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Crónicas de Korinsei [Español]
4. El Puerto del Desprecio - 2

4. El Puerto del Desprecio - 2

Puerto del Desprecio no se parecía en absoluto a la capital. Mientras que esta había sido claramente planificada y estructurada, a pesar de las constantes remodelaciones y reformas, el Puerto se había extendido de manera completamente orgánica. El palacio de los gemelos dominaba la ciudad desde la zona más alta, pero estaba lejos de ser el punto focal de la ciudad. Todas las calles y la multitud parecían converger a un único lugar: la costa.

Un mar grisáceo atestado de barcos de todos los tamaños se apreciaba desde el lugar donde Lin les hizo aparecer. La humedad en el aire sorprendió a Kiyoni, pero no captó ningún aroma a sal ni a mar en ninguna parte. La ciudad estaba demasiado atestada con sus propios olores como para dejar pasar cualquier rastro del océano. A su alrededor, los edificios se alzaban apilados unos sobre otros, conectados a través de las plantas superiores y creando un complejo de puentes y barandillas sobre sus cabezas.

Habían aparecido en algún punto intermedio entre el palacio y los puertos inferiores. Kiyoni agradeció que Lin las hubiese llevado a una esquina apartada, porque las calles estaban inundadas de gente, tanto a nivel del suelo como en las galerías superiores. Mercaderes, esclavos, mendigos y comerciantes formaban una marea que parecía desbordar la ciudad. En mayoría eran humanos, pero Kiyoni captó no pocos mestizos paseándose entre la marea de personas, así como varios onis de piel grisácea. Los demonios se mezclaban perfectamente entre la multitud, una tonalidad más en el gentío, pasando tan desapercibidos como los demás. Las aceras también estaban llenas de tiendas y tenderetes, ofreciendo todo lo que la princesa podía imaginar. Había puestos de comida humeante, telas de colores, armas y objetos mágicos, probablemente de contrabando, e incluso pequeños corrales con mascotas exóticos que maullaban y gruñían.

Kiyoni absorbió todo esto con los ojos abiertos, ligeramente abrumada por la marea de sensaciones. Sabía que la mayoría de los lujos que llegaban a la capital pasaban por Puerto del Desprecio, pero nunca había estado allí antes. Ajena a todo esto, Lin la tomó del brazo y se internó en la ciudad.

Las dos jóvenes se integraron en el gentío, pasando tan desapercibidas como cualquiera. Algunos de los humanos la miraban de soslayo al pasar por su lado, fuese por su altura o por sus cuernos, pero la mayor parte de la gente se mostraba indiferente. Fueron descendiendo por las calles mientras Lin parloteaba sin cesar sobre la ciudad y los puestos, en ocasiones parándose para señalarle algo en particular a la princesa, y en otras tomándola del brazo bruscamente para cambiar de dirección y sumergirse en alguna de las callejuelas menores. Los comerciantes gritaban y pregonaban sus productos a su alrededor, y aunque la gente intuitivamente guardaba distancia con las jóvenes no eran pocos los mercaderes ambulantes que se acercaban hasta ellas mostrándoles baratijas o golosinas. Al principio Kiyoni estudiaba lo que les ofrecían con curiosidad, pero tras varios acercamientos comenzó a rechazar metódicamente a todo el que se acercaba. Lin les dirigía miradas cortantes, y parecía ser suficiente para mantener a los vendedores ambulantes a raya.

Había muchos niños. Algunos de ellos paseaban entre la multitud vendiendo comida o accesorios, como máscaras de demonio y collares, pero a veces los veían formando pequeños grupos que se deslizaban silenciosamente entre la gente. Kiyoni supuso que debían de ser ladrones.

—¿Cómo se controla la ciudad? No he visto ningún guardia por aquí —preguntó, interrumpiendo el monólogo de Lin sobre los mejores sitios del puerto para emborracharse.

—Ah, y no los verás por estas calles. La mayoría se encarga de la seguridad cerca del palacio de los gemelos y en los muelles, donde ocurren la mayor parte de los negocios. Pero entre ambas zonas… estás por tu cuenta. Por eso está bien tener una guía tan buena como yo —le dedicó una amplia sonrisa, y siguió la dirección de su mirada—. Hay muchas bandas callejeras, pero siguen sus propias normas y códigos. Probablemente esos sean los chicos de Oba.

