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1. Prólogo - 3

Los prisioneros habían llegado mucho más lejos de lo que esperaba. Llevaban horas de ventaja, pero mantener un hechizo activo en un grupo tan numeroso requería un enorme poder mágico. Kiyoni suponía que el grupo habría parado a descansar y recuperarse en algún momento, pero tras horas de vuelo abandonó la capital y atravesó la provincia contigua sin que el rastro mágico se atenuase ni descendiese hacia el suelo. Forzó al cuervo, claramente debilitado, con intención de reducir distancia con los fugitivos. Hacia mitad de la noche una gran mancha oscura apareció bajo ella, extendiéndose hasta el horizonte en la noche sin luna mientras la costa desaparecía a sus espaldas. La princesa frunció el ceño mientras confirmaba su ruta. ¿Había abandonado Korinsei cruzando el mar?

Un par de horas después la silueta de una cordillera comenzó a dibujarse en el horizonte. Se debían de haber desviado hacia el suroeste; estaba llegando a las Tierras Ardientes, más allá de cualquiera de las provincias del imperio. Las volutas doradas se habían hecho mucho más fuertes, más sólidas a sus ojos. Debían de estar cerca. Ya sólo era cuestión de localizar su escondite.

Aterrizó en silencio junto a la apertura de una cueva. Las montañas estaban llenas de grietas y hendiduras, pero el rastro era claro. Estaban dentro. Se masajeó las sienes mientras desconvocaba al espíritu del cuervo, que se deshizo en una nube de llamas brillantes en silencio. Mantener la invocación activa tantas horas le había pasado factura mentalmente, pero su cuerpo estaba preparado. Confiaba en sus reflejos. Desenvainó una de sus katanas, y entró en la cueva con cuidado.

La oscuridad absoluta llenaba el interior de la gruta, lo cual no era un problema para sus ojos de demonio. Examinó el suelo para detectar trampas y no encontró más que un puñado de pisadas apresuradas. Con la espalda pegada a la pared, continuó avanzando hasta que detectó la primera presencia.

Una joven estaba apostada en mitad del pasillo de piedra, guardando el paso. Armada con dos enormes puños de acero y ropa marcial, su posición dejaba claro que no era capaz de ver nada en la oscuridad, pero parecía que trataba de guiarse por el oído para detectar a cualquiera que se acercase, confiando en que la falta de luz perjudicase también a sus perseguidores. Kiyoni sonrió; parecía demasiado fácil, pero no parecía haber nadie más en el tramo cercano de la gruta. Manteniéndola en su campo visual, se acercó en silencio y la noqueó de un solo golpe sin usar su arma. La sujetó al caer para evitar que el ruido alertase a los demás, y sondeó a la chica. Seguía siendo una marioneta; alguien la había apostado aquí, pero no tenía voluntad propia, no del todo. La influencia de Oni se había debilitado al alejarse del imperio, pero seguía mentalmente dominada. Se concentró un momento y aplicó su propio hechizo de dominación sobre la joven; ahora la seguiría de vuelta a palacio. Se la echó al hombro sin dificultad, y continuó avanzando con cuidado.

Se cruzó con varios guardias más en su recorrido. Claramente, el bloqueo les hacía ser más lentos y torpes de lo que deberían, y la oscuridad seguía jugando a su favor. Los dejó fuera de combate uno a uno, aunque evitó dejarlos inconscientes, y los enlazó a su voluntad como había hecho con la primera guerrera. Los contó mentalmente; con que volviese ahora y los entregase, ganaría la prueba por pura superioridad numérica. Aun así, la cueva continuaba. Siguió andando.

Había una fuente de luz más adelante. Debía de ser la hechicera; ninguno de los prisioneros parecía corresponder con la descripción que la mujer de la casa de té le había dado. Dejó a la luchadora inconsciente en el suelo, apoyada en la pared, y avanzó en silencio hacia la luz.

La cueva se abría a una gran estancia bañada con la luz de una hoguera. Kiyoni esperaba ver a la hechicera preparada para atacar, o tal vez en posición defensiva, rodeada de barreras mágicas. Pero, en lugar de eso, yacía exhausta por el esfuerzo del viaje en los brazos de una figura. La mujer miró a los ojos a la princesa durante un momento y levantó el rostro hacia su captor, alarmada. Kiyoni entrecerró los ojos, siguiendo la mirada de la hechicera, y no consiguió ocultar una expresión de sorpresa cuando reconoció a la figura que la sujetaba. Koi, el tercer oni que su padre había mandado llamar, había llegado primero. ¿Cómo había podido llegar primero?

