algo en la actitud del vampiro y en la calma de la ciudad lo ponía en guardia.
Fue entonces cuando la voz de Monsfil resonó en su mente, grave y cargada de advertencia.
—Portador, cuidado. Esto es una trampa.
Biel apretó los puños y respondió mentalmente: —Lo tomaré en cuenta. Desde que llegamos aquí, ya se me hacía raro.
El grupo continuó avanzando hasta llegar al imponente palacio. Sus puertas de hierro negro se abrieron con un chirrido profundo, revelando un salón amplio y decorado con candelabros de cristal que reflejaban una luz tenue. El noble los guio a través de largos pasillos hasta una sala del trono. Allí, sentado en un majestuoso trono de obsidiana, estaba Lip, el Rey Vampiro, con una expresión tranquila pero llena de autoridad. A su lado, un joven vampiro de mirada vacía y porte regio lo acompañaba.
—Saludos, humanos —dijo Lip, con una voz profunda y melodiosa—. Me complace que hayan aceptado mi invitación.
Acalia dio un paso adelante, su mirada fija en el rey.
—Olvidemos los saludos. ¿Qué deseas de mí y de mis acompañantes?
Una pequeña sonrisa se dibujó en los labios de Lip, quien se recostó cómodamente en su trono.
—Quiero que te casos con mi hijo, Muskar, para que el pacto entre humanos y vampiros no se rompa.
La declaración dejó al grupo perplejo. Acalia frunció el ceño, pero antes de que pudiera responder, Biel intervino.
—Y ¿qué tiene que ver esto conmigo? —preguntó, intentando mantener la calma.
Lip volvió su mirada hacia Biel, sus ojos brillando con un interés que hizo que el joven se sintiera expuesto.
—¿Tú? Simplemente quería conocerte. Eres famoso en todo el mundo, chico. Tu llegada, marcada por esa extraña luz, salvó a algunas criaturas y destruyó a otras. Me resulta curioso que alguien con tanto poder esté en este mundo.
Las palabras de Lip golpearon a Biel como un mazazo. Su llegada había causado tanto salvación como destrucción. Mientras procesaba esta revelación, la voz de Monsfil resonó nuevamente en su mente.
—Portador, no le respondas. Ese vampiro tiene una habilidad para controlar a quienes le contestan. Desafortunadamente, Acalia ya está bajo su poder, al igual que sus subordinados y su hijo. Pero es hora de que uses un poco de mi poder. Protégete y protege a los tuyos.
Biel cerró los ojos y respiró profundamente. La energía oscura de Monsfil comenzó a fluir por su cuerpo, llenándolo de una fuerza que apenas podía contener. Con un grito, liberó una versión incompleta de su poder de Rey Demonio, creando una barrera de energía que protegió a su grupo del lavado de cerebro de Lip.
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—¡Maldito vampiro! ¿Cómo te atreves a controlar a Acalia? ¡Dime cuál es tu verdadero plan!
Lip observó a Biel con sorpresa y admiración.
—Al parecer, eres especial. Muy bien, te lo diré. De todas maneras, morirás aquí.
El rey vampiro se levantó de su trono y comenzó a caminar lentamente hacia ellos, su presencia llenando la sala con una tensión sofocante.
—Planeo apoderarme de este mundo. Ni los dioses ni los Reyes Demonios podrán detenerme. Con tu poder y el de Acalia, será invencible.
Mientras Lip revelaba su plan, los dioses observaban desde el Umbral Divino. La Diosa de la Vida, Elaris, miraba la escena con preocupación.
—Maldición. Mi aprendiz ahora está en manos de ese vampiro, y yo no puedo intervenir.
Nyxaris, el Dios de las Sombras, respondió con su voz envolvente como un susurro.
—Sabes bien por qué no podemos actuar. Los Rifilser nos lo prohibieron. Ellos están por encima de nosotros, y su voluntad no puede ser desafiada.
