Mandó a Kiyoni y Lin a esperar a un pequeño salón contiguo mientras ella daba órdenes por el palacio. Ambas observaban a la dama humana que les servía el té; Kiyoni con desconcierto, y Lin con curiosidad.
“No está dominaba mentalmente”, observó Kiyoni. “Tiene la corte llena de humanos sin dominar. Es una excéntrica.”
Lin aceptó la taza de té de la dama con una sonrisa y dió un sorbo, midiendo sus palabras.
“Las Llanuras Eternas son uno de los pocos lugares seguros para los humanos. La dama Tomoe es popular entre nosotros.”
“La corte debería estar compuesta por onis. Ese es el orden del imperio. Está jugando a hacer lo que quiere porque sabe que Oni no le va a llamar la atención”.
“¿Te… molesta?”, tanteó Lin, mirándola de reojo. Kiyoni lo pensó un momento.
“No, sólo me desconcierta. No sé por qué Tomoe quiere rodearse de humanos. Pero supongo que es su provincia, y puede gobernarla como quiera.”
“Bueno… también hay onis en la corte”, señaló la joven, intentando desviar su atención de los humanos. “Aunque son extraños. Es como si no encajasen del todo en el palacio.”
Kiyoni sabía a qué se refería. Todos los cortesanos, humanos u onis, se movían en perfecta sintonía con elegantes movimientos perfectamente estudiados, y aun así parecían ligeramente fuera de lugar. Algunos de los ellos claramente pertenecían al campo de batalla, como desvelaban sus músculos bajo las ropas ceremoniales. Otros parecían elegidos para puestos que deberían haber dejado atrás hacía años, otros parecían demasiado jóvenes para su posición. Recordó el comentario de Nioh sobre las muñecas perfectas; tenía mucho más sentido ahora que podía verlo en persona. La corte parecía una obra ensayada.
La dama Tomoe no tardó mucho en regresar. Sonriendo, tomó a Kiyoni de la mano como si fuese una vieja amiga y las llevó por todo el palacio, guiándolas por las salas y jardines. Cada cojín, cada rama de árbol y cada sirviente parecía colocado de manera intencionada para que la escena luciera en su máximo esplendor, y Kiyoni no pudo evitar admirar la dedicación de Tomoe a su palacio. Ella parloteaba suavemente sobre los orígenes de una reliquia o de la calidad de las flores del jardín; luego parecía recordar el motivo de la visita de Kiyoni y riendo le restaba importancia aludiendo a la humildad de su provincia. Tras el mediodía, Tomoe anunció que había preparado una visita a los campos cercanos a la ciudad, ya que habían captado la atención de Kiyoni durante el viaje. Después de un almuerzo ligero, inmaculadamente preparado, unos sirvientes vestidos de manera impoluta trajeron caballos para el pequeño séquito y las tres salieron a cabalgar.
Tomoe continuó con su parloteo durante el paseo. Una vez aclarada la amenaza de peligro, parecía contenta de conversar también con Lin, aunque esta mantenía un tono cordial por la proximidad de Kiyoni. Sin embargo, la princesa había dejado de escuchar; estaba ocupada inspeccionando los animales.
—¿Dónde has conseguido bestias así? No hay muchos caballos en el imperio, y estos no se parecen a ninguno que haya visto en la capital.
Halagada, Tomoe palmeó el lomo de su montura.
—Hay muchas manadas de caballos salvajes aquí en las Llanuras. Normalmente dejamos que se críen en libertad; mejora su resistencia. Pero siempre capturamos a los mejores ejemplares para su doma. Cada año entrenamos sólo unas cuantas docenas, para no limitar a las manadas, y dejamos que el resto críen en libertad. Es un proceso largo, pero vale la pena.
—¿Los campesinos no los utilizan como bestias de tiro?
—Mis caballos son la envidia del resto de provincias —respondió Tomoe, ligeramente ofendida—. Por supuesto que no se utilizan como bestias de tiro. Son criaturas nobles, inteligentes; animales de lujo que no todos se pueden permitir. ¿Ves cómo les reluce la piel? Además, hay suficientes refugiados y campesinos en las Llanuras para ocuparse de labrar la… oh —Se tapó la boca, consciente de sus palabras. Miró a Kiyoni un momento y luego se echó a reír—. Ya veo. Quieres mis caballos.
La princesa la miró, triunfante.
—Claramente es algo de lo que puedes prescindir, ¿y qué mejor obsequio para nuestro padre que algo de lo que hablas con tanto orgullo?
