Los ojos de Alice se abrieron de par en par al tragar saliva, mientras Drake, furioso, apretaba la mandíbula, intentando parecer amenazante a pesar de su miedo. Lance se interpuso entre ellos y, con firmeza, pronunció:
—Fui yo quien robó el pastel, señor director. Castíguenme a mí y déjenlos ir.
A pesar de ser un Ronin, Lance seguía el código de un umbra: el honor y el deber eran lo primero. No podía permitir que dos niños que lo habían tratado con humanidad sufrieran.
Alice y Drake lo miraron, asombrados por su valentía. El arrepentimiento comenzó a crecer en ellos por haber desafiado al temido director.
—¡Eso es mentira! —gritó Alice, atrayendo la atención—. ¡Fui yo!
Rolando sonrió, acercándose a ella. —Lo sé. Te vi distraer a la cocinera. ¿Quién te ayudó?
Alice tragó con dificultad, su corazón latiendo con fuerza. —Lo escondí en las puertas de la cocina... —mintió rápidamente.
—Mentirosa~ —dijo Rolando, burlándose mientras tocaba su nariz—. Te quedaste ahí escondida. Quizás un tiempo en el "pozo" te haga hablar.
El pánico invadió a los niños al escuchar la mención del "pozo", una oscura cripta donde enviaban a los problemáticos.
—Es en serio... nadie me... —intentó continuar Alice, pero Drake la interrumpió.
—¡Deja a Alice en paz! Fue idea mía, Rolando. Yo la arrastré. Si va a castigar a alguien, que sea a mí.
—¿Y juras que...? —Desafió el Biomante sin mostrar enojo, más bien expectante por ver cómo Drake le plantaba cara.
El niño del parche dudó un momento, pero con un gesto de coraje, siguió adelante.
—¡Te haré sangrar! —gritó Drake, provocando las risas de Rolando.
—Parece que tenemos un pequeño héroe —respondió el director, sarcástico—. Debes saber que quienes no distinguen entre valentía e imprudencia son los primeros en ser masacrados, y sus cabezas terminan clavadas en picas.
Como una siniestra predicción, un puñetazo golpeó el rostro de Drake, seguido de un gancho al estómago que lo derribó de rodillas. La secuencia de golpes, ejecutada por Wilson, lo dejó sin aliento, con sangre escurriendo de su nariz.
Alice, con el deseo de proteger a sus amigos, se interpuso entre ellos y el director, respirando pesadamente. Su intención era clara: evitar que Rolando infligiera un castigo aún más severo. Mientras tanto, Drake luchaba por recuperar la compostura, con lágrimas de dolor asomando a sus ojos.
Lance se arrodilló a su lado, murmurando que Alice solo intentaba ayudar. Drake, limpiándose la sangre del rostro, asintió en comprensión.
—Un poco suave para mi gusto, Wilson —comentó Rolando con una sonrisa burlona—. Una buena patada en las pelotas habría sido más efectiva para quitarle ese síndrome de héroe arrogante.
—¡Drake, basta! ¡Puedo defenderme sola! Señor director, él no sabe lo que dice... —Alicia intentó excusarse, su voz temblando mientras el miedo se acumulaba en su pecho por lo que podría sucederle a su compañero—. N-no tiene por qué castigarlo, solo me sigue a todas partes y quise aprovecharme de eso.
Los chicos comenzaron a discutir, cada uno intentando asumir la culpa para proteger a los demás, un acto de lealtad que resonaba en la tensión del momento.
—No hace falta indagar en la mente maestra de este crimen... —Rolando se tornó solemne, cerrando los ojos como era su costumbre antes de pronunciar una sentencia—. Voy a castigarlos a todos por igual. No importa quién lo hizo, todos son cómplices.
Una sombra corrosiva parecía emanar de Rolando, y su declaración dejó a los niños paralizados, enfrentando a un hombre cuya sonrisa era más inquietante que cualquier amenaza.
