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Crónicas de Korinsei [Español]
3. El Yelmo Amurallado - 5

3. El Yelmo Amurallado - 5

—¿Por qué haces lo que te dice?

—No puede ser de otra manera. Es mi padre, y mi emperador.

Kiyoni y Lin seguían el camino hacia la Ciudad Prohibida. Lin había vivido allí durante años, y Kiyoni apenas tenía una idea de quién se ocultaba tras sus muros; tenía sentido que la asesina le hiciese de guía.

—¿Y no te tienta abandonarle? Koi lo hizo, y Han está preparando un ataque. Seguro que no todos los onis le sirven como tú.

—¿Y para qué? ¿Para ocultarme en una cueva en el fin del mundo como está haciendo Koi ahora mismo? El viejo le ha comido la cabeza a los demás —Kiyoni bufó—. Es una cuestión de honor. He nacido para servirle, como todos los onis. No hay más.

—Pero… ¿no te arrepientes de haber matado a tu hermano?

—Él no es… ¿Tú no te lamentas por la gente que has asesinado? Cuando es tu deber, no hay más vuelta de hoja. Así que no, no me lamento. Y además, él no es mi hermano.

Lin la miró extrañada.

—Pero también es un oni. Es hijo del rey demonio.

—No somos hermanos de sangre. No pienses en nosotros como… hijos de Oni. No somos engendrados. Piensa en nosotros como sus creaciones —Comenzaron a recorrer con calma las calles de la ciudad. Los habitantes se apartaban de ellas a su paso, sin atreverse a molestarlas—. Oni habita este mundo con un cuerpo físico, pero es un demonio, es una entidad. No puede tener hijos… pero sí puede crearlos. Y nos crea a nosotros usando a algunos humanos. Pero no es como Akemi y su hijo mestizo. Él puede usar a cualquier persona humana, hombre o mujer, porque simplemente usa su esencia. Eso somos nosotros. Las creaciones corruptas de Oni.

—¿Y por qué os llamáis hermanos entre vosotros, entonces?

Kiyoni se encogió de hombros y continuó andando sin dirección alguna.

—Es más como un título. Un reconocimiento. Cuando miles de nosotros han sido creados durante siglos, es difícil llevar la cuenta. Considero a algunos onis mis hermanos. Otros… son como tíos lejanos. Y otros son rivales.

—¿Y entre vosotros… ya sabes…? He oído historias, pero no no sé si es…

—Claro que sí —Kiyoni asintió—. Como te he dicho, no hay ningún lazo real. Algunos onis incluso llegan a ser pareja. Pero… por nuestra naturaleza… es difícil que funcione durante mucho tiempo. Demasiados choques, supongo. La sangre oni saca a relucir nuestro temperamento más fuerte. Se diluye con la sangre humana en cada generación.

—¿Y conoces a tu madre, entonces? —preguntó Lin con curiosidad, acelerando el paso.

—No. Tampoco tengo interés en hacerlo, si es que sigue con vida en alguna parte. No es mi mitad humana la que me ha traído hasta donde estoy; es mi mitad oni. Pero, oye, ¿dónde me estás llevando?

Habían caminado hasta una zona de la Ciudad que Kiyoni no conocía. Parecía estar formada completamente por templos y jardines, y las calles estaban escasamente transitadas.

—Estaba pensando en qué tipo de prisionero quieres liberar. Quería ponértelo fácil. Estoy agradecida de que hayas quitado el sello de Oni… aunque ahora tenga uno nuevo —Le hizo una mueca—. Pero bueno, conozco bastante esta zona y casi todos los que viven por aquí. Dime qué buscas y encontraremos a alguien.

—Quiero alguien leal —respondió Kiyoni, aún con las palabras de Oni en mente—. Si necesito aliados, será mejor tener cerca a gente en la que pueda confiar.

Lin la miró torciendo el gesto, poco impresionada.

—Kiyoni, si les pones un sello de dominación, todos te van a ser fieles.

