El exterior no era mucho mejor que el interior. Un cielo gris y nublado coronaba un enorme patio de armas, ocupado por escuadrones de soldados practicando y entrenando. Tras los muros del castillo se adivinaban las murallas exteriores, y tras ellas más y más murallas, alcanzando y cubriendo el horizonte. Los tejados de los edificios se alternaban entre los muros, recorridos por más escuadrones de soldados sólo reconocibles por el color de los uniformes. Era un paisaje desolador.
Con un solo gesto Koku despejó el patio de armas, y los soldados salieron en formación por los laterales. El demonio caminó hasta el centro del patio, y Kiyoni le siguió en silencio. Algunos soldados de mayor rango comenzaron a rodear el patio. No parecían una amenaza; más bien parecía que se quedaban a observar. Lin les miró molesta y se quedó en una esquina, en el lado del patio de Kiyoni.
Koku se giró hacia la princesa y lentamente desenvainó su katana. Era un arma antigua y bien cuidada. Levantó la mirada y alzó la voz, sereno.
—Kiyoni del Atardecer Rojo, te reto a muerte por la lealtad de la provincia del Yelmo Amurallado. Mis generales serán testigos; uno de nosotros dormirá en el infierno esta noche. Que la suerte esté del lado del mejor guerrero.
Esperó a que Kiyoni desenvainase antes de ponerse en posición. La princesa cerró los ojos, concentrándose en una antigua invocación. Se le daba bien luchar con espada después de tantos años entrenando; pero lo suyo eran las mazas.
Un antiguo espíritu respondió a su llamada, y una armadura espectral comenzó a cubrirla desde el pecho, tapando su rostro con una máscara de oni de rasgos fantasmales. Alargó el brazo hacia su espalda, y una tetsubo comenzó a formarse en torno a su mano, volviéndose suficientemente corpóreo como para poder empuñarlo. No necesitaba sus espadas.
Kiyoni había descubierto desde muy pequeña su afinidad a la magia. Invocaciones, dominaciones: parecía tener éxito donde los demás fallaban. Podía llamar a criaturas que deberían estar fuera de su alcance, y mantener las invocaciones activas durante horas. Había aprendido rápidamente a usarlo a su favor. Podría haberse dedicado únicamente a ello y convertirse en una prometedora hechicera, pero la emoción de la batalla y la adrenalina de los combates la había conquistado. Era una guerrera, y usaba sus invocaciones para combatir.
Susurró a los espíritus para que le dieran poder y guiaran sus movimientos. Notó cómo su cuerpo se llenaba de energía, cubierto por la armadura que el antiguo espíritu le otorgaba. Protección, fuerza, precisión: podía potenciarlo todo. Sonrió mientras apuntaba a Koku con el enorme bastón y se colocó en posición de ataque.
—Acepto tu duelo. Estoy lista.
El demonio apenas llegó a colocarse en posición antes de que le alcanzara el primer ataque de Kiyoni. Lo rechazó con facilidad; sólo se estaban tanteando. Intercambiaron varios golpes secos, la mayoría iniciados por Kiyoni, mientras se recolocaban y daban vueltas por el patio. La princesa encontró varias aperturas en la técnica de Koku: parecía querer ejecutar sus movimientos de manera fría y calculada, lo que terminaba retrasando si Kiyoni le forzaba a moverse a su ritmo. Sabía que su propia técnica era demasiado impulsiva y también tenía puntos débiles; esperaba que los espíritus compensaran esas flaquezas y en poder terminar el combate lo antes posible para que Koku no se aprovechase de ello.
Fue Kiyoni la que ejecutó el primer golpe serio. Era difícil fintar con el tetsubo, pero le daba la ventaja del alcance y potencia y consiguió hundirlo en el costado de Koku, destrozando parte de su armadura. Sonrió. Sería más fácil a partir de aquí. Koku observó el destrozo, furioso, y se lanzó a por ella.
El demonio había comenzado a atacar más rápido. Kiyoni se movía hacia los lados, esquivándolo y buscando el momento de aplastar el tetsubo contra su rival. Koku la alcanzó también, y aunque la armadura espectral y sus propias protecciones innatas detenían la mayoría de los golpes, la princesa recibió varios cortes. No podía curarse durante el combate; lo mejor sería continuar buscando un golpe decisivo. Dio vueltas por el patio evitando a Koku hasta que logró alcanzar su pierna. No consiguió destrozar el hueso como había esperado, pero el demonio comenzó a atacar más despacio. Kiyoni se lanzó a por la otra pierna y consiguió alcanzarla mientras Koku le hundía la katana en el hombro. La princesa se mordió los labios, resistiendo el dolor, y se apartó. Estaba herida, pero había dañado a su rival en ambas piernas: su movilidad estaba limitada.
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Pero lejos de pasar a la defensa, Koku atacaba cada vez de manera más frenética, lanzándose a por ella y tratando de cortar todo a su paso. Aún así, Kiyoni había acertado: con las piernas dañadas, fue cuestión de tiempo hasta que le golpeó de nuevo, obligándole a caer de rodillas y soltar la katana. Kiyoni se colocó frente a él y mirándole, susurró.
—A muerte.
