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Crónicas de Korinsei [Español]
3. El Yelmo Amurallado - 6

3. El Yelmo Amurallado - 6

La segunda noche tras su regreso desde el Yelmo, y tras pasar todo el día remoloneando en palacio, Kiyoni finalmente decidió ir a ver al administrador del emperador. Bajó a la ciudad y no tardó mucho en encontrarle; a las puertas de uno de los burdeles de la ciudad, un pequeño sirviente humano le confirmó que el Gotsu se encontraba dentro, en su reservado favorito. La princesa entró sin dudar, conociendo de sobra el camino.

Atravesó el local dejando atrás elegantes salones llenos de gente bebiendo y misteriosas puertas cerradas a cal y canto. Se detuvo frente a una de ellas y, tras dudar un momento, dio dos golpes con el nudillo. Suficiente formalidad.

Entró directamente. Era una estancia pequeña, separada de la calle y los patios interiores por unas pesadas persianas de madera frente a la ventana. Kiyoni sabía que un hechizo insonorizaba totalmente la sala del exterior, dado que era allí donde Gotsu mantenía la mayoría de sus reuniones. La sala se asemejaba a un despacho decorado generosamente con maderas oscuras y telas caras. Habían traído varios arcones repletos de pergaminos y papeles, muchos de ellos apilados de manera ordenada sobre una pequeña mesa central. Un par de estantes bajos recogían más archivos, así como varias cajas y estuches.

Gotsu estaba reunido, pero sus ojos se encendieron con reconocimiento al ver a la princesa. Hizo un gesto con la mano a los dos semionis que se encontraban sentados frente a él al otro lado de la mesa y les dedicó una sonrisa educada.

—Me temo que hay un tema urgente del que debo ocuparme, caballeros. Podemos seguir discutiendo los términos más tarde; ahora, si me hacéis el favor, bebed algo en mi nombre fuera mientras me ocupo de un asunto urgente. Dicen que hay unas muchachas preciosas llegadas desde el sur. Os recomiendo que preguntéis por Yui durante vuestra espera.

Los dos hombres se levantaron apresuradamente y pasaron frente a Kiyoni, haciendo una rápida reverencia sin apenas atreverse a mirarla y desaparecieron en el pasillo. La princesa cerró la puerta tras ellos y se sentó frente al demonio. El administrador se había acercado una pequeña cajita llena de hojas secas y tranquilamente sacó una larga pipa de uno de los estuches que tenía a más mano. Kiyoni le observó prepararla en silencio mientras ella misma se acomodaba y se servía con calma algo de beber de la única botella visible mientras ambos se mantenían en silencio cómplice.

Gotsu era un oni, aunque no podía compararse en tamaño a Han, Koku, ni a la propia Kiyoni. Era delgado, con una barba recortada y cuernos gastados que se dejaban ver bajo su pelo recortado. No portaba armas visibles, y vestía con sobriedad con colores ricos y oscuros. Una máscara de demonio cubría sus facciones hasta la boca, mostrando bajo ella una piel sorprendentemente clara para ser un demonio. Su aspecto era apenas el de un hombre maduro, pero la joven sabía que se encontraba entre los onis más antiguos del imperio de su padre.

Gotsu encendió la pipa y dio una larga calada, tras la cual se la ofreció a la princesa. Esta se inclinó sobre la mesa y la tomó, aspirando profundamente el espeso humo dulce.

—Hace un par de días recibí una carta muy interesante desde las Llanuras —comenzó mientras recuperaba su pipa—. Un envío completo de caballos de parte de Tomoe como pago de sus impuestos está camino a la capital. ¿Sabes cuándo fue la última vez que Tomoe pagó impuestos?

Kiyoni no pudo reprimir una sonrisa de orgullo.

—Por lo que sé, nunca los ha pagado.

—Así es —Gotsu cogió un tintero y un pequeño cuaderno de cuentas que tenía cerca y comenzó a tomar notas con pulcritud—. Y justamente ayer me llegan noticias de que Koku está muerto, y que tú eres la nueva gobernadora del Yelmo. Quería verte antes de que partieras a tu misión para darte un par de consejos, pero está claro que no los has necesitado.

—Nioh me avisó de que me estabas buscando, pero he estado bastante ocupada… como habrás podido comprobar.

—No me sorprende que hayas hecho un buen trabajo hasta ahora. Menos mal que el emperador aún me escucha… aunque lo haga menos a menudo de lo que debería. Siempre he sabido que eres prometedora, Kyo, pero no te confíes; te has ocupado de las dos provincias más fáciles. Te queda un largo camino, y aún te queda mucho que demostrar. Por cierto, estoy bastante seguro que Koku se estaba aprovechando del tipo de cambio que conseguía del Puerto para mandar menos impuestos de los que le correspondían. Voy a necesitar que te asegures de que está todo correcto ahora que son tus tierras.

Alargó el cuaderno repleto de cifras a Kiyoni a través de la mesa. Ella lo tomó y echó una ojeada antes de devolvérselo, asqueada.

—¿Por qué tengo que hacerlo yo? Dime cuánto hay que pagar y listo. O háblalo directamente con la administradora que dejé allí; por algo ha conseguido el puesto.

—Ah, sí —los ojos de Gotsu brillaron un momento con reconocimiento—. Ya me han hablado de la dama Akemi y su nueva posición. Un movimiento curioso, cierto, pero supongo que a mí me deja las cosas fáciles. Hablaré directamente con ella entonces.

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Kiyoni asintió en silencio mientras apuraba su vaso y se servía otra copa. Gotsu guardó las notas junto a una decena de cuadernos idénticos y volvió a aspirar el humo de la pipa.

—¿Sabes ya cuál va a ser tu siguiente destino?

—Me han dicho que debería ir al Puerto del Desprecio. ¿Quién gobierna ahí ahora mismo?

—Hmm. Los gemelos. Kei y Keiji.

—¿Y qué puedes contarme de ellos?

Gotsu jugueteó con la pipa mientras la miraba, distraído, aunque no parecía estar afectado por el humo. Al igual que con el alcohol, los onis eran particularmente resistentes a las drogas y estupefacientes. Sin embargo, parecía más relajado que durante la reunión anterior. Kiyoni y él se conocían desde hacía décadas.

—Eficientes. Gestionan el mayor núcleo de comercio del imperio, y lo hacen bien. Son unos críos; ni siquiera llegan al siglo de edad. Pero consiguieron su posición actual negociando con el gobernante anterior, y hundiéndolo una vez le apartaron; eso debería darte una idea de su forma de operar. Probablemente sean los que más impuestos paguen de entre todos los daimyos, pero siempre lo hacen a tiempo. Aunque últimamente he escuchado que tenían quejas.

—¿Y qué piensas tú de ellos?

Gotsu la miró a los ojos antes de volver a centrar su atención en la pipa.

—Gastan demasiado. Tienen buen ojo para los negocios e invirtieron masivamente en la provincia cuando se hicieron con el poder, pero últimamente se han acomodado. Pagan generosamente y cuando deben, pero si hicieran las cosas bien el Puerto podría generar mucho más.

—Y todo eso acabaría en tus arcas —le señaló Kiyoni. Gotsu le respondió con una sonrisa ácida.

—El imperio es una gran maquinaria que necesita de todas sus piezas para funcionar, Kyo. Y mientras más pulidas estén, más finamente operará esta. No subestimes el poder de las provincias frente al imperio, ni cómo la burocracia se encarga de encauzarlo todo. Son todo pequeñas piezas.

—Supongo que Oni quiere enseñarme eso mismo si está usando a su hija favorita como recaudadora de impuestos. La importancia de la burocracia. Fíjate. A lo mejor te escucha más de lo que crees. Pero, de nuevo, preferiría no tener que ocuparme yo.

—Entonces termina pronto con lo que te ha pedido, y descubre qué es lo siguiente que te tiene preparado.

Kiyoni chasqueó la lengua y le miró directamente.

—Supongo que también te han llegado noticias de Koi y H… y de su rebelión.

—No te preocupes. Que Han lleva meses rondando la frontera con su ejército no es ningún secreto para mí. Aunque dudo que esté listo para atacar todavía.

—¿Y qué opinas al respecto?

El demonio meditó unos segundos antes de responder.

—La obsesión de Oni con su legado e ignorar las capacidades de los humanos es pura terquedad y uno de sus principios más obsoletos. Pero al final y al cabo, supongo que no puede escapar de su naturaleza infernal. En última instancia, es el imperio quien paga las consecuencias… un imperio que él mismo construyó. Respecto a la rebelión… tal vez las ideas de Koi no estén descaminadas, pero nacen de un estúpido amor infantil que probablemente le termine costando la existencia. Y Han aún no tiene nada suficientemente claro como para actuar —hizo un gesto con la mano, como apartando algo molesto—. Son un grupo de niños enfrentándose a su padre y echándole un pulso. Un pulso que él lleva mucho tiempo esperando, pero que dudo que vayan a ganar. No tienen la convicción —Sonrió ante la atención que dedicaba Kiyoni a sus palabras y tras dar una calada, continuó—. Pero por mi parte, no temas. Soy fiel al imperio. A estas alturas, sería ridículo fingir que no es el proyecto de mi vida. ¿Y tú? ¿Qué opinión te han merecido?

—Son unos arrogantes —respondió ella sin miramientos—. Quiero ponerles en su sitio y hacer que se arrodillen. Quiero ser suficientemente fuerte como para vencerles y que se traguen sus palabras sobre la rebelión.

—Curiosa actitud para una joven aspirante que se pasea con una asesina humana bajo el brazo, y que deja su provincia a cargo de una noble humana.

Kiyoni le miró con la boca abierta.

—Eso no… no es… no son los humanos. Eso me da igual. Pero no quiero que me incluyan en sus estúpidos juegos como si fuese una pieza más y como si estuviesen tres pasos por delante de mí. No quiero sentirme impotente.

Gotsu apartó la mirada hacia la pipa que comenzaba a apagarse, y respondió mientras la rellenaba tranquilamente.

—Entonces vas a tener que empezar a correr. Como te he dicho, has conseguido la firma de dos provincias, y te quedan seis. Te espera un largo viaje. Y si no quieres ser otra aspirante fracasada como tantos antes que tú, como Heiji, te queda mucho que demostrar.

Kiyoni tamborileaba con los dedos sobre la mesa.

—La favorita, la aspirante… ¿aspirante a qué, exactamente?

Él la miró de vuelta a través de una nube de humo espeso.

—Al trono del imperio. ¿Cuál pensabas que iba a ser el premio?

La joven sintió un escalofrío. Sabía cuál era el final del camino, lo sabía desde hacía años, pero nunca se había permitido planteárselo como algo real. Oni era una constante. Oni era eterno. Y ella le era fiel. Era más fácil actuar como un arma, un agente, y atacar donde Oni la dirigía. Cedió.

—No sé si eso es posible —susurró en voz baja.

La decepción apareció brevemente por los ojos de Gotsu, que aprovechó para retirar parte de la ceniza de la pipa para poder apartar la mirada de ella.

—Ya te he dicho que te queda mucho camino. Ocúpate de las provincias, Kiyoni, y lo demás llegará. Siempre he elegido bien mis apuestas.

No añadió nada más y Kiyoni suspiró, dando por despedida y levantándose para marcharse. Gotsu levantó una mano para detenerla antes de llegar a la puerta.

—No quiero que te lleves una mala impresión. Has hecho un buen trabajo hasta ahora. Ven a buscarme cuando vuelvas de Puerto, ¿está bien? Estoy seguro de que tendrás cosas que contarme.

Kiyoni asintió, y sin decir nada más, se marchó.