La princesa no tardó en llamar a Lin a la mañana siguiente. El entrenamiento del día anterior, en el que nadie había podido más que rozarla, la habían dejado hambrienta de una pelea real. Tenía intención de partir temprano, y estar de vuelta a final del día; estaba más que segura de poder presentarse de nuevo frente a Oni antes de que cayera la noche.
Lin llegó con aspecto descansado. Parecía de buen humor, desperezándose según entraba en la habitación de Kiyoni, y observando a su alrededor.
—¿Qué, nos vamos?
—Sí, salimos hacia el Yelmo. Quiero que nos hagas llegar lo más rápido posible. Pero… ¿dónde has dormido, por cierto? —preguntó Kiyoni con curiosidad.
—¿A qué te refieres? En mi habitación.
—¿Tienes… una habitación en el palacio?
—No, claro que no. Mi habitación de la Ciudad Prohibida —se encogió de hombros—. Nadie ha dicho que tenga que irme y todos mis amigos están allí, así que…
—¿Amigos? Si son como marionetas, ¿esos son tus amigos?
—Bueno, eso es cuando Oni o tú o algún demonio está cerca y tenemos que serviros por el maldito sello. El resto del tiempo son… normales —respondió Lin ligeramente airada.
—Huh. ¿Es así como aprovechaste para atacar a Morgana? No lo sabía. Puedes quedarte allí si quieres, supongo. Tú misma. Pero ahora centrémonos en lo importante: el Yelmo Amurallado es el siguiente paso.
—Sí, sí, yo me ocupo. Sé dónde está.
Kiyoni soltó un bufido, divertida.
—¿Es que has estado ya antes? ¿Para asesinar a Koku, tal vez?
—Lo cierto es que… sí —respondió, encogiéndose de hombros de nuevo—. Fue fácil. Si de verdad eres tan buena guerrera como te gusta presumir, no te va a dar ningún problema. Vamos sobradas.
—¿Lo dices en serio? ¿Y no pensabas decírmelo? ¿Quién te lo encargó?
—Bueno, tampoco quería estropearte la sorpresa. Parecía que tenías muchas ganas de enfrentarte a él. No quería quitarle misterio al asunto, jefa.
Kiyoni puso los ojos en blanco.
—Háblame del contrato.
—Fue hace mucho tiempo —respondió Lin pensativa—. ¿Hace un siglo, o así? Un grupo de humanos me contactó para acabar con él. No es un oni famoso por su compasión, ¿sabes? Pude atacarle por sorpresa y se deshizo en cenizas en mis manos. Pero estuvo muy poco tiempo en el infierno. Apenas un par de semanas desde su muerte, y luego volvió a su trono. Desde entonces… el Yelmo no es un gran sitio para ser humano. Supongo que es su manera de cobrarse venganza.
Kiyoni detectó un tono triste en la voz de Lin, pero lo pasó por alto. ¿Qué había esperado después de asesinarle? Eran las consecuencias evidentes.
—¿Cómo pudieron encargártelo hace tanto tiempo? ¿Qué edad tienes, exactamente?
—¿Exactamente? No estoy segura. Un par de siglos, algo más, tal vez.
—¿Y cómo has vivido tanto tiempo? Los humanos no sois nada longevos.
—Podrías ser un poco menos condescendiente. Pero supongo que sí, soy la excepción. Siempre he tenido una conexión especial con el ki y la energía y ese rollo; la entrené cuando era joven, y por eso pude desarrollar mis habilidades para el asesinato. El ki te fortalece de muchas maneras; la esperanza de vida es sólo una de ellas. Y ahora que tengo poderes, espero poder durar incluso más tiempo.
—Ya veo. Entonces… ¿dices que vencer a Koku será pan comido?
—Debería serlo. Y si tienes problemas, estoy aquí para ayudarte.
—Perfecto —Kiyoni asintió, decidida—. Entonces vámonos ya. Al Yelmo Amurallado.
Lin asintió, y concentrándose un segundo, las llevó lejos de allí.
Aparecieron en una estancia pequeña y cerrada. No había ventanas, ni demasiada luz. Olía fuertemente a perfume y las paredes estaban modestamente decoradas. Kiyoni tardó unos segundos más en darse cuenta de que estaban en un vestidor.
