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La Doncella (II)

El camino recto los condujo a unos altos portones de hierro que marcaban el ingreso a la propiedad. Tras ellos, un jardín impecable se extendía, con árboles podados en forma de animales que parecían vigilar la entrada. Al fondo, una casa de ladrillos rojizos, con un techo de tejas brillantes y una chimenea humeante, ofrecía una imagen de calma.

El porche de madera añadía un toque acogedor, mientras que, a un lado, un complejo para empleados destacaba por sus ventanas enrejadas y puertas desgastadas, diseñado más para funcionalidad que para lujo.

Anabel, seguida por Alicia y Drake, atravesó el recibidor de la casa, donde el suelo, dividido en recuadros oscuros, estaba constantemente limpiado por herramientas encantadas que se movían solas. Escobas, trapeadores y recogedores cuidaban cada rincón, asegurando la pulcritud del lugar.

En el centro de la sala, una mesa redonda blanca rodeada de sillas ofrecía un rincón acogedor. Las paredes estaban llenas de estantes con frascos que contenían brebajes y huesos misteriosos, otorgándole un aire esotérico. A un lado, un sillón de cuero rojo sobre una alfombra de terciopelo descansaba frente a una chimenea que llenaba la estancia con un calor reconfortante.

Dos escaleras se divisaban al fondo: una subía al segundo piso, mientras la otra descendía a los niveles inferiores. A la izquierda, la cocina, funcional y sencilla, era un rincón acogedor.

Anabel, sin mediar palabra, se dirigió a la cocina, dejando que el aroma de los filetes comenzara a llenar la casa. Aprovechando el momento, Alicia y Drake cruzaron la puerta trasera de la cocina hacia el complejo de departamentos, siguiendo las instrucciones de Anabel para encontrar a Lance.

—¿Qué está haciendo Lance? —preguntó Alicia.

—Pócimas mágicas para hacer crecer rápido a sus cerdos —respondió Drake mientras caminaban hacia los cuartos—. No tiene licencia para comerciar magia ni comprar ciertos componentes, así que Anabel le vende con su nombre y le da materiales a cambio de una comisión. Por eso siempre está encerrado en el granero; lo convirtió en su laboratorio.

Alicia asintió con indiferencia.

—Cosas de hechiceros... No es asunto nuestro.

Drake se encogió de hombros, pero no podía sacudirse una inquietud.

—Quizá, pero algo no me deja tranquilo —dijo, sintiendo un escalofrío.

Alicia suspiró, dándole un golpecito en el brazo.

—Te preocupas demasiado. Lance puede ser raro, pero sabe lo que hace. ¿Qué es lo peor que puede pasar?

Drake soltó una risa nerviosa.

—Eso es justo lo que me preocupa. Siempre que alguien dice eso, algo explota.

—Anabel confía en él —respondió Alicia, rodando los ojos—. Si ella no está preocupada, tú tampoco deberías.

Mientras se acercaban al granero, el silencio solo aumentaba la tensión de Drake.

—Pronto lo sabremos —dijo Alicia despreocupada, mirando a Drake con una ceja alzada—. Vamos a ver qué hace ahora.

Drake asintió, pero el mal presentimiento seguía ahí mientras avanzaban hacia el refugio donde Lance estaba ocupado. Al llegar, se detuvieron al escuchar risas femeninas al otro lado de la puerta. Alicia frunció el ceño, y Drake, incómodo pero no sorprendido, murmuró:

—Típico de Lance.

—¡Lance, cabrón! Somos nosotros —llamó Alicia, golpeando con fuerza.

Tras un silencio incómodo, Lance respondió apresurado:

—¡Denme un minuto!

Alicia cruzó los brazos, impaciente.

—¿Qué crees que esté haciendo? —preguntó, irritada.

—Conociendo a Lance... probablemente algo que no debería. O alguien —respondió Drake con una sonrisa ladina, aunque su tono denotaba más cansancio que verdadera diversión.

—No me hagas entrar con un parpadeo. —Alice suspiró, golpeando el suelo con la punta de su bota mientras esperaba.

La puerta se abrió y dos doncellas salieron apresuradas, arreglándose los ropajes. Alice se llevó una mano al rostro, exasperada, mientras Drake contenía la risa. Lance, solo en su fibra negra con la máscara incluida y con una cerveza en mano, se encogió de hombros ante el desastre del cuarto.