—Sabes a qué me refiero. Aliados. Para mi causa. Sea la que sea en el futuro. Por si… acaso.

La joven se llevó la mano a la barbilla, pensando.

—Creo que se me ocurre alguien. Ven conmigo.

Volvieron a echar a andar, recorriendo las callejuelas de la ciudad. Lin se detuvo frente a una enorme mansión, y le indicó a Kiyoni que entrase.

Los techos de la vivienda eran sorprendentemente altos, y se sostenían por gruesas columnas de madera. El suelo estaba construido con tatamis tradicionales, pero decorado con multitud de pieles de animales. También colgaban de las paredes, aunque habían sido tratadas con sumo cuidado y parecían de calidad. Esparcidos por el suelo había una extraña colección de objetos de aspecto rústico; Kiyoni se inclinó sobre uno de ellos, fabricado con piedra y madera tosca. No conocía su utilidad ni su origen, pero era definitivamente extranjero.

Stolen novel; please report.

Mientras se inclinaba, una figura salió de una de las salas laterales para recibirlas. Era enorme, casi tan alta como Han, pero su forma correspondía a una mujer. Tenía la piel pálida y el pelo de un rubio ceniza, casi blanco, trenzado con cintas de colores. Sus músculos se marcaban bajo las pieles que usaba como prenda, similares a las que había visto en el resto de la sala; claramente no era habitante de Korinsei. Sus ojos azules se abrieron súbitamente cuando vio a Kiyoni, y se lanzó al suelo con entusiasmo.

—¡Una diosa! Yo no sabía. Hace mucho que nadie nuevo visita. ¡Diosa poderosa! ¿Qué necesitas de mí?

Kiyoni abrió la boca para responder, dudosa, y lanzó una mirada de refilón a Lin. Ella se encogió de hombros.

“Lleva aquí incluso más tiempo que yo. Se pone muy contenta cada vez que un oni aparece por las calles, pero no sé por qué os llama dioses. Nunca me lo ha contado. Pero pensé que os llevaríais bien.”

Kiyoni caminó hasta la giganta y se detuvo frente a ella, indicándole con un gesto que se pusiera de pie. Ella obedeció; parecía exultante.

—¿Cuál es tu nombre? No había visto a una humana tan grande como tú. ¿De dónde vienes?

—Yo soy Oi’. Donde vengo, todos los humanos son grandes como yo. Venir de gigantes. Vosotros sois pequeños. Pero dioses poderosos.

Oi’ se arrodilló frente a Kiyoni, aunque no pareció hacerlo por respeto; simplemente se colocó al mismo nivel que la princesa. Kiyoni la sondeó y la miró sorprendida.

“No está controlada por Oni. Está bajo su dominio, pero no está… en el mismo estado en el que te encontré a ti. ¿Por qué?”

“Supongo que cuando tienes una seguidora fanática que te considera un dios no tienes por qué molestarte en hacerla dócil. Pero es maja, igualmente. Aunque esté obsesionada con vosotros”.

Kiyoni asintió al comentario silencioso de Lin sin apartar la mirada de Oi’.

—Supongo que somos poderosos, sí. ¿Cuál es tu tierra? ¿Y cuánto llevas aquí?

La giganta se llevó una mano a la barbilla, pensando.

—Yo vengo de la Raíz, hace mucho, mucho tiempo. No sé cuánto. Cosas no cambian mucho aquí.

—¿La… Raíz? ¿Y dónde está eso?

Oi’ le sonrió y se inclinó hacia atrás, sentándose con las piernas cruzadas frente a Kiyoni. Elevó las manos, haciendo grandes aspavientos, mientras hablaba atropelladamente.

—Muy muy lejos. Arriba. Pero no por mar, por tierra. Tras desierto. Vine buscando dioses… Los dioses en la Raíz ya no son. Murieron peleando contra gigantes de verdad. Grandes batallas, pero nosotros perdimos. Hace mucho mucho tiempo raro. Así que yo vine para encontrar dioses y convertirme en uno. Gran dios dijo que podía quedarme si honro a su reino; a veces viene a visitar. Le gusto. Dice que yo grande como él. Yo honro a gran dios, y él me da poder para luchar con gigantes algún día.

—Supongo que gran dios es… ¿Oni? —Oi’ asintió con energía y sin perder la sonrisa, y Kiyoni frunció los labios—. Ya. Qué conveniente que el gran dios te tenga aquí encerrada para usarte; ya me imagino cómo te pide que le honres. En fin. Yo soy su hija, Oi’; ahora me servirás a mí, y no a él. Mi nombre es Kiyoni.

Oi’ no parecía demasiado sorprendida con el cambio de poder, y asintió complacida.

—Entonces, ¿ya es hora? ¿Vamos a pelear con gigantes?

—¿Gigant…? No, no. Todavía no. Tengo una tarea pendiente, y a lo mejor te necesito cerca. Pero… quién sabe. Nunca había oído hablar de esa tierra. Tal vez podríamos visitarla un día, cuando termine con las provincias —La princesa la miró, estudiándola, y se giró hacia Lin. Esta había comenzado a pasear por sala mientras inspeccionaba los objetos del suelo—. ¿Sabes de qué lugar está hablando?

—Nunca lo he averiguado —respondió esta, mientras cogía uno de los artefactos y le daba vueltas entre las manos—. Supongo que está más allá de las Tierras Ardientes, y al norte, pero nunca he oído hablar de él. Tampoco conozco las tierras de más allá, en realidad. Pero podrías preguntarle a alguien.

—Tal vez más adelante. Ahora mismo tenemos algo distinto entre manos —dijo mientras volvía su atención de nuevo hacia la giganta—. Muy bien, Oi’. Emm… lo cierto es que no tengo mucho uso para ti ahora mismo, pero puedes acompañarme, supongo.

Oi’ se levantó, decidida, y sonrió a Kiyoni.

—¡Muy bien! Yo acompañar. Yo gran guerrera; puedo proteger. Yo buscar mis armas.

Pareció recordar el protocolo de Korinsei durante un momento y se inclinó para hacer una torpe reverencia. La princesa asintió conforme, pero Lin se deslizó rápidamente hasta ellas y tomó a Kiyoni del brazo.

—Esto… si me permites, jefa, no creo que sea una buena idea que nos acompañe al Puerto —le susurró mientras Oi’ las miraba con curiosidad—. Una extranjera, y además una tan colosal, va a llamar demasiado la atención. La presencia de extranjeros está oficialmente prohibida fuera de la Ciudad Prohibida. Aunque… —reflexionó un momento antes de continuar—, supongo que si vas a tomar la provincia de nuevo por la fuerza, va a dar igual. Puede ser una buena guardaespaldas. ¿Sabes qué? Deberíamos hacer eso. Tomemos la provincia con Oi’.

Kiyoni se soltó del brazo y negó con la cabeza.

—No vamos a tomar el Puerto por las malas, Lin. Koku se lo buscó él solo, pero vamos a negociar, al igual que hice con Tomoe. Quiero conseguir las firmas de manera limpia. Oi’, te vas a quedar aquí por ahora. Honrando a los dioses o… lo que sea que hagas.

La chica, que seguía la conversación mirando a una y a la otra, asintió indiferente.

—Y nosotras partiremos hacia el Puerto en unos días —continuó Kiyoni—. Creo que hemos ganado suficiente margen como para poder tomárnoslo con calma durante un tiempo. Descansaremos. Aunque hay una cosa más.

Hizo un gesto a Oi’ para que se inclinase, y le colocó la mano en la frente. Al igual que había hecho con Lin durante el combate con Koku, deshizo el sello del emperador sobre la joven y usó su propio hechizo de dominación. Y, al igual que había ocurrido con Lin, resultó más fácil de lo que esperaba.

—Ahora me sirves a mí, no al gran dios. Y cuando venga a buscarte, me seguirás a donde vaya.