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Crónicas de Korinsei [Español]
2. Las Llanuras Eternas - 6

2. Las Llanuras Eternas - 6

Kiyoni despachó a Lin y se retiró durante el resto del día. Quería ocuparse de Koku lo antes posible, pero con la posibilidad de teletranportarse directamente al este no había motivos para no esperar hasta la mañana siguiente. Decidió pasar la tarde entrenando; si tenía que conseguir la firma de Koku mediante un duelo, sería mejor no dejar nada al azar. Lo demás podía esperar, se dijo, mientras se dirigía al dojo.

El castillo del emperador era una amalgama de complejos de edificios, jardines, grandes torres con tejados curvados y murallas. Las distintas zonas inicialmente tenían sentido en sí mismas, pero se habían construido a lo largo de los siglos sin tener en cuenta las estructuras y estilos ya existentes, creando un laberinto complejo de navegar. El dojo estaba situado en una de las estructuras exteriores del palacio, no muy lejos de la ciudad. Era una zona concurrida; grupos de onis y semionis entrenaban y peleaban incluso en las proximidades del edificio. Había una proporción equivalente de hombres y mujeres; los roles habituales no aplicaban a los gobernantes de Korinsei, cuyo emperador había llegado de los infiernos. Kiyoni estaba habituada a entrenar allí; se dirigió directamente al edificio principal mientras saludaba a distintos conocidos que trataban de llamar su atención, muchos de ellos sin éxito.

El núcleo del dojo estaba compuesto por una gran sala rectangular, construida con antiguas vigas de madera y escasamente decorada. En el centro, dos onis jóvenes se observaban, katana en mano. Ambos se encontraban en posición de combate; cada vez que uno modificaba ligeramente su postura, el otro se adaptaba acorde al cambio. Kiyoni sólo les conocía de vista; les había visto entrenar en el dojo en otras ocasiones. Se colocó junto a la pared, con un pequeño grupo que observaba el encuentro en silencio, memorizando los detalles.

El oni que había más cerca de ella se decidió a atacar. Sin pronunciar palabra, pasó el peso a su pierna delantera mientras se impulsaba hacia delante con la otra. Su rival había adoptado una posición de ataque, claramente dispuesto a iniciar él mismo el combate, y la iniciativa del chico le tomó por sorpresa. Trató de reposicionarse antes de que el golpe llegara, pero fue demasiado lento y perdió el equilibrio cuando la katana de madera le alcanzó. Cayó al suelo con un ruido seco y la tensión del momento desapareció. El grupo que observaba comenzó a susurrar en voz baja y a señalar mientras el oni ganador se retiraba, triunfante. Una voz ronca resonó por encima de las demás.

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—¡Esto es lo que os pasa siempre a los novatos! Esperáis demasiado debido al miedo. Tenéis que atacar con decisión, sí, como tú, Gombei, te estoy viendo. Buen trabajo. ¡Pero tú!

Un hombre enorme se detuvo frente al perdedor. Era humano, pero casi tan alto como Kiyoni, y mucho más voluminoso, como un luchador profesional. Iba vestido con ropas simples y cómodas y estaba desarmado y descalzo. Se cruzó de brazos observando al chico.

—Si vas a atacar, no dudes. Podrías haber ganado el combate, o haber dado algo de guerra, ¡pero en el suelo no haces nada! Tenías los pies bien colocados, eso sí. Te faltó velocidad. Prueba a inclinarte más; el torso y los brazos estaban demasiado rígidos.

El oni, que se había incorporado, estaba de rodillas frente al humano, inclinado la cabeza respetuosamente.

—Sí, maestro. Lo haré mejor la próxima vez, maestro.

El hombre bufó con escepticismo y se alejó. Fue entonces cuando vio a Kiyoni y apretó el paso dirigiéndose hacia ella, contento.

—¡Kiyoni! Me habían dicho que estabas fuera de la ciudad. No pensaba verte por aquí en unos días.

—Acabo de regresar, y tengo que volver a partir mañana. Me esperan unas semanas complicadas, parece ser.

—¿Una agenda tan apretada y vienes a verme a mí? No pierdas el tiempo aquí. Estos chavales no valen nada; hace demasiado que no tengo una alumna como tú.

La abrazó con fuerza al llegar hasta ella. Kiyoni le devolvió el abrazo y sintió la fuerza de su antiguo maestro; era mucho más fuerte que muchos de los onis que vivían en la capital.

—Eso me decías también de mí, Daikon. Alguno habrá que te guste.

—Bueno, es verdad. Alguno hay. Pero no voy a dejar que se les suba a la cabeza. ¿Y bien? ¿Vienes a entrenar?

Kiyoni le sonrió enseñando los dientes.

—Sí. Pero nada de posiciones formales y duelos educados. Vengo a entrenar de verdad.

Daikon la miró sin pestañear y se encogió de hombros, y haciendo un gesto con el brazo llamó al grupo que tenía detrás.

—¡Ya la habéis oído, chavales! El que logre tumbar o golpear a Kiyoni será el ganador del día. ¡Empezad!

Sin pronunciar palabra, Kiyoni sacó su katana mientras varios alumnos se aproximaban, algunos dudosos y otros decididos a pronunciarse campeones. Sonrió; esto le serviría para ir calentando.