Habían pasado varios días hasta que la princesa mandó a buscar a Lin. Le hizo un gesto a la joven para que se sentase junto a ella en su habitación.
—¿Me has hecho llamar? Supongo que es momento de irnos.
—Sí. Pero quiero prepararme. ¿Sabes algo del Puerto?
—Claro —respondió casualmente Lin mientras se cruzaba de piernas—. Es mi provincia. Crecí allí.
—¿De… verdad? —Kiyoni no se había planteado en absoluto el pasado de Lin, o el hecho de que había nacido y crecido en alguna parte—. ¿Hace cuánto que no vas por allí?
La joven arrugó el ceño.
—Debe hacer unas cuantas décadas. He pasado bastante tiempo en la Ciudad Prohibida, al fin y al cabo. Pero por lo que he escuchado las cosas siguen igual que cuando me fui.
—¿Conoces a los gemelos, entonces? No me digas que también has intentado…
—¿Asesinarlos? Sí. Intentando y logrado, en varias ocasiones. Te sorprendería la cantidad de personas que le ponen precio a sus cabezas, ¿sabes? Aunque siempre conseguían recuperar la provincia cuando regresaban del infierno. Era bastante frustrante, la verdad.
Kiyoni soltó un silbido bajo.
—Desde luego, los negocios son implacables en Puerto del Desprecio.
—No son sólo los negocios —dijo, agriando aún más el gesto—. Los gemelos… bueno, qué más da. Lo vas a ver tú misma. Pero cuando quieras matarlos, sólo dímelo. Yo me ocupo.
—¿Al igual que te ibas a ocupar de Koku? —respondió la princesa, elevando una ceja—. No, gracias. Además, vamos a ir por las buenas. Quiero demostrarle a mi padre que no necesito conquistar todas las provincias por la fuerza.
Lin seguía mirándola con la misma expresión amarga, pero se puso de pie.
—Ya. Bueno, pero si quieres matarlos en algún momento, dímelo.
—No vamos a matarlos —repitió mientras se incorporaba y cogía a Lin del brazo, mientras esta las teletransportaba lejos de allí.
Un enorme vestíbulo se materializó a su alrededor. Kiyoni intentó ubicarse cuando escuchó un suave lamento cerca de ella. Confundida, se giró sobre sí misma buscando el origen del gemido, que se acrecentaba, pero solo cuando se cruzó con la mirada enfadada de Lin y miró hacia abajo comprendió por qué el suelo se sentía particularmente blando.
El suelo no estaba construido con madera ni piedra, sino con lo que parecían cuerpos. Habían sido retorcidos de maneras extrañas para encajar entre ellos, formando patrones como si se tratara de piezas de madera. Estaban claramente vivos; Kiyoni no sabía qué tipo de magia les mantenía con vida en ese estado retorcido, pero si se fijaba la sala casi parecía estar suspirando al ritmo de su respiración. Y ella les estaba pisando, arrancando gemidos de los cuerpos.
—¿Pero qué cojones es esto? —preguntó, horrorizada.
—Los gemelos —respondió Lin mientras chasqueaba los dedos, molesta, y comenzaba a flotar. Cruzó las piernas y la miró sentada en el aire— ¿Quieres que te haga flotar a ti también?
La princesa estaba estudiando el resto de la sala. Algunos elementos estructurales eran de materiales reales, como la mayoría de los muros y techos; pero las columnas y la totalidad de los suelos eran cuerpos vivos y retorcidos de lo que suponía que debían de ser esclavos, en su mayoría desnudos. El resto de la habitación estaba decorada de manera tradicional, con muebles y adornos aplastando y tapando algunos de los cuerpos.
—Pero qué… —suspiró y apartó la mirada—. No, no es necesario. Es su corte. Es su palacio. Pueden gobernar como quieran. Tomoe también tenía cosas extrañas en su corte, y nos fue bien. Compórtate, ¿vale?
Lin no respondió, pero la siguió flotando en silencio mientras Kiyoni avanzaba hasta la sala contigua. Los gemidos la acompañaban con cada paso que daba y la incomodaban enormemente.
La sala del trono recordaba vagamente a la de la capital, ocupada por Oni. Un enorme trono se alzaba en el centro, esta vez construido con cuerpos humanos. A los laterales colgaban varias hamacas medio escondidas por biombos, cuyas patas se clavaban dolorosamente en el suelo vivo, y a pesar de estar bien iluminada la estancia transmitía sensación de decadencia que contrarrestaba con los muebles y decoraciones de lujo.