Bajó la katana y dio un par de pasos hacia ellos.

—He dominado a los demás. Deberías entregarme a esta también; así será una victoria completa para mí cuando vuelva al palacio. Tú no tienes nada que ganar.

Koi sonrió un momento, midiéndola, y negó con la cabeza.

—Puedes llevarte a todos los demás y reclamarle tu victoria a nuestro padre. Al fin y al cabo, terminarás liberándolos de todas maneras. Pero a ella no puedo dejar que te la lleves.

Confundida, Kiyoni volvió a levantar su katana en posición de ataque sin decir nada. Sólo entonces vio que la mano de Koi se entrelazaba con la de la hechicera, que la sujetaba con fuerza. Levantó las cejas, y soltó una carcajada.

—-Ya veo. ¿Eres un traidor, verdad? No escaparon por su cuenta. Tú eres quien los liberó de la casa de muñecas —Koi no dijo nada, pero la miraba con curiosidad y Kiyoni continuó, comprendiendo—. Pero Oni sabe que has sido tú. Lo sabía cuando nos llamó a la sala del trono. Me temo que no tienes muchas cartas que jugar, hermano. Entrégamela.

El demonio levantó las cejas.

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—¿No? Yo creo que sí las tengo. Es cierto, Oni sabe que soy un traidor, pero no soy el traidor que él necesita. Yo no puedo enfrentarme a él, ni tengo deseo de hacerlo. —Miró hacia abajo y apartó con cariño un mechón de la cara de la hechicera, que cerró los ojos mientras se relajaba—. No, yo solo quiero vivir en paz con ella. No puedo volver a Korinsei, o Oni me matará, ambos lo sabemos. Pero tú… tú vas a volver con los prisioneros, y vas a ganar su pequeña prueba. Vas a seguir haciendo todo lo que te pide y siendo la preferida, y cuando llegue el momento y lo mates, me dejarás volver con Morgana sano y salvo a casa.

Koi la miraba ahora con una expresión extraña, una mezcla de confianza y serenidad que no se parecía en absoluto al oni asustado que había visto en la sala del trono. Kiyoni no dejó que la intimidase, pero bajó la espada por segunda vez.

—¿Matar a Oni? ¡Ja! Al contrario que tú, yo sirvo a nuestro padre. Ni siquiera tienes fuerza suficiente para retarle como deberías, así que ahora pretendes esconderte aquí. ¿Por qué haces todo esto? ¿Por una… humana?

Escupió en el suelo cercano. No tenía que fingir el veneno en su voz, ni su desconcierto. En Korinsei gobernaban los onis, hijos espirituales del rey demonio que había invadido todo siglos atrás. Eran los señores, los daimyos, los samuráis y los gobernantes. Los humanos eran sirvientes, y en algunos casos, herramientas útiles o juguetes.

—Veo que te queda mucho por aprender, querida. Los humanos son mucho más de lo que Oni se ha molestado en enseñarte. El mundo no puede existir habitado solamente por demonios; hace falta un equilibrio. Lo acabarás entendiendo. Y no, claro que tú no le traicionarás. Una hija tan leal como tú no haría algo así, ¿verdad? Pero no es necesario. Continuarás sirviendo, y será él quien te lo pida. ¿Te sorprende? —preguntó, regodeándose en su confusión—. ¿Para qué crees que son todas sus pruebas, sus competiciones? Busca constantemente a su sucesor, alguien suficientemente fuerte para mandarlo de vuelta al infierno del que viene. Él también sabe que su tiempo se acaba, y que con su marcha volverá el equilibrio. Aunque algunos… dejamos de jugar a su juego hace mucho tiempo. Pero tú eres su candidata perfecta, y creo que le derrotarás.

Kiyoni respiró hondo. No podía dejar que las palabras de Koi llegasen hasta ella.

—¿Te enfrentaste a él, verdad? En el pasado. Por eso dices todo esto. Y perdiste, y te descartó, y ahora no eres nadie.

