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Los Niños Perdidos (VI)

—¿Qué es eso? —preguntó Alice al ver la ecuación.

—Esto, cariño... ¡Esto es magia! Por el viajero, siento escalofríos... —casi perdió el aliento al revelarlo, como si fuese lo más grandioso del mundo—. ¿Han escuchado que algunos magos murmuran algo? No todos tenemos que hacerlo; depende del funcionamiento del truco. Algunos deben recitar un cántico, esos son encantamientos.

El término "mago" englobaba hechiceros, brujos y espers de manera general.

—Verán, cada mago debe aprenderse las fórmulas de sus hechizos, comprenderlas y canalizarlas creando un plano mental. Es algo extremadamente complicado; no porque tengas el don de un aura mágica te conviertes en un hechicero de inmediato. Se requieren años de práctica —se apuntó la frente con el dedo, dándose aires de genio frívolo, mientras ofrecía el papel.

—¿Esto es un hechizo? Eso explica por qué los magos son unos sabelotodo —dijo Drake, levantando una ceja al tomar el papel.

—Eso no es todo; lo hermoso son las posibilidades... en términos simples, si modificas la ecuación añadiendo o quitando otros algoritmos, el simple hecho de alterarla crea un nuevo conjuro... o explotas en pedazos —agregó, arrugando la cara en un gesto de dolor.

—¡¿Qué clase de loco quiere arriesgarse a morir por eso?! —exclamó Alice, pálida, al darse cuenta de la peligrosidad de crear hechizos.

—El tiempo de investigación no es en vano. Para eso están las geas —Lance se apoyó en un árbol para dar los últimos detalles—. La magia tiene cientos de años, incluso miles... ha habido demasiados intentos de ensayo y error; muchas vidas se han sacrificado en el proceso. No muchos magos hoy en día intentan modificar las fórmulas establecidas... si te sale bien, creas una magia única para ti y te sientes como un dios.

—Geas... geas... creo que papá o el tío Rhaiz lo mencionaron una vez... —Drake trataba de recordar, cerrando los ojos mientras decía—. Hablaban de... ¿un sistema de protección?

—Digamos que es lo que evita volar en pedazos... —Lance sacó el último tema a colación—. Las geas o mandamientos son algoritmos de seguridad que aseguran que un hechizo no te mate. Son limitantes o condiciones que debes seguir; pones el dígito y, al instante, en tu mente te entrará lo que debes hacer para que funcione.

—Suena bastante complicado —dijo Alice, rascándose la cabeza—. ¿Nada más entra en tu cabeza esa información?

—Se podría decir que sí... —respondió Lance—. Es extraño; las geas son un solo dígito y, cuando lo colocas en la ecuación e intentas analizar el hechizo, te envuelves en ella y sabrás la limitante que te tocó. Nunca eliges la limitante; es completamente al azar, más que nada relacionada con el hechizo.

—¿Qué tipo de limitante? —preguntó Drake, intrigado.

—Puede ser cualquier cosa, hasta lo más absurdo. He escuchado que en algunas debes explicar la habilidad a tu enemigo en medio de una pelea, con tal de que funcione. Mientras mayor sea el poder, peores limitantes tendrás. —Lance tomó una de las estrellas mal logradas del árbol y se la mostró a sus compañeros—. Por ser una magia sencilla de realidad y abismal, mi ecuación no tiene muchas geas: debe haber cierto grado de luz y oscuridad combinada para abrir un portal.

» Solo puedo entrar en las sombras de objetos inanimados; entro en uno y salgo por otro en un corto lapso de tiempo. Para imbuir en oscuridad, debo entrar en las sombras para cargarla; de preferencia, debo usar un arma especializada o bendecir mis armas con otra ecuación que todavía estoy practicando. Consume mi energía mágica, como las calorías, por lo que nunca engordaré mientras use mi poder. Es otro músculo que debo trabajar.

—¿Nunca engordar? ¡Qué envidia! —pronunció Alice, disgustada, mientras hacía un leve puchero—. Espero que las mutaciones de los cristales tengan esa ventaja.

—Claro que sí. Después de todo, entran en el mismo saco —contestó Lance.

—¡Dime que no me estás jodiendo! —los ojos de Alice se iluminaron ante esa revelación.

—El ritual de los cristales es un proceso alquímico ligado a la magia abismal y de la realidad; produce mutaciones en la persona, otorgando cualidades físicas sobrehumanas, entre ellas súper fuerza, agilidad y reflejos aumentados; los llamados mutados tipo dos. —Lance fue directo al grano—. En algunos casos, puede crear una habilidