Un vasto campo de orquídeas y peonías se mecía bajo la brisa nocturna, con una arboleda majestuosa al fondo, proyectando sombras bajo el cielo estrellado. La luna menguante, de resplandor amarillento, flotaba como un ojo vigilante, y el aire llevaba un dulce aroma fresco.
Una joven encapuchada, vestida con una capa roja que se movía con la brisa, avanzaba por el sendero. Su maleta descansaba a sus pies, y sus botas pesadas crujían sobre las flores y ramas. Rozaba las orquídeas con los dedos mientras cantaba suavemente.
—Mi valiente señor oscuro, envuelto en armadura forjada de sangre y alma, camina solitario por un sendero ya escrito, en brumosas tinieblas, cargando aquel poder maldito.
Cantaba, con su voz calmada, y su melancólica melodía llenaba el aire. Su cabello dorado se agitaba con el viento, y su rostro, delicado y pálido, parecía perdido en pensamientos.
—Alimentado por el fuego interno, tu coraje arde como una llama eterna, haciéndote invencible ante retos imposibles, desafiando al destino con tu sola voluntad. Derribas los muros con tu espada en mano, y en tus palmas sostienes las almas perdidas, que se lamentan por sus pecados.
Las palabras fluían, resonando en el paisaje, mientras la joven avanzaba, su falda ondeando suavemente, como un susurro del viento. La noche, con su frescura, la rodeaba, y sus versos seguían.
—Allí, en la morada de los grandes señores, gobernantes de los cielos dorados, acechan en penumbras abismales, manchadas de secretos y misterios, donde la guerra y la locura se expanden, como una plaga letal que consume todo. Ahí, donde habita el mal,tu sombra se alza con fuerza imparable.
La joven recitaba, mirando al cielo:
—Oh, mi amado señor oscuro, ha llegado tu momento. Camina hacia el destino eterno, aunque el sendero sea dolor y sufrimiento.
La luna parecía escuchar, bañando todo con su luz irreal, proyectando sombras que danzaban en el centro del jardín, donde sus pies se detuvieron sobre el sendero de ladrillos oscuros. Estos ladrillos, desgastados por el tiempo, conducían a un castillo de arquitectura gótico-industrial, cuya presencia imponente se alzaba ante él. La torre principal, que dominaba el paisaje, quirúrgica del suelo como una columna de concreto oscuro, su cima perdida en las nubes.
Su base descansaba sobre una plataforma circular de piedra, rodeada de columnas que sostenían arcos grabados con símbolos brillando a la luz lunar. Escalones cubiertos de musgo llevaban a enormes portones de metal negro, adornados con runas vivas.
El castillo, con un estilo gótico-industrial, presentaba detalles arcanos: engranajes visibles, ventanas de vidrio coloreado, y gárgolas que observaban todo. Cascadas de agua luminosa fluían desde la torre hacia un foso resplandeciente. Sobre el domo de metal y cristal de la torre, una corona de energía oscilaba, bañando la noche con luz sobrenatural.
Las plataformas en forma de garras de acero se extendían, conectadas por puentes suspendidos que vibraban levemente. En ellas, torres de vigilancia y cañones defendían el bastión. Las cascadas descendían en un espectáculo hipnótico, alimentando un río que serpenteaba hacia el bosque.
Una pesada bota resonó a sus esapaldas aplastando las plantas, una presencia conocida para la joven. —Una letra agresiva, Liliana... —dijo una voz áspera y profunda, como una roca afilada.
—Deprimente sería lo correcto... Quizás eso la hace bella —respondió Liliana, mirando a su padre, Zagreo Krowler—. Lo encontré en un viejo libro, y me pareció bonito.
Zagreo Krowler estaba erguido, con una figura alta y esbelta, envuelta en un manto negro que caía con gracia. Su rostro pálido y delgado, de facciones marcadas y una mirada ámbar penetrante, estaba enmarcado por una barba de candado que acentuaba su mandíbula fuerte. El cabello negro, lacio y cuidadosamente peinado, caía hasta su nuca, con una presencia que inspiraba autoridad.
—Podrías aprender a cantar a la vez que tocas el piano, patito... —Zagreo se acercó a su hija, colocando una mano en su espalda en un gesto cariñoso. Ambos miraban el cielo—. Eso alegraría mucho a tu madre ya Thorken.
