El sol no había alcanzado su cenit el tercer día de viaje cuando la silueta de una gran ciudad se dibujó en el horizonte. Coronándola sobre una colina se erguía un magnífico palacio con muros blancos y tejados inclinados. Planearon hasta un gran patio cercano a la entrada, donde varios guardias se aproximaron a Kiyoni con precaución mientras Lin descendía del cuervo. Un magistrado elegantemente vestido les precedía, y al ver a la princesa se dirigió directamente a ella con una sonrisa cordial.
—Os damos la bienvenida al palacio de la dama Tomoe, señora. Sin embargo, no estábamos avisados de su llegada, y desconocemos su nombre. ¿Podríais decirnos qué asuntos os traen aquí?
—Soy Kiyoni del Atardecer Rojo. Vengo de parte del emperador a ver a Tomoe. Necesito su firma y unos impuestos.
El magistrado la miró de arriba abajo con sutileza, estudiando si suponía una amenaza, y finalmente se inclinó con una reverencia.
—Por supuesto. La dama Tomoe os atenderá enseguida; si sois tan amable de acompañarme, os llevaré a un lugar más apropiado para vuestro rango.
Kiyoni y Lin le siguieron a través de distintos pasillos y salones. La mayoría de las ventanas estaban abiertas, dejando pasar la brisa y ofreciendo vistas al suave paisaje que rodeaba la ciudad. Al contrario que el palacio de Oni, rico y oscuro, aquí todo estaba decorado con un gusto delicado y ligero. Los patrones geométricos decoraban los suelos y techos, y las paredes estaban decoradas con pinturas y detalles floridos. Los sirvientes, perfectamente combinados con la decoración, pasaban desapercibidos en los laterales de las habitaciones.
El magistrado les llevó hasta una sala de recepción en la planta superior. Los miembros de la corte, elegantemente vestidos, inclinaban la cabeza a su paso. Kiyoni se fijó en que la mayoría de ellos eran humanos, y frunció el ceño. El lugar de honor, correspondiente a la señora de la casa, estaba vacío, y el hombre indicó con respeto que esperasen cerca hasta que Tomoe les recibiese.
Una vez se sentaron, los miembros de la corte comenzaron a susurrar educadamente y a conversar entre ellos. Kiyoni paseó la mirada por la sala y se inclinó sobre Lin.
—Menudo panorama. ¿Sabes algo de esta corte? ¿O de Tomoe? —susurró sin dejar de observar alrededor.
—No acostumbro a visitar cortes oni, pero he escuchado hablar de la dama Tomoe antes. ¿Os cuento lo que sé?
La princesa bufó y negó con la cabeza.
—No te molestes. Supongo que estarán todos pendientes de nuestras palabras; voy a quedar en evidencia incluso antes de empezar.
Se apartó y Lin se quedó en silencio. Pensativa, la joven se inclinó hacia la princesa tras una pausa.
—Existe una manera de que podamos hablar —dijo, ocultando la boca con la mano—. Tengo otros… poderes. Podría intentar hablaros mentalmente. Pero no puedo hacerlo en este estado.
Kiyoni la miró, alzando una ceja, y Lin continuó.
—La dominación de Oni bloquea mis poderes. No puedo usarlos si estoy limitada.
—Ya. ¿Y quieres que te libere para poder usarlos, no? La verdad es que esperaba una excusa mejor cuando empezases a suplicar que te liberase.
—No, no hace falta que me liberéis. Sé que no lo haréis. Pero si reducís el bloqueo de Oni, puedo acceder a mis poderes.
Kiyoni la miraba escéptica, así que Lin insistió.
—Vuestro padre me ha ordenado serviros. Con poderes, puedo hacerlo mejor, así que no tengo más opción que proponéroslo. No os puedo traicionar, y no pido que me liberéis, sólo sugiero que aflojéis el bloqueo. Pero si os disgusta la idea, no volveré a hacerlo.
Lo cierto es que le podía la curiosidad. Valoró las ventajas y riesgos de liberarla durante unos segundos, sin apartar la mirada de ella. Si la joven aprovechaba para tratar de romper el control del demonio, podía intentar dominarla personalmente. Tenía especial talento para hacerlo. Pero… si lo que decía era cierto, seguramente sería interesante ver de qué era capaz y a qué poderes se refería. Había conseguido herir a Oni en el pasado, al fin y al cabo. Suspirando, cogió a Lin del brazo y la miró a los ojos, sondeando el sello del emperador sobre ella.
