Se acercó dando grandes zancadas hasta el límite del patio en dirección al castillo. Ninguno de los soldados pronunció palabra mientras se acercaba. Akemi había acudido en algún momento del combate y la observaba de pie junto a Lin mientras se sujetaba con cuidado el vientre, con un sobrio séquito de sirvientes detrás de ella.
Kiyoni se dirigió primero a Lin.
—Necesito que me cures. ¿Puedes hacerlo? Me ha alcanzado varias veces.
—Sí, claro que sí. Dame la mano.
Lin comenzó a pasar la palma de la mano por las distintas heridas. Ninguna era de gravedad y todas cerraron rápidamente. Sin embargo, seguía cubierta de sangre y sudor y su aspecto era intimidante.
La princesa miró a Akemi, que mantuvo el rostro alto. La oni le sacaba dos cabezas de altura.
—Supongo que si he matado a Koku, ahora su provincia es mía. ¿Es correcto?
—Así es, señora. Todo el Yelmo Amurallado y todos nosotros estamos a vuestra disposición.
—Ya veo.
Kiyoni echó un vistazo alrededor. Todos los soldados que habían estado entrenando habían vuelto, a la espera de nuevas órdenes y tratando de ver quién sería su nueva dueña. Era un ejército imponente; todos estos soldados eran suficientes para invadir las Llanuras Eternas, como había temido Tomoe, o cualquiera de las otras provincias. Se preguntó durante un momento si serían suficientes para tomar la capital.
Suspiró profundamente e invocó el contrato de lealtad a su padre. Estaba dirigido al gobernador del Yelmo; Kiyoni lo leyó brevemente por encima y firmó sin más miramientos. Había venido a hacer un trabajo.
Se giró de nuevo a Akemi.
—Tú. Necesito impuestos. ¿Quién suele llevar el control sobre estos temas? ¿Alguien además de Koku?
Los ojos de Akemi brillaron durante un momento, buscando la oportunidad de conseguir seguridad para ella y su hijo.
—Yo solía supervisar todos los trámites de mi marido, señora. Puedo encargarme de enviar los impuestos correspondientes a la capital.
—Entonces encárgate de eso. Y vosotros —se giró, levantando la voz hacia los soldados—. Eh… No tengo órdenes para vosotros ahora. Seguid con vuestros entrenamientos y vuestra rutina —miró a Lin, desesperanzada, y bajó el tono—. No quiero tener que ocuparme del Yelmo. No me gusta esta provincia.
—Es tu premio por vencer a Koku. ¿No dijo tu padre que tenías que desear más?
—Pues yo no deseo esto —se dirigió de nuevo a la pequeña humana—. ¿Dónde están el resto de los onis? ¿Tiene que haber más en la provincia, no?
—Mi mari… Koku era bastante receloso de sus hermanos, señora. Algunos sirven en el norte, cerca de la frontera con la capital y las Llanuras, pero no hay más en la ciudad.
Kiyoni puso los ojos en blanco, pensando rápidamente. Quería resolver esto y volver a casa sin la necesidad de complicarlo más.
—¿Llevas al hijo de Koku, verdad?
Akemi se acarició el vientre como acto reflejo y respondió, decidida.
—Sí, es suyo. Pero os aseguro que no será una amenaza. No hay necesidad de que…
—Muy bien. Entonces ocúpate tú de la provincia hasta que nazca el crío. Yo no voy a hacerlo, desde luego. Ya conoces el terreno y las finanzas de Koku, y no querrás dejarle una provincia arruinada a tu hijo, ¿verdad?
Akemi parpadeó, sorprendida. Lin la también miraba incrédula.
—¿Yo, señora?
—¿No decías que supervisabas todos sus trámites? Me parecen suficientes credenciales. La provincia seguirá siendo mía hasta nazca el niño, claro está: él tendrá sangre demoníaca suficiente para gobernar. Pero mientras tanto, ocúpate de administrar todo, supongo. Te mataré si fracasas.