—¿Oba? ¿Abuela?

—Bueno… no sé cómo se llama de verdad. Creo que nadie lo sabe. Es una mujer que vive a las afueras y suele acoger a los niños que acaban en la calle. Viví una temporada con ella... hasta que encontré una forma mejor de ganarme la vida.

Kiyoni la miró con una sonrisa taimada.

—¿Primero ratera en la calle, y luego asesina a traición?

—¿No te parece una buena historia de superación?

La princesa soltó una carcajada y asintió, siguiéndola entre los tenderetes. El estómago de Lin rugió cuando pasaron junto a un puesto de masa frita dulce.

—Me muero de hambre —se lamentó—. Venga, voy a llevarte a un sitio especial. Creo que te va a gustar. Pero tienes que portarte bien, ¿vale?

Habían llegado a la zona próxima a los muelles inferiores cuando Lin se detuvo frente a una pequeña puerta de madera a pie de calle. Kiyoni estuvo a punto de continuar andando y pasar de largo; no había nada significativo en la fachada de madera pintada. Un examen más cuidadoso reveló un cartel con trazos negros que colgaba de la esquina del edificio, La espada y la carpa. Kiyoni miró dudosa a Lin, pero esta empujó la puerta y entró. La princesa se apresuró a seguirla.

Parecía una casa de comidas. El interior era humilde, con simples paredes de papel y madera y un puñado de pequeñas mesas apretadas. Tras una barra de madera gastada, un anciano y un hombre cortaban trozos de pescado con habilidad, y un chico poco mayor que un niño se paseaba rellenando las jarras de los comensales y limpiando con un trapo. Apenas había decoraciones, o mostraban una apariencia desgastada después de pasar décadas en el local.

Kiyoni arrugó la nariz. El sitio no parecía muy impresionante, pero un delicioso aroma llenaba la estancia. Se fijó entonces en la olla y los fuegos que había tras la barra, y en las pequeñas bandejas que el niño llevaba a las mesas. Comenzó a salivar.

Lin caminó despreocupada hasta la barra y se apoyó sobre ella, dirigiéndose al anciano con una sonrisa.

—Ha pasado mucho tiempo, Musashi. ¿Tienes sitio para dar de comer a la hija del emperador?

Los comensales comenzaron a levantar la mirada hacia ellas. Kiyoni se percató de que la mayoría eran humanos. Algunos de ellos comenzaron a dejar los palillos en la mesa, murmurando. El cocinero de la barra continuó cortando en silencio, mientras esperaba la reacción del anciano, que miró con los ojos entrecerrados a Lin y después a Kiyoni. Suspiró.

—Si alguien de la casa de Oni viene a mi restaurante es mi deber servirles comida. Sentaos; os despejaré un poco de sitio.

El cocinero hizo un gesto al chico para que se acercase y le susurró algo al oído. El niño asintió y comenzó a despachar a todos los comensales y a recoger los platos a una velocidad sorprendente; en un par de minutos el restaurante estaba listo y preparado para Lin y Kiyoni como únicas comensales. Con una reverencia, les indicó que se sentasen en la mesa central.

Lin hizo un gesto al chico para que les llenase el vaso. El niño estaba claramente nervioso por la proximidad de la princesa y realizaba cada gesto con seriedad y diligencia, y Lin le miró divertida mientras se dirigía a Kiyoni.

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—La espada y la carpa sirve la mejor comida de la ciudad. Muchos visitantes van directamente al puerto, porque hay locales mucho más bonitos y caros, pero es un error. Musashi es el mejor cocinero de la ciudad. Cada mañana trae los mejores ingredientes de la ciudad y los prepara como mejor considera. Nunca sabes qué vas a comer aquí.

Se giró sobre sí misma para echar un vistazo a la barra, donde los dos hombres trabajaban con seriedad. El anciano inclinó la cabeza con reconocimiento ante las palabras de Lin.

—¿Cómo conoces este sitio? ¿Venías mucho a comer aquí?