—Algún día, tal vez... —Liliana tragó saliva al imaginar las interminables horas de práctica que debería invertir. Sabía que no era capaz de negarle nada a sus padres, pero también confiaba en poder aplazarlo por un tiempo. Para desviar el tema, tomó la mano del hombre y entrelazó sus dedos—: Estoy muy feliz de que me dejaras acompañarte a recibirlos... ni con el telescopio he visto un cielo parecido. Es...hermoso.
Buscó la palabra adecuada para describir lo que su alma atestiguaba. Sus ojos esmeralda brillaban al contemplar el majestuoso firmamento nocturno, resplandeciente y salpicado de estrellas fugaces.
—Qué bueno que te gusta... —afirmó Zagreo con un toque de orgullo—. Era un proyecto que realicé hace muchos años, y tenía tiempo sin usarlo.
—¡Creo que puedo reconocer las constelaciones! —exclamó animada, deseosa de ganarse la admiración de su padre—. ¡Allá se encuentra el dragón blanco, y esa de allí es el fénix! Para ser una simulación es bastante realista.
—No escatimé en detalles para la construcción de la barrera y sus efectos. —Zagreo revolvió los cabellos de la chica con una sonrisa y luego alzó sus manos, mostrando unos guantes recubiertos con un exoesqueleto adornado con joyas púrpura bajo los nudillos, interconctadas por líneas de circuitos —. ¿Quieres ver un truco?
—¡Claro!
Zagreo hizo un además con ambas manos, como si apartara unas cortinas invisibles. En un parpadeo, la noche dio paso a un amanecer soleado. Lo que normalmente tomaría horas, sucedió en segundos.
Liliana, asombrada, pidió verlo de nuevo.
—Puedo hacer algo mejor... —chasqueó los dedos.
El jardín se transformó en un océano vivo. Peces de colores nadaban como aves, mientras torrentes ascendían y el sol se filtraba a través del agua. Liliana, riendo, los perseguía, orgullosa de identificar cada especie.
Finalmente, Zagreo chasqueó los dedos nuevamente, y el entorno cambió a un paisaje nevado. Los campos de flores se cubrieron de blanco, y Liliana se dejó caer sobre el suelo, probando los copos de nieve con la boca mientras reía.
Aunque el aire estaba frío, no llegaba a ser desagradable; Todo parecía estar meticulosamente calculado para su comodidad. De repente, el azul del cielo soleado volvió, revelando una cúpula fragmentada en figuras hexagonales, que se extendía sobre el recinto, protegiéndolo con su estructura impenetrable.
Las ondas de distorsión al otro lado de la barrera empezaron a intensificarse, creando vibraciones en el aire. A medida que las distorsiones se volvían más densas, figuras emergieron desde distintos puntos, atravesando la capa de energía como espectros que se desvanecen en la niebla. Pequeños grupos de mercenarios avanzan sobre una flota de vehículos terrestres motorizados, cada uno con una apariencia de guerra.
If you encounter this tale on Amazon, note that it's taken without the author's consent. Report it.
Los rifles de asalto de los mercenarios brillaban bajo la luz del falso sol, reflejando destellos metálicos mientras sus cuerpos, reforzados con implantes mecánicos, emitían chispazos eléctricos bajo las pieles de bestias biomecánicas que los camuflaban. Una visión de desolación y violencia, que contrastaba completamente con la serenidad del entorno.
Zagreo frunció el ceño al percibir la amenaza inminente. Su mirada se posó en Liliana, quien seguía jugando, ajena a lo que se acercaba desde las entrañas de la ciudadela: una tropa bien armada que avanzaba con precisión marcial hacia su encuentro.
A la cabeza de la veintena de mercenarios cibernéticos marchaba una mujer atlética, envuelta en una capa verde como la hoja más fresca del bosque. Su corazón resplandecía bajo la luz, decorado con gemas esmeraldas que parpadeaban con un brillo misterioso, entrelazadas por líneas que parecían venas grabadas en forma de circuitos mágicos.
Su rostro, pálido y delicado como una muñeca de porcelana, poseía una dureza que no podía ignorar. Las orejas puntiagudas, orgullosamente expuestas por su corto cabello verde menta, revelaban una naturaleza no humana.
Un parche cubría uno de sus ojos, mientras que el otro, de un púrpura profundo, proyectaba una mirada helada y desafiante.