Dejó caer la maza sobre el oni. Era mucho más resistente de lo normal, y no destrozó su cuerpo completamente como había esperado, pero los restos de Koku cayeron al suelo en un charco de sangre. Kiyoni se apartó, victoriosa. Buscó a Lin con una sonrisa entre el público, pero la joven la miraba horrorizada.
Kiyoni siguió su mirada y se volvió para encontrar que los restos de Koku comenzaban a incorporarse de nuevo, apoyándose en la katana que había recogido. La máscara se había partido, y bajo ella, vio que le faltaba un trozo de cráneo. Tenía el brazo izquierdo roto, colgando en un lateral, y las piernas seguían sin funcionar del todo. La miró y la señaló con la espada. Un chorro de sangre salió de su boca cuando habló.
—Todavía no estoy muerto, niña.
Kiyoni soltó un grito ahogado cuando la masa sangrienta se lanzó contra ella con más rapidez de la que había esperado. Koku era capaz de atacar con una sola mano; apenas podía ganar terreno, pero Kiyoni tampoco podía atacarle sin acercarse. Los movimientos del demonio comenzaron a hacerse más y más rápidos según avanzaba el combate, y el rostro fracturado de Koku comenzó a reír. Kiyoni le miraba horrorizada, y la distracción sirvió para que le alcanzase en el brazo. La princesa saltó hacia atrás, cubriéndose la herida.
—Es imposible matarme, niña. Nadie puede matarme. Nadie podrá matarme otra vez —La sangre seguía corriendo por su boca mientras andaba hacia Kiyoni, arrastrando su espada con el único brazo funcional—. NadienadienadienadieNADIE. No volveré a ese lugar, jamás. Pero tú no tienes donde esconderte. No te daré mi provincia. Nadie puede matarme…
“¿¡QUÉ COJONES ES ESO!?” gritó mentalmente a Lin sin apartar los ojos de Koku.
“¡Estoy intentando averiguarlo! Hay magia sobre él, una magia que no estaba la última vez. Oh, no. Creo que es Oni. Esto es obra de tu padre.”
Kiyoni caminó hacia atrás, apartándose de la figura. Koku seguía balbuceando, avanzando inexorablemente hacia ella.
“¡Será cabrón! ¿Me ha mandado a matar a alguien a quien ha hecho inmortal?”
El demonio dejó de hablar y se lanzó de nuevo hacia Kiyoni con una velocidad de la que no debería haber sido capaz. La princesa se apartó de un salto y aprovechó para golpearle: se había vuelto mucho menos cuidadoso.
“Lin, ¡haz algo! ¿No puedes deshacerlo? ¡Dijiste que iba a ser pan comido!”
Lanzó una mirada rápida en su dirección. La joven la miraba con la misma tensión que sentía ella. Kiyoni se percató de que los soldados de alrededor parecían levemente repugnados, pero no tenía tiempo para centrarse en ellos.
“No puedo. Sé cómo borrar poderes, pero… esto es obra de tu padre. No puedo hacer nada contra él mientras tenga su sello”.
“¡Inténtalo! ¡¡Haz algo!!”
Continuó golpeando a Koku a cada ocasión hasta reducirlo a una masa sangrienta. Ya no podía mantenerse de pie mi sujetar la espada, pero los restos del demonio continuaban estremeciéndose. El mensaje estaba claro. Seguía vivo.
“No puedo. Tienes que liberarme. Esta vez de tu padre.”
“Claro. ¿Y después me atacarás a mí? He visto de lo que eres capaz. No voy a dejarte suelta como si nada.”
“¡Hazme caso! Es la única manera. No puedo hacer nada contra Oni si no me liberas. Esta es la mejor manera de servirte ahora mismo.”
Kiyoni pegó una patada a la katana para alejarla de Koku, aunque este estaba ya inmovilizado en el suelo. Se frotó la mano por la cara para limpiarse los restos de sangre y miró a Lin. ¿Tendría suficiente poder para dominarla por su cuenta? No sabía de qué era capaz la asesina. Pero si no conseguía matar a Koku, fracasaría la prueba. Iba a tener que intentarlo.
Se concentró en dirección a la joven y sintió el sello de Oni, aún presente. Respiró hondo y trató de romperlo. El sello cedió con sorprendente facilidad, y se estremeció. Esto también era obra de su padre. ¿Sería otra prueba? ¿Esperaba que liberase a los prisioneros, y se volviese contra él? ¿Quería que fracasase frente a Koku, o que tuviera éxito? Kiyoni dudó un momento, pero se forzó a concentrarse. Este era el momento. No podía dejar que Lin escapase y la atacase a ella; enfocó toda su energía hacia la joven y la apresó de nuevo, esta vez con su propio sello de dominación.
Lin la miró mientras inspiraba profundamente, consciente de lo que acababa de suceder, pero asintió con decisión y se centró en la figura que era Koku. Cerró los ojos con fuerza al principio, y luego se llevó las manos a las sienes con esfuerzo. Pasados unos segundos, dejo escapar el aire y miró a Kiyoni, asintiendo.
La princesa entendió la señal. Se giró de nuevo hacia Koku y hundió el tetsubo sobre los restos de sangre y hueso; cuando lo levantó de nuevo, estaba lleno de ceniza. La figura había desaparecido, y la brisa comenzó a llevarse los restos del demonio.
Había ganado.