Era ya media tarde, y aunque seguía habiendo luz en el cielo el calor del mediodía había comenzado a disiparse. Comenzaron a pasear calle arriba sin ningún rumbo en particular.
—Ojalá no tuviéramos que almorzar mañana en el palacio de los gemelos. Quiero comer en La espada y la Carpa todos los días.
—Me alegro que te haya gustado, jefa. No sabía si seguiría abierto. Me ha gustado verles de nuevo.
Kiyoni meditó durante un momento y la miró de reojo.
—Oye, Lin, si creciste en esta ciudad, ¿no hay más gente a la que quieras visitar? Tenemos toda la tarde y no conozco el Puerto. Enséñame el lugar donde creciste.
—Yo… creo que te aburriría un poco. Quiero decir, no hay mucho que ver. Es un barrio humilde. Y probablemente Oba muriera hace mucho, ¿sabes? No hay motivos para visitar el sitio—Lin hablaba rápidamente, forzando un tono casual, pero era evidente que había estado dándole vueltas.
—Bueno, de todas maneras tenemos que matar tiempo hasta mañana. Si hay otros sitios que valgan la pena, también me valdrán. ¿Conoces más restaurantes como este?
—A lo mejor sí que podemos hacer una parada rápida —Lin la interrumpió de repente. Había dejado de escucharla y cavilaba para sí misma—. Pero tendrás que esperarme; no creo que nadie se espere verme acompañada de una oni. Vale, creo que podemos visitarles, sí. Si estás de acuerdo. Ven conmigo.
La joven se desvió inmediatamente a la calle de su izquierda y Kiyoni se apresuró a seguirla. Ocasionalmente los mercaderes con los que se cruzaban trataban de aproximarse a ellas, pero Lin les apartaba de su camino sin molestarse en dirigirles una palabra. No parecían ofenderse. La princesa agradeció no tener que ocuparse de ellos.
Ascendieron por las calles hacia las afueras de la ciudad, alejándose del puerto. Los edificios se tornaron más bajos, y la multitud menos opresiva. Las callejuelas comenzaron a vaciarse y los edificios se volvían más humildes con cada giro que tomaban. Finalmente se detuvieron en una plazoleta, rodeada de viviendas de madera. El empedrado había desaparecido y había ropa tendida en las ventanas por toda la plaza, secándose con la brisa de la tarde. No parecía haber nada mucho más allá, en las calles laterales; debían de estar cerca del límite de la ciudad. Lin respiró hondo y se giró hacia Kiyoni.
—Es aquí. Tienes que darme un momento, ¿vale? Espérame en esta esquina. Siento que no haya mucho que ver por aquí.
Kiyoni asintió y se apoyó en uno de los muros, escondiéndose ligeramente entre las sombras de los tejados. Lin se acercó hasta uno de los portales y llamó a la puerta.
Una mujer humana abrió y miró a Lin con desconfianza, que comenzó a hablar con grandes aspavientos. La mujer la miraba sorprendida, y pareció hacer preguntas de vuelta, pero la princesa no escuchaba bien la conversación desde su posición sin utilizar magia. Lo dejó estar; Lin podía tener esto. En algún momento la asesina hizo gestos hacia Kiyoni y la mujer la miró más sorprendida aún, pero tras unos minutos de explicación esta se acercó a Lin y la abrazó. Gritó algo al interior del edificio, y varias personas más se asomaron, en su mayoría niños.
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Los adultos parecían reconocer a Lin, y la tomaban del brazo y la abrazaban mientras la bombardeaban a preguntas. Los niños rondaban desde cierta distancia, intentando ubicar a la recién llegada, y poco a poco comenzaron a aproximarse también a ella. Kiyoni les observó desde la distancia sin intervenir, curiosa por el efecto que Lin tenía en el grupo. Parecía una heroína, rodeada por admiradores que querían tocarla y hablar con ella. Algunos adultos comenzaron a sacar sillas, dispuestos a prolongar el encuentro, y alguien sacó una cesta con bollos. Una pequeña multitud comenzó a formarse alrededor de la joven mientras la princesa observaba con curiosidad.
Pasados unos minutos, una nueva figura salió del edificio. La gente se iba apartando a su paso para abrirle paso hasta Lin. Parecía un hombre mayor, casi anciano, aunque se reflejaba en sus movimientos. Caminó con confianza hasta la joven, y cuando Lin le vió corrió a hacerle una reverencia con respeto. Kiyoni entrecerró los ojos, internado reconocerle. Sus movimientos le resultaban familiares, pero no logró ubicarle. Estaba segura de no haberle visto antes. El encuentro se prolongó más de lo esperado, pero Lin terminó por hacer unos gestos de disculpa y se despidió. Comenzó una nueva ronda de abrazos, más cálida que la anterior, y después de un largo rato la joven volvió trotando hacia Kiyoni con una sonrisa de alivio en la cara.
—Ya está. Oba ya no está, pero… he podido ver a todos los demás, y están todos bien. —Carraspeó ligeramente—. Oye… gracias por esto.
—No tienes que darlas —respondió la oni, restándole importancia—. Has hecho un buen trabajo hasta ahora, con el restaurante y con Koku y todo eso. Considéralo una recompensa, supongo. Pero toda esa gente… ¿te conocen? Pareces popular.
—Ah, eso. Algunos son viejos conocidos, pero la mayoría simplemente han escuchado historias y rumores. Quieren conocer a la humana que se enfrentó a Oni, a los gemelos, y todo eso. La verdad es que no sabía que la historia había llegado tan lejos —se encogió de hombros y echó a andar.
—¿Y quién era el anciano del final?
—Ese es Seijuro, aunque no le gusta que le llamen por su nombre. Fue mi maestro durante mis años de entrenamiento. Tiene un dojo a las afueras de la ciudad, pero no toma muchos aprendices. La verdad que fue una suerte aprender de él.
Ahora sí, Kiyoni logró ubicarle. Miró a Lin, impresionada.
—¿Estás diciendo que entrenaste con uno de los tres grandes maestros? ¡Seijuro era compañero de Daikon!
—¿Quién es ese?
—Mi maestro. El que me enseño a combatir. No me extraña que seas tan fuerte. ¿Y dices que está aquí escondido, en el Puerto? Pensaba que había muerto hace años.
—¿Le conoces?
—No, pero… he oído hablar mucho de él. Tal vez deba comentárselo a Daikon a la vuelta —dijo Kiyoni, pensativa.
—Si está intentando pasar desapercibido, debe de tener sus motivos. Deberíamos mantener el secreto. Por cierto, todavía tenemos que encontrar un sitio para dormir si no queremos pasar la noche en el palacio. Tengo una idea.
—¿A dónde vamos?
Lin le sonrió.
—Al burdel más exclusivo de la provincia. Sígueme.