Los mercenarios la observaban con respeto reverencial, inclinando la cabeza ante su presencia. Para ellos, esta mujer de verde era más que una líder para sus guardias: era una figura casi divina, una deidad caminando entre los mortales.
No hay descripción disponible. [https://scontent.fpaz3-1.fna.fbcdn.net/v/t1.15752-9/426405410_1107705537112122_8486352176309034764_n.jpg?_nc_cat=111&ccb=1-7&_nc_sid=9f807c&_nc_eui2=AeHkrurJQKoTpUvXDyowEX03iqGP8iIhJbOKoY_yIiEls2k8zWf6fEtyopDF46wAbweAfSvle8eUIcWkyYvI6bdp&_nc_ohc=9ZEmnUEeUVUQ7kNvgHekE4w&_nc_zt=23&_nc_ht=scontent.fpaz3-1.fna&oh=03_Q7cD1gGNGBsO_wfX_Z3Kz_8XqOjf23EQAE4K-_LWo8KBIuog9g&oe=67B575C1]
En contraste, la figura de la joven caperuza roja, Liliana, era evitada, tratada como una sombra indeseada en ese santuario de poder, oculta detrás de la espalda de su padre. Sin embargo, había algo que ambos compartían: el mismo colgante con un rubí brillante colgado de sus cuellos.
—¿Todo bien, Risha? —preguntó Zagreo, rompiendo el silencio.
—Su Supremacía, nuestra amada reina, y el resto de los Acólitos lo esperan en el salón de guerra —respondió Risha, su voz áspera y cargada de autoridad.
—Ten todo listo para nuestro benefactor. Te dejo a carga de Liliana. —Zgreo palmeó suavemente el hombro de su hija.
Liliana, visiblemente incómoda, empujó de la manga de su padre. —¿Puedo quedarme un rato afuera? No quiero volver todavía a mi cuarto —suplicó con voz suave.
Zagreo suspir, respondiendo ante la insistencia. —De acuerdo, creo que puedo darte un poco de libertad esta vez.
En poco tiempo, los jardines se llenaron de soldados levantando campamentos y alineando vehículos a lo largo de la ciudadela. Liliana deambulaba por el jardín, acompañada de Risha y un pequeño grupo de guardias armados.
—Quisiera ir a dar la vuelta a la arboleda, ya que no hay ningún ritual en progreso —murmuró Liliana, inclinando la cabeza hacia atrás con una expresión de incomodidad.
—No creo que sea conveniente dejarla sola, princesa. Si desea estar sola, la llevaráé a sus aposentos para que descanse. —respondió Risha con un tono glacial.
—¡Nada de eso! Solo necesito un minuto a solas en el exterior. Y prefiero que me llamen Liliana —insistió con un deje de irritación—. Estamos rodeados de soldados, si necesito algo te llamaré con el rubí.
—Insisto, podría ir solo yo con usted y...
—Y quisiera quitarme los guantes. Necesito refrescarme y no hay mejor lugar que hacerlo en el exterior... en privado. —Liliana alzó una mano enguantada formada de sus propios cabellos, interrumpiendo a Risha con firmeza.
Ese simple gesto provocó que los soldados curtidos en batalla retrocedieran levemente, como si la sola mención de lo que implicaba remover los guantes fuera suficiente para inquietarlos. Algunos intercambiaban miradas incómodas mientras otros fingían estar ocupados.
—Esperado… —gruñó Liliana, percibiendo la reacción.
—Bien, pero tenga cuidado y no toque nada con las manos desnudas —dijo Risha al levantar una mano, ordenando a los soldados dispersarse para tomar un descanso.
Liliana no esperaba más. Con un suspiro de frustración, se alejó a paso apresurado, sin mirar atrás. La creciente hostilidad de Risha era insoportable, y Liliana no podía soportar un segundo más bajo su escrutinio.
Mientras se internaba entre las sombras de los árboles, todavía sentía la mirada de Risha clavada en su espalda, un peso que parecía una amenaza muda. En ese ojo púrpura, Liliana discernía un odio profundo, casi tangible, dirigido hacia ella. No obstante, sabía que Risha nunca actuaría en su contra, no mientras el título y la condición de Liliana la protegieran.
En la vastedad silenciosa de los campos, Liliana deambulaba como un espectro sin destino, arrastrando consigo el peso de su soledad. Sus pasos errantes la condujeron hasta un imponente roble anciano, cuyas ramas retorcidas parecían susurrar secretos olvidados a través del viento. Con un gesto decidido dejó caer su maleta al suelo y se tumbó sobre la hierba, refugiándose bajo la sombra protectora del árbol.
