Drake se posicionó firmemente mientras Kasidy, sin dudarlo, abrió fuego. Las balas no alcanzaron su objetivo, ya que el guardián reaccionó rápidamente saltando hacia la derecha, rodando por el suelo para esquivar la ráfaga de disparos. Cruzando los brazos frente a su rostro, bloqueó la siguiente oleada de impactos, determinando que el arma y la munición no representaban un peligro inmediato para su armadura.
—¡¡Llama a tu maldito engendro, Joshua!!—vociferó Kasidy a todo pulmón, claramente desesperado sin parar de disparar.
—¡Shakira está lastimada, todavía trata de recuperar el aliento! —Se excusó el pastor al sujetarse su brazo marcado—, ¡No importa, entre los dos podemos con este cabrón Arnoldo! ¡¡Debe estar debilitado!!
—¡Me limitaré a hacer mi trabajo! —Pronunció Drake desbordando espíritu de lucha en las flamas verdes del casco—. ¡Matar monstruos!
El guardián se lanzó contra Kasidy, pero este arrojó una esfera con el símbolo de un escudo a sus pies. En un zumbido ascendente, la esfera desplegó un campo de fuerza en forma de cúpula azul, transparente y segmentada en rombos. La barrera repelió al guardián, empujándolo hacia atrás y dejando al comandante fuera de su alcance.
Nada podía entrar, pero si salir. Kasidy lanzó una granada incendiaria, seguida de una esfera metálica con un sello púrpura en forma de celda: una granada de contención. Drake se movió ágilmente para esquivarlas, observando cómo la pirámide púrpura aprisionaba las llamas, que luchaban por escapar mientras se consumían en el escaso oxígeno disponible.
El pastor, manifestó un hechizo que generaba una transparente barrera cristalina que se adaptaba a su figura, casi pegada a su cuerpo, como si fuese una armadura. En combinación conjuró un hechizo simple de piromancia que hizo retroceder al guerrero, quien rápidamente fabricó un escudo redondo para defenderse.
Del bolsillo del anciano emergió una joya blanca del tamaño de una canica que, al suministrarla de la energía mágica en su torrente sanguíneo mutado por el estigma, y al ser reconocida por el artilugio este desapareció al manifestar una escopeta que pasó hábilmente a Kasidy. Este se acercó disparando hacia el punto ciego de Drake.
Drake se aferró al suelo apenas trastabillando, y al sentir que la potencia del ataque disminuía, se apartó justo a tiempo para esquivar dos disparos de la escopeta. Acto seguido, lanzó una cadena desde su mano que golpeó el estómago del anciano, derribándolo.
—¡No más joyas compactadoras! —vociferó Drake al acabar con el que consideraba el más peligroso.
Retrayendo ambas construcciones hacia su armadura, Drake redujo la distancia rápidamente frente al soldado. Kasidy intentó golpear con el rifle, pero Drake se agachó y asestó un puñetazo en estomago del soldado, sacándole el aire además de elevarlo de suelo. Antes de que se elevara lo suficiente; Drake lo tomó de la pierna arrojándolo a estamparse contra la pared, agrietándola.
Los oídos de Drake fueron agredidos por el débil susurro del anciano arrodillado, cuya protección estaba fracturada y parpadeante a punto de desaparecer a causa del golpe de la cadena y el cómo toda su magia se concentraba en un solo punto. El viejo llamaba a su bestia mientras se aferraba al brazo con el pacto. El corazón del guerrero se estremeció al darse cuenta de que el plan del anciano era usar a Kasidy como distracción.
Drake no lo pensó dos veces. Se lanzó contra el anciano con una velocidad sobrehumana, y sin darle tiempo a defenderse, sacó su espada. Con un corte descendente, rompió la protección como si fuera cristal y rebanó de un golpe el brazo marcado por el sello del familiar.
Una marejada de sangre brotó del muñón amputado, derramándose sobre el suelo. El anciano soltó un alarido tan fuerte que casi le reventó las cuerdas vocales, cayendo de rodillas mientras se sujetaba la mutilación, del que salpicaba un chorro de sangre.
—¡Dios, por favor! —rogaba el pastor entre quejidos, retorciéndose en el suelo sobre una mezcolanza de sus propios fluidos hediondos, al aflojarse sus entrañas por el impacto.
El brazo cercenado, marcado con el sello rúnico, rodó inerte, dejando un rastro rojo mientras cortaba el contrato.
—Pronuncias su nombre cuando ya lo traicionaste. —Drake se burló apoyando la espada en su hombro.
Un rugido visceral resonó en la mazmorra, y la quimera apareció en el borde del balcón, observando a los presentes. Los ojos de la bestia emanaban furia y ansias de matar, liberada del contrato de familiar que alguna vez la ataba, gozando ahora de libre albedrío. La criatura descendió de un brinco y cayó al suelo, levantando nubes de polvo, a solo treinta metros de Drake y el pastor.
—Parece un buen momento para rezarle a tu dios, basura.