Akemi la miró con los ojos muy abiertos y se lanzó al suelo con una reverencia. El resto de sirvientes la siguió, y Kiyoni arrugó la nariz, molesta.
—Bueno, suficiente. Por ahora ocúpate de que los impuestos correctos lleguen a la capital. Y eh… supongo que recibirás noticias mías. O volveré en algún momento. Tengo mucho que hacer antes, la verdad. Lin, ¿nos vamos?
La muchacha seguía mirándola sorprendida, pero asintió con la cabeza y se colocó junto a ella.
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—Sí, sí. Nos vamos. De vuelta a la capital.
—¡Eh! ¡Vosotros de ahí! ¿Qué está pasando?
Una voz grave resonó en la distancia. Akemi y la corte levantaron la cabeza, sorprendidos, y Kiyoni giró sobre sí misma buscando el origen de la voz.
Un oni se alzaba sobre uno de los muros del castillo. Descendió de un salto y comenzó a andar hacia el grupo mientras los guardias se apartaban para dejarle pasar, intimidados. Las pisadas resonaban por todo el patio.
Era enorme, al menos un par de cabezas más alto que la princesa. Se apartó la máscara al acercarse, dejando ver su ceño fruncido y su piel casi tan gris como la de Kiyoni. Una oscura barba recortada le tapaba parte de la cara, tras la cual se apreciaban rasgos duros. Iba vestido con una armadura de placas plateada, pero llevaba los brazos al descubierto.
—¿Dónde está Koku? —inquirió directamente a Kiyoni. Ella no se dejó intimidar a pesar de su proximidad.
—Muerto —respondió secamente—. ¿Quién pregunta por él?
El oni entrecerró los ojos, intentando reconocerla, y cruzó los brazos.
—Han. Así que tú debes de ser la nueva. Has crecido bastante —rió entre dientes—. He sentido que algo estaba ocurriendo. ¿De verdad le has matado?
Kiyoni chasqueó la lengua, decidiendo cómo responder, pero el demonio no parecía tener intenciones de atacar.
—Puso sus condiciones para entregar la firma de su provincia, y las he cumplido. ¿Así que tú también me conoces? ¿De qué?
—Del palacio, hace años. A ti y otro puñado de críos aspirantes. ¿Cuál era el nombre? ¿Kiyoni? Ha pasado bastante tiempo —dijo, desinteresado. Pasó la mirada lentamente por el grupo de la corte y se detuvo al llegar a Lin—. Parece que no vienes mal acompañada.
Lin inclinó la cabeza ligeramente y, sorprendentemente, Han la imitó. Kiyoni levantó las cejas y la miró.
—¿También has intentado matarle a él?
Han soltó una carcajada y negó con la cabeza.
—Tu pequeña asesina nunca se ha presentado en mi puerta. Sería un combate digno de ver. No, aunque su fama ha llegado a todos los rincones del imperio. Pero volviendo a lo importante, supongo que me encuentro frente a la nueva gobernante del Yelmo Amurallado, ¿no es así?
Kiyoni bufó.
—Parece que sí. Y tú eres… ¿el dueño de la Tierra del Sol Naciente? Tomoe me ha hablado de ti. Sabes que tendré que ir a visitarte pronto.
Han le sonrió.
—¿Y me darás el mismo trato que a Koku?
—Respetaré tus condiciones, al igual que lo hice con él —la princesa volvió a mostrarse impasible frente al enorme oni—. Así que, si no es mucho preguntar, ¿qué condiciones me darás para firmar?
—Vaya. Segura de sí misma. Me gusta —Han asintió con aprobación y comenzó a andar a su alrededor lentamente—. Soy el más fuerte de los hermanos. Protejo la frontera de Korinsei de invasiones y ataques del exterior desde mi provincia en el oeste. Mis ejércitos son los más numerosos, los mejores entrenados… con una excepción —terminó de dar la vuelta y se detuvo frente a ella. La miró inclinando la cabeza—. Los del Yelmo. Tus ejércitos tienen suficiente fuerza como para dirigir un ataque contra, digamos, el propio Oni. Y resulta que tanto tu provincia como la mía lindan con la capital.
