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Einharts: God slayer Vol 1. (Spanish/español)
Llegada al País Mercenario (II)

Llegada al País Mercenario (II)

Los guardianes atravesaron la puerta de hierro y comenzaron a explorar la capital. La ciudad, erigida sobre una montaña, se desplegaba ante ellos con una magnificencia imponente.

La ciudad industrial se alzaba entre ruinas de acero oxidado y torres de concreto, iluminada por las luces de neón y pantallas holográficas que parpadeaban sobre las calles desbordadas de humo y chatarra. Los edificios de ladrillo y metal estaban cubiertos de graffitis brillantes, mientras que los faroles eléctricos destellaban en cada esquina, arrojando sombras extrañas sobre los habitantes.

Las banquetas, autos y caballos compartían las calles adoquinadas, donde droides actuaban como semáforos. Estas vías, empedradas y sucias, serpenteaban hacia los niveles inferiores, conectando con túneles subterráneos de un antiguo búnker antibombas.

A medida que se ascendía, el ambiente se volvía más pulido, pero no menos sombrío. Las estructuras flotantes, sostenidas por tecnología avanzada, se erguían sobre la ciudad como fortaleza de una élite.

El aire en las alturas olía a metal y a ozono, y las mansiones de acero inoxidable brillaban bajo las luces artificiales. Las gigantescas fábricas de armas y maquinaria funcionaban sin descanso, mientras que los escudos de seguridad y las patrullas cibernéticas mantenían a raya a los desposeídos.

En lo más alto, el Palacio de Platino se erguía, una fortaleza de vidrio y acero que reflejaba las luces de la ciudad y la miseria que se extendía por debajo. A su alrededor, vastos campos de cultivos genéticamente modificados y maquinaria agrícola de alta tecnología dominaban el paisaje.

Al llegar a una tienda de abarrotes, los guardianes estacionaron sus monturas y se dirigieron al bebedero, donde ofrecían agua por una moneda. Drake, al notar que su caballo estaba sudado por el largo recorrido, decidió usar el bebedero para calmar la sed de su animal. Mientras los caballos bebían, ellos llenaron sus cantimploras y se sentaron en una banca cercana, disfrutando de las últimas tiras de carne seca bajo el cielo brumoso.

—¿Ya pensando en buscar pareja? —preguntó Alicia con una sonrisa burlona.

—Qué idiota —bufó Drake, cruzándose de brazos con disgusto. Aunque, para ser honesto, un burdel completo tras todo lo ocurrido no sonaba tan mal.

—No le hagas caso, solo te molesta. ¿Van de regreso a casa? —preguntó Alicia.

—Sí... —afirmó Drake, soltando un bostezo—. Pasear por las calles con el caballo me relajaría. ¿Puedes hacerme un favor? ¿Ir a ver cómo van las cosas en el gremio? Ya pagué mi cuota con el cubo. Tengo mucho trabajo en la finca. —En sus ojos brilló un ruego, casi como si preferiría cavar su propia tumba en vez de ir a la sede del clan, agotado y con pereza—. Todo este lío de contratos, asesinos a sueldo y el viaje me tiene al borde del colapso.

—Y de paso a mi igual ¿no? —respondió Lance en tono burlón, dándole un leve empujón en el hombro a Drake, que esbozó una sonrisa cansada.

—Claro pero.... Drake. —El semblante de Alice se tornó serio—: necesito preguntarte algo.

La joven miró a su alrededor, asegurándose de que nadie los observaba. Sin dar explicaciones, los tomó de las manos y los llevó corriendo a un callejón apartado.

—¿Qué pasa? —preguntó Drake, inquieto por el cambio repentino.

Alicia suspiró profundo, intentando calmarse antes de soltar la pregunta.

—¿Has estado recargandote? —inquirió con seriedad.

El silencio entre los tres se hizo palpable, roto finalmente por la risa nerviosa de Drake.

—¡Claro! He comido bastante balanceado. Estoy bien, Alice, no veo el problema...

—¡Drake, sabes a qué me refiero! —exclamó ella, cortando en seco su falsa despreocupación.

Lance intervino con voz tranquila, poniéndose entre ambos. —Alice, calma. Estoy seguro de que Drake aún no encuentra el momento adecuado.

—Es cierto —dijo Drake, intentando mantener la compostura—. No he tenido la necesidad… ni los medios para pagar algo en la Isla de las Sombras.

—¡No esperes hasta el último minuto! —le reprendió Alicia, claramente frustrada—. Sabemos lo difícil que es, pero...