Solaryon, el Dios de la Luz, replicó con frustración.
—Y ¿qué se supone que hagamos? ¿Esperar y observar cómo todo se desmorona? Los Rifilser pueden estar por encima de nosotros, pero este mundo también es nuestra responsabilidad.
Chronasis, el Dios del Tiempo, levantó una mano para calmar los ánimos.
—No olvidemos que los Rifilser actúan por el equilibrio. Si intervinieran directamente, el caos podría ser aún mayor. Nuestra tarea es guiar desde las sombras, aunque sea frustrante.
Elaris suspir profundamente, sus ojos llenos de preocupacin.
—Mi aprendiz, Acalia, es fuerte, pero incluso ella tiene límites. Si cae completamente bajo el control de Lip, no solo perderemos una aliada; el equilibrio mismo estará en peligro.
Nyxaris esbozó una leve sonrisa, aunque su expresión era sombría.
—El equilibrio es delicado, pero también adaptable. A veces, las mayores crisis producen los héroes más inesperados. Biel podría ser esa chispa de cambio.
Thalgron, el Dios de la Guerra, golpeó su lanza contra el suelo, su voz resonando como un trueno.
—Si uno de sus aliados debe caer para fortalecerlo, que así sea. Biel debe aprender que el poder no es suficiente; También necesita la determinación para sacrificar.
Elaris cerró los ojos, intentando calmarse.
—Aunque nuestras acciones estén limitadas, enviaré una bendición a mi aprendiz. Quizás eso le dé la fuerza suficiente para resistir.
Nyxaris también.
—Hazlo. Pero recuerda, cualquier acción que tomemos podría inclinar la balanza de formas que no podemos prever. Los Rifilser lo están observando todo.
Mientras los dioses debatían, en un lugar mucho más alejado del Umbral, una figura observaba. Kaito, el tercer Rifilser, escuchaba cada palabra con atención. Su rostro permanecía oculto bajo una capucha, pero sus ojos brillaban con determinación.
—Parece que las cosas están saliendo de control —murmuró para sí mismo—. Gracias a nuestra petición los dioses no pueden intervenir directamente, entonces tendré que hacerlo yo.
Kaito dio un paso hacia adelante, su figura envuelta en una energía misteriosa. Su mente repasaba cada detalle de su plan, ajustándolo a las nuevas circunstancias.
—El equilibrio está por romperse. Si no actúo ahora, no solo este mundo estará en peligro, sino también todos los demás conectados al Infinito.
Con un movimiento de su mano, una esfera de energía se materializó frente a él. En su interior, las imágenes de Biel, Acalia y Lip se sucedían rápidamente, como si la esfera estuviera conectada directamente al flujo de los acontecimientos.
—Biel... Aún no comprendes el verdadero alcance de tu poder. Pero pronto lo harás. Y cuando llegue ese momento, necesitarás una guía.
Kaito cerró los ojos, concentrándose en las ramificaciones de sus acciones. Sabía que intervenir directamente podría tener consecuencias imprevistas, pero también sabía que no podía quedarse al margen.
—El tercer Rifilser no puede permitirse fallar. Si el equilibrio se rompe, todo lo que hemos protegido durante eones se desmoronará.
Con un último vistazo a la esfera, Kaito desapareció en un destello de luz, dejando tras de sí una sensación de urgencia y determinación. Su destino estaba ligado al de Biel, aunque el joven portador aún no lo supiera.
De vuelta en la sala del trono, Biel apretó los puños, dispuesto a luchar para liberar a Acalia. La energía oscura de Monsfil envolvía su cuerpo, y su mirada reflejaba una determinación inquebrantable.
—¡Prepárate, Labio! No permitiré que te salgas con la tuya.
Ambos contendientes se preparan para enfrentarse, mientras una tensión electrizante llenaba el aire y las fuerzas del destino convergían en un momento decisivo.