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Prólogo (II)

Impulsada por una vaga curiosidad, la joven siguió caminando hasta llegar a la orilla del pantano pestilente en donde dicha fuerza se concentraba. Miró a sus alrededores, no descubriendo a otro ser vivo, pero algo andaba mal. No había sonido de naturaleza alguna, ni el cantar de las aves, tampoco el zumbar de los insectos, ni siquiera el sonido de las plantas al ser movidas por los vientos.

El corazón de la chica se agitó al ser sus sentidos acribillados por un fuerte hedor a podredumbre proveniente de las aguas turbias, impulsándola a mirar a ese lugar. Entonces notó unos bultos flotantes a lo lejos. Extrañada, la joven agudizó la mirada y la tenue luz del atardecer la hizo captar con horror una mano cercenada aun recubierta en un guantelete oxidado.

Liliana ahogó un quejido al descubrir múltiples cuerpos mutilados flotantes en el agua; piernas, torsos, cabezas con yelmos. Muchos de los que creía pequeños islotes o rocas, en realidad eran restos despedazados de seres humanos.

Con los ojos abiertos al máximo, se tapó la boca con la mano mientras sentía las náuseas subir por su garganta. No pudiendo aguantar, acabó vaciando sus entrañas en el suelo. Con las manos sobre sus rodillas, entre toses, escuchó el movimiento del agua lodosa que era desplazada por algo que estaba punto de emerger de las profundidades, a pocos metros de la orilla.

En un intento vago por escapar, la chica se giró, pero el pánico la hizo chocar con una rama saliente interrumpiendo su huida y dejándola caer de bruces en el fango. Jadeando por el dolor, Liliana se puso de pie, solo para encontrarse cara a cara con la silueta oscura emergiendo del agua. La figura llevaba una coraza pectoral con el blasón de una espada carmesí apuntando hacia abajo y adornada con una guardia alada, la cual reconoció como el símbolo de los Templarios.

Entonces, la entidad levantó el rostro inhalando con fuerza el aire, y ocurrió lo impensable: Sus extremidades se estiraron, con un traqueteo de huesos rompiéndose hasta alcanzar proporciones inhumanas, con el rostro cubierto por largos cabellos negros, manchados de lodo. La entidad comenzó a avanzar, acortando la distancia sin apartar su enfoque de la chica desvalida, quien apenas logró ponerse de pie.

Un cruce de miradas fue suficiente para petrificar a Liliana, sus extremidades se negaban a obedecer. Un escalofrío gélido la invadió, haciendo que sus esfínteres cedieran y se orinara encima, mientras las lágrimas caían sin control de sus ojos, incapaz de articular siquiera un grito ahogado en su garganta al contemplar impotente el surgimiento de la criatura del pantano, erguida a un palmo de ella.

La entidad permaneció inmóvil como una estatua, fijando su enfoque en la joven, mientras un resplandor de un color desconocido palpitaba entre sus sucios cabellos; una tonalidad aceitosa y nebular, alienígena en su esencia, que rasgaba su mente poco a poco, sumiéndola en un trance hipnótico. El frenético latido de su corazón se calmó, junto con cualquier impulso de escape, ignorando la cacofonía de alaridos desgarrados, disparos de rifles y rugidos furiosos de bestias que retumbaban en la mujer y su estado alterado de conciencia.

Un viento helado acarició a la joven, levantando los pliegues de su capa, bajando de golpe la capucha y revelando su rostro pálido de ojos verdes y cabello dorado hasta la nuca.

La criatura extendió su enorme mano de garras como tentáculos afilados hacia la chica, invitándola con promesas silenciosas de liberación, de escapar de su propia prisión. Justo cuando estuvo a punto de rozar sus dedos en un gesto perdido, los ojos de Liliana se oscurecieron por completo, como el abismo mismo.

De repente, una sombra surgió a espaldas de Liliana, una entidad envuelta en una larga capa negra que se movía con la gracia sigilosa de las alas de un ave nocturna. Con un gesto decidido, apartó a la chica y de su mano brotó un rayo de luz dorada, que atravesó de lado a lado el torso de la abominable criatura.

La monstruosidad cayó al suelo como una masa moribunda, sus cabellos negros serpenteaban como tentáculos, revelando un rostro similar a un molusco humanizado, con ojos rebosantes de odio concentrado fijos en el hombre de la capa negra.

—P-padre... —susurró Liliana, con voz temblorosa, reconociendo al hombre envuelto en la negra y dorada armadura arcana, digna de un brujo de absoluta supremacía.

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Antes de dejarse llevar por la inconsciencia, Liliana se tambaleó, pero un hábil brazo la sostuvo con firmeza, impidiendo su caída. En ese momento crítico, el toque reconfortante de su salvador la mantuvo anclada a la realidad, inundando su ser de alivio y gratitud ante el peligro superado.

La criatura agonizante apuntó al brujo con su dedo tentacular, luchando por contener sus propias entrañas que intentaban escapar de su torso. El color desconocido se desvaneció, revelando una coloración amarillenta; y mientras su vida se desvanecía, dictó un último mensaje a través de la telepatía, una oscuridad que estremeció el alma del padre.