—¡Ya dije que estoy bien! —gritó Drake de repente. De sus guanteletes brotaron espinas carmesíes, reflejo de su enojo. Alice retrocedió, sobresaltada, y Lance dio un paso adelante, calmando la tensión.

—Drake, respira. Contrólalo —dijo Alicie con voz suave, posando una mano en su mejilla. Sus palabras eran como un bálsamo—. Tú eres el amo de tu poder. Domínalo, no dejes que te controle.

Drake cerró los ojos y siguió las indicaciones de Alice. Poco a poco recuperó la calma.

—Alice, yo... lo siento.

—No tienes que disculparte. Entiendo que esto no es fácil para ti —dijo ella, mirándolo fijamente—. Pero no estás solo. Me tienes a mí y a Lance. Pase lo que pase, vamos a estar contigo.

—Hacemos esto porque te queremos, idiota —añadió Lance con una media sonrisa.

Drake sintió una calidez en su pecho, algo que rara vez experimentaba.

—Alice... Lance... gracias.

Alice, con un gesto más relajado, revolvió el cabello de Drake y le dio dos suaves palmaditas en la mejilla.

—Eso sí, si haces alguna estupidez y te pierdes, yo misma te daré una paliza, ¿entendido? —dijo con una risa juguetona.

—No me cabe duda... —respondió Drake, esbozando una sonrisa genuina.

*

Drake y Lance pasaban el rato en una tienda de armas en el centro de la ciudad. El local estaba dividido en secciones que catalogaban armas de fuego y blancas, separadas por subcategorías.

—En cada contrato que hago, me conocen por mi padre —bufó Drake, malhumorado—. No es que no quiera honrarlo, pero quisiera que me reconocieran por mis propias proezas. No pienso vivir en su sombra toda la vida.

Drake llevaba una chaqueta marrón con pelaje blanco en los bordes, una camisa negra, pantalones marrones y botas con punta de casquillo. Bajo su ropa, una cota hecha de su propia biomasa carmesí siempre lo acompañaba.

—No llevas muchos años como guardián, hermano. Chance y hasta te hagan un corrido si logras los suficientes méritos. —Lance observaba los cuchillos kunai en la sección de armas orientales de Nyashta—. Los bardos están que se mueren por contar alguna hazaña en un bar, aparte de los chismes sobre la vida sexual de los nobles disfrazados de crítica política.

—El chisme vende más que cualquier cosa. Aunque algunas canciones me sirven como publicidad. —Drake bufó ansioso—. Venga, recoge las shuriken que necesites y vámonos.

—¡Disculpa, hermano! —Lance contestó con exagerada indignación—. Uno tiene que escoger con cuidado al abastecerse. No todos podemos ser un hombre arsenal con una armadura pegada al alma, que se siente ligera y puede absorber y dispersar energía, imitando las cualidades del Asthartos.

—Se puede decir que soy bendito. —Drake sonrió complacido y se fijó en la indumentaria de Lance—. Pero tu armadura también es de Asthartos, y nunca usas ropa de civil. Además, el material tiene límites; pueden romper mi armadura y debo esperar veinticuatro horas de enfriamiento.... además de recargarla.

—Y tú llevas una cota roja hecha de tu propia Estigma bajo la ropa, paranoico adicto. —Lance se excusó—. Siempre estoy preparado para cualquier cosa en un trabajo. Aparte, el Asthartos es caro; no lo dejo en cualquier lado. No me gustaría usar esa imitación en masa que crearon los Templarios. ¿Cómo se llamaba?

—Templece —completó Drake—. Igual cumple con ser ligero y resistente a elementos. —Pero no dispersa energía. Esa cosa se rompe rápido.

Llenado el inventario de Lance, se encaminaron al mostrador, donde los esperaba el encargado y herrero: un anciano corpulento con cuatro brazos mecánicos en la espalda y cuatro implantes ópticos.

—¿No les apetece un rifle RTP? Por tres cartuchos de treinta y dos balas, te llevas uno gratis. —Ofreció el viejo, mostrando el rifle en la pared, dentro del arsenal sellado en vidrio blindado—. Todo guerrero que se respete debe tener un arma de fuego como principal, acompañando al acero.

—¿Qué? No, gracias. Son demasiado ruidosas, aun con silenciador. Ya me arriesgo con las armas arrojadizas que silban al viento.

—Nop, no es nuestro estilo. —«Sentiría más los regaños de mi padre dentro de mi cabeza si usara una pistola», pensó Drake.