Lo encontró; la asesina estaba absolutamente subyugaba a su padre. No podía aprovechar para escapar; no era realmente una posibilidad. Pero Kiyoni podía atenuar esa influencia sin afectar la resistencia del hechizo. Lin parpadeó, confusa, y se llevó las manos a las sienes cerrando los ojos con fuerza. Tras unos segundos, volvió a abrirlos y respiró con fuerza, ubicándose de nuevo en la sala. Kiyoni sintió algo cerca de su mente; algo que la rozaba y trataba de llegar hasta ella. Con curiosidad, lo dejó pasar.
“POR FIN”, irrumpió la voz de Lin en su cabeza. “Madre mía, es como tener la cabeza llena de algodón cada vez que estás cerca. Echaba de menos pensar con mi cabeza.”
La princesa la miró sorprendida. Lin se había incorporado en una postura formal con el cuerpo enfocado hacia el resto de la sala con los labios apretados, pero la miraba a ella de reojo. Los cortesanos seguían pendientes de sus propias conversaciones, ajenos a lo que había ocurrido. Probó de nuevo a centrarse en Lin, y comprobó con alivio el sello de Oni seguía impuesto. En última instancia, tendría que seguir obedeciéndola, quisiese o no.
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“¿Querías saber de Tomoe, verdad?”, continuó ella sin esperar, ojeando a su alrededor. “Vaaale, he escuchado hablar de tu hermana. Creo que es una de las favoritas de Oni; tiene un montón de privilegios por ello. Nadie la molesta. Hace lo que quiere, pero suele estar tranquilita. No la he conocido en persona, pero dicen que los humanos en su corte viven mejor que en ninguna otra parte. Hay muchísimos humanos aquí, así que supongo que es verdad”.
“¿Cómo… cómo has aprendido a hacer esto?”, Kiyoni probó a preguntar, sorprendida. Era más fácil de lo que parecía. Lin le lanzó una mirada rápida; parecía sentirse culpable.
“Bueno… había oído hablar de Morgana antes. Sabía que era una hechicera muy poderosa, y acabamos coincidiendo dentro de la Ciudad Prohibida. Cuando escapamos y llegamos a la cueva, lejos del sello de Oni y vuestra influencia… Digamos que la puse en una situación difícil.”
“¿Qué hiciste?”
“La… la obligué a que me diera una copia de sus poderes. Amenacé con matarla. Supongo que es una suerte que el viejo no me pillara, porque no tengo claro cómo usarlos del todo.”
“¿Hiciste qué?”
Lin se encogió de hombros.
“Quería sus poderes. Parecían útiles, sobre todo si íbamos a huir del emperador”.
La puerta corredera se abrió de golpe y ambas levantaron la cabeza. Precedida por varios sirvientes, la dama Tomoe entró en la sala. Era una oni de aspecto juvenil, aunque Kiyoni sabía que era mayor de lo que su apariencia sugería; era al menos un par de siglos mayor que ella misma. Los cuernos, cortos y de color claro, estaban decorados con delicadas filigranas de plata, y vestía con un elaborado kimono rosa y blanco con los mismos motivos florales que decoraban su palacio. Llevaba el pelo cortado por encima de los hombros, negro y brillante, enmarcando su fino rostro. Era la imagen de una dama de la corte perfecta: elegante, dulce y delicada.
Se acercó con pequeños pasitos hasta el cojín rosado que habían preparado para ella, y tras dejar que los sirvientes recolocaran la tela de su kimono para que luciera idóneamente, se giró con una sonrisa gentil hacia Kiyoni.
—Así que vienes con la asesina más mortal del reino. ¿Debería considerar esto una amenaza? —preguntó con voz dulce.
Kiyoni levantó la barbilla, amenazante.
—Eso depende. Supongo que sabes por qué estoy aquí. ¿Vas a ponerme las cosas difíciles?
Ella la miró durante un momento mientras hacía un mohín, midiéndola.