—Padrino... por favor... se lo ruego... —Lance, con los ojos llenos de lágrimas, no lloraba por su destino, sino por el de sus amigos—. Acabamos de recibir un castigo por nuestra falta pasada. Tenga misericordia y buscaremos la forma de compensarlo. Haremos lo que sea necesario para enmendar nuestros errores.
La propuesta de Lance, aunque brillante, no tocó el corazón del arlequín, sino que despertó una chispa inesperada en él.
La expresión de Rolando se tornó maliciosa, sus ojos dorado y azul brillando con emoción, mientras un escalofrío recorría las espinas de los niños.
—¿Sabes algo, Fudo? Creo que me has dado una buena idea. —Chasqueó la lengua y apuntó a Lance como si fuera una pistola—. Fue satisfactorio ver cómo se defendían entre ustedes y los golpes que le dieron a Réquiem. Me divirtieron bastante. Así que les daré una oportunidad de liberarse del castigo. No será fácil, pero no digan que no puedo ser compasivo de vez en cuando.
Un débil destello de esperanza brilló en los corazones de los niños. Podían evitar el castigo, así que aceptaron enfrentar cualquier prueba que el director impusiera.
Rolando aplaudió y les indicó seguirlo. Sin dudar, los chicos se lanzaron al desafío. ¿Qué más podían perder, si no sus vidas?
El trío lo siguió a través del corredor hasta el patio de entrenamientos, donde jóvenes de hasta quince años se ejercitaban. Los arlequines, desde los muros, vigilaban con atención, ocultos tras las alambradas.
Vestían capuchas oscuras, ponchos dorados y armaduras ligeras sobre ropas azules. Sus cabezas estaban adornadas con tentáculos que terminaban en cascabeles mudos, y sus máscaras blancas mostraban expresiones que alternaban entre tristeza, felicidad y locura.
Aunque su apariencia cómica, sus guadañas, bayonetas y escopetas de alto calibre no dejaban lugar a dudas sobre su peligrosidad. Entre ellos se infiltraban los temidos Bloudclaw, cuya crueldad era legendaria, capaces de deformar rostros con sus cortes.
Los gritos de los aspirantes entrenando en combate cuerpo a cuerpo retumbaban mientras el director los guiaba hacia el reto.
Las clases incluían simulacros dentro y fuera de la Fortaleza Oscura: carreras de obstáculos, escalada, deslizamientos bajo alambres de púas y saltos entre árboles. Les enseñaban a moverse en sigilo y a esconderse en las sombras.
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El bullicio en los patios del monasterio indicaba que el receso había terminado, y los tres chicos, retenidos por Rolando, no podían unirse a sus compañeros.
El instructor, al notar su ausencia, se sorprendió al verlos acercarse al director. Intrigado, se acercó para averiguar qué sucedía. Rolando, tras una breve conversación, explicó que daría una clase especial solo para ellos. A pesar de los gestos suplicantes de los chicos, el profesor solo asintió, demostrando el poder del director.
Sumidos en pensamientos inquietantes, los chicos avanzaron, temblorosos. El trayecto hacia la fortaleza pareció eterno, hasta que llegaron a una entrada majestuosa: un túnel de cincuenta metros con paredes amplias, adornadas con runas. Al final, una puerta de piedra, cubierta de marcas rúnicas, se alzaba ante ellos.
Drake, el primero en detenerse, se quedó mirando las pinturas en las paredes del túnel. Su mente se electrizó, olvidando por un momento el dolor y el miedo. Las imágenes narraban la historia de la primera generación de los Bloudclaw, que construyeron el túnel antes de la Guerra del Falso Primario. Durante siete días y siete noches, los mejores pintores del país crearon lo que se conoció como el Génesis Santo
—Seré breve, jóvenes... —dijo Rolando, cruzando las manos detrás de la cintura mientras su mirada recorría las pinturas—. Van a explicarme, de manera concisa, cada una de las obras que les señale. Si logran convencerme, pasaré por alto lo del pastel. Después de todo, si conocen los errores del pasado, ¿por qué no habrían de aprender de los suyos esta vez?
Los chicos intercambiaron miradas nerviosas, sintiendo el peso de la prueba. Aunque contar historias podía parecer sencillo, sabían que con Rolando nada era tan fácil. La amenaza del pozo pendía sobre ellos como una sombra, y ninguno podía permitirse fallar.