Drake levantó al pastor del cuello de la túnica y arrojarlo contra la criatura. En un arrebato de rabia, la monstruosidad se abalanzó voraz sobre el hombre; de un mordisco bien dado en el pecho, comenzó a destazarlo.
Se escuchó el sonido de huesos rompiéndose y tripas siendo aplastadas. Lo que inició como un grito desgarrador, se apagó poco a poco. Drake corrió hacia el cuerpo de Kasidy para recoger dos cosas: la bolsa con dinero y el cinturón del cadáver, que tenía munición y, lo más importante, tres granadas explosivas, una incendiaria y una de captura. A una distancia prudente, giró hacia la criatura, que estaba muy ocupada con su presa.
El guardián subió estrepitosamente las escaleras y, al llegar al umbral, frenó en seco, dando media vuelta para ver cómo la bestia levantaba el hocico del cuerpo despedazado del pastor, enfocando sus ojos furiosos en él. Procedió a levantarse, acortando la distancia hacia las escaleras.
Drake, sudando a mares, no lo dudó ni por un segundo. Desde el balcón, lanzó primero la granada de captura, sellando a la bestia dentro de la pirámide púrpura, que temporizó sus zarpazos y embestidas por unos preciosos minutos. Retiró el seguro de una de las granadas y la arrojó con todo el cinturón, adentrándose él mismo en la pirámide, al ser lo opuesto de una granada de barrera.
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Mientras Drake se retiraba por el túnel a una distancia segura, la bestia gruñó confundida por el extraño objeto a sus pies. La triple explosión se desencadenó, golpeándola de lleno. La furia de la metralla no escapó de la pirámide, cuyas paredes cristalinas se agrietaron por el impacto, hasta finalmente derrumbarse bajo la fuerza del estallido, dejando atrás una masa humeante.
En la cámara adjunta, se sintió el fuerte temblor; el guardián apoyó la espalda contra el muro, con el corazón acelerado. Un zumbido atravesó sus oídos; de no ser por el apoyo de la pared, se habría caído. Tras esperar unos segundos y haberse recuperado, Drake dejó la bolsa en su actual posición, con la promesa de buscarla más tarde. Regresó corriendo en dirección al balcón, encontrando la enorme masa humeante que tiñó de negro el suelo agrietado donde estuvo la pirámide purpura.
De entre el humo, la agonizante bestia caminaba tambaleante, al borde de desplomarse. La mitad de su cara estaba lacerada, colgándole pedazos de carne quemada y el nervio con el enrojecido globo ocular. Heridas graves recorrían las escamas chamuscadas, perforadas por la metralla de las granadas. Una de sus patas traseras se había separado de su cuerpo en la explosión, dificultando que permaneciera firme en sus cuatro patas.
—¡Es hora de ganarse el pan, nena! —exclamó Drake cínicamente, saboreando la victoria.
Cargó contra la bestia, que, aún moribunda, le recibió con una zarpada capaz de arrancar cabezas. La esquivó fácilmente al barrerse sobre el piso y, de un brinco, se puso de pie en el flanco derecho de la bestia. Con un magnífico corte, arrancó de cuajo la garra de la quimera.
Al desplomarse la abominación en el suelo, el guardián continuó con un segundo tajo, abriendo el abdomen y liberando un torrente sangriento que acabó con la criatura. La bestia cayó al suelo, provocando un corto temblor en la mazmorra y levantando nubes de polvo. Solo Drake quedó en pie. Jadeante, se acercó al cadáver con cuidado y, sin vacilar, decapitó a la bestia, como muestra de su victoria.
Al girarse, Drake vio el cadáver de Kasidy. Sin vacilar, arrojó una granada incendiaria que envolvió el cuerpo en llamas; sin cabos sueltos.
«Matar monstruos siempre es el triple de difícil que matar a un super humano», Drake dictó en su mente otro lema de la academia.
En el estrés llegó la fatiga; dejó escapar un suspiro de alivio. Todo se había terminado. Con las piernas cansadas, se dejó caer de culo sobre el suelo, recostando la espalda contra la pared. Recargándose en sus rodillas, tomó aire; recuperando poco a poco sus energías perdidas por la refriega anterior.
Al borde de caer dormido por el agotamiento, captó el sonido de algo arrastrándose en el suelo justo enfrente de él. Levantó la mirada cansada, descubriendo la identidad de la criatura, y con un susurro lo confirmó. Una serpiente tan blanca como el armiño se presentó alzando la cabeza, deteniéndose a pocos metros del guardián.
Ambos cruzaron miradas, analizándose mutuamente, despertando en Drake un profundo resentimiento; odiaba con toda el alma a las serpientes. Un trago amargo cayó en su garganta, y el encuentro con esos ojos amarillos le hizo sentir un veneno en la boca. El corazón se le encogió en un nudo de carne palpitante, intoxicando su sangre con un recuerdo venenoso. No era temor hacia esa criatura, sino la memoria que ella conllevaba.
