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Incursión

Ciudad Kiriza, puerta sur.

―Entonces ella me dio la espalda, pero pude ver esa sonrisa que trataba de ocultar, te lo digo, esa mujer ya es toda mía. Oye, ¿me estas escuchando?

―No, no realmente.

Los dos guardias de turno tenían esta típica conversación, el primero de ellos se encontraba recostado sobre su silla, mientras que el segundo se mantenía firme con su mirada al vacío.

No es que fueran hombres completamente descuidados, o no se tomaran su trabajo en serio, simplemente a estas horas de la noche no habría nada por hacer, solo mantener guardia en esta posición era lo mismo que les pagaran por hacer nada. Era el trabajo perfecto para los perezosos, siempre y cuando el clima fuera bueno y tuvieras la capacidad para resistir el aburrimiento infernal.

―Vamos amigo, estoy tratando de contar una buena historia aquí, pero aún más importante, no te he visto en el bar últimamente, ¿paso algo?

El segundo guardia libero una bocanada de vapor blanco, como liberando sus molestias ante la pregunta.

―Es por esa vieja cabra Serbal.

―¿Ese vejestorio? ¿Tenías un problema con él?

El primero cayo en cuenta rápidamente a quien se refería su compañero, no por que fuera una persona muy conocida, sino más bien a que había estado causando cierto revuelo últimamente.

―No se trata de algo como un problema, simplemente me deprime escucharlo.

Su compañero solo puso un rostro de desconcierto, claramente no entendió a lo que se refería.

A lo cual el solo pudo bajar sus hombros en respuesta, sabía que era imposible que este tipo descuidado entendiera de lo que estaba hablando, pero ya que había sacado el tema, decidió continuar explicando.

―Vamos, ¿no escuchaste su historia?

―Por supuesto que la oí, todo el mundo ya ha escuchado lo que dijo ese viejo lamentable, su hija murió por un ataque de lobos.

Ante su respuesta, el hombre solo pudo cerrar sus ojos, su compañero había olvidado la mayor parte de la historia y solo recordó la parte sobre su hija.

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―Olvidaste la parte sobre que tiene dos nietas.

―Si, ¿y?

En ese momento el hombre considero realmente la necesidad de golpear a su compañero, pero logro controlar el impulso.

―Ese viejo se la pasa bebiendo día y noche, no hay forma de que este cuidando adecuadamente a esas niñas.

El primer guardia levando ambos brazos señalando que había entendido el punto de la conversación.

―Entiendo lo que estas tratando de decir, enserio que lo entiendo, pero ya deberías saber que no es buena idea meter tus narices en los asuntos de los demás.

Un resoplido frio fue la respuesta ante tal comentario.

―No sé qué esperaba de alguien sin hijos como tú.

Al recibir esta respuesta llena de desprecio, el primer guardia no pudo evitar hacer una mueca amarga.

―Alto ahí, no puedo dejar que me difames de esa forma.

Dejo su postura acostada y se sentó con seriedad.

Aun después de escucharlo, el segundo ni siquiera lo miro y continuo con voz perezosa.

―Si no es así, ¿por qué no me acompañas a tener una conversación con él?

Debido a esto, la cara del primero tembló, pero rápidamente se convirtió en una sonrisa.

―Por supuesto, vayamos juntos al bar mañana, luego de que me invites unas bebidas te ayudare a convencerlo.

El hombre no se inmuto ante el pequeño esquema de su compañero, él había estado esperando que todo terminara de esta forma, al fin y al cabo.

―Hecho.

Mientras los dos hombres se regocijaban a sus adentros, empezaron a escuchar pasos provenientes de la escalera.

―¿Ya era hora del cambio de turno?

―No, aún es muy temprano.

Los dos hombres hablaron despreocupadamente ante el extraño suceso.

―Puede que olvidaran algo cuando se fueron.

―Posiblemente, me pregunto qué tan desafortunado tienes que ser para volver a este lugar sin estar obligado.

Ambos prepararon sus mejores bromas para burlarse de sus desafortunados compañeros, pero antes que pudieran siquiera comenzar, todas sus palabras quedaron atrapadas en sus gargantas.

Cuatro figuras negras se mostraron frente a ellos.

Eran unas armaduras negras y oxidadas.

Solo después de un breve momento de vacilación, las cuatro armaduras corrieron en su dirección.

―¡Rápido tu espada!

El segundo guardia percibiendo las intenciones hostiles de las figuras y grito rápidamente a su compañero, mientras tanto, el otro apenas escapo de su aturdimiento con aquel grito, el hombre toco rápidamente su costado, solo para darse cuenta que no había nada ahí.

Volteo a la esquina donde había dejado su espada al llegar y maldijo a todos los dioses que conocía en un segundo. Apenas se levantaba de su lugar y el sonido del choque de armas lo hicieron voltear la cabeza hacia su compañero.

Su amigo había logrado bloquear el primer ataque de sus enemigos, pero la espada de un segundo había atravesado su cuerpo expuesto.

Sin darle tiempo para preocuparse por su amigo, dos espadas más se apresuraron a él.

Esa noche los ciudadanos de esta ciudad se darían cuenta de lo frágiles que eran los muros que los protegían.