Dos onis, chico y chica, les observaban desde el trono. Parecían poco más que adolescentes. Eran absurdamente parecidos, ambos con la misma cabellera plateada por la cintura y vistiendo los mismos colores brillantes. Llevaban máscaras complementarias que les cubría solo un lateral de la cara; Kei el lado derecho, y Keiji el izquierdo. Bajo ella, ambos tenían un rostro inesperadamente agradable y juvenil. Estaban recostados sobre el trono, con las piernas entrelazadas entre ellos y la ropa mal colocada. Keiji parecía estar clavando una uña en el trono humano y Kei tiraba de un mechón de pelo del mueble, pero la llegada de la princesa les había interrumpido. Ambos la miraban con entusiasmo.
—¡Hermana! —exclamó Kei cuando la vio entrar.
—Qué ganas teníamos de tu visita —continuó Keiji.
—Ah, pero…
—...traes a la asesina.
Kiyoni vio cómo los hermanos se tensaban visiblemente, encogiéndose sobre el trono. Keiji se inclinó sobre su hermano y él la abrazó, consolándola, y Lin sonrió con satisfacción. Kiyoni le dio un codazo.
—No os preocupéis por ella. Está a mis órdenes y no os va a hacer daño. Vengo como mensajera; he venido aquí a por vuestra firma y vuestros impuestos.
Kei continuó mirando receloso a Lin, pero Keiji se dirigió a la oni ignorando deliberadamente a Lin.
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—Te esperábamos impacientes, hermana. Hemos escuchado muchas cosas de ti.
—Somos fieles al emperador —continuó su gemelo, apartando la mirada de Lin y dirigiéndola a Kiyoni—. Puedes contar con nuestra lealtad.
—Y con nuestro dinero.
—Eeeh… Vale. Bien. Parece que nos vamos a dar pocos problemas y a llevarnos bien.
—Sí. Muy bien —asintió Keiji mientras la miraba de arriba abajo. Kei comenzó a frotar las piernas contra ella.
“Ew.”
“Sólo tienes que darme una señal.”
“Déjales en paz. Son unos adolescentes cachondos. Bastante… turbios, es verdad, pero no nos van a dar problemas. Agradezcamos el detalle.”
“¿Y qué pasa con el palacio?”
“Pues que es suyo. Fin de la discusión.”
Lin frunció el ceño cuando Kiyoni cortó el contacto, pero los gemelos continuaron ignorándola.
—En ese caso, hermana… —Kei, que no había soltado a Keiji, comenzó a acariciarle el pelo sin dejar de frotarse.
—Tenemos un favor que pedirte.
—Como hermanos, ¿sí?
—A una enviada del emperador.
Kiyoni abrió mucho los ojos sin poder evitar una expresión de desagrado, esperando lo peor.
—¿Qué favor es ese?
Los gemelos se miraron tensos entre ellos, sin decir nada, mientras se separaban ligeramente. Debían de tener algún tipo de comunicación mental como ella y Lin, porque parecieron ponerse de acuerdo en algo y volvieron a girarse hacia ella.
—Hay un pirata que asalta nuestras costas.
—Y es malo para los negocios.
—Firmaremos todo, entregaremos todo…
—...pero debes ocuparte del pirata.
—Ah. Me había dicho que teníais algún tipo de problema —respondió la princesa, recordando su conversación con Gotsu—. ¿Quién es el pirata?
—Mon —respondieron los gemelos a la vez, con la voz cargada de ira. Lin soltó una carcajada y ambos la fulminaron con la mirada.
—Parece que puedes controlar a tu juguete, hermana…
—...pero no educarla. No nos gusta que la basura se ría de nosotros en nuestra casa.
—Me aseguraré de que no vuelva a ocurrir —aseguró Kiyoni mientras la miraba con seriedad. Lin asintió, forzando una expresión exageradamente seria.
“¿Pero qué cojones te pasa? Te recuerdo que ahora tienes mi sello impuesto. O te comportas, o me encargaré yo de que lo hagas.”
“Perdón, perdón”, respondió Lin, en absoluto intimidada. “Es que me hace gracia que les ataque otro oni.”
La joven hizo memoria, recordando lo que sabía de las otras provincias, y se giró de nuevo hacia los hermanos.
—Un momento. ¿Mon no es el gobernante de una de las islas?
—No tiene suficiente con ello…
—¡...y nos ataca a nosotros! Exigimos apoyo del emperador.
—Debes hacer esto por nosotros. Sólo entonces estaremos dispuestos a firmar.
La princesa cerró los ojos y se llevó las manos a las sienes.
—Pensaba que habíais dicho que nos íbamos a llevar bien y que lo pondríais fácil.
—Pero tenemos un problema —dijo Kei, dolido, y su gemela le acarició la mejilla con ternura.
—Así es. Queremos el apoyo de nuestra hermana.
“Me da grima que te llamen hermana.”
“He dicho que silencio.”
