Tardó mucho más en realizar el viaje de regreso. Ya no tenía ningún rastro que seguir, tan solo dirigirse hacia el sol que se elevaba sobre la costa en el este, pero el cansancio del trayecto anterior y el peso adicional de los prisioneros le pasaba factura. Aunque no necesitaba comer ni dormir demasiado, la falta de descanso por la expedición pesaba sobre ella. No sabía cómo había viajado Heiji hasta las montañas de la costa de las Tierras Ardientes, pero ella había sido más rápida. Esperaba serlo también ahora.
Terminaba de atardecer cuando la silueta de la capital se dibujó en el horizonte. Planeó con el cuervo hasta la entrada de palacio y desmontó de un salto; afortunadamente la luchadora había recuperado la consciencia y podía seguirla andando. Sin dirigirles la palabra a los prisioneros, se internó en el oscuro laberinto de pasillos y salones que conformaban el palacio del rey demonio.
Oni la estaba esperando en la sala del trono. No había rastro de nadie más; ni esclavos siendo utilizados, ni sirvientes, ni Heiji. Inclinado sobre su trono, la observó entrar en la estancia seguida de los prisioneros mientras una sonrisa se dibujaba lentamente en su rostro.
—Kiyoni, Kiyoni. Tan obediente, tan leal. Parece que has recuperado a mis juguetes. Enhorabuena.
—No se han escapado solos, me temo. Encontré a Koi escondido con ellos; los liberó y ahora ha escapado con esa hechicera —dijo, inclinándose frente al enorme demonio—. Si es tu deseo, padre, puedo partir para buscar y traer de vuelta al traidor a tus pies lo antes posible.
Escuchó como Oni bajaba del trono y se acercaba a ella. Con la cabeza aún inclinada, pudo distinguir por el rabillo del ojo como su silueta se aproximaba. Contuvo la respiración, tensa; nunca sabía cómo iba a actuar su padre. Sin embargo, una risotada rompió el silencio y Kiyoni levantó la cabeza.
—¿Así que por fin se ha atrevido a llevarse a su puta, eh? —Oni reía entre dientes mientras observaba pensativo al resto de los esclavos—. Ojalá hubiera tenido el valor de retarme abiertamente así hace años. Las cosas habrían sido muy distintas, ¿sabes, pequeña?
Volvió su atención de nuevo hacia la princesa y la agarró de la nuca para incorporarla. Sujetándola por la larga melena negra, la puso en pie y la acercó hasta su cara. Oni le sonrió enseñando todos los dientes.
—Pero tú has cumplido muy bien con tu papel. ¿Supongo que intentó reclutarte, convencerte de su estúpida utopía humana? Y tú volviste a mí, directa para acusarle y venderle como una buena hermana. Eso es, Kiyoni. Ten claro hacia donde estás apuntando.
La soltó bruscamente y le dió la espalda para volver al trono sin dejar de hablar.
—No me has decepcionado hasta ahora, hija mía. Así que tengo un nuevo reto para ti. Se acerca el momento de que tus hermanos que gobiernan en las provincias de Korinsei renueven su lealtad hacia mí; ha pasado demasiado tiempo desde la última vez. Vas a hacerles firmar un juramento vinculante… y a asegurarte de que pagan los impuestos correspondientes.
Kiyoni parpadeó un momento, sin estar segura de si había escuchado bien.
—¿Vas a usarme como… recaudadora de impuestos?
El emperador se acomodó en su asiento y rió de nuevo. Parecía de buen humor.
—Un emperador no sólo debe saber luchar, pequeña. Tiene que saber cuándo convencer, cuándo presionar, y cuándo seducir. No podrás conseguir la firma de todos utilizando solo la fuerza… o puede que sí —concluyó después de un momento—. La verdad, me da igual cómo lo hagas. Únicamente servirá la firma del verdadero gobernador de la provincia; si quieres matarlos a todos y hacerte con su título antes de firmar tú misma, también me servirá.
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—Te conseguiré las firmas —respondió inmediatamente Kiyoni, impaciente por probarse ante el emperador—. Te mandaré los impuestos de todos ellos. Puedo hacerlo.
—¿De todos? —Oni arqueó las cejas un momento, y luego volvió a sonreír entre dientes—. Muy bien, hija mía. Te recomiendo que empieces por Tomoe, en la provincia de las Llanuras Eternas, al este de aquí. Veamos que tal se te da una prueba… distinta.
