El rey demonio aplaudía cuando entraron a la sala del trono, observándoles desde lo alto con ojos brillantes. Una sonrisa orgullosa pintaba su rostro. Un grupo de esclavos estaban encadenados a sus pies, apenas ocultos por la penumbra. Parecían dispuestos en fila. El demonio les empujó bruscamente con el pie para que se inclinaran con una reverencia forzada, divertido, y luego volvió su atención hacia Kiyoni.
—Y aquí llega la nueva dueña del Yelmo Amurallado. Ayer me traías la firma de Tomoe, y solo un día después matas a Koku y le arrebatas su provincia después de casi un siglo bajo su control. Impresionante, hija mía.
Kiyoni se paró frente a él con los brazos en jarras, ignorando a los esclavos.
—Imposible de matar. Estabas protegiendo a Koku, y aún así me mandaste a enfrentarme a él.
Oni levantó las cejas, sorprendido, y se inclinó hacia delante.
—¿Enfrentarte a él? Kiyoni, pensaba que negociarías con él. Que convencerías al inconvencible. Es una criatura tan molesta como peligrosa, un idiota, un testarudo. No pensaba que le matarías y le arrebatarías todo. Pero al fin y al cabo… ¿Esa es la mejor parte, no es así?
El demonio se incorporó y se levantó del trono. Avanzó hasta ella mientras los esclavos se apartaban rápidamente para evitar ser aplastados. Oni no los miró. Se acercó a Kiyoni y le obligó a levantar la cabeza cogiéndola de la barbilla.
—Supongo que has matado lo inmatable. Me has impresionado igual, Kiyoni.
La princesa mantuvo el reto en su mirada incluso mientras Oni comenzaba a apretar, amenazando con aplastar tu cabeza como había hecho con Heiji.
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—Aunque… ¿cuál es el precio que has pagado, hija mía? —le sonrió con una sonrisa taimada—. No siento a Lin bajo mi control.
—Sabes qué ha ocurrido sin necesidad de que sea yo la que te lo diga. He superado tu prueba imposible, y eso es todo lo que necesitas saber.
Oni siguió mirándola desde lo alto mientras deslizaba la mano hasta su cuello y aumentaba la fuerza contra Kiyoni, inclinando la cabeza mientras pensaba. La princesa sintió un momento de pánico. ¿Liberar a Lin había sido un error? ¿Había fracasado la prueba? ¿Le esperaba el mismo destino que a Heiji?
Por fin, el rey demonio la liberó mientras soltaba una carcajada y Kiyoni caía de rodillas, tosiendo y buscando aire. Volvió a su trono mientras recogía una de las cadenas del suelo y comenzaba a juguetear con ella, pegando tirones del esclavo apresado a ella.
—¡Así que la traición comienza hoy! Muy bien, Kiyoni. Busca tus propios aliados. Los necesitarás en el futuro. No puedes esperar que tu padre te lo dé todo hecho, ¿verdad?
Kiyoni se incorporó mientras se llevaba la mano al cuello, frotando, y preguntó.
—Si he pasado tu prueba, ¿dónde está mi recompensa?
El emperador la miró un momento, sorprendido, y comenzó a reír a carcajadas mientras se palmeaba la pierna.
—¡Sí! ¡Muy bien! Así es, pequeña, así me gusta. Esto es magnífico, ¡magnífico! Me has estado escuchando y has aprendido a tomar lo que es tuyo. Tendrás tu recompensa. Puedes ir a la Ciudad Prohibida, y elegir un juguete nuevo. Elige bien.
Kiyoni asintió, más tranquila, y miró de reojo a su padre.
—¿Hay algún otro truco que deba saber antes de ir al Puerto del Desprecio?
—¿Truco? Kiyoni, nunca hubo ningún truco. Aunque tengo curiosidad por ver qué es del Puerto tras tu paso por allí. Quiero ver cómo juzgas a sus gobernantes… ¿Cuántas provincias puede gobernar mi favorita?
El demonio tiró del resto de las cadenas y los esclavos gimieron, aunque no Kiyoni no sabía si de placer o agonía. La princesa lo tomó como una despedida, y se dió la vuelta para marcharse. El emperador no había mencionado a Han, y, desde luego, ella no iba a hacerlo.