—No entiendo. Ustedes, como guardianes, tienen acceso a armas que los civiles no. —El encargado arqueó la ceja—. He visto civiles ofrecer el triple por algo que no sean escopetas recortadas, rifles de caza o pistolas de bajo calibre, aun cuando no puedo venderselos por no tener los permisos. Soy consciente de que muchos de ustedes se regeneran o son tanques andantes, pero todos deberían tener al menos un fusil. No dejaría todo al acero.

—Las balas no son la mejor arma contra todos los monstruos. Algunos solo mueren por desmembramiento. —Lance desenvainó lentamente a Ronin de su funda—. Con esta preciosidad he desviado y partido balas.

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—¿Qué ven mis ojos? ¡Eso es Magnamis genuino! —El encargado se inclinó hacia adelante, ajustándose las gafas para observar mejor el material—. Chico, he visto pocos ejemplares como este. Es el mejor material para armas, casi indestructible y rarísimo. Por el grabado rúnico, es una herramienta mágica. Te ofrezco cualquier cosa que quieras de mi tienda por la espada.

—No está a la venta, señor —respondía Lance con indiferencia—. Además...

Envainó a Ronin y la arrojó al encargado. Este, al atraparla, sintió su peso considerable y, al intentar desenvainarla, descubrió que estaba eternamente atascada. Un círculo holográfico se iluminó, solicitando un código de acceso.

—Válgame... —musitó el encargado—. ¿Un sistema de seguridad de huellas?

—Con lector de huellas y reconocimiento de mi fibra Estigma. Si no, pide un código. —Presumió Lance, sonriendo—. También tiene código de rastreo, como todo mi equipo. Ya le he invertido bastante.

—Ponle un precio. —Tiene valor sentimental. No tiene precio. Solo me llevaré este paquete de cuchillos, shurikens y granadas con efectos, por favor.

El encargado, decepcionado, observó a Lance buscando venderle algo más. —Deberías tener un rifle en tu arsenal —sugirió el encargado, intentando sonar casual—. Por tu acento y armas, diría que vienes de las tierras orientales de Nyashta. ¿No me digas que por ese "honor del guerrero" no te permiten usar balas?

Lance guardó silencio un momento, luego sonrió lentamente antes de estallar en una carcajada tan potente que sus hombros temblaron. Su risa casi histérica hizo retroceder al encargado. Drake, en cambio, suspiró.

—Aquí vamos de nuevo. —¿"Honor del guerrero"? —repitió Lance con un susurro venenoso—. Nadie sigue esos códigos. Son solo palabras que usamos cuando conviene. No hay reglas en el campo de batalla ni en el placer. Ninguna.

De pronto, la risa cesó abruptamente. Lance tomó tres cuchillos y los lanzó con precisión letal hacia un cartel con la imagen de una horda de Necrofagos en la que advertía de sus peligros y como matarlos.

Las hojas se incrustaron en los ojos de uno de los mutantes necroticos. El encargado tragó saliva, sudando. Lance dio un paso adelante, sonriendo frío.

—Si usara una pistola, todo sería demasiado fácil. Y aburrido, al menos contra humanos normales. Para un tirador tengo a mi querida Alice.

*

Drake caminaba con las manos en los bolsillos, dejando que sus pasos lo guiaran por el parque central de Glory. El aire fresco, mezclado con el aroma de flores y un leve rastro de humo industrial, lo envolvía. A su alrededor, una fuente cantarina y el vuelo de unos pájaros completaban la escena.

— ¿Dónde demonios se metió Lance? —murmuró, fastidiado, mirando alrededor.

Habían salido juntos, pero Lance, como era costumbre, se había distraído. Supuestamente iba a comprar helados, pero seguramente había visto a alguna chica llamativa y se había perdido entre la multitud. Drake suspir, resignado.

Se detuvo frente a un arco de enredaderas y rosas azules que daba entrada a una sección más apartada del parque. Más allá, un círculo solemne de estatuas dominaba el espacio: el Monumento a los Apóstoles, dedicado a los guerreros que cambiaron la historia.

Drake avanzó lentamente, deteniéndose ante la estatua de Munraimund Trisary. La figura imponente no lo era por su tamaño, sino por la sensación de equilibrio que transmitía. Representado con una armadura ligera de grabados rúnicos y una capa flotante sujeta por un broche sencillo, tenía la puerta de un caballero hechicero.

