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Crónicas de Korinsei [Español]
2. Las Llanuras Eternas - 5

2. Las Llanuras Eternas - 5

La propia Tomoe les acompañó hasta la puerta del castillo.

—No sabes cuánto he agradecido tu visita, querida hermana. ¡Eres bienvenida a venir cuando quieras! Ah, y mucha suerte con tu misión. Estoy segura de que lo harás genial.

Kiyoni y Lin se habían mantenido en silencio hasta entonces. La princesa se había calmado poco a poco, y Lin parecía estar meditando sobre las palabras de su señora. Ninguna se mostraba ya hostil, pero era difícil igualar el entusiasmo de Tomoe.

—Ha sido una visita… única, desde luego —respondió Kiyoni con un suspiro—. Por cierto, ¿Koku no es el gobernador de la siguiente provincia? ¿Qué era eso de atacarte?

—Si, lo es —Tomoe hizo un mohín, inflando las mejillas—. La mayor parte de los ejércitos de papá están en el Yelmo Amurallado. Pero las tierras son yermas; apenas hay cultivos, ni granjas. Sólo cuarteles y murallas; de ahí el nombre. Importan la mayor parte de la comida. Y es habitual que Koku mande batallones al sur de mis tierras, tanteando cuánto terreno podría tomar. Aunque… ahora que has prometido defenderme, estoy mucho más tranquila.

La oni le sonrió, encantadora. Kiyoni siguió pensando.

—¿Qué más sabes de él? ¿Será fácil conseguir su firma?

—Probablemente tengas que enfrentarte a él. Te pedirá un duelo o algo similar. Parece muy formal, pero… no te fíes del él.

La princesa asintió, decidida. Podía continuar preguntando, pero sería más rápido ir a ver a Koku y lidiar con él directamente.

—Creo que eso es todo, entonces. Estaré esperando tus caballos, no lo he olvidado. Y espero verte en la capital en alguna ocasión.

—¿Quién sabe? Si las cosas te van bien, es muy probable que volvamos a vernos en el futuro. Adiós, Kiyoni. Y buena suerte.

La dama Tomoe se retiró de nuevo al interior, dejando a las dos jóvenes solas en el patio donde habían aterrizado la mañana anterior. Kiyoni invocó al espíritu del cuervo, que apareció entre volutas de fuego infernal, y miró a Lin interrogante.

—¿Por qué hacer retroceder el tiempo, si vas a seguir enfadada después?

—Ya te dije que sigo dominada por Oni. Tengo que seguir sirviéndote, y estabas enfadada. No tenía otra opción. Pero supongo que así son las cosas, ¿no? Los humanos sirviendo a los onis, incluso en un supuesto refugio como este.

Kiyoni suspiró y se subió al cuervo.

—No sé por qué te sorprendes. Y tampoco sirve de nada lamentarse ahora por lo que ha pasado. Pero… nunca había visto a tantos humanos juntos en una corte. Ni en una ciudad, ni en ninguna parte. Quién sabe. Es probable que sí que vivan mejor aquí que en otros lugares. ¿No te vale eso?

—Supongo que tendrá que valer —dijo tras un pequeño silencio.

Kiyoni le hizo un gesto para que subiera con ella al cuervo, pero la joven negó con la cabeza.

—Creo que tengo una manera mejor de volver. Al igual que lo del tiempo, no tenía claro que fuese posible, pero ahora parece fácil. Creo que puedo teletransportarnos de vuelta a la capital.

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—Yo también puedo teletransportarnos de vuelta. Pero el ritual requiere demasiado tiempo y energía como para que valga la pena.

—No, no, quiero decir… ahora. Instantáneamente. Puedo llevarnos de vuelta.

—¿De verdad? —Kiyoni levantó una ceja.

—Sí. Incluso puedo darle un poco de efecto. Que parezca que lo has hecho tú. Por si quieres impresionar.

—¿Y esto también es porque tienes que servirme?

Lin puso los ojos en blanco.

—Qué remedio. ¿Quieres o no?

—Intentémoslo.