Tomoe la evaluó durante un momento, sonriendo, y sacudió la cabeza dramáticamente.
—Supongo que tienes razón. ¡He cavado mi propia tumba! Pero no te entregaré todos mis caballos; sólo los necesarios para cubrir la cifra correspondiente, ¿está bien?
Kiyoni tiró de las riendas suavemente para colocar a su caballo junto al de la oni y le tendió la mano. En lugar de sacudirla, Tomoe le ofreció la suya propia por un gesto altanero. Kiyoni soltó una carcajada y tomó la mano de le ofrecía, depositando un beso de manera teatral. Tomoe sonrió, satisfecha.
—Mis caballos como impuestos. Y la firma por tu visita.
—Parece que tenemos un trato.
—Muy bien. —Los ojos de Tomoe brillaban decididos—. No sabéis cómo me alegro de tener visita después de tanto tiempo. Las cosas pueden volverse muy aburridas por aquí.
Comenzaron a cabalgar de nuevo.
—¿Cuándo fue la última vez que alguien vino a cobrar los impuestos?
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Tomoe sopesó la respuesta, pensativa.
—Bueno… Papá ha venido varias veces después de que yo comenzara a gobernar la provincia. Cada diez años, o así. Aunque… —miró a Kiyoni, y sonrió— es la primera vez que manda a alguien distinto a hacerlo. Es una buena señal; debe de tener mucha esperanza puesta en ti. No es una tarea menor.
—¿Ah, no? Pero las cosas han ido bastante bien aquí en las Llanuras. No ha sido difícil. Esperaba que fuese igual de fácil en las otras provincias.
—No, no. Si yo fuera tú, intentaría hablar con los demás en orden. Sabes, del más débil al más fuerte. Sólo para que no te encuentres con problemas.
—¿Qué me recomiendas, entonces?
Tomoe comenzó a enumerar con los dedos mientras continuaban paseando.
—Koku gobierna el Yelmo Amurallado, al sur de aquí. No estoy segura, pero probablemente te pida un combate antes de aceptar firmar, aunque tienes pinta de saber manejarte en el campo de batalla. Si sigues por la costa llegarás a Puerto del Desprecio. Allí gobiernan los gemelos, Kei y Keiji. Después… esto… vendrían las islas. Mon es el líder de Tortuga, Mei de la Lanza Sangrienta, y luego está la Isla de la Gente Libre, de Onno. Finalmente, Jin y Han gobiernan las provincias del oeste; la Gran Forja al sur, y el Sol Naciente al norte. Es como seguir un círculo desde aquí de vuelta a la capital.
Kiyoni la miró confundida un momento.
—¿Por qué la provincia de Han se llama el Sol Naciente si está al oeste? ¿No debería ser… el Sol Poniente?
—Es cierto que puede resultar un poco confuso. Es el oeste, visto desde la capital —aclaró Tomoe, afable—. Pero visto desde las Tierras Ardientes, es el horizonte por donde sale el sol cada mañana.
La princesa seguía mirándola sin comprender.
—¿Y qué tienen que ver las Tierras Ardientes con Han?
—Ah —replicó Tomoe, elevando las cejas—. Claro, tal vez eres demasiado joven para conocer la historia. Esa provincia pertenecía a las Tierras Ardientes hace siglos. Es la primera que conquistó papá cuando comenzó a construir el imperio, y mantuvo su nombre original. Luego terminó de unificar las provincias y las islas, y las repartió entre los onis que tuviesen suficiente fuerza para tomarlas. Aunque claro, eso fue mucho antes de que yo naciera.
—Pero… ¿por qué las Tierras Ardientes?
—Oni, la entidad demoníaca, el rey demonio, apareció en las Tierras Ardientes por primera vez hace mil años. Retomó la provincia del Sol Naciente, de la que se habían apropiado los extranjeros siglos atrás, y continuó su guerra por todo el continente. ¿No lo sabías?
Kiyoni parpadeó mientras intentaba comprender la nueva información. Lin escuchaba atenta, sin pronunciar palabra.
—No… no me lo había planteado nunca. Sé que fue invocado desde el infierno, conquistó Korinsei, y no ha sido derrotado desde entonces. No sabía que había más en la historia, o que venía del oeste.
Tomoe rió, espoleando a su caballo.
—Bueno, ya lo sabes. La verdad es que no hay mucho más; todo lo que has dicho es cierto. Pero ese es el motivo del nombre; seguro que puedes encontrar muchas reliquias extranjeras en la provincia de Han. Es como la última muralla antes de llegar a las tierras bárbaras.