—No, querida hermana —respondió con una carcajada—, fui yo el que decidió no enfrentarme a su prueba. Encontré algo mucho más importante, y me retiré de sus maquinaciones. Pero eso no importa. Me quedaré aquí hasta que me abras el camino de vuelta a casa. No puedes hacer nada. Al menos, no por ahora.

—Entrégamela —repitió la princesa, haciendo un gesto hacia Morgana—. Entrégamela, y no le diré nada a Oni de tu pequeño plan de fuga —mintió.

—Ambos sabemos que esa es una amenaza vacía. Como he dicho, no puedes hacer nada contra mí.

De repente, el aura de Koi cambió. Irradiaba potencial mágico por todas partes. Oleadas de energía, mucho más fuerte que el que había demostrado hasta ahora, brotaban a su alrededor y llenaban toda la estancia. Kiyoni se mostró impasible, pero le quedó claro que no podría enfrentarse a él en combate. ¿De dónde había sacado tanto poder el viejo? Apretó los dientes, frustrada.

—Como te he dicho, vas a llevarte al resto de los prisioneros y los entregarás al emperador. No me importa. Y cuando volvamos a hablar, me dejarás volver a la capital junto a Morgana. Pero si tan importante es para ti tu pequeña prueba… te dejaré un regalo.

El oni susurró algo al oído de la mujer, que frunció el ceño y se incorporó con esfuerzo, poniéndose de pie. Cerrando los ojos, murmuró un hechizo y su imagen se desdobló y consolidó, dejando una copia de la hechicera junto a ellos. Kiyoni la miró sin decir nada.

—Puedes llevártela a ella. Una copia perfecta, con todos sus poderes. Es posible que Oni no la consiga reconocer y obtengas la puntuación perfecta que deseas.

—No necesito tu ayuda —respondió la princesa con furia.

—No, no la necesitas. Adiós, Kiyoni del Atardecer Rojo. Continúa siendo la favorita.

Koi volvió la mirada hacia Morgana, que asintió con decisión y se abrazó de nuevo con fuerza a él. En un momento, ambos habían desaparecido dejando a la princesa en silencio con la copia y el resto de los prisioneros tras ella.

Soltó un grito de frustración. ¿Qué se había creído el viejo? Se la había jugado, y ella no había podido hacer nada para evitarlo. ¿Cómo podía ser tan poderoso Koi? Se giró hacia los prisioneros, que la miraban dóciles a la espera de órdenes. Había cinco en total, además de la copia. Supuso que la prisionera adicional sería la que habían reclutado en el teatro Kabuki. Oni había pedido cinco prisioneros y se los llevaría, ¿pero qué iba a hacer con la copia? Su padre ya debía de conocer el papel de Koi en todo esto.

Mientras reflexionaba, escuchó un sonido aproximándose por el túnel. Suspiró y se cruzó de brazos para esperar a Heiji. Al menos, se había adelantado al idiota. De un solo movimiento, el demonio entró en la estancia como un borrón y rápidamente se lanzó hacia la copia de Morgana. La agarró de la cabeza, obligándola a ponerse de rodillas, y murmuró un conjuro de dominación.

—¿Se te ha olvidado dominar a esta, Kiyoni? —preguntó con una sonrisa socarrona—. Bueno, tienes a las ovejitas que la siguieron obedientes, pero esta de aquí es la cabeza pensante. La líder que los liberó del palacio, ¿verdad?

Se agachó frente a la copia para burlarse, pero esta le devolvió una mirada vacía. Se volvió a poner de pie rápidamente, ligeramente avergonzado por la falta de reacción de su presa. Kiyoni le miraba impaciente.

—Parece que vuelves a llegar segundo.

—Eso no importa. Estoy seguro de que padre sabrá que el premio grande gana la competición. Mala suerte, hermanita.

Chasqueó la lengua y tiró de la copia de Morgana para que la siguiera al exterior. Daba igual; no era uno de los prisioneros reales. Que se la llevase. Kiyoni cerró los ojos y se masajeó la frente, suspirando, hasta que sintió la presencia de Heiji alejarse. Después, cargando con la luchadora al hombro una vez más, aún inconsciente, hizo un gesto a los prisioneros y salió para invocar al cuervo y poner rumbo a la capital.