—Menos de lo que me gustaría, la verdad. No tenía mucho dinero cuando vivía aquí, y la calidad tiene que pagarse como corresponde. Encontré el lugar por casualidad, de hecho. Estaba buscando algún trabajo que hacer cuando tuve que… umm… desaparecer de las calles durante un rato. Entré pensando que era un almacén y me encontré con la mejor comida que he probado. Pero cuando acabé, no tenía dinero para pagar. Pasé tres días limpiando platos antes de que Musashi me dejase volver a casa. —Levantó su vaso hacia la barra en un amago de brindis, y el anciano volvió a inclinar brevemente la cabeza—. He vuelto varias veces desde entonces, pero siempre con suficiente dinero para pagar.

El anciano se apartó de la barra y se acercó lentamente hasta la mesa llevando una pequeña tablilla de madera con comida.

—Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que viniste a visitarnos. Pero me alegra ver que estás bien y a salvo. Parece que no has cambiado mucho desde la última vez que estuviste aquí… Y traes compañía importante.

Lin levantó la mirada hacia el anciano y Kiyoni percibió un rastro de tristeza. El cocinero era humano y Lin había pasado décadas atrapada en la Ciudad Prohibidas.

Lin sonrió a pesar de ello.

—Soy muy longeva, Musashi. No voy a dejar de daros guerra. Aunque… ¿Sota era muy joven la última vez que estuve aquí, verdad? Y mírale ahora —levantó la mano para saludar al cocinero de la barra, que devolvió el saludo—. Yo también me alegro de volver.

Sin decir palabra, Musashi dejó la bandeja en la mesa y volvió a la barra, y Lin comenzó a atacar la comida. Kiyoni tomó un trozo de verdura encurtida y la probó.

El sabor la inundó. La amargura del vinagre se complementaba con el dulzor de la verdura, perfectamente cortada y sazonada. Sorprendida, Kiyoni sumergió otro trozo en la salsa y engulló un trozo tras otro hasta dejar la bandeja vacía. Miró a Lin con sorpresa.

—Nunca había comido nada así en la capital. ¿Cómo es posible?

Lin se regodeó mientras chupaba los palillos sin preocuparse por la falta de educación.

—El Puerto exporta la mayor parte de sus productos de lujo al resto de las provincias. Pero no todos los productos son fáciles de transportar. Aunque mandasen el mejor pescado al norte, no llegaría en perfectas condiciones, y a veces pasa lo mismo con las verduras, o incluso la carne. La capital no es una provincia productora, sino consumidora. Muchos ingredientes son mejores en su lugar de origen, y al final es allí donde terminan apareciendo los mejores maestros para aprovechar esos ingredientes. Mira, aquí viene más.

Sota, el otro cocinero, se acercó con dos grandes cuencos humeantes. Kiyoni se lanzó a probar el caldo mientras Lin lo dejaba enfriar.

—No te reconocí al entrar —dijo el hombre, dirigiéndose a la asesina mientras se cruzaba de brazos—. Estás igual que la última vez que te vi. ¿Cuándo fue eso? ¿Hace treinta años? Dioses, era poco más de un niño. ¿Qué haces aquí?

—Asuntos imperiales —respondió ella señalando a Kiyoni, que sorbía los fideos con los ojos abiertos absolutamente ajena a la conversación—. Y tú en cambio has cambiado mucho. ¿Qué tal te ha ido?

—Tan bien como podría irme, supongo. Me casé, y Musashi continúa enseñándome sus trucos de cocinero. No es una mala vida.

—¿Te casaste? ¿Con quién?

—Se llama Rina. Solía venir por aquí cuando…

—¿¡Rina?!? ¡Me acuerdo de ella! Esa niña era un terremoto. Aunque claro… ya debe de ser toda una mujer. ¿De verdad os casasteis? —Lin le miraba con ojos brillantes mientras aferraba el humeante cuenco de sopa entre las manos y Kiyoni les observaba intermitentemente mientras comía—. ¡Entonces el chaval tiene que ser tu hijo!

Sota asintió mientras le dirigía una mirada rápida al niño, que estaba sirviendo el siguiente plato bajo las indicaciones del anciano.

—Sí. Aprende rápido del viejo. Pero no quiero aburriros; veo que la hija de Oni tiene buen apetito. Os traeré más comida.

Hizo una pequeña reverencia con la cabeza y se apartó. Kiyoni alejó el cuenco vacío de ella y dejó escapar un suspiro de satisfacción.

—Esto es lo mejor que he comido nunca. ¿Crees que podría contratarles? ¿Llevarles a la capital y que cocinen allí? Quiero comer esto todos los días.