Una puerta corredera se abrió de repente. Un oni alto las observaba, visiblemente molesto. Llevaba ropas sueltas, largas, claramente de cama. No llevaba máscara, y se recogía el pelo en una coleta baja que caía lacia por su espalda. Les lanzó una mirada severa, y detuvo sus ojos en Lin.
—Así que tú otra vez —mantuvo el silencio durante unos momentos y pasó tu mirada a Kiyoni—. Sí, ya sé a qué vienes. Pero agradecería que no aparecieras en mi alcoba privada sin anunciarte y sin ningún tipo de educación. ¿Y pretendes conseguir que firme con estos modos? Sal a esperar, niña, y cuando esté listo te recibiré. Ahora, fuera de aquí las dos —dijo con tono seco, y cerró la puerta dándose la vuelta.
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Lin la miró, mordiéndose el labio.
—Lo siento. Este era el lugar que recordaba mejor por lo del… ya sabes. Supongo que me he colado.
—No pasa nada. Salgamos, y podremos hablar con él después.
Era evidente que la corte de Koku había estado esperando su llegada, aunque en condiciones distintas. Unos sirvientes las llevaron a una pequeña salita a esperar mientras el demonio se preparaba. Pasados unos minutos, la puerta se abrió y entró una mujer, que les hizo una breve reverencia y se sentó frente a ellas.
—Bienvenida al Yelmo Amurallado, Kiyoni del Atardecer Rojo. Mi nombre es Akemi, esposa de Koku; permíteme que sirva el té para ti y tu… acompañante.
Con delicadeza, la joven tomó una caja tallada que había en un estante y comenzó a preparar té ceremoniosamente. Kiyoni la miraba extrañada. Era humana, con el pequeño rostro redondo ensalzado por el maquillaje, y por su vientre parecía estar en un avanzado estado de gestación.
“¿Koku tiene una esposa humana? Las cosas no eran así la última vez que vine”, dijo Lin acudiendo a su cabeza.
“La última vez que viniste fue hace cien años. Esta chica apenas parece tener veinte, y no creo que ella comulgue con el ki o lo que sea que hagas tú.”
“Se siente… mal.”
“¿Por qué? Hay semionis de tercera, cuarta generación por todas partes. Los onis llevan siglos mezclándose con humanos.”
“No lo dijo por eso”, bufó mentalmente Lin. “Pero mírala.”
La joven estaba inmersa en la pequeña ceremonia, ignorante a la conversación que tenía lugar frente a ella. Ejecutaba cada gesto con precisión y elegancia; Kiyoni pensó que Tomoe lo habría aprobado. Pero detrás del maquillaje, similar a las máscaras que llevaban otros cortesanos, no había nada más, ni emociones, ni pasiones. Pero no parecía estar dominada como lo estaba Lin.
—Agradezco tu amabilidad, Akemi. Y, esto… disculpa las circunstancias de nuestra llegada. Ha sido un fallo de cálculo —dijo Kiyoni cuando la joven le ofreció una taza. Ella asintió, sumisa.
—Koku lo ha dejado pasar, y, por tanto, no hay nada que señalar. Esperábamos tu llegada desde hace unos días, aunque no sabíamos cuándo tendría lugar. Celebro que te encuentres hoy entre nosotros.
Pronunciaba cada palabra con entonación perfecta pero vacía, como si estuviese leyendo una obra que no fuese de su interés. Se hizo un silencio incómodo mientras Akemi sorbía el té sujetando la taza con pequeñas manitas.
—Esta es… mi primera vez en el Yelmo. ¿Puedes contarme algo de la provincia?
—Es un honor que os intereséis por nuestras humildes tierras, dama Kiyoni. Pero temo que no hay mucho que contar que os pueda resultar de interés: proveemos a la capital y a nuestro emperador de ejércitos y soldados allá donde son requeridos. Nuestros generales les entrenan desde la infancia por toda la provincia. No queda espacio para mucho más en estas tierras.
“¿No tiene mucho aprecio por la zona, eh?”, comentó Lin.
“Tomoe dijo que eran tierras yermas. Parece que es verdad.”
—Tal vez podríamos hacer una pequeña visita mientras esperamos —propuso Kiyoni, dejando su taza en la mesa.