En sus muñecas colgaban cadenas ornamentales, símbolo de su extinta casa, mientras sostenía una espada rota alzada al cielo, evocando el momento de la fundación de los Guardianes. El dia que ambos fueron enviados a recuperar estas tierras caídas por las invasiones de monstruosidades y señores de la guerra.

Drake alzó la vista hacia el rostro de piedra, esculpido con serenidad y determinación, y los recuerdos de las historias de Rhaizak volvieron a él:

«Munraimund, el Dios de los Héroes», decía su maestro en las fiestas invernales, «Fue un estratega incomparable, un alquimista que, junto a su hermano bajo la tutela del Viajero, creó las herramientas estigma, artefactos mágicos únicos que se unían a sus portadores. Nadie ha podido replicar su obra, que acabaron repartidas muchas de sus invenciones a lo largo del mundo y otras se perdieron».

La mirada de Drake descendió al pedestal de la estatua, donde un grabado dorado resumía su legado:

"Munraimund Trisary, fundador de los Guardianes, protector de los reinos de los hombres contra los horrores del abismo. Lideró a los ultimos guerreros fieles para recuperar y revivir un reino caído. Alzando una nueva soberanía al levantar una espada rota, proclamando que persona que llegue a su tierra, será libre ".

Sin embargo, algo más captó su atención. A un lado de la estatua, donde el círculo debía ser simétrico, había un vacío. Una base desnuda se alzaba, rompiendo el equilibrio del monumento. Drake sintió un nudo en el pecho al recordar quién debía estar allí.

—Arnold… —susurró.

La estatua faltante no era un descuido, sino un reflejo del destino trágico de Arnold Trisary, el hermano menor de Munraimund. A diferencia de su hermano, Arnold no había heredado el don de la magia, pero Munraimund forjó para él la primera y más poderosa herramienta estigma: la guadaña conocida como "La Hoja Suprema", que al unirse a Arnold se transformó en una oscura armadura viva coronada con un yelmo de alas de murciélago. Fue el primer Portador Maldito o como se le llamaba en esa epoca Caballero Estigma.

Esa creación lo convirtió en un guerrero imparable que dominaba las habilidades de creación a un nivel como ningún otro Portador Maldito, pero también vendió su destino.

Según Rhaizak, Arnold había sido un hombre que solo buscaba proteger su hogar, pero las circunstancias y su ambición lo llevaron a ser consumido por la oscuridad. Tentado por los reyes corruptos de la época que temían del poder del Viajero, traicionó a su maestro, llevándolo al límite de su poder para forjar su ascensión divina. Esa traición marcó su caída.

Drake recordó las palabras de su maestro:

«Los Trisary fundaron los Guardianes para preservar el legado del Viajero, pero Arnold… Arnold cayó. Se convirtió en lo que juró destruir. Su memoria fue maldecida, y su estatua retirada. Solo queda este vacío como recordatorio de su caída».

Desde niño, Arnold había sido su favorito entre los Apóstoles, el más valiente y fuerte, con una armadura oscura que parecía salida de una pesadilla. Para Drake, esa imagen representaba la lucha contra la oscuridad, un héroe infernal capaz de aterrorizar a los mismos demonios. Nunca imaginó que él mismo se convertiría en un Portador Maldito como Arnold.

Un murmullo de viento recorrió el círculo de estatuas. Drake posó una mano sobre la base vacía, dejando que el frío de la piedra se filtrara en su piel.

«¿Valió la pena tu traición? Tú y tu hermano nos crearon. Los Portadores Malditos somos tus hijos y, por tu culpa, ahora nos ven como escoria, a pesar de ser lo mejor entre lo mejor». Cerró los ojos, inclinando la cabeza.

Con un suspiro, se apartó. Perdido en sus pensamientos, apenas registró el bullicio que lo rodeaba. Era solo un rostro más entre un mar de murmullos y empujones.

Entonces, algo rompió la monotonía: unos pasos seguros y firmes, que parecían abrirse paso entre la multitud con autoridad. Drake levantó la vista, su atención cautivada por la figura que se acercaba.

—Arnold y Munraimund no fueron los favoritos del Viajero por su devoción, sino por su pasión por crear. —La voz masculina, profunda y envolvente, rompió el ruido como una cuchilla afilada—. Las herramientas estigma eran su legado, capaces de plasmar la imaginación de su portador y elevar su fuerza más allá de lo humano. Este poder puso a los hermanos en un estatus de Dioses entre hombres.

Drake alzó la mirada, intrigado. —¿Qué cosa?