Los portones de la sala del trono chirriaron, y ambos dirigieron la vista hacia el recién llegado que se abría paso entre los rayos de luz del exterior de la estancia. Triunfante, Heiji entró en la sala seguido por la silenciosa copia que había creado Morgana.
—Padre, he resuelto la huida —dijo, pasando junto a Kiyoni como si esta no existiese y plantándose directamente delante del trono—. Te traigo a la responsable del plan; los demás no son más que sucias marionetas. No te molestes con ellos.
Con la mirada inescrutable, Oni levantó una mano y le indicó que se acercase. Heiji no puedo esconder una sonrisa triunfante cuando la mano de su padre le palmeó la cabeza con aparente reconocimiento. Abrió la boca para continuar con su explicación, pero el demonio volvió a colocarle la enorme mano en la cabeza y la cerró bruscamente. El cráneo de Heiji reventó y durante un momento la mano de Oni quedó llena de sangre oscura mientras el resto del cuerpo caía por su propio peso. Sin embargo, antes de tocar el suelo tanto el cuerpo como los restos de cráneo se habían transformado en una fina ceniza. Oni sacudió la mano con un gesto mecánico para limpiarse los restos y miró a Kiyoni con indiferencia desde el trono.
—Es una lástima que no haya estado a la altura. Tenía potencial. Le vendrá bien un tiempo en el infierno. Pero sabes lo que pasa después, ¿verdad, Kiyoni? —La princesa se forzó a mantenerse en silencio mientras clavaba su mirada en ella—. Volverá, como lo hacemos siempre, y querrá vengarse de quien le derrotó durante mis pruebas. Te recomiendo que aproveches bien el tiempo hasta entonces, hija mía, porque vendrá a por ti.
Kiyoni asintió en silencio y se dispuso a marcharse, pero Oni la detuvo levantando un dedo.
—¿Pero qué tipo de padre sería si no recompenso a mis hijos cuando hacen un buen trabajo? Te espera un largo viaje como para hacerlo sola. Venga, puedes elegir a uno de los juguetes. Llévalo contigo.
Desconcertada, Kiyoni siguió la mirada de su padre hasta el grupo de prisioneros, que esperaban inmóviles junto a los portones. Frunció el ceño.
—No necesito a un humano para hacer mi trabajo.
—Ah, pero no son humanos normales. Son los únicos que han conseguido escapar de la Ciudad Prohibida, ¿no es así? —El demonio sonrió, de buen humor de nuevo—. Koi es un necio idealista, pero es cierto que algunos humanos pueden ser… útiles. Elige uno. Es un regalo.
La princesa le dirigió una mirada escéptica a su padre y caminó hacia los prisioneros. Por primera vez desde que los había encontrado en la gruta, los observó con atención.
No le convencía ninguno. No les necesitaba. No tenía ningún uso para guerreros que luchasen por ella, lo cual descartaba inmediatamente a la chica que había noqueado y al joven con el pecho descubierto y una espada al cinto. El pintor parecía demasiado frágil y delicado; Kiyoni percibió energía mágica en él, pero perdió el interés inmediatamente. Sólo quedaban dos chicas, familiares de algún tipo a juzgar por la similitud en sus facciones, algo mayores que ella. No parecían particularmente fuertes. Suspiró y tomó del brazo a una de ellas, que portaba dagas en la cintura. Ella misma serviría. La joven la siguió sin cambiar de expresión, y Oni sonrió satisfecho.
—Buena elección. Sabes, me preocupo por ser un buen padre. Me alegra que aprecies mis regalos. Ahora descansa; te espera un largo viaje mañana.
—¿Qué pasa con la copia?
—¿Eso? —El demonio parecía haber olvidado la presencia de la doble. La observó un momento y levantando la mano, deshizo la imagen en un lazo de energía azul. La esencia mágica vibró un momento y flotó hasta la mano de Kiyoni, donde se consolidó en un anillo, brillante como un zafiro—. Supongo que puedes quedártela. Considéralo otro regalo.
Kiyoni hizo girar la joya entre sus dedos y la guardó. Cruzó los portones para marcharse, seguida de su nueva prisionera. No se despidió. No era necesario.