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Sistema de Magia (III)

Drake nunca había tenido una conversación personal con Rolando; lo más cercano fue durante sus primeros días en la academia. En aquel entonces, Réquiem preguntaba a todos los profesores por el paradero de Rhaizak, pero ninguno tenía una respuesta. Hasta que el mismo director lo detuvo un día, diciéndole con una contundencia que resonó en su memoria:

—Rhaizak fue a una expedición al sur. No se le ha visto ni sabido de él en un año.

Ahora, de pie frente a él, Drake se sentía atrapado en una tensión incómoda.

—¿Qué se le ofrece? —preguntó, intentando sonar educado para terminar la conversación lo más rápido posible.

—Antes que nada... quisiera darte mis condolencias por el fallecimiento de tu padre. Fue algo trágico... —Rolando habló con un tono empático, una seriedad que contrastaba por completo con su actitud habitual. Hasta se podía sentir un dejo de melancolía en sus palabras—. Llegué a conocerlo; fue un gran guerrero y, más aún, un gran hombre. A pesar de nuestras diferencias, era alguien en quien podía confiar.

Las palabras del director pesaron en el aire. Drake bajó la mirada, ahogado por un dolor que le atravesaba el alma.

—No fue el mejor padre... ni yo el mejor hijo —murmuró con una voz quebrada. Guardaron un minuto de silencio, uno que Rolando respetó sin interrumpir, hasta que decidió tomar la iniciativa—. Pero nunca me dejó solo. Dio su vida para que pudiera escapar. Eran demasiados... tal vez cientos. Tenían seis líderes, pero no recuerdo a la mayoría. Los veo... ensombrecidos.

Rolando asintió, estudiando la expresión del joven antes de hablar nuevamente.

—Los que atacaron Arnold, tu pueblo natal ¿todavía los recuerdas? —vaciló por un segundo.

Drake desvió la mirada, sus ojos reflejaban un mar de melancolía mientras intentaba contener las lágrimas que amenazaban con brotar. Sorbió los mocos, limpiándose el rostro con rapidez.

—Solo recuerdo.... a dos de los seis, los otros son como sombras. —Su voz se quebró un momento, pero al continuar, una llama oscura comenzó a arder en su interior, intentando buscar acceder a una memoria que se ocultaba en la niebla.

—Los nombres que diste a la policia militar... al menos uno desapareció en la Segunda Titanomaquia y si lo estuviera.... no estarías con vida ¿lo sabes? Quizás era un imitador.

—Vi el cuadro de ese bastardo al que llaman Amón, era exactamente él y servía a una puta que se hacía llamar Scarlett. —El recordar esos nombres, la voz de Drake destilaba odio puro, como si cada palabra escupiera veneno.

—Ya veo... —respondió Rolando pensativo, su mirada fija en el joven—. Y esa mujer estaba registrada como una hechicera novata sin familia ni amigos, desapareció, quien que fue... o tiene contactos o se descarrió demasiado pronto.

Drake apretó los puños con tanta fuerza que sus nudillos se tornaron blancos. —Esos cobardes necesitaron un maldito ejército para enfrentar a mi padre. —Su voz temblaba, cargada de furia—. Aun lisiado, valía lo de cien hombres.

Rolando asintió lentamente, como si ponderara cada palabra del chico.

—Me alegra que reconozcas eso... porque vas a tener un hueco muy grande que llenar.

Drake levantó la mirada, sorprendido por las palabras del director.

—Lo único que te heredó fue su guerra. Nuestra guerra contra todo lo oscuro. Y aceptaste ese legado al unirte como guardián. —Rolando hizo una pausa, evaluando la reacción de Drake antes de continuar—. Sería bueno para el negocio que intentes seguir sus pasos... pero quiero saber primero: ¿por qué escogiste este camino?

El deseo de venganza ardía en los ojos de Drake, una furia contenida que gritaba en su interior. Quería proclamar que su único propósito era dar caza a los responsables, hacer pagar a cada uno de esos monstruos por lo que hicieron en Arnold, su pueblo natal. Pero esa ira estaba encadenada, sostenida por la promesa que le había hecho a su padre: seguir un camino mejor, no dejarse consumir por la sed de retribución.

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Drake respiró profundo, luchando por calmar la tormenta dentro de sí antes de responder.

—Era lo único que podía hacer para sobrevivir, después de perderlo todo. —El chico habló con firmeza—. Quiero honrar a mi viejo; creo que esta es la única manera. Yo.... le prometí a mi viejo que seguiría con mi vida y no iría por venganza.

—Si esa es tu convicción, lo diré claro, Réquiem... tienes muchas deficiencias en los entrenamientos. Apenas te mantienes, y tu actitud es una mierda. Eres imprudente, engreído, y contestón. —Rolando abandonó la empatía—. Con esa actitud, fracasas seguro.

—¡Lo dices como si me conocieras! —gruñó Drake—. ¡No necesito sermones! Alice ya me regaña lo suficiente.

—Reitero: con esa actitud no llegarás a ningún lado. Si quieres sobrevivir para honrar a Clayton, empieza a madurar. Cuando seas guardián, enfrentarás situaciones donde deberás tomar el control de tu vida.