El hombre frente a él sonrió, una curva leve y calculada en sus labios. Era imposible ignorarlo: mientras las masas alrededor se mostraban desaliñadas y sudorosas, este desconocido irradiaba elegancía. Vestía un traje oscuro que caía con precisión sobre su figura delgada, acompañado de una camisa roja y una corbata negra que parecía fluir como parte de su piel. Su rostro, de facciones esculpidas y piel clara que brillaba con una luz tenue, se completaba con una barba ligera y un cabello perfectamente peinado hacia atrás, sin una sola hebra fuera de lugar.

Pero lo más hipnótico eran sus ojos: un azul profundo y gélido, como zafiros bajo un mar helado, imposibles de sostener por mucho tiempo sin sentir que se caía en ellos.

Drake lo observó con desconfianza. Las ropas y la actitud del hombre sugerían alguien de la élite o un corporativo.

—Disculpa, me pareciste alguien interesante con quien entablar una conversación —dijo el desconocido, con un tono desenfadado, pero calculado.

Drake entrecerró los ojos. —Me halaga, pero estar rodeado de creyentes frente a iconos religiosos no me hace vulnerable a unirme a alguna secta.

—Nada de eso, guardian. En realidad, me llamó la atención... —El hombre señaló su camisa—. Parece que compartimos el gusto por el rojo... Drake Réquiem, hijo de Clayton Réquiem.

Drake dejó escapar una risa seca, pero antes de que pudiera responder, el desconocido agregó:

—No hay mejor lugar que volver a casa, despues de estar tanto tiempo rodeado de ovejas descarriadas ¿verdad? —preguntó, inclinando ligeramente la cabeza, como si ya conociera la respuesta y solo quisiera jugar con él.

Para Drake, el mundo parecía desvanecerse, eclipsado por la magnética presencia de aquel hombre, que lograba que cada palabra suya resonara como un desafío.

—¿Quién pregunta? —dijo Drake mientras se tronaba los nudillos, adoptando una postura tensa.

El extraño se limitó a sonreír aún más. —Alguien que podría ser tu peor enemigo... o tu mejor aliado. —De un movimiento fluido, sacó una tarjeta de presentación y se la extendió.

Drake tomó la tarjeta con cautela y la leyó en voz baja:

—"El Apodion, intermediario de reinos y empresas en la adquisición de todo tipo de maravillas; todo problema tiene solución, menos la muerte... solo porque no hemos encontrado cómo evitarla todavía". —Frunció el ceño y alzó una ceja, mirando al extraño—. Apodion... uno de los muchos nombres de Chroneidos. Un alias arriesgado, sobre todo en tierras dominadas por las Teocracias donde hay más trabajo.

El hombre soltó una risa breve y tranquila, como si disfrutara de la tensión. —Basta con Apodion, por favor. ¿Quién se metería con un coyote? —dijo con una sonrisa tranquilizadora—. La información es nuestro negocio, y si alguien osa tocarnos... bueno, siempre hay alguien más rápido y más poderoso a una llamada de distancia.

Drake lo observó con seriedad, sopesando sus palabras. —¿Que negocios traen a un coyote hasta aquí? —preguntó Drake con voz firme, aunque la curiosidad se asomaba en su mirada.

El hombre ajustó su corbata con un movimiento pausado, cada gesto calculado. Su sonrisa se amplió, irradiando una confianza casi desconcertante.

—Un proximo conflicto es un oceano de oportunidades laborales.

Drake entrecerró los ojos, cruzando los brazos. —¿Cómo me reconociste?

Apodion soltó una risa breve, suave como un murmullo que se mezcla con el viento. —He conocido a muchos de los tuyos. Digamos que tengo un olfato especial para reconocer aquello que otorga poder y luego están los contactos para saber quien está trabajo en que contrato siempre que no esté estrictamente clasificado. Son... trucos de coyote.

Drake frunció el ceño, desconfiado. —Ese olfato.... suena a estigma.

Apodion ladeó la cabeza con una expresión divertida, como si el comentario lo hubiera halagado. —Llámalo intuición... o algo más.

Drake dio un paso atrás, manteniéndose alerta. Ya tenía a un coyote que le conseguía los trabajos. —Estoy descansando. Si quieres que acepte algún trabajo, será en otro momento.

La sonrisa de Apodion no desapareció, pero sus ojos parecían escudriñar cada palabra, cada gesto. —Oh, no hay prisa. El tiempo siempre está de nuestro lado, guardián. Solo quería presentarme. Estoy seguro de que, tarde o temprano, nuestros caminos se cruzarán... de una forma u otra.