—Ya no hay respeto —dijo Lance, con total desparpajo.

El cuarto, por otro lado, era un desastre. Sábanas revueltas, botellas vacías y un fuerte hedor a sudor y alcohol impregnaban el aire, revelando los rastros del frenesí pasional reciente.

Alice hizo un gesto de desagrado, mientras Drake se cruzaba de brazos con una sonrisa burlona.

—El vecino se molestará cuando sepa que te metiste con su hija.

—Y tampoco al papá de la amiga. Más cuando se enteren de que baten para ambos lados —añadió Lance al dar un sorbo a su cerveza, completamente imperturbable—. No hay por qué enfadarse. No voy a llevar a ninguna al altar. Ya tengo dueña.

Alicia arqueó una ceja, sorprendida. La idea de Lance comprometido le sonaba casi surrealista.

—¿En serio? —preguntó ella, incrédula—. Me sorprende que seas capaz de serle infiel... o que no nos la hayas presentado.

—Ventajas de tener una relación abierta —Lance sonrió con suficiencia—. Además, es una hechicera importante en la política. Prefiere vivir en las sombras.

Drake soltó una carcajada, pero en su mente no pudo evitar pensar: «O quizá una bruja que prefiere el anonimato para que no la quemen en la hoguera».

—La llegada del viajero llegó pronto este año —comentó Lance con una mezcla de entusiasmo y cinismo—. Mira nada más, ni mil maridos despechados ni deudas en las carreras pueden evitar que volvamos a reunirnos.

—Gracias por recordármelo, Lance... —murmuró Drake en tono amargo, con los ojos entrecerrados, aun recuperándose de una experiencia similar. Después, adoptando una postura más seria, añadió—: No me gusta ser moralista, pero asegúrate de que Anabel no te descubra. Si se fastidia de nosotros, nos echará, y no encontraremos otro lugar donde vivir dadas nuestras circunstancias.

—Saben... —interrumpió Alice, esbozando una sonrisa pícara y con un brillo malicioso en sus ojos—, siempre me he preguntado algo. Desde la academia, ustedes dos han pasado mucho tiempo juntos. Ahora viven y trabajan en la misma finca... No sé, se me hace medio rarito.

Los dos guardianes se miraron mutuamente, con ojos como platos. Drake adoptó una expresión de desagrado, y aunque Lance llevaba su máscara, la incomodidad en su postura era palpable.

—¡Espera! No saques conclusiones completamente fuera de lugar —intervino Drake, levantando las manos como en señal de rendición—. Cada quien puede amar a su manera, pero definitivamente nosotros no.

—No confundas la amistad entre hombres con algo así —dijo Lance sin rodeos—. Yo puedo darles a ambos lados, pero Drake no es mi tipo.

—Ay, ¿ahora están inseguros de su masculinidad? —preguntó Alicia con una sonrisa aún más grande, posando las manos sobre sus caderas—. Quizá por eso son clientes frecuentes en los burdeles.

—¡Las diversiones de un hombre son sagradas! —se defendió rápidamente Drake, casi tropezando con sus palabras—. Nos jugamos el pellejo cazando monstruos, tenemos derecho a gastar nuestro dinero en lo que queramos.

—¡Si alguien es inseguro, ese es Drake! —exclamó Lance descaradamente—. Una vez lo convencí para un trío, y a última hora el muy cabrón se echó para atrás. ¡Se puso como un marica diciendo que sería raro con otro hombre!

—¡Te dije que no volvieras a hablar de eso! —gritó Drake, visiblemente avergonzado, con las mejillas al rojo vivo.

—¡La chica bestia era preciosa, una zorra que solo los nobles podían pagar! —continuó Lance—. ¿Dónde más íbamos a encontrar algo así? Entre los dos la librábamos, pero al niño se le espanta por la presencia de otro hombre. ¡Y ni siquiera me quito la ropa!

—¡Eso último no debería saberlo! —exclamó Drake, tapándose la cara, sumido en vergüenza.

—¡Ustedes nunca cambian! —se reía Alicia, sujetándose el estómago—. Son un par de anormales.

—La palabra "anormal" dejó de tener sentido en mi vida hace tiempo —dijo Drake, arrastrando las palabras, tratando de contener su frustración—. ¡Basta de pendejadas! Nos ibas a hablar de un contrato importante, ¿no? —cambió abruptamente el tema, buscando algo más serio—. Bueno, ya estamos aquí los tres, no te desvíes más.

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El ambiente cambió de inmediato. Las risas se desvanecieron, y la expresión de Alicia se tornó seria. Un mal presentimiento recorrió a los dos hombres, que quedaron expectantes ante lo que ella iba a decir. Alicia respiró hondo, tratando de mantener la calma.

—Saben... —interrumpió Alicia con una sonrisa pícara y un brillo malicioso en los ojos—, siempre me he preguntado algo. Desde la academia, pasan mucho tiempo juntos. Ahora viven y trabajan en la misma finca... No sé, se me hace rarito.

Los guardianes se miraron, atónitos. Drake puso cara de desagrado, mientras Lance, aunque oculto tras su máscara, reflejaba incomodidad en su postura.

—¡Espera! No inventes cosas fuera de lugar —dijo Drake, levantando las manos en señal de rendición—. La amistad es una cosa, eso no.

—No confundas camaradería con otra cosa —intervino Lance con calma—. Yo soy flexible, pero Drake no es mi tipo.

—¿Inseguros de su masculinidad? —preguntó Alicia, sonriendo aún más, con las manos en las caderas—. Quizá por eso son tan fieles a los burdeles.

—¡Las diversiones de un hombre son sagradas! —se defendió Drake, tropezando con las palabras—. Cazamos monstruos, merecemos gastar como queramos.

—¡Si alguien es inseguro, ese es Drake! —soltó Lance descaradamente—. Una vez lo invité a un trío y se echó para atrás diciendo que sería raro conmigo.

—¡Te dije que no hablaras de eso! —gritó Drake, colorado de vergüenza.

—¡La chica bestia era un lujo que pocos podían pagar! Entre los dos la librábamos, pero al niño se le espantó la idea de otro hombre cerca. ¡Y ni siquiera me quito la ropa!

—¡Eso último no era necesario! —exclamó Drake, tapándose la cara.

Alicia estalló en carcajadas.

—¡Son un par de anormales!

—Esa palabra ya no me afecta —masculló Drake, frustrado—. ¡Basta de tonterías! Nos ibas a hablar de un contrato importante, ¿no?

El ambiente cambió de golpe. Las risas cesaron y Alicia adoptó un aire serio. Los hombres sintieron una punzada de inquietud mientras la observaban. Ella respiró hondo, buscando calma.

Alice materializó un paquete y sacó una máscara negra. Lance la miró y comentó: —Es una máscara de demonio nyashtiano.

Drake, frunciendo el ceño, dijo: —Eso no es un demonio. Es un dragón. El Dragón Negro.

Alice ascendió. —Esta máscara fue recuperada tras los ataques terroristas de Lazarus de los supervivientes del ataque al Tridente. Los atacantes la llevaban, al igual que los miembros del Fuego Oscuro. Es una armada de rebeldes que no solo está en Lázarus, sino que ha expandido celulas por todo el territorio de los templarios.

Drake frunció el ceño. —Escuché rumores de estos rebeldes. Pensé que eran solo una secta en Lazarus, no algo tan grande.

Alice explicó: —Es más que una secta. Su influencia se ha extendido por todo el territorio de los templarios. Han atacado puntos estratégicos, sumiendo todo en el caos.

Drake asintió, pensativo. —Pensé que eran solo un inconveniente menor.

Alice, firme, añadió: —Esta será una de nuestras misiones más difíciles. Nos dieron un mes para prepararnos. Seis guardianes han sido seleccionados para esta campaña en la que vamos apoyar para aplastar a estos terroristas.

— ¿Seis? —preguntó Drake, arqueando una ceja—. Es raro que tantos trabajen juntos. ¿Quién paga por algo así?

—Un rey... —murmuró Lance.

—Exacto. Es una misión de alto riesgo. Trabajaremos con tres Águilas de Acero. —Alice sacó una carpeta y se la dio a Lance.

—Una secta demoníaca ha incitado rebeliones entre bandas de mercenarios, civiles de baja cuna, gremios de brujos y esclavos en su mayoría inhumanos, atacando campos de concentración y robando armamento avanzado. Tomaron territorios mineros, asediaron una fortaleza y asesinaron al barón local.