—Escuchadme un momento. Sabéis que después de visitaros a vosotros, tendré que ir a ver a Mon para pedirle su parte.
Keiji se incorporó ligeramente sobre el trono, apoyándose en la cabeza de uno de los esclavos. Kei le acarició la espalda mientras alzaba la voz.
—¡Exígele entonces que deje de atacarnos!
—No voy a ir hasta allí para volver a venir. Tengo demasiadas cosas que hacer como para perder el tiempo corriendo de un sitio a otro haciendo de recadera. Escuchad, no tengo nada en vuestra contra. Os doy mi palabra de que lidiaré con Mon como enviada de Oni. Me ocuparé de que os deje en paz. Pero no me voy a ir de aquí sin los impuestos y la firma sólo para tener que volver.
Los gemelos se miraron preocupados entre ellos, manteniendo una conversación que excluía a sus visitantes. Después de varios segundos, Kei puso la mano en la mejilla a Keiji y esta se sentó sobre él mientras el oni la apretaba contra su regazo.
—Si eres sincera, aceptamos tus condiciones —dijo el gemelo.
—Pero nos apenaría que te marcharas tan pronto —continuó ella.
—Sabemos de tu estancia en las Llanuras.
—Nosotros también queremos ofrecerte nuestra hospitalidad.
—Teníamos muchas ganas de tu visita.
—Sí. Habíamos preparado una habitación.
—La modificaremos para que sea acorde a ti.
—¿Pasarás la noche aquí en la ciudad?
—Ven a comer con nosotros mañana. Firmaremos todo.
—Entregaremos todo.
—Y confiaremos en tu palabra respecto a Mon.
Ligeramente abrumada, Kiyoni miró a Lin. Esta seguía forzando una expresión cómicamente seria. Se llevó la mano a las sienes de nuevo.
—Vale, está bien. Acepto vuestra hospitalidad. Enseñadme mi habitación, y nos veremos mañana a mediodía para cerrar todo.
Los gemelos abrieron mucho los ojos, claramente complacidos, y se recostaron en el trono entrelazados de nuevo.
—Eres una buena hermana.
—Nos gustas.
—Esperamos poder gustarte también.
—Pero no te entretendremos más. Te llevarán a tu habitación.
—Y hablaremos durante el almuerzo. Tendremos todo preparado.
Kiyoni asintió en silencio mientras una pequeña figura se aproximaba desde uno de los laterales. Era un esclavo humano, desnudo, que sin alzar la mirada le indicó que la siguiera por uno de los pasillos. La princesa abandonó la sala detrás de él; el suelo gemía con cada paso que daba. No se esforzó en esconder una expresión de repulsión al abandonar la sala, acrecentada cuando unos sonidos húmedos comenzaron a escucharse desde la sala del trono. Supuso que eran los gemelos.
El esclavo las llevó a las plantas superiores, donde abrió una puerta de rodillas en el suelo apartándose para dejarlas pasar. Kiyoni entró y Lin la siguió, todavía flotando, pero no era necesario.
Se trataba de una habitación relativamente normal, decorada con exceso, aunque esta vez con suelos reales de madera. Los gemelos debían de haberse percatado del desagrado de Kiyoni con los suelos vivos. El esclavo cerró la puerta detrás de ellas, e inspeccionaron el resto de la sala.
—Supongo que esa es mi cama —comentó Lin, golpeando suavemente un gran cojín rectangular que habían colocado en el suelo. Junto a él había un cuenco, claramente diseñado para alguna mascota o animal. El mensaje estaba claro.
—No vas a dormir ahí. Pero desde luego, no les dejaste un buen recuerdo, ¿eh?
—Te lo he dicho. Tú solo dime cuándo quieres que les mate.
Kiyoni negó suavemente con la cabeza mientras se detenía frente a un enorme cuadro que ocupada casi por completo la pared oriental. Estaba llena de figuras y paisajes, pero en la parte dental dos de ellas destacaban: una de ellas, sentada altiva en un trono, mientras otra se inclinaba a sus pies. La figura inferior había sido dibujada con colores oscuros, el rostro rojo, negro y blanco, y grandes cuernos y dientes. Era claramente un oni. La figura superior, cómicamente pequeña y frágil, representaba a un humano. Kiyoni frunció el ceño frente al insulto, intencionado o no.
—¿Sabes qué? Yo tampoco voy a dormir aquí. No les hemos dicho nada sobre pasar la noche en su palacio. Seguro que se presentan aquí en mitad de la noche, acabando las frases entre ellos y toqueteándose. ¡Agh! Oye, conoces la ciudad, ¿verdad? Vámonos. Sácame de aquí.
Lin sonrió y, haciendo gestos dramáticos con las manos, las sacó del palacio.