Recorrieron el camino de vuelta acompañadas por la voz de Tomoe, que continuó hablándoles de la historia de su propia provincia y sus campos. Al rellenar al palacio se disculpó efusivamente por no poder ofrecer más que una cena básica en la sala de la corte; el banquete tendría lugar al día siguiente, con más margen de tiempo. Después habría un espectáculo y Kiyoni podría volver a la capital con su documento y sus impuestos. Tras la cena y unas bebidas afrutadas, un sirviente acompañó a Kiyoni hasta su habitación, tan perfectamente decorada como el resto del palacio. También habían preparado una habitación para Lin.
Había comenzado a desvestirse cuando escuchó un carraspeo tras la puerta. La abrió con curiosidad y se encontró con tres figuras, vestidas con ropas coloridas y máscaras de teatro kabuki. Eran dos hombres y una mujer; la primera de ellas le hizo una reverencia y se dirigió a la princesa.
—Señora, la dama Tomoe nos envía para ofreceros una pequeña obra con la que entreteneros antes de descansar. Si preferís que nos retiremos, sólo tenéis que decirlo.
Les hizo pasar, guiada por la curiosidad. Comenzaron a montar un pequeño escenario improvisado con telas de colores mientras Kiyoni se acomodaba sobre unos cojines, mirándolos. Una vez todo estaba preparado, las tres figuras se giraron hacia ella e hicieron una reverencia hasta el suelo.
La obra comenzó. Era una historia tradicional que Kiyoni había escuchado cientos de veces en la calle, en los teatros, en las cortes. Una hermosa princesa, secuestrada por un villano, era rescatada por un valiente héroe. El actor que interpretaba el papel del héroe narraba la historia despacio, acompañado por los gestos dramáticos de los dos otros actores y una pieza de madera que golpeaba para hacer resonar y enmarcar sus palabras. Kiyoni observaba atenta; como todo lo que Tomoe hacía, la obra estaba perfectamente enmarcada, perfectamente preparada e interpretada. Se encontró siguiendo la obra por la habilidad y los gestos de los actores, no por la historia que tan bien conocía.
Cuando llegó el momento del rescate de la princesa, los actores se detuvieron un momento observando a Kiyoni desde la penumbra. Ella entendió. Podría intervenir, recolocarlos como las muñecas de Tomoe que eran, cambiar la historia. El héroe podía fracasar, y el villano triunfar. Se regodeó en la posibilidad durante un momento, pero alzó la mano y con un gesto les indicó que continuasen.
Los tres actores retomaron sus movimientos como si nunca se hubiesen detenido. El actor, oculto por la teatral máscara, narró el duelo, el combate, y la subsecuente derrota del villano. Acercó a la princesa hasta él, rozando sus máscaras en un beso simulado, envueltos en cintas de colores. Kiyoni estaba totalmente embelesada en sus gestos, y la ilusión no se rompió cuando volvieron a girarse hacia ella. Los derrotados merecen su castigo, narraba la figura del príncipe, mientras hacían colocarse al villano de rodillas. Kiyoni intuyó que volvían a esperar algo de ella; se recolocó sobre los cojines, curiosa, y volvió a indicar que continuasen.
La figura de la princesa se inclinó sobre el villano, y con un solo tirón le arrancó el disfraz y la ropa con un movimiento claramente preparado. Quedó de rodillas frente a los héroes de la historia, desnudo e indefenso, sólo tapado por la máscara.
Esto sí que era nuevo. Kiyoni se incorporó hacia delante con media sonrisa mientras observaba a los otros dos actores despojarse de su ropa y comenzar a utilizar al villano derrotado para su propio placer. Les observó aprovecharse de él mientras le daban vueltas y le cambiaban de posición tocándolo y golpeándolo de manera que no había visto en la obra hasta entonces, y cuando la princesa le agarró por la cabeza para acercarlo hasta Kiyoni, esta también se terminó de desnudar, sonriendo, y le apretó contra ella mientras el héroe empujaba desde detrás.
Ya con la oni participando, la dinámica cambió y dejaron atrás los roles de la historia. Kiyoni yació con los actores, con la actriz, todos participando en su placer como invitada de honor hasta que estuvo satisfecha y los despachó, sudando entre los cojines. Aún con las máscaras puestas, recogieron las cintas del escenario y se cubrieron rápidamente de nuevo con su ropa. Hicieron una reverencia profunda como despedida, y dejaron la habitación. Kiyoni sonrió mientras se arrastraba hasta la cama. Tendría que darle las gracias a Tomoe.