—Esto es grave... —Drake sintió un escalofrío—. ¿Dónde vamos?

—Las tierras mineras pertenecen al reino de Lazarus —respondió Alice, señalando un símbolo en los documentos—. Sabemos poco sobre su líder. La llaman la "Reina de Corazones". Nadie sabe su raza ni su origen. El ejército templario la apodó así por las desapariciones de pueblos y el aumento de monstruos.

—Es solo cuestión de tiempo antes de que marchen hacia la capital y cometan una masacre... y eso sería solo el principio —añadió Lance—. Nos contratan para apoyar a sus tropas. No violamos el código, no estamos luchando contra otro credo. Si Lázarus cae, los demás credos aprovecharán para invadir. Millones podrían morir.

Drake apretó los puños, un dolor punzante recorrió su cabeza al recordar su pasado en Lazarus, un lugar al que había jurado no volver. – ¿No podemos rechazarlo? —su voz temblaba, al borde del grito.

—No... es imposible. El alto mando nos ha impuesto esta misión. No tenemos opción —respondió Alice, compasiva—. ¿Te pasa algo?

—No, estoy bien... —suspiró Drake, masajeándose las sienes—. Si no hay alternativa, iremos.

Alicia iba a protestar, pero Lance la detuvo con un gesto. Sabían que rechazar la misión sería traición, y no querían enfrentar las consecuencias.

—No podemos dejar que esos hijos de puta causen un genocidio —dijo Lance, decidido—. Para eso fuimos creados los guardianes.

El cubo de Drake vibró en su bolsillo, y al encender el holograma, vio que Anabel los llamaba para almorzar.

El aroma de la comida llenaba la habitación cuando Drake, Alice y Lance se sentaron a la mesa, donde los esperaban filetes jugosos acompañados de guarniciones de colores vivos. La atmósfera era cálida, casi tranquila, hasta que las palabras de Lance rompieron el silencio.

—Agradezco mucho tu hospitalidad —dijo Lance mientras cortaba un pedazo de su filete—. ¿Llegó mi pedido?

Alice hizo una mueca de desdén y, sin mirar a Lance, tomó otro largo trago de su cerveza.

—Aquí vamos otra vez... —comentó, su voz llena de desinterés.

Anabel señaló un electrodoméstico con una leve inclinación de cabeza.

—Lo puse en la nevera... pero me debes unos cigarros por tener que firmar y revisar esas cosas. Por favor, hazlo rápido. No me gusta tener eso cerca de la comida ni en la casa. —El tono de Anabel era firme, casi urgente, como si realmente detestara todo lo relacionado con ese encargo.

Lance sonrió con una mezcla de diversión y paciencia, y se levantó para abrir la nevera. Dentro, encontró los paquetes blancos sellados, cada uno con el emblema del búho negro y advertencias en todos los idiomas posibles.

—Gracias a los dioses por la magia moderna. Y por la Isla de las Sombras. —Murió su sonrisa mientras sacaba los paquetes con cuidado, como si fueran algo sagrado.

Alice le lanzó una mirada cansada, pero también tranquila, como si ya estuviera acostumbrada a ese tipo de comportamientos.

—No entiendo por qué complicarte tanto con esto, si Paulina está sostenida en ese lugar. ¿Qué necesidad tienes de darle esos paquetes?

Lance guardó los paquetes con destreza y, antes de salir, miró a sus compañeros.

—Es más que eso. Es un lazo de confianza, algo simbólico entre el amo y su familiar. No todo tiene que ser solo trabajo. —Sus ojos brillaron con una determinación que no necesitaba palabras. Luego se giró hacia la puerta del sótano—: si me disculpan, quiero una hora o dos de privacidad.

—Tomate tu tiempo. Haz lo que tengas que hacer, pero por el amor de todo lo que existe, no traigas ni hagas cosas extrañas. —Anabel no estaba bromeando, y su tono cortante dejó claro que esa era una advertencia.

—Ni lo notarán. —Lance esbozó una sonrisa cargada de misterio y bajó al sótano, cerrando la puerta con un click firme, asegurando la privacidad que tanto deseaba.

Cuando la puerta se cerró, Drake dejó escapar una risa baja, como si compartiera una broma privada con el aire.

