La penumbra de la pequeña tienda de antigüedades envolvía el ambiente con un aire de misterio. Entre estanterías repletas de objetos cargados de historia y vitrinas que parecían custodiar secretos de eras pasadas, un hombre de mirada penetrante hojeaba un libro encuadernado en cuero envejecido. Su rostro, parcialmente oculto por un sombrero negro, era familiar: era el mismo hombre que había atendido a Biel y Bastián en aquel lejano día del comienzo.
El sonido de las páginas al ser pasadas llenaba el silencio, acompañado solo por el leve crujir de la madera del piso bajo el peso de sus pasos. Finalmente, se detuvo, observando las palabras en el libro como si se dirigieran a él.
—Así terminó el primer acto—dijo en voz baja, su tono cargado de un significado que iba más allá de lo aparente. Sus dedos recorrieron las palabras mientras continuaba—: Una historia de valentía, sacrificio y un destino entretejido con el infinito. Pero, como todas las buenas historias, esto es solo el principio.
Su mirada se desvió hacia la puerta de la tienda, como si pudiera ver más allá de ella, hacia los eventos que habían llevado a Biel hasta este punto. —El joven dio todo por sus amigos, por un ideal que apenas comprendía. Y así, su vida terrenal llegó a su fin.
Las páginas del libro comenzaron a brillar suavemente, y el hombre siguió narrando, como si las palabras cobraran vida.
Biel había enfrentado lo impensable: criaturas surgidas de las sombras, aliados que ocultaban secretos oscuros y un poder que amenazaba con consumirlo. Todo culminó en aquel momento final, cuando su corazón se detuvo, dejando a la señorita Acalia y a los demás frente a un sacrificio que no había sido en vano.
Pero la muerte de Biel no era el final. Mientras su cuerpo yacía inerte, algo más profundo despertaba. En el instante en que su último suspiro escapó, su esencia fue llevada a un lugar más allá de la comprensión mortal: el plano espiritual.
Un vasto vacío lo envolvió, pero no era frío ni oscuro. Era un espacio etéreo donde los colores danzaban como auroras y el tiempo parecía carecer de significado. Biel abrió los ojos lentamente, encontrándose de pie sobre una superficie que no podía identificar. Era como si caminara sobre el reflejo de un lago infinito.
—¿Dónde estoy? —murmuró, su voz resonando en el aire como un eco sin fin.
A lo lejos, figuras comenzaban a formarse. Eran sombras indistintas, pero transmitían una sensación de paz y sabiduría. Antes de que pudiera moverse hacia ellas, una voz resonó en su mente:
—Bienvenido, Biel. Este es el umbral entre la vida y el infinito.
Biel giró sobre sí mismo, buscando al propietario de aquella voz, pero no vio a nadie. La sensación de estar siendo observado era innegable.
En la tienda de antigüedades, el hombre cerró el libro con cuidado, dejando escapar un suspiro que contenía algo de nostalgia.
—La historia se pondrá mucho más interesante ahora—dijo, con una sonrisa apenas perceptible. Sus ojos claros brillaron con un destello de conocimiento que nadie más parecía poseer.
Colocó el libro en una estantería, rodeado de otros textos igual de misteriosos, y caminó hacia la puerta. La campanilla sonó suavemente cuando la abrió, dejando entrar un rayo de luz que iluminó fugazmente su rostro.
—Porque al final, cada fragmento tiene un precio—musitó, desapareciendo entre las sombras de la ciudad mientras la tienda quedaba en silencio, custodiando sus secretos.
Biel abrió los ojos lentamente, sintiendo el peso de la confusión nublar sus pensamientos. El entorno seguía siendo etéreo, un paisaje de colores fluidos y cielos infinitos que parecían estar vivos. Su respiración se aceleró mientras intentaba comprender dónde estaba y por qué. Aún resonaban en su mente las últimas memorias de su vida: el sacrificio, el dolor, y la oscuridad final. Pero algo dentro de él se negaba a aceptar lo evidente.
—¡Esto no puede ser cierto! —exclamó, mirando a su alrededor, esperando encontrar una respuesta.
Fue entonces cuando una figura emergió de las brumas, alta y envuelta en un halo de luz tenue. Su rostro era indescifrable, pero su presencia era serena y autoritaria al mismo tiempo.
—Tú has muerto, Biel—dijo la figura con una voz profunda y calmada.
Biel dio un paso atrás, el corazón latiéndole con fuerza.
—No... no es posible… Mis amigos, ellos… ¿Están bien?
La figura asintió suavemente.
—Tus amigos están intentando traerte de vuelta al mundo de los vivos. Están luchando contra las mismas leyes que rigen este plano. Pero debes saber algo importante: su esfuerzo será en vano si la diosa de los espíritus no lo permite.
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Biel sintió una mezcla de alivio y desesperación. Sus amigos no lo habían abandonado, pero ahora dependía de una entidad desconocida, una diosa que aparentemente gobernaba este mundo.
—¿Dónde está esa diosa? —preguntó, su voz cargada de urgencia. —Debo hablar con ella, debo pedirle que me deje regresar.
La figura lo observó por un instante antes de responder.
—La diosa de los espíritus, Yael, reina y soberana de este plano, reside en la ciudad de Garderan. Es un lugar místico donde convergen espíritus y criaturas de toda naturaleza, pero hay algo que debes saber: los humanos no tienen lugar aquí, a menos que lleguen mediante la muerte.
Biel sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. Las palabras de la figura confirmaban que su situación era mucho más complicada de lo que había imaginado.
—¿Garderan? ¿Y qué sucede allí? ¿Cómo deciden qué pasa con los que llegan a este lugar?