» Ya lo sabes: este mundo es cruel, y no puedes ser un niño. Usa lo que te rompió, conviértelo en tu fuerza, y haz de ti el hombre que este trabajo requiere. Honra a Clayton siendo la mejor versión de ti mismo.

—¿Cómo sabes todo eso? —Drake lo desafió.

—Sé lo que es perder a los que amas y vivir para honrar sus ideales... convertirme en prueba de que alguna vez existieron.

—Creo... que lo entiendo. —Drake no sabía qué pensar; su mente estaba en un torbellino de dudas.

—¡Ja! No lo entiendes, al menos no aún. —Rolando retrocedió, listo para marcharse—. Un consejo... Si te faltan habilidades, rodéate de quienes las tengan. Fudo y Wilson son buenos chicos, aprende de ellos. —Hablando de decisiones importantes… —Su tono pausado y calculador, casi como si estuviera inspeccionando cada palabra antes de dejarla escapar—. ¿Has pensado si te someterás al ritual del mutágeno o si preferirás implantes cibernéticos?

Drake no pudo evitar tensarse ante la pregunta, como si ya percibiera las sombras que la rodeaban.

—Aún no lo sé... pero probablemente un implante en el ojo sería útil para empezar. —Su respuesta fue medida, pero la inquietud comenzó a asentarse en su pecho.

Rolando esbozó una sonrisa que parecía más un retorcido vislumbre de algo oscuro. No era una sonrisa de satisfacción, sino de curiosidad mórbida, como si estuviera evaluando un espécimen antes de decidir su destino.

—¿Qué estás dispuesto a hacer para convertirte en guardián? Espera no solo en cualquier guardián... uno que supere al pistolero —preguntó, su mirada fija en Drake como si viera más allá de su piel, hurgando en los rincones más oscuros de su alma.

Drake, que había estado luchando con sus propios demonios, respiró hondo, intentando ocultar su desasosiego.

—Lo que sea necesario para sobrevivir y ser más fuerte. —La respuesta salió más firme de lo que se sentía por dentro, pero su estómago se retorció con una sensación que no sabía si era anticipación o miedo.

Rolando, sin perder la compostura, lo observó con una mirada profunda, casi como si estuviera midiendo cada fibra de su ser. Su sonrisa se ensanchó ligeramente, pero no alcanzó a suavizar la frialdad de sus ojos.

—Bien, porque cuando llegue el momento, tengo un tratamiento especial reservado para ti. Que sacará tu verdadero potencial. —No era una proposición ni una amenaza, era un hecho, que se deslizó en sus palabras con una precisión escalofriante, como si no fuera una opción, sino un destino inevitable—. Espero que entonces tus palabras se hagan valer.

Drake asintió, pero una sombra de inquietud recorrió su espina dorsal. El tono de Rolando, tan calculado, tan insondable, le hizo sentir como si estuviera atrapado en una telaraña de decisiones que no podía comprender completamente. La sensación de que algo oscuro se cernía sobre él, algo que no podría deshacer, lo dejó en un silencio pesado. Tras estas palabras, Rolando se alejó, alzando la mano en señal de despedida sin mirar atrás. Drake quedó pensativo y en silencio. Aún tenía mucho por aprender, pero sabía con quién debía estar.

Regresó al interior de la fortaleza y pronto encontró a sus compañeros sentados en una banca.

—¿Qué te dijo? —preguntó Alice.

—Nada importante... —respondió rápidamente—. Todo está bien.

—¡No me mientas, Drake! —Alice apretó su puño contra su pecho—. Sé cuando ocultas algo; mejor me lo dices o no pararé hasta hacerlo.

—¡Está bien! Me dio un sermón de que debo madurar y... ¡les voy a ganar en la próxima carrera! —Drake arrancó en carrera entre risas.

—¡Oye, regresa aquí! —gritó Alice—. ¡Vamos, Lance! ¡Que no se salga con la suya!

—¡Serán ustedes quienes me verán la espalda! —respondió Lance con burla, uniendose los tres chicos en una carrera hacia su siguiente clase.

...

Los centinelas de la muralla notaron que el director pretendía salir de la fortaleza. Rolando, sin perder tiempo, recitó la contraseña en antiguo élfico:

—Forjados en acero y sangre.

Las puertas de piedra se abrieron lentamente, dejando escapar un sonido grave y pesado. Los centinelas bajaron las armas y retomaron su vigilancia. Antes de cruzar el umbral, Rolando dirigió una mirada a la primera pintura del corredor.

Era la representación de la edad de los dioses: figuras aladas enfrentándose en una batalla celestial. Al centro, un ser de cuatro alas y aura dorada se alzaba como el supremo en la escala divina. A su lado, cuatro antiguas divinidades seguían su mandato, mientras azotaban al otro bando. Chroneidos, el primero de los caídos, destacaba entre ellos.

Rolando salió al sendero flanqueado por pinos. Trincheras y barricadas oxidadas, vestigios de las rebeliones de antaño, marcaban el paisaje. Mientras caminaba, repasaba las palabras de su conversación con Drake. Algunas ideas flotaban en su mente, inquietas, como piezas de un rompecabezas.

—Destino… ejército de un solo hombre… —murmuró. Entonces recordó una palabra en la antigua lengua de las tierras del eterno invierno en el imperio Finalfaru, una que encapsulaba esos conceptos—. Einharts… suena como un buen nombre.