Kiyoni alzó la cabeza y le sonrió enseñando los dientes.
—¿Un ataque directo? Qué ambicioso. ¿Por qué todo el mundo ha decidido rebelarse últimamente?
—¿Todo el…? Ah. Supongo que Koi también ha hablado contigo. Tiene sentido —Han la observó un momento mientras alzaba la barbilla, midiéndola—. Al principio pensé que eran delirios suyos, pero lo cierto es que tiene ideas muy interesantes. El potencial de los humanos se desperdicia en el imperio de nuestro padre. He estado reflexionando… y es momento de cambiar las cosas. Guerreros como tu asesina, sabios, artesanos legendarios, todos ellos se pudren en la Ciudad Prohibida cuando podrían estar sirviendo al Imperio, enseñándonos qué hay más allá. Podemos aprender de ellos. Es momento de cambio.
—¿Y serás tú el que lo traiga? —Kiyoni se cruzó de brazos.
—Sí. Idealmente, con ayuda de tu ejército. Aunque… puede que me tenga que apañar sin él. Qué cara más agria, hermana. No pareces muy convencida con mi causa.
—No voy a traicionar a Oni, Han. No pondré los ejércitos del Yelmo al servicio de la estúpida revolución humana del viejo. Tengo una misión, y llegado el momento nos volveremos a encontrar y te pediré tu firma. No hay más.
Han le sonrió amenazante y su figura pareció crecer sobre ella. Durante un momento, su presencia le recordó a la del emperador, y sintió un escalofrío. Tuvo que luchar por mantenerse firme.
—Entonces, cuando llegue ese momento, tendrás que demostrarme que eres más fuerte que yo. O tu nombre pasará al olvido.
Se observaron durante un momento sin decir nada, y finalmente Han dio un paso atrás, echando un vistazo al resto de figuras que escuchaba la conversación.
—Aunque me impresiona que te hayas deshecho de Koku —dijo en un tono más casual—. ¿Cómo lo has hecho? Intenté matarlo un par de veces para hacerme yo mismo con sus soldados, pero no dejaba de resucitar.
—Tengo mis… métodos —respondió Kiyoni cautelosa mientras observaba al oni inspeccionar a Akemi y al resto de la corte.
—Una chica de recursos. Y… ¿qué vas a hacer con la provincia y el ejército mientras te ocupas de tu misión? Relájate; me has dejado clara tu posición. No voy a insistir más… al menos por ahora.
—Va a quedarse todo como está. No tengo tiempo de ocuparme de todo esto en persona, y al contrario que vosotros no voy a comenzar ninguna campaña bélica yo solita. Akemi se ocupará de las cosas por aquí hasta que se me ocurra qué uso darle a este sitio, supongo —dijo, haciendo un gesto hacia la dama, que continuaba de rodillas junto al resto de la corte.
Han miró a Akemi durante varios segundos, y luego se volvió hacia Kiyoni.
—¿Has dejado a una humana al cargo?
—¿A quién si no? Lleva al hijo de Koku. Conoce la provincia. No hagas parecer esto más de lo que es —Kiyoni se encogió de hombros, incómoda, mientras una sonrisa se dibujó lentamente en el rostro de Han.
—Así que una humana gobernando en el Yelmo. Esto no es lo que esperaba encontrar, en absoluto. Me has dejado intrigado, Kiyoni. Va a ser interesante seguir tu viaje por Korinsei. Te espero en las Tierras del Sol Naciente… y espero que para entonces tú también hayas podido reflexionar.
La figura de Han se desdibujó y un segundo después apareció de nuevo en lo alto del muro. Levantó un brazo para despedirse y, emborronándose de nuevo, desapareció.
Lin miró a Kiyoni, que puso los ojos en blanco y soltó el aliento. Asintió con la cabeza. Las llamas crepitaron a su alrededor, y Lin las lanzó de vuelta a las puertas de Oni.