El director avanzó hacia la primera pintura, una escena vibrante que capturaba la llegada de héroes a un pueblo asediado. Sus ojos brillaron al señalar el mural, cuya riqueza de detalles parecía latir con vida propia.
El palacio imperial dominaba la imagen, una estructura imponente de torres que ascendían como copas de vidrio brillante hacia el cielo. Su blanco resplandor evocaba la pureza de un diamante bajo el sol del alba, erigido en un islote rodeado por un lago azul. La ciudad victoriana a su alrededor parecía una joya custodiada por figuras aladas: Nephilims y hechiceros montados en grifos y pegasos, patrullando los cielos en defensa de los fieles.
Pero la siguiente escena era un contraste brutal, un descenso a la tragedia. Un dragón oscuro surcaba el cielo ennegrecido, vomitando fuego sombrío mientras reclamaba su reinado. Bajo sus alas, el lago azul se teñía de sangre, y los cuerpos de humanos y Nephilims flotaban inertes. Las criaturas angelicales, envueltas en llamas, caían sin remedio, incapaces de detener la destrucción.
En tierra, las bestias antropomórficas desataban el caos. Los humanos huían despavoridos, sus espadas y fusiles inútiles ante la embestida. La masacre era total: un triunfo para los seguidores del dragón, una derrota aplastante para los Templarios. Ese día, la fe fue arrasada junto con vidas incontables, devoradas por el fuego y la desesperanza.
Drake, con el parche cubriendo su ojo izquierdo, ladeó la cabeza, estudiando cada trazo del mural. Su mirada carmesí recorrió la escena con precisión, buscando las palabras que lo salvarían. La prisa lo quemaba, pero también la determinación de no fallar. Se enfocó en la primera pintura, mientras el peso de la responsabilidad se aferraba a sus hombros.
—Esto... —empezó Drake, su voz temblorosa—. El Arribo de las Alas Negras: el día que el emperador eliminó a la religión de los Templarios e incendió la Bóveda de Cristal.
» Era la joya de los Templarios, antigua sede del Pontífice antes de mudarse al Elisyum. Hoy, no quedan más que escombros calcinados... Dicen que cinco días después llovió. Los que sobrevivieron lo llamaron piedad divina o las lágrimas del omnipotente por su gente.
Rolando lo miró con expresión impenetrable, aunque sus ojos destellaron un leve interés.
—Interesante —dijo, retrocediendo un paso—. ¿Alguien más quiere añadir?
Alicia, sintiendo la tensión, levantó la mano.
—Cuando los Templarios eran débiles y Drakonis aún era un solo imperio, Difasteimus Vulcanus, el dragón negro, buscaba unificar Grishland. Luchó en campañas fallidas contra el Imperio Fainalfaru y los reinos orientales, que tenían alta tecnología y dragones protectores. Aunque su raza era menos de cien por la lacra longeva, seguían divididos.
—Un imperio tan vasto era inestable —continuó Alicia—. La iglesia conspiró contra Vulcanus, difundiendo propaganda para desacreditarlo. Temían su poder y sus ideas de igualdad entre las razas, aunque sostenía que los dragones eran superiores. La discriminación hacia los inhumanos, que eran minoría, también avivó el conflicto.
—Algo redundante, pero cierto, ¿no, Lance? —se volvió hacia él.
Lance respiró hondo y se armó de valor. —Seraphina Dragnnis, la emperatriz, era conocida por su belleza y bondad. Se decía que podía calmar al dragón más feroz. Aquella noche organizó una gala para reunir nobles y clamar por la paz, pero los extremistas ya se habían infiltrado.
Lance hablaba, y Rolando asentía, procesando cada palabra.
—Durante la celebración, fanáticos encapuchados irrumpieron en el palacio con armas diseñadas para matar dragones, versiones mejoradas del Maleficarium. Buscaban a Difasteimus, ausente en una campaña extranjera. Seraphina, al ver el caos, se interpuso entre su gente y los atacantes. Clamó que no había necesidad de violencia, que la paz debía prevalecer, y permaneció en forma humana. Pero nadie la escuchó.