En su mente llegaron visiones de un pueblo consumido por las llamas, reinado por los gritos de cientos, todos agonizantes y retorciéndose en un sufrimiento venido del mismo infierno. Una probada de los horrores más oscuros que el mundo esconde, como una bestia hambrienta enseñando los colmillos ponzoñosos, a la espera de tomar su próxima víctima.
Recordó las carcajadas inhumanas de aquella criatura humanoide con cabeza de cabra negra, al compás de la cacofonía de gritos y súplicas que caían en saco roto; ningún rezo era escuchado. Esa noche, los dioses y hasta el propio omnipotente hicieron oídos sordos. En la visión podía ver al hombre de negro, moviéndose como un rayo, arrasando edificaciones enteras y dejando marañas mutiladas de cuerpos y tripas humanas.
Al otro lado del pueblo, un frío invernal se colaba entre las ruinas apagando las flamas, al paso de una figura encapuchada; la muerte misma venía a llevarse las almas de los inocentes, acompañada de una legión de bestias desfiguradas y grotescas. Todos se embriagaban del placer de la matanza.
Entre todo ese caos, de toda la muerte y sangre, podía verla a ella. La memoria que corría como veneno pútrido en la sangre del guardián: esa mujer de ojos amarillos, parándose en medio del caos, con una sonrisa salvaje y repulsiva, una que antes fue cálida y llena de amor puro.
Drake pensó en aquel entonces que había encontrado su mayor anhelo en esa mujer, sin saber que cometería el mayor error de su vida. Hasta la fecha, sigue cargando con ese pecado marcado en la piel, una maldición perpetua.
—Scarlett... —susurró el nombre venenoso. Las venas se le marcaron en el rostro, emanando un brillo intenso en los ojos rojos.
Veía en su mente seis figuras rodeando a su padre moribundo. Podía distinguir a dos, la bruja de blanco y una abominación entre un carneo y un humano, pero los otros, eran solo manchones negros; a causa de la protección psíquica de los hechiceros que atendieron su mente tras sacarlo de ese infierno.
La serpiente avanzó con una dentellada. Una sombra de pesadilla se apareció en la criatura, haciendo que el guardián recordara los pecados que había cometido y las fallas que aún cargaba.
Logró reaccionar a tiempo y arrojó un cuchillo como proyectil, partiendo en dos a la serpiente, cuyos pedazos mutilados cayeron al suelo, salpicando líneas de líquido carmesí espeso. Un placer morboso surgió en él; por un momento, se imaginó a esa mujer destrozada en lugar de la serpiente.
—Hagamos ese anhelo realidad, vamos tras ellos. Puedes crear construcciones de tu armadura basados en tu imaginación, siempre que puedas comprenderlas y te limitas a cosas sencillas. No has liberado todo tu potencial. Lo que podríamos llegar a hacer si decidieras a cumplir con tu verdadero deber. —Escuchó una voz gutural desde un sinuoso pasillo oscuro, de la que brillaban un par flamas esmeraldas, enormes y que iluminaban una grotesca sonrisa inhumana repleta de colmillos—. Solo estás retrasando lo inevitable, como el pagar la compensación de tu poder… no puedes escapar de lo que somos realmente. Ya saboreaste una vez la venganza, lo hiciste por nuestra amada Naomi ¿Por qué no hacer lo mismo por padre y toda la gente de nuestro poblado?
En esos deseos, una voz familiar se coló, como una pequeña antorcha iluminando la oscuridad del rencor, y una promesa de un ser amado resonó en su cabeza, llenando su corazón de una gran amargura. Entre las memorias oscuras una segunda voz en sus adentros lo obligó a recordar lo que realmente era importante y por qué se había convertido en un cazador de monstruos.
—No busques venganza, hijo. Sigue con tu vida y busca la felicidad. —Eran las últimas palabras de su padre antes de enfrentar su destino.
Drake cerró los ojos, anegados en emociones turbulentas y al recobrar la vista el espectro desapareció. La promesa hecha a su padre seguía firme en su corazón. Las promesas eran inquebrantables y, a veces, una carga tan pesada como el odio mismo.
Se puso de pie, tomando la cabeza de la quimera sobre su espalda junto con la bolsa llena de oro. Retomó el camino de vuelta hacia el exterior, guiado primeramente por sus marchas y finalmente por la luz del alba.
Anhelaba regresar a la finca "La Doncella", recordando lo que realmente importaba. Finalmente, salió del oscuro laberinto, cojeando, con su armadura ahora cubierta de un nuevo revestimiento de sangre y pedazos de carne sanguinolenta.
La luz del día era tan deslumbrante que le cegó por un momento. Los soldados del Libre Pensamiento estaban en la entrada. Los hombres no dejaban de mirarlo. Drake arrojó la cabeza de la quimera a sus pies.
Por un momento, pensó que levantarían sus rifles y lo llenarían de plomo; habría sido poético o dramático, pero para el guardián, ahora solo necesitaba cuatro cosas: su dinero, una chica bonita, un médico y un retrete donde desahogar tantas emociones.
—Aquí está su maldita bestia, cabrones —exclamó entre carcajadas sin aliento.
*