La figura inclinó ligeramente la cabeza, como si estuviera considerando cuánto decir.
—Garderan es una ciudad de juicio. Aquí, Yael observa y decide el destino de cada alma: si merece ascender a los reinos superiores o ser enviada a las profundidades del infierno. En este lugar, todas las reglas humanas dejan de existir, y el juicio de la diosa es absoluto.
Biel tragó saliva, asimilando la magnitud de lo que acababa de escuchar. Después de un momento de silencio, formuló la pregunta que le carcomía la mente.
—¿Cómo se llama esa diosa? ¿Quién es realmente?
La figura sonrió con suavidad, y aunque su rostro seguía siendo un misterio, Biel pudo percibir un aura de respeto y reverencia en sus palabras.
—Ella es Yael, la diosa de los espíritus. Reina y soberana de este plano espiritual. Su poder y sabiduría son incomprensibles para los mortales, pero su juicio es justo. Si deseas enfrentarla, debes ir a Garderan y demostrarle que mereces una segunda oportunidad.
El corazón de Biel latía con fuerza. Sabía que su camino estaba claro, pero también que no sería fácil. Reuniendo toda su determinación, levantó la vista hacia la figura.
La figura frente a Biel comenzó a desvanecerse en el aire, dejando atrás un brillo tenue que pronto desapareció por completo. Antes de irse, sus últimas palabras resonaron en la mente de Biel:
—Ahora tienes que ir hacia Garderan, la gran ciudad, para encontrar a la diosa de los espíritus y pedirle que te devuelva al mundo humano.
Biel permaneció inmóvil por un momento, procesando lo que había escuchado. Sus puños se cerraron con determinación.
—Entonces, no hay tiempo que perder—dijo en voz baja. —Debo llegar a la gran ciudad.
Sin más, comenzó a caminar. El paisaje que se extendía ante él era de una belleza que desafiaba toda explicación: campos de hierba luminiscente que brillaban suavemente bajo un cielo que parecía un lienzo en constante movimiento, con colores que fluían y cambiaban como si tuvieran vida propia. Las montañas distantes parecían hechas de cristal y reflejaban el entorno con destellos iridiscentes.
Mientras avanzaba, Biel divisó algo en la lejanía. Una pequeña ciudad se alzaba entre las colinas, con torres que no eran tan imponentes como las que había imaginado para Garderan, pero que parecían emanar una energía acogedora. Las calles visibles desde su posición parecían vivas, llenas de movimiento y luces que danzaban en el aire.
—Eso no parece la gran ciudad… —se dijo a sí mismo. Pero al instante su decisión estuvo clara. Si quería encontrar a Yael, necesitaría orientarse, y ese lugar era su mejor opción.
Con renovada energía, Biel tomó rumbo hacia la pequeña ciudad. El camino estaba lleno de maravillas: árboles cuyas hojas parecían estar hechas de luz líquida, criaturas translúcidas que flotaban en el aire como si fueran corrientes vivas, y ríos que fluían con un agua tan clara que parecía no existir.
A medida que se acercaba a su destino, comenzó a notar que no estaba solo. En los bordes del sendero, sombras se movían entre los árboles. Biel se detuvo, sintiendo un escalofrío recorrer su cuerpo.
—¿Quién está ahí? —preguntó, su voz firme pero cautelosa.
De entre las sombras, emergieron figuras que no parecían humanas ni completamente espirituales. Eran criaturas con formas cambiantes, como si estuvieran hechas de humo y estrellas. No parecían hostiles, pero tampoco acogedoras. Una de ellas se detuvo frente a él, inclinando lo que podría considerarse su cabeza.
—Viajero humano, este no es tu lugar. Pero si buscas respuestas, la ciudad ante ti podría ayudarte—dijo con una voz que resonaba como un coro distante.
Biel asintió, agradecido, pero también inquieto. Las criaturas se desvanecieron tan rápidamente como habían aparecido, dejándolo solo una vez más.
Finalmente, Biel alcanzó la entrada de la ciudad. Los portales eran altos y arqueados, decorados con inscripciones que brillaban suavemente en un idioma que no podía comprender. Al cruzar, sintió una energía cálida envolverlo, como si la ciudad misma lo estuviera evaluando.
Las calles estaban llenas de actividad. Espíritus de todo tipo caminaban, flotaban o simplemente existían en armonía. Algunos parecían guerreros antiguos, otros eran sombras ligeras que se deslizaban entre los edificios. La ciudad era un mosaico de culturas y tiempos, y cada esquina ofrecía algo nuevo que descubrir.
Biel se detuvo un momento, admirando el lugar.
—Es hermoso… Pero necesito enfocarme.
Acercándose a un grupo de espíritus que parecían estar conversando, Biel preguntó con respeto:
—Disculpen, ¿pueden decirme dónde queda Garderan, la gran ciudad de los espíritus?
Los espíritus lo miraron con curiosidad, y uno de ellos, que parecía más sabio, respondió:
—Garderan está más allá de las montañas cristalinas, un viaje largo y lleno de retos. Pero si buscas a Yael, ten cuidado. Ella no recibe a los vivos con facilidad.
Biel inclinó la cabeza en señal de agradecimiento.
—Gracias. Entonces, continuaré mi camino.
Sin más que decir, abandonó la pequeña ciudad y se dirigió hacia las imponentes montañas que ahora se alzaban en el horizonte. Sabía que el viaje sería difícil, pero su determinación no flaqueaba. Yael lo esperaba, y con ella, quizá, su única oportunidad de regresar al mundo humano.