—Kiyoni, ¿verdad? Hace mucho que papá no mandaba a nadie hasta aquí. Pero lo cierto es que me alegro mucho de tener visita. ¡Muy bien! Entiendo que vienes para que firme el documento de lealtad al emperador, ¿me equivoco? —dijo tranquilamente.
Kiyoni se relajó un poco, pero no cambió el tono de su voz.
—Así es. Vengo a obtener tu firma y recoger los impuestos. Después de eso, no tenemos por qué molestarnos más.
Tomoe rió ligeramente, tapándose la boca con pudor.
—Vaya, qué formal eres. Aunque debes de haberle impresionado para que te haya pedido que vengas. Eres una de sus candidatas ahora mismo, ¿verdad? Intento mantenerme informada de lo que pasa en la capital, ¡y he oído hablar mucho de ti! Seguro que cumples muy bien con tu prueba.
Ligeramente incómoda, Kiyoni trató de devolverle la sonrisa.
—¿Estabas avisada de que vendría? Parece que este va a ser un viaje rápido.
—Claro, si quieres puedes volver a casa hoy mismo—asintió Tomoe, afable—. Puedo firmar el documento ahora mismo si lo tienes contigo. Aunque hay un… pequeño detalle.
—¿No me digas?
Tomoe se sonrojó, aún tapándose la boca educadamente.
—Lo cierto es que yo no suelo… pagar los impuestos. Quiero decir, papá me los perdona cada visita. Ya has visto que es una provincia muy poblada, y tengo a muchísima gente trabajando en palacio. Es un gasto enorme. Como comprenderás… Me supone un gran esfuerzo mantener la corte tal y como la ves, todo, por supuesto, para honrar al imperio. Es una provincia humilde, pero soy afortunada y nuestro benévolo padre es consciente de mi situación. Espero que tu también puedas comprenderlo.
—No me digas —repitió Kiyoni alzando una ceja, escéptica—. Y yo que pensaba haber visto granjas y campos de camino a tu palacio. Aldeas llenas de campesinos bien alimentados. ¿He debido de imaginarlo, entonces?
Lejos de caer en la provocación, los ojos de Tomoe brillaron y se adivinó una sonrisa orgullosa tras su mano.
—¿Has podido ver mis tierras? Por supuesto, las Llanuras Eternas no pueden compararse con la capital… pero hago lo que puedo. —Meditó un momento, y luego tomó a Kiyoni de las manos con suavidad—. ¿Sabes qué? Me gustaría enseñártelas. No suelo tener muchas visitas aquí, en los confines del imperio, y menos tan interesantes como tú y tu asesina. ¿Por qué no te quedas a pasar la noche? Déjame preparar algo que esté a tu altura. Un banquete. Un espectáculo.
—Sabes que no me iré de aquí sin los impuestos.
Tomoe suspiró con dramatismo y la miró.
—Eres tozuda, ¿verdad? Supongo que por eso te ha mandado a ti. Muy bien. Si aceptas mi invitación, podemos hablar de los impuestos… aunque no sé qué podría ofrecerte alguien tan humilde como yo.
Kiyoni miró a Lin durante un momento. La actitud y la postura de la asesina habían cambiado radicalmente en los últimos minutos; lejos de una pose servil, tenía los hombros hundidos y paseaba la mirada con curiosidad por la sala llena de cortesanos humanos. Captó a la princesa buscando su atención y se encogió de hombros.
“Parece sincera. Yo aceptaría la invitación. Si la situación se tuerce y estás en peligro, yo puedo protegerte.”
“Está bien, entonces. ¿Pero por qué te conoce Tomoe? ¿También has intentado asesinarla?”
Lin sonrió misteriosamente.
“No, nunca a ella. Pero debe de ser que me he ganado cierta reputación mientras estaba encerrada.”
El intercambio apenas había durado un segundo. Kiyoni dirigió su atención de vuelta a Tomoe.
—Muy bien, entonces. Nos quedaremos a pasar la noche.
Tomoe, que había observado el intercambio de miradas sin comprender qué estaba ocurriendo, se levantó con un grácil salto, entusiasmada.
—¡Maravilloso! Entonces voy a prepararlo todo; necesito que me deis un momento. Os va a encantar esto.