La princesa bajó de un salto e hizo desaparecer al cuervo. Se puso junto a Lin mientras esta se concentraba, y sin esfuerzo aparente, las llevaba lejos de allí.

Esta vez no sintió ningún tirón, como había ocurrido en la corte de Tomoe; al instante siguiente se encontraban frente a las grandes puertas de la sala del trono de Oni. Un círculo de fuego oscuro se dispersaba a su alrededor, con Kiyoni en el centro. Ese debía de ser el efecto que había mencionado. Satisfecha, la princesa lanzó una mirada de aprobación a Lin y empujó los portones.

Oni estaba solo, o eso parecía. La constante tiniebla que cubría la sala ocultaba la presencia de nadie más, pero el chirrido de unas cadenas daba a entender que había esclavos cerca. Incluso escuchándolos, Kiyoni seguía siendo incapaz de verles tras el trono o a través de la penumbra.

El rey demonio parecía distraído cuando llegaron. Les miró con curiosidad sin levantarse cuando entraron.

—Padre, he cumplido con tus órdenes. Tengo la primera firma —dijo Kiyoni, haciendo una reverencia y Lin la imitó detrás de ella. Oni les dedicó una sonrisa.

—Ya me he enterado. Parece que has tratado bien a Tomoe. Me complace que le hayas seguido el juego cuando yo no puedo hacerlo. Pero está bien que tenga alguien con quien jugar.

Sin levantarse, Kiyoni se aventuró a preguntar.

—¿No puedes… seguirle el juego?

—Ah, no —Oni se recolocó sobre el enorme trono, inspeccionado sus largas uñas—. Todos los años me manda una invitación para su pequeña corte de juguete, con la esperanza de que el emperador acuda. Pero ya no tengo tanta facilidad para viajar. Está bien que alguien la consienta. Quiero que mi pequeña esté contenta… y has hecho un gran trabajo, Kiyoni.

La mente de la princesa iba a toda velocidad.

—¿A qué te refieres con facilidad? Hace mucho que no sales de la capital. Es que… ¿ya no puedes viajar a las provincias?

El demonio la miró de nuevo, con una sonrisa amenazante que mostraba todos sus dientes. Siento un escalofrío por la espalda, pero supo que había acertado.

—¿Has venido a interrogarme, hija mía, o a cobrarte tu recompensa por la firma?

—No sólo por la firma —respondió, cambiando rápidamente de tema—. Tengo también tus impuestos. Supongo que Tomoe los mandará en los próximos días, pero tengo su palabra.

—¿De verdad? —Oni levantó las cejas, relajándose otra vez—. Permisiva en algunas cosas, y firme en otras. Estoy complacido, Kiyoni. Muy bien. Como he dicho, tendrás tu recompensa. Puedes elegir otro juguete de la Ciudad Prohibida que llevarte contigo.

Kiyoni arrugó el gesto y se levantó.

—No quiero más juguetes. No necesito a nadie más. Venía a informarte, no a humillarme por un premio.

Oni la observó un momento y se irguió en el trono. Pareció crecer en tamaño y presencia; la monumental figura del demonio se alzaba sobre ellas, cada vez más imponente, ellas cada vez más pequeñas. La princesa no podía despegar los ojos de su padre. No podía moverse.

—Kiyoni, Kiyoni. Te ofrezco un regalo y lo rechazas. Aún tienes una visión demasiado limitada; crees que podrás hacer esto sola. Desea mucho, Kiyoni, y desea fuerte. Desea el poder. Desea el triunfo y las recompensas. Desea el placer y la fuerza. Tienes mucho que aprender, pequeña. Aunque… ¿quién sabe? Quizá me sorprendas también en esto; quizá llegues a la meta tú sola. Muy bien. Me quedaré entonces con el regalo que rechazas. Estoy impaciente por ver cómo lidias con tu siguiente prueba en ese caso.

El demonio volvió a recostarse sobre el asiento y el hechizo se rompió. Con el corazón latiendo rápido, se despidió de Oni y ambas jóvenes salieron rápidamente de la sala sin mirarle, cerrando los portones tras ellas.