—No creo que mi marido aprobase la idea. Ha pedido que esperéis aquí hasta que esté preparado. Pero no temáis, no debe de tardar mucho más.
Lin estaba siendo deliberadamente ignorada en la conversación, pero probó suerte.
—Es poco habitual ver a humanos por aquí. ¿Qué tal… es vivir en la corte de Koku? En tus circunstancias. Y todo eso.
Akemi mantuvo la vista en la taza durante unos segundos más, debatiendo su respuesta. Finalmente levantó la vista hasta Lin y se dirigió a ella, cautelosa.
—Tengo más suerte que la mayoría. Vivo bien, y estoy a salvo mientras mi hijo esté en mi vientre. No puedo quejarme. Y no lo haré.
Akemi no pronunció una sola palabra más, y se quedaron sorbiendo el té en silencio mientras esperaban que Koku hiciese su aparición. Kiyoni y Lin se miraban, hablando sin necesidad de telepatía; estaban deseando acabar con el asunto lo más rápidamente posible. Por fin, el oni hizo su aparición.
Se había recogido el pelo en una estirada coleta alta. Vestía con una armadura de metal azulado, similar a la que había vestido el actor en la corte de Tomoe. Se tapaba la cara con una máscara plateada con rasgos demoníacos; parecía el disfraz de la corte de Tomoe había resultado ser bastante fiel. Pero era más alto que Kiyoni, y la máscara transmitía la misma severidad que el rostro que había debajo. La miró, y sin prestar atención a Akemi o a Lin, tocó la katana que portaba al cinto.
—Has venido a por mi lealtad y mis impuestos en nombre del emperador. Muy bien. Deberías saber de mí que no me doblegaré ante alguien que no lo merece, y menos una niña como tú. Si quieres lo que has venido a buscar, tendrás que demostrarme que estás a la altura de la misión que se te ha encomendado.
Kiyoni se puso en pie, impaciente.
—No esperaba menos. Me enfrentaré a ti en combate, Koku. Tus normas.
El oni la estudió de arriba abajo, y le lanzó una mirada de condescendencia.
—No has cambiado nada desde la última vez que te vi. Te quedaba tanto por aprender entonces como te queda ahora. Traes a la asesina que acabó con mi vida, y eliges enfrentarte personalmente a mí. Necia. Aunque ya tu juguete tampoco puede hacerme daño —dijo, dirigiendo una mirada llena de veneno a Lin. Kiyoni no se percató, confundida.
—Espera, ¿me conoces? ¿Cuándo?
Koku volvió a dirigir su mirada altiva hacia ella.
—Eras poco más que una cría comenzando su entrenamiento en la capital. Nuestro emperador te señaló como una joven promesa; a ti, y a tantos otros, claro está. Supongo que hoy es el día que comprobaremos si es cierto, o si correrás el mismo destino que los demás.
Kiyoni le miró con el ceño fruncido. Si le conocía, no le recordaba. Existían miles de onis; la princesa solo conocía a un puñado de ellos.
—Deja ya el dramatismo, Koku. Hablemos del duelo. Si yo gano, firmarás y pagarás los impuestos. Y si tú ganas, supongo que…
—Será un combate a muerte. Si yo gano, morirás. Podrás volver cuando pagues tu penitencia, pero tendrás que decirle al emperador que has fracasado tu misión.
—Entonces, ¿sólo tengo que matarte para vencer?
Koku le miró con los ojos entrecerrados.
—Veremos si eres capaz. Sígueme.
Kiyoni y Lin le siguieron por el castillo hasta el exterior. Era sobrio, rígido; los muros estaban construidos con piedra y había guardias apostados en cada puerta y haciendo rondas por los pasillos. No era un edificio acogedor.
“Si le matas, la provincia será tuya”, susurró Lin en su cabeza. “Podrás ser tú la que firme lealtad en nombre del Yelmo.”
“¿Y qué? Yo no quiero gobernar. Y menos en esta provincia espantosa.”
“Me refiero a que si Koku no quiere darte su firma, podrías entregarla tú misma.”
Kiyoni arrugó el gesto y miró a Lin en silencio.
“Eso ya lo veremos. Por ahora nos ha dado sus condiciones; no tiene motivos para romper su palabra. Vamos a centrarnos en el duelo.”