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Fragmento de lo Infinito [Español]
Capítulo 10: El Concilio del Umbral Divino

Capítulo 10: El Concilio del Umbral Divino

Capítulo 10

En un rincón alejado del universo, más allá de los límites del entendimiento mortal, se encontraba el Umbral Divino. Era un lugar sagrado y majestuoso, donde los dioses, en su infinita sabiduría y poder, deliberaban sobre el destino de los mundos. Bajo una cúpula translúcida que reflejaba el multiverso en constante movimiento, un concilio había sido convocado.

El aire en el Umbral era denso con energía. Columnas doradas se alzaban hacia el infinito, y un trono vacío en el centro simbolizaba la ausencia de Aetherion, el Dios de la Creación, cuya desaparición había dejado un vacío tanto literal como simbólico. Los dioses ocupaban sus respectivos lugares, cada uno irradiando una presencia única que reflejaba su dominio.

La atención de todos estaba fija en una pantalla de energía luminosa que flotaba en el centro del Umbral. En ella se proyectaba la imagen de un joven mortal: Biel. Su figura se movía con determinación, enfrentándose a peligros que pocos podrían soportar.

Solaryon, el Dios de la Luz, rompió el silencio, su voz resonante iluminando el salón como un rayo de sol.

—El equilibrio está en peligro. Ese joven mortal porta un poder que podría destruirnos a todos si no lo controla.

Nyxaris, el Dios de las Sombras, envolvía su figura en un manto de oscuridad que contrastaba con la intensidad de Solaryon. Respondía con calma, su voz como un susurro que se extendía por el Umbral.

—El equilibrio no es algo que deba forzarse, Solaryon. Ese chico es una chispa de cambio, y el cambio no siempre es destructivo. A veces, es necesario para evitar la decadencia.

Chronasis, el Dios del Tiempo, observaba a Biel con una mirada distante, sus ojos reflejando infinitas posibilidades.

—He visto las posibles líneas temporales. En algunas, él es nuestra salvación. En otras… es nuestra perdición. El tiempo aún no ha decidido.

Thalgron, el Dios de la Guerra, golpeó el suelo con su lanza, haciendo que el sonido retumbara como un trueno.

—¿Y qué hacemos mientras tanto? ¿Esperar a que elija? Si él se convierte en una amenaza, deberíamos actuar ahora, antes de que sea demasiado tarde.

Elaris, la Diosa de la Vida, levantó una mano en señal de calma. Su presencia emanaba una energía tranquilizadora, pero su tono era firme.

—No debemos olvidar que él no está solo. Hay quienes lo guían, quienes lo apoyan. No podemos juzgarlo sin considerar el contexto.

Veyrith, el Dios del Caos, sonrió con malicia, disfrutando del conflicto entre sus compañeros.

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—Y entre ellos está Acalia, ¿no es cierto? Una mujer con un pasado tan caótico como mi propio dominio. ¿No es fascinante cómo la balanza siempre encuentra formas de inclinarse?

Un murmullo recorrió el Umbral. El nombre de Acalia resonaba incluso entre los dioses.

Arselturin, el Dios de la Muerte, cuya voz era profunda y solemne, intervino.

—¿Qué sabemos de ella? ¿Por qué está tan cerca del portador del Fragmento?

Orivax, el Dios de la Sabiduría, inclinó la cabeza, sus ojos brillando con conocimiento acumulado a lo largo de eras.

—Porque ella también tiene un papel que desempeñar. Acalia no es una simple mortal. Su presencia junto al portador no es una coincidencia.

La pantalla cambió, mostrando a Acalia caminando junto a Biel. Su rostro, sereno pero lleno de determinación, ocultaba secretos que incluso los dioses desconocían.

Orivax continuó:

—Ella es una pieza clave en este tablero. Y si no la entendemos, no podremos prever el desenlace de este conflicto.

De repente, una voz grave y cargada de autoridad resonó en el Umbral. Era Xaltheron, el Dios del Vacío, cuya presencia era tan abrumadora que el aire parecía detenerse a su alrededor. Había permanecido en silencio hasta ese momento.

—Mientras ustedes discuten, los Reyes Demonios están despertando. Gard no es el único que busca los Fragmentos. Si ese chico cae, ellos reclamarán su poder, y nosotros no tendremos cómo detenerlos.

El nombre de los Reyes Demonios hizo que el ambiente se volviera más tenso. Todos sabían que el equilibrio no solo dependía de los dioses, sino también de mantener a los Reyes Demonios en su lugar.

Sylvaran, el Dios de la Naturaleza, tomó la palabra, su voz serena como el murmullo de un bosque.

—Entonces, ¿Qué proponemos? ¿Intervenir directamente? ¿O seguir observando?

Nyxaris se adelantó, su figura envuelta en penumbra.

—Observemos, por ahora. Pero si el portador del Fragmento pierde el control, no dudaremos en intervenir.

Mientras los dioses continuaban su debate, la pantalla mostró una escena que captó la atención de todos: Biel enfrentándose a una criatura oscura, su poder manifestándose en destellos de luz y sombra. Los dioses observaron en silencio, cada uno evaluando el potencial del joven.

Chronasis rompió el silencio.

—El tiempo nos dará la respuesta. Pero no podemos ignorar el impacto que Acalia tiene sobre él. Ella es su ancla, tanto para la luz como para la oscuridad.

En el campo, lejos de los ojos divinos, Acalia caminaba en silencio junto a Biel. El ambiente estaba cargado de tensión, pero también de una calma que solo el bosque podía ofrecer. Biel hablaba sobre sus dudas y el peso de su poder, mientras Acalia lo escuchaba con atención, ofreciendo palabras de aliento cuando era necesario.

De repente, una brisa helada recorrió el lugar, haciendo que Acalia se detuviera en seco. Sus ojos se entrecerraron, y su mano se movió instintivamente hacia la empuñadura de su espada. Biel notó su tensión y también se detuvo.

—¿Qué ocurre? —preguntó, mirando a su alrededor.

Antes de que Acalia pudiera responder, una voz resonó a su alrededor, profunda y cargada de una autoridad que no podía ser ignorada.

—Cuánto tiempo, querida Acalia.

Acalia se quedó inmóvil, sus ojos abriéndose con sorpresa y algo más: reconocimiento. Pero no dijo nada. La voz se desvaneció con el viento, dejando tras de sí un silencio que pesaba tanto como el aire antes de una tormenta.