—¿Y entonces? —preguntó Alicia, con un nudo en la garganta.
—Uno de los templarios, en un ataque de locura, disparó. La bala atravesó su corazón —continuó Lance, con voz trémula—. Su sangre manchó el suelo del palacio. Con su caída, un grito colectivo llenó el aire. Difasteimus, al enterarse, regresó inmediatamente. Consumido por la rabia, desató su furia en forma de dragón. Ni siquiera Vortex Albionix, su segunda esposa, pudo detenerlo.
Rolando miró al grupo, sus ojos ardían de intensidad.
—¿Qué hizo después?
—El emperador desató el infierno —respondió Lance, su voz rota—. Arrasó con la iglesia y masacró a todos sus creyentes. Ni hombres, mujeres ni niños se salvaron. La noche se iluminó con fuego y sangre. Su venganza marcó el inicio de una era de terror.
—Desde entonces, la Teocracia nunca volvió a ser la misma —añadió Alicia, con un tono sombrío—. Reinos de todo el continente fueron arrastrados al conflicto. Dragones se levantaron y cayeron en la guerra conocida como la Segunda Titanomaquia.
Lance respiró hondo antes de continuar:
—La sangre de miles empapó la tierra, y mientras la guerra avanzaba, Difasteimus perdió el juicio. Algunos decían que al perder a Seraphina, también perdió su voluntad de vivir. Se transformó en un monstruo incapaz de distinguir entre amigo y enemigo.
Rolando escuchaba, su rostro impasible, pero sus ojos reflejaban un interés profundo. —A pesar de que la guerra fue ganada, dejó cicatrices profundas en el continente —dijo Drake, ahora más seguro—. La fe de los pueblos quedó rota y, aunque los Templarios cayeron, su legado de división sembró desconfianza entre las razas.
—Exacto —asintió Rolando—. Todo por la muerte de una mujer que abogaba por la paz. ¿Qué les dice eso sobre el costo del poder y la ambición?
Los chicos se miraron, comprendiendo la lección oculta.
—A veces, buscar la paz trae más caos que la guerra misma —murmuró Alicia, como si desenterrara una verdad universal.
—Así es —concedió Rolando—. No olviden lo que la historia enseña; el pasado siempre encuentra la forma de repetirse. Bien, jóvenes... hemos terminado el examen. Lo han aprobado satisfactoriamente.
—Muchas gracias... —Alicia hizo una reverencia.
—¡Por fin terminó! —exclamó Drake.
—¡Joder, sí! —gritó Lance, chocando puños con su amigo del parche en señal de victoria.
—Les reduciré el castigo. —La revelación de Rolando congeló la celebración, dejando a los aspirantes paralizados—. Limpiarán la cocina después de la cena… por una semana.
Ninguno protestó; mejor eso que ser azotados públicamente o encerrados en el pozo.
—Cumpliremos con orgullo, señor... —dijo Alice, adelantándose a sus amigos.
Cuando pensaron que podían retirarse, Rolando les dio una orden inesperada.
—Réquiem... necesito hablar contigo en privado, cinco minutos. Wilson y Fudo, espérenlo en las bancas del patio. Es una orden.
—Pero... —Drake intentó replicar, pero un suave golpe en el brazo de Alicia lo detuvo.
—Haz lo que dice y, por favor, sé respetuoso —ordenó con un tono severo.
—Co-comprendo. —Drake no sabía qué daba más miedo: quedarse a solas con el arlequín o desobedecer a Alice.
—No te quitaré mucho tiempo, Réquiem... y tranquilo, no muerdo… mucho. —Rolando esbozó una sonrisa que apenas contuvo una risa—. Ah, y si alguno de ustedes dos pega la oreja en la puerta… lo sabré.
Sin demora, los dos chicos salieron, dejando a Drake solo con el director. La incomodidad lo invadió; estar a solas con aquel hombre lo hacía sentir como si enfrentara a un depredador en la oscuridad.