Lin rió despreocupada y empezó a sorber los fideos.

—Te costaría mucho convencerles. Musashi es cocinero por elección propia y creo que no dejaría este restaurante por nada del mundo. Una vez escuché en el puerto que el viejo fue un gran espadachín, pero en lugar de crear su propio dojo, colgó la espada y cogió un cuchillo de pescado. No sé por qué haría algo así, o si la historia es cierta, pero creo que es feliz en su restaurante.

—¿Y no haría una excepción por el emperador… o su hija favorita?

—Preferiría que no tomes medidas drásticas con esta gente, jefa. Pero podemos volver siempre que quieras —Lin bebió el caldo directamente del cuenco con expresión soñadora y volvió a dejar el bol sobre la mesa—. No sabía que Musashi seguía vivo. O que Sota tenía un hijo. Parece que hay cosas que todavía están bien en el Puerto incluso a pesar de los gemelos.

Kiyoni comenzó a juguetear con los palillos sin saber qué decir.

—Bueno, es lo que hacen los humanos, ¿no? Viven, crean ciudades, tienen un montón de hijos…

—Creo que siendo hija de Oni no tienes derecho a decir nada sobre tener un montón de hijos.

Kiyoni sonrió.

—No, supongo que no. Ah, aquí viene más comida. ¡Me muero de hambre!

Apartó los cuencos para hacer sitio al chico, que cargaba con dos grandes bandejas de cortes de pescado. Les hizo una rápida reverencia, claramente tenso, y se apartó para dejar sitio a Musashi, que se aproximaba desde la barra.

—Os recomiendo que empecéis por aquí. Esta pieza tiene el sabor más suave de la bandeja. Estos trozos se comen con una salsa especial; ahora os traerán un par de cuencos. Este pescado de aquí, el de color oscuro, es muy raro de encontrar, pero había un par de piezas en el mercado esta mañana. Habéis tenido suerte de que las viese. Este de aquí…

Musashi continuó explicando las piezas mientras la princesa se lanzaba a probarlas todas. El sabor llenaba cada bocado. Habían retirado la piel y la zona más grasa con perfecta habilidad y habían sazonado la pieza para equilibrar su sabor, y comenzó a escuchar con más atención las explicaciones del anciano. Cada vez que terminaban con una bandeja, lejos de verse satisfecha, Kiyoni alzaba la voz y pedía otra ronda de pescado, empanadillas o verduras. Soto y su hijo les llevaban comida y servían vino, mientras Musashi comenzó a hablarles de los ingredientes directamente desde la barra sin preocuparse por acercarse. Lin y Kiyoni brindaban con cada nueva ronda, y la humana aprovechaba los minutos de espera para charlar con Sota y ponerse al día de la ciudad.

El cocinero acababa de traerles unas bolas de pasta dulce y se había sentado en la mesa de al lado para hablar tranquilamente con Lin cuando Kiyoni se percató de un pequeño trozo de papel enmarcado cerca de la puerta de entrada. Se levantó a inspeccionarlo, pasando por delante de Musashi, que se estaba sirviendo un té en la barra tras el largo servicio, y del niño, ahora dedicado a limpiar todos los platos. Se detuvo frente al pergamino mientras daba otro bocado a la masa dulce.

—Viejo, ¿es esta la firma de mi padre?

Musashi respondió sin alzar la mirada de su té.

—El emperador nos bendijo con su presencia hace mucho, mucho tiempo. Le gustó la comida que le serví y me dejó ese papel como prueba de su aprobación. Vino en más ocasiones después de eso, aunque no dejase nada, y un día simplemente no regresó.

—Porque está en su palacio encerrado…. Pero me aseguraré de decirle que estuve aquí —Kiyoni se giró de vuelta hacia las mesas y miró al anciano cocinero—. Y también me aseguraré de que se te paga como corresponde. Creo que no había comido tan bien desde hace años. Ha sido toda una sorpresa, viejo. Y tú, Lin, buen trabajo.

Lin levantó su vaso y lo apuró de un solo trago.

—Supongo que eso significa que ya es hora de irnos. Musashi, Sota, me alegro de veros. Dadle recuerdos a todos de mi parte, ¿vale?

Sota se levantó y los demás salieron de la barra para hacer una reverencia a la pareja. Kiyoni inclinó ligeramente la cabeza, de buen humor, y salieron del local.