—Si no me lo supiera, pensaría que es un hechicero con licencia. —Dijo, su mirada fija en la puerta cerrada—. Siempre es útil tener a uno en el equipo... y más si tiene un homúnculo como familiar. Son los más leales si llevan el ADN de su maestro.

Anabel suspiró con una mezcla de pena y comprensión, cruzando los brazos sobre el pecho.

—Lance no puede ser hechicero, aunque tenga todo para serlo... simplemente no... —Dejó la frase en el aire, como si decir más fuera innecesario.

Alice levantó una ceja, curiosa pero aún desconfiada.

—¿No tiene otra alternativa? Podría ser un gran hechicero si se metiera a la escuela.

Anabel miró al vacío un momento, como si buscara las palabras correctas para lo que estaba por decir.

—A cambio de abrazar las sombras... se jodió como hechicero. —La revelación fue brutal, y la mirada que Anabel dirigió a sus compañeros reflejaba la tristeza por lo que Lance había tenido que renunciar.

El ambiente se volvió pesado, como si las sombras realmente pudieran acechar desde el fondo del sótano, esperando al hombre que ahora cargaba con el peso de su propia elección.

Lance descendió al sótano, el aire estaba pesado y rancio, repleto de estantes llenos de cajes con chatarra como libros olvidados por el tiempo. En un rincón sombrío se encontraba una puerta y detrás de la misma iluminado apenas por la luz mortecina del foco colgante, encontró el círculo rodeado por candelabros oxidados y corrompidos por velas derretidas.

Estaba marcado con piedras, algunas rotas, otras ahumadas por el paso de los rituales. En el centro, el símbolo de la espada sagrada, tallado con la misma precisión que un cuchillo afilado, pero su superficie estaba salpicada por manchas de sangre seca, como vestigios de invocaciones fallidas.

El olor a muerte era insoportable, impregnado en las paredes que respiraban humedad y abandono. Lance ya conocía este lugar, uno de los muchos círculos en una ciudad donde lo sagrado y lo prohibido se mezclaban sin vergüenza.

Con calma, se acercó al círculo, de su mochila sacó nuevas velas colocadas en los candelabros, y dejando que el eco de los viejos rituales envolviera sus pensamientos al prender el fuego con los serillos. Había llegado para esto.

Mientras fumaba un cigarro de hoja dibolica, Lance vació su mochila, dejando que el contenido se desparramara en el suelo: manos, cabezas, intestinos, trozos de carne humana. Los pedazos se apilaron, cubriendo por completo el círculo de piedra, creando una pila grotesca que emitía un olor nauseabundo. Con calma, vertió una gota de su propia sangre sobre la carnicería que había formado.

La gota cayó y, en un suspiro, comenzó a expandirse, desbordándose como una sustancia viscosa que devoró todo lo que tocaba. La carne se disolvió en un instante, absorbida por una piscina roja y brillante que se formó en el centro del círculo.

La luz de la tina iluminó la habitación con un resplandor infernal, tiñendo las paredes de un rojo vibrante que parecía pulsar con vida propia. En el reflejo, la sombra de Lance se distorsionaba, como si algo más estuviera observando desde el otro lado de la superficie. El hechizo había comenzado.

La tina vibró y, de ella, emergió una gigantesca cabeza de avispa negra atigrada por lineas amarillentas, sus ojos llenos de una luz inquietante. Una monstruosidad mutada de tierras orientales, ocupaba todo el círculo, y el resto de su mole se encontraba bajo las aguas rojas, en el nexo. Sin embargo, a pesar de su imponente tamaño y apariencia aterradora, la criatura se quedó inmóvil, aceptando la caricia de la mano enguantada de Lance, su creador.

—Hola, Paulina... ¿Cómo te han tratado en el establo? Espero que bien, por algo les estoy pagando a esos cabrones de las Islas de las Sombras. Te traje carne de drogadictos, como te gusta. Este era un pandillero y violador que murió de una sobredosis de opiáceos. —Lance lanzó un brazo hacia Paulina, que lo devoró rápidamente, zumbando con gusto, mientras el humo de la Hoja Diabólica llenaba el cuarto—. Hierba de calidad, mi niña. Me pregunto si lo heredaste de tu madre o de mí... o tal vez de ambos.

*