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I. Prólogo - 1

Kiyoni del Atardecer Rojo avanzaba por los pasillos del palacio con paso firme. La madera finamente embellecida crujía bajo sus pies con cada paso, y en las paredes se sucedían las reliquias y tesoros cuidadosamente expuestos en pedestales de mármol y jade. Las paredes de papel estaban pintadas con un motivo distinto en cada habitación, y junto a cada puerta un silencioso sirviente se encargaba de abrir el paso a la princesa oni sin que esta tuviese que aflojar el paso.

Cuando llegó a las puertas de la sala del trono apoyó ambas manos en los portones, traídos desde algún país lejano, y los abrió sin vacilar. Dio un par de pasos hacia el interior de la estancia mientras sus ojos se hacían a la oscuridad interior y se detuvo.

Un trono de al menos cinco metros de altura se alzaba en el centro de la monumental estancia. Una colosal figura se recortaba en la oscuridad, mirándola desde el trono con una mezcla de curiosidad y hastío. Kiyoni siguió con la mirada la silueta desde la cabeza hasta el suelo, donde una de las enormes manos sujetaba una figura arrodillada contra sí. Probablemente un esclavo, o un sirviente. No le sorprendió. Además de varias hamacas de rica tela que colgaban decorando los laterales, el resto de la sala estaba relativamente vacía, bañada por la luz de los candelabros de hierro que colgaban sobre ellos.

No estaba sola. A su derecha percibió dos figuras más; debían de haber llegado poco antes que ella. Kiyoni echó un vistazo y no pudo evitar poner los ojos en blanco cuando reconoció la primera, un oni joven, aproximadamente de su edad, la observaba con la barbilla alzada. La condescendencia se filtraba a través de la máscara roja y blanco hueso que llevaba puesta, inspeccionándola de arriba abajo. El oni relajó los hombros, echándolos hacia atrás y haciendo resonar la enorme espada que portaba a la espalda mientras volvía a mirar al frente, ignorando a Kiyoni. Dos grandes cuernos rojos coronaban su cabeza.

La princesa apartó la mirada de Heiji con el mismo desdén y reprimió un resoplido. ¿Se trataba de algún tipo de prueba? Al emperador le encantaba hacerles competir desde que Kiyoni tenía memoria. Años atrás ambos demonios habían estado igualados, pero en los últimos años era ella la que solía salir victoriosa, aunque por poco margen. No iba a dejar que fuese distinto en esta ocasión.

El tercer oni no se había movido desde que la princesa había entrado en la sala, ni le había prestado atención al entrar. Kiyoni le miró, recordándole vagamente; era uno de los hermanos de más edad. Había sido poderoso muchos años atrás, creía recordar, pero su nombre ahora era irrelevante. Probablemente habría fracasado como los demás, pensó para sí misma. Tenía los hombros ligeramente hundidos y vestía largas ropas de seda propias de la corte, en contraste con su propia armadura o la de Heiji. Llevaba la barba recortada bajo una máscara gris de demonio. ¿Cuál era su nombre? ¿Koiji? ¿Koi? Eso debía ser. Kiyoni inmediatamente perdió interés en él y se centró de nuevo en la enorme silueta del trono, que había comenzado a moverse.

La gran figura se alzó, apartando repentinamente al esclavo y lanzándole a un lateral de la sala mientras se ponía de pie. La luz que entraba por los portones le alcanzó mientras se acercaba al pequeño grupo con dos grandes zancadas, dibujando el resto de sus facciones y revelando una siniestra sonrisa en su rostro. El rey demonio Oni se detuvo frente a Kiyoni y, tras un momento de silencio, acercó las manos del color de la ceniza hasta la cara de la princesa. Sujetándola con fuerza, la obligó a levantar la cara mientras se inclinaba sobre ella. Kiyoni era más alta y grande que muchos de sus hermanos, y más que casi cualquier humano que conociera, pero Oni era colosal. El trono estaba hecho a su medida. La princesa levantó la mirada mientras los largos mechones plateados de Oni caían a su alrededor, obligándose a mirarle con firmeza. Sus ojos oscuros brillaban con una expresión irreconocible. Oni apretó su cara aún más entre las manos, como si quisiera partirla en dos, y de repente su expresión cambió y aflojó la presión completamente. Terminó de inclinarse sobre ella y depositó un suave beso sobre su frente mientras susurraba.

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—Kiyoni, mi preciosa hija. Por fin estamos todos.

Se apartó tan súbitamente como se había acercado, pero ahora la expresión en sus ojos era de cariño. Comenzó a pasear lentamente frente a ellos mientras les observaba de reojo, parándose de vez en cuando para alzar la mano y palmeares con ánimo en los hombros.

—Os he llamado porque necesito que hagáis una cosa por mí. Ha habido un… pequeño suceso en la Ciudad Prohibida. He pensado que es una oportunidad estupenda para que me demostréis una vez más de qué sois capaces.

Se detuvo delante de Koi con las manos a la espalda, mirándole fijamente mientras su expresión se volvía inescrutable de nuevo. El oni mantuvo la mirada sin decir nada, y parecía a punto de agachar la cabeza cuando Heiji les interrumpió.

—¿Esto es por la casa de bailarinas? —preguntó, elevando la voz y mirando de soslayo a Kiyoni, claramente complacido por estar más informado que ella.

Oni mantuvo la mirada sobre Koi durante un segundo más y, inclinando la cabeza, se giró apra dedicarle una encantadora sonrisa a Heiji.

—Eso es, hijo mío. Para los que no lo sepáis, anoche hubo una fuga en la Ciudad Prohibida —explicó con tono casual mientras colocaba la mano en el hombro de Heiji. Comenzó a hundir los dedos con fuerza mientras el joven demonio apretaba los dientes de dolor—. Cinco prisioneros han escapado de esa casa. Podéis ir a la Ciudad Prohibida a preguntar, buscar testigos, o usar magia para rastrearles, me da igual. Pero los quiero de vuelta.

El rey aflojó la presión sobre Heiji, que volvió a erguirse sin decir nada, y dio un paso hacia atrás mientras les observaba.

—El que más prisioneros me traiga ganará la prueba. No hay más.

Kiyoni alzó la voz por primera vez.

—Entiendo que si quieres recuperarlos, los quieres de vuelta viv…

Oni levantó un dedo, silenciándola.

—Los quiero de vuelta. Vivos o muertos. Pero os recomiendo que os pongáis en marcha lo antes posible —añadió, acercando la mano suavemente hacia ella y acariciándole la mejilla con gesto paternal—, porque a cada minuto que pase estarán un poco más lejos.

Retiró la mano y se volvió hacia Heiji para despedirse, pero Kiyoni no esperó y comenzó a andar hasta la puerta. Se había despedido primero de ella, y podía ser la primera en marcharse; le había dado ventaja intencionadamente. Sonrió entre dientes mientras se alejaba por los pasillos; era la favorita.

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