Un suspiro se escapó de sus labios, liberando la tensión acumulada por el constante escrutinio de los soldados. Sus miradas, cargadas de desprecio y temor, eran como dagas invisibles que la martirizaban a cada paso. En ese instante de calma anheló que la serenidad del momento se prolongara indefinidamente, pero la cruda realidad seguía acechando, recordándole que no podía escapar por completo.
Aprovechando los escasos momentos de paz, abrió su maleta y extrajo un frasco pequeño de vidrio, lista para recolectar las hierbas que crecían a su alrededor. Este ritual, más que un pasatiempo, era su único consuelo, un refugio en el que encontraba algo de sentido a su existencia. Las plantas no la juzgaban, ni susurraban palabras de odio tras su espalda.
Con dedos enguantados y movimientos precisos, Liliana seleccionó cada hierba con una delicadeza casi reverente, como si en cada hoja y tallo se escondiera el secreto de su redención. Sin embargo, su soledad la perseguía incluso allí. En la lejanía, podía escuchar los ecos de las palabras de los soldados que siempre la acompañaban bajo la excusa de “protegerla”:
—¿Es ella a la que llaman la princesa monstruo, una mutante defectuosa?
—¡Tengan cuidado, podría ser peligrosa si desata su poder!
—¿Cómo pudieron nuestros señores concebir semejante aberración?
—Pobre criatura, estaría mejor muerta.
Sus manos comenzaron a temblar, y el frasco resbaló de sus dedos, dispersando las hierbas que había recolectado. Una mezcla de rabia y frustración se anidó en su pecho, alimentando el fuego que ardía tras sus ojos.
—Ojalá arranquen la lengua a cada uno de ustedes, cabrones... —susurró con amargura, conteniendo un alarido mientras se llevaba ambas manos al pecho, como si tratara de encerrar su angustia en su interior.
De repente, un estremecimiento recorrió su espalda, congelándola en su lugar. Se giró hacia la espesura de la hierba alta, alertada por una presencia que parecía surgir de las sombras mismas. No eran palabras lo que sentía, sino un llamado, una fuerza invisible y seductora que se infiltraba en su mente como un amante susurrando secretos prohibidos.
Aquella atracción, tan extraña como irresistible, la envolvía en una promesa de alivio, una tentación de abandonar el dolor que cargaba a cambio de un placer efímero y oscuro. Liliana sabía que debía resistir. Su mente gritaba que retrocediera, que huyera hacia la seguridad de las caravanas y buscara a sus padres. Pero su cuerpo, como si obedeciera a una voluntad ajena, comenzó a avanzar entre el pasto alto, atraída hacia lo desconocido.
Finalmente, llegó al límite de la cúpula que protegía la ciudadela. Allí, al tocarla, un escalofrío la recorrió. En un parpadeo, un resplandor verde iluminó su entorno, y cuando volvió a abrir los ojos, todo había cambiado. Ya no veía la ciudadela ni las caravanas; se encontraba en un paraje desconocido, rodeada de altos juncos que se mecían con el viento, bajo un cielo plomizo en pleno atardecer. Podía sentir el aroma a agua salada, una señal de que el oceano estaba cerca. Era el mundo real, fueara de las ilusiones del domo.
La sorpresa la sobresaltó, pero pronto se calmó al recordar que el domo tenía un cómodo sistema de camuflaje que ocultaba su ubicación del mundo exterior. Cualquier intento de entrar o salir activaría un radar, además veía a lo lejos vehículos motorizados de las tropas de su padre, rodeando el área, así que sabía que estaba segura, al menos por ahora.
Con un suspiro, presionó el rubí colgante que llevaba al cuello, enviando una señal de ayuda a través del dispositivo mágico integrado. Sin embargo, aquella sensación, el llamado persistente y oscuro, no se desvanecerá. La atracción continuaba tirando de ella, un eco de lo desconocido que prometía respuestas… o un abismo del que no podría escapar.
Confiada de que vendrían a recogerla tarde o temprano, continuó su camino apartando los matorralles con manos temblorosas, se adentró en un paraje húmedo, donde divisó una ciénaga oscura rodeada de juncos susurrantes y apenas iluminada por la agonizante luz del día.