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Crónicas de Korinsei [Español]
2. Las Llanuras Eternas - 4

2. Las Llanuras Eternas - 4

La mañana siguiente consistió en otra sucesión de visitas donde la pequeña oni parloteaba sobre las Llanuras Eternas y la región, esta vez paseando por la ciudad. Tomoe no mencionó la visita de los actores kabuki a la habitación de Kiyoni durante la noche; parecía claro que lo que ocurría tras las paredes de papel no tenía por qué ser de conocimiento común. Tomoe protegía la apariencia de su palacio perfecto. Kiyoni aprovechó el buen humor de su anfitriona para conseguir la firma que venía a buscar; invocó rápidamente el contrato de lealtad a su padre y Tomoe lo firmó con una floritura.

El paseo por la ciudad resultó ser una excusa mientras los sirvientes de la daimyo preparaban un opulento banquete para sus invitados, como descubrieron a su regreso al mediodía. Habían dispuesto varios cojines de color celeste a lo largo de los laterales de la sala donde Tomoe les había recibido el día anterior, dispuestos con una pequeña bandeja lacada frente a cada uno de ellos. Los miembros de la corte les esperaban ya dispuestos, inmóviles con la cabeza gacha.

Cuando llegaron, Tomoe sonrió complacida al contemplar la escena. Se giró hacia Kiyoni antes de entrar y la tomó de la mano.

—Tengo algo más que enseñarte. Es un pequeño capricho mío; no puedo evitarlo. A veces las Llanuras se sienten tan apartadas de la corte de la capital… y lo echo de menos. ¿Me seguirás el juego, Kiyoni?

—Claro —respondió, sin saber qué esperar—. ¿Qué tengo que hacer?

—Solamente disfruta del banquete. Al fin y al cabo, he preparado todo para despedir vuestra visita.

Entraron a la sala. Los cortesanos se incorporaron inmediatamente cuando el grupo cruzó las puertas y comenzaron a hablar entre ellos casualmente. Sus gestos eran exagerados, y las conversaciones, de nuevo, ensayadas. Kiyoni alzó una ceja mientras Tomoe saludaba a unos y otros al pasar como si fueran viejos amigos, refiriéndose a ellos con nombres que le eran vagamente familiares.

“Creo que son el resto de gobernantes de las provincias” aclaró Lin en su cabeza. “Fijate, parece que van disfrazados. Todos son humanos, pero llevan cuernos falsos. Están disfrazados de onis. Supongo que Tomoe de verdad echa de menosque alguien venga a visitarla.”

Era cierto. Kiyoni no conocía a ninguno de los otros gobernantes, al menos que ella recordase, así que no pudo identificarlos individualmente, pero el teatro estaba claro: estaban imitando la corte imperial. Tal corte no existía en la capital, dado que Oni gobernaba en solitario y gestionaba a sus samuráis y demonios casi individualmente, y la princesa supuso que el teatro reflejaba una situación idealizada por su hermana.

Con elegancia, Tomoe se sentó en el sitio central, sobre su cojín rosado; Kiyoni tomó el sitio de su derecha y Lin ocupó el último lugar disponible, a la izquierda de la daimyo. A Kiyoni no le pasó desapercibido el detalle, ni el lugar de honor que representaba.

La comida era exquisita. Cada plato llevaba servido en pequeños cuencos de porcelana, decorados con flores y detalles pintados en los laterales. Cada bocado era acompañado de una pequeña descripción de los ingredientes y en qué parte de la provincia habían sido producidos. Tomoe parecía exultante por poder compartirlo con alguien. Los cortesanos continuaron charlando entre ellos, de vez en cuando lanzando comentarios o preguntas preparadas con antelación a la mesa principal. Tomoe respondía encantada, como si estuviese hablando con los gobernantes reales, y Kiyoni rápidamente se puso al día con su juego, haciendo preguntas y respondiendo a comentarios ingeniosos. La daimyo ocasionalmente lanzaba preguntas a Lin, que respondía de manera casual pero ignoraba los comentarios de los cortesanos mientras estudiaba la escena, claramente incómoda.

Tras la comida, un grupo de silenciosos sirvientes se llevó las bandejas de comida y el parloteo lentamente disminuyó. Kiyoni miró a Tomoe, pero antes de poder preguntar, la puerta de la sala se abrió de golpe.

Un humano, también disfrazado de oni, irrumpió en la sala. Vestía una pesada armadura azul, casi negra, y una máscara plateada de oni le cubría el rostro. Portaba una pesada espada, más ceremonial que práctica, y dos grandes cuernos falsos completaban el disfraz. Señaló a Tomoe dramáticamente desde la puerta.

—¡Tomoe de las Llanuras Eternas! —dijo, elevando la voz para que llenase la estancia—. He venido a atacar y asaltar tu provincia. ¡He traído mis ejércitos desde el Yelmo Amurallado para hacerme con tus tierras!

Tomoe se aferró del brazo de Kiyoni, imitando el tono dramático del recién llegado.

—¡Oh, no! Koku ha regresado para intentar invadirme otra vez. Pero yo sólo soy una pobre dama relegada a su castillo. ¿Quién podría ayudarme y rescatar a las Llanuras?

Kiyoni puso los ojos en blanco, pero sonrió. Había dicho que le seguiría el juego. Le gustaba Tomoe, con sus maneras delicadas y su corte ensayada. Se puso en pie y señaló al recién llegado con el dedo mientras la oni sonreía encantada a sus pies.

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—No temáis, dama Tomoe. ¡Yo, Kiyoni del Atardecer Rojo, me encargaré de derrotar a quien osa atacaros!

Tomoe aplaudió entusiasmada mientras Kiyoni avanzaba hasta el centro de la sala. El recién llegado hizo lo propio y se colocó en posición de combate mientras el resto de cortesanos observaban el silencio. Lin no pronunció palabra, observando con el ceño fruncido junto a Tomoe.

Decidió dar un buen espectáculo. Quienquiera que estuviera bajo el disfraz, estaba bien entrenado. Conocía las posiciones de combate y sabía manejar la enorme espada, pero no era rival para Kiyoni. La princesa le hizo dar vueltas sobre sí mismo y detener estocadas con movimientos exagerados; con cada golpe Tome y la corte aplaudían como si fuese un espectáculo callejero. Se dejó aproximar lo suficiente como para que su rival encontrase aperturas por donde atacar, pero lo repelía con facilidad inmediatamente después.

Pasados unos minutos decidió que era suficiente. Ahora sí, usó su habilidad real de combate y con un par de gestos rápidos desarmó al falso oni, lanzando su espada al otro lado de la sala, y le obligó a ponerse de rodillas, convenientemente frente a Tomoe. Hizo una reverencia teatral.

—Querida hermana, he derrotado al villano. Te lo entrego como agradecimiento por su amabilidad en nuestro viaje. A partir de ahora, mi espada está a tu disposición.

Sonriendo, Tomoe dio un par de palmadas y le hizo un gesto para que regresase a su lado.

—Has sido muy valiente, Kiyoni. Lo recordaré. Ahora mis soldados se ocuparán del malvado. Aunque… ¿quizás quieras hacerlo tú?

La princesa negó con la cabeza, sentándose de nuevo. Había hecho su parte. Un grupo de guardias entró rápidamente en la sala y rodeó al falso oni. Tras hacer una reverencia hacia su señora, uno de ellos levantó una katana sobre la cabeza del actor mientras otro le apretaba contra el suelo poniéndole un pie encima. Tomoe miró a Kiyoni, interrogante. El final de la obra dependía de ella. Indiferente, la princesa hizo un gesto para que continuase y alargó la mano para servirse más vino.

—¡NO!

La hoja cayó sobre el actor a la vez que Lin saltaba desde su asiento hasta la escena. Interponiéndose entre el actor y los soldados, detuvo la hoja de la espada con una de sus dagas sin aparente esfuerzo.

La estancia pareció congelarse. Tomoe se tapaba la boca, completamente desprevenida por el giro de la situación. El actor miraba a Lin, impasible tras la máscara, pero temblando visiblemente. Y Lin miraba a Kiyoni.

La princesa tenía la botella rota entre las manos. Miraba de vuelta a Lin, furiosa. Lentamente, se puso en pie y se acercó hasta ella mientras todos la seguían con la mirada. Cada paso resonaba por la habitación mientras toda la falsa corte permanecía en silencio.

Kiyoni cogió a Lin del cuello y la levantó en el aire.

—¿Pero qué cojones te crees que estás haciendo?

Percibió el miedo en los ojos de Lin durante un momento, pero la joven habló con voz firme.

—No hay ninguna necesidad de que muera. No ha hecho nada para merecerlo.

Kiyoni la soltó, dejando que cayese al suelo.

—La dama Tomoe nos ha recibido en su casa. Nos ha dado una cama, y nos ha dado de comer. Nos ha preparado un espectáculo. ¿Quién te crees que eres para rechazar un regalo?

—Pero nadie ha pedido su muerte —respondió la humana mientras se frotaba el cuello—. ¿No es estúpido matar a un hombre sin motivo?

Kiyoni soltó una carcajada amarga.

—¿Así que la asesina necesita un contrato para matar, o considera que la muerte no es suficientemente válida? No me hagas reír. Si es súbdito de Tomoe, me da igual que sea su esclavo, su cortesano o su samurái, su vida está a disposición de su señora, ¿entiendes?

Se agachó para ponerse al nivel de Lin, mirándola con intensidad. La furia aún se filtraba en su voz. El resto del público seguía observando en silencio, ignorado por ambas.

Lin la miró a los ojos.

—¿Te he decepcionado?

—Has despreciado el regalo de Tomoe. Lo que has hecho es avergonzarme.

Lin suspiró profundamente y cerró los ojos.

—Vale. Creo que puedo hacerlo mejor.

—¿Mejor? ¿Qué quieres dec…?

Hubo un destello de luz en la sala y Kiyoni sintió una fuerza que tiraba de ella. Cerró los ojos con fuerza, sintiendo que perdía el aliento, y en un instante la sensación había pasado.

Estaba sentada de nuevo en su cojín, junto a Tomoe. Los guardias irrumpieron en la sala, de nuevo, rodeando al actor. Kiyoni miró alarmada a su alrededor. Era como si no hubiese ocurrido nada. Buscó a Lin con la mirada mientras el guardia levantaba la hoja sobre el falso oni.

“¿Qué es esto?”

Lin continuó mirando al suelo, pero respondió.

“Es uno de los poderes de Morgana. No sé cómo lo he hecho, pero en ese momento… supe que podía hacerlo”.

“¿Has retrocedido en el tiempo?”

“¿No es esto lo que querías?”

Tomoe miraba a Kiyoni, interrogante. El final de la obra, de nuevo, dependía de ella. Asintió con la cabeza, aún desubicada, pasando la mirada sobre la botella intacta.

“Sí. Has sido obediente.”

La hoja cayó sobre el cuello del actor, que rodó y tiñó de sangre roja el suelo. Tomoe, enfundada en su suave kimono rosa, aplaudió de nuevo haciendo resonar los adornos de sus cuernos, feliz. El resto de los cortesanos se inclinaron frente a los guardias y el actor decapitado, tocando el suelo en una reverencia en silencio. La obra había terminado.