—Para ser el supremo brujo de esta época, no vas a poder salvarla como tampoco pudiste proteger a tu puta ex esposa, que se negó a tu regalo y se dejó pudrir por el tiempo —dijo la criatura agonizante con un tono desafiante, luchando por mantenerse consciente—. No puedes escapar del gran juego ¡Nadie puede! Se exige lo que has robado, traidor. Es imposible negar lo que ella realmente es, ¡Es la llave hacia el verdadero trono y la sagrada ciudad de los dioses! ¡¡Nadie escapa de su destino y el mero hecho de atreverse es pecado!! ¡¡Nuestro señor vendrá por ti y tomará tu maldita cabeza por esto!!

—¡Déjalo que venga! —gritó el hombre en respuesta, al alzar la mano de la que proyectó una energía abrasadora que envolvió a la criatura lentamente; torturándole en un quejido agonizante, produciendo ecos que se expandieron en el bosque—. Déjenlos que todos vengan, los enviaré de regreso al abismo, y manden el mensaje a sus cuatro dioses bastardos de que hemos escapado de su enfermo juego. No seremos más sus malditos peones y cuando los tenga a mi alcance... iré por ellos.

Al concluir su mensaje en un estallido de ira desenfrenada, el brujo lanzó un nuevo rayo de energía arcana directo hacia la cabeza de la criatura, haciéndola estallar en pedazos.

El hombre de la capa regresó a las caravanas, señalando el fin de una serie de ataques simultáneos de criaturas aberrantes que sumieron todo en un efímero caos. Aunque lograron repeler a las criaturas, las caravanas sufrieron graves bajas, especialmente en la parte trasera, donde viajaba la princesa. Uno de los camiones yacía volcado, rodeado por un macabro escenario: cuerpos desmembrados con las entrañas expuestas. Un horror compartido por todas las víctimas era evidente: a cada uno le habían arrancado la mandíbula junto con la lengua.

Los soldados estaban ocupados atendiendo a los heridos, asegurándose de que toda bestia impía estuviera muerta. Monstruosidades mutantes, que alguna vez fueron humanos, convertidos en criaturas descritas como teratomas vivientes; eran las consecuencias palpables de la guerra manifestada en carne viva.

—¡Mi señor! Por los dioses... ella está bien, ¿verdad? —Risha se arrodilló, avergonzada por el peso de su falla, y al ver que Liliana aún respiraba, sintió un destello de alivio que reforzaba su propia seguridad más que la de la princesa, de la quien notó el colgante meneándose del cuello: el rubí rastreador—: ¡Mi señor... por favor, perdóname! La princesa pidió un momento a solas y nos tomaron por sorpresa, acorralándonos. No pude llegar a...

—¡Te envié con mi hija para que la protegieras, maldita estúpida! ¡Por algo te estamos pagando y te transmitimos nuestros conocimientos! —su voz resonó con severidad que envió a su acolita a bajar aún más la cabeza, con frustración—. Tuve que dejar el frente cuando me enteré del ataque; mi error fue el pensar que irán primero por mí... y agradezco que al menos te dignaras a pedir refuerzos; a duras penas la localicé por el rubí rastreador. Si te otorgué el cargo del guardaespaldas de mi niña, fue porque tenías mi confianza, la cual has perdido. Deberías agradecer que ella todavía está con vida, y por el vínculo que tenías con mi hijo...son las razones por las cuales no te voy a castigar de verdad de momento. Tus responsabilidades con Liliana han concluido. Volverás al campo de batalla, y espero que me traigas excelentes resultados para que puedas enmendar este fracaso.

—S-sí… sí, mi señor.

Risha inclinó la cabeza, ocultando una sonrisa de gratitud inesperada que surgió en su ego herido, animada por un vasto océano de oportunidades. Podía escuchar en su mente el clamor ensordecedor del cuerno de guerra, donde tendría la chance de sobresalir y alcanzar la gloria para su tribu, como lo hacían los dioses. Que otro se preocupara por cuidar a Liliana.

—¡Avisen a los soldados que se preparen! —Ordenó Zagreo—. Quiero que los acólitos se reagrupen, vamos a necesitar todo nuestro poder.

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El brujo con su hija inconsciente en brazos, dudó un segundo. Al pasar junto a Risha, ella le dijo:

—Estoy lista para desatar a nuestra divinidad —dijo Risha con ansia palpable en su falsa tranquilidad—. Desatado en el campo de batalla, no habrá fuerza en el planeta que nos detenga.

—Será cuando no tengamos otra alternativa —respondió Zagreo con severidad, sabiendo la clase de poder que pretendía desatar—. No soltemos nuestra mejor carta tan pronto, todavía es algo que no logras comprender del todo... lo que le hizo a tu mente y lo que puede ocurrirte si te expones demasiado.

—Tenemos el poder de un dios en nuestra mano, mi señor —replicó Risha—. ¿Qué cosa en este mundo podría detenernos?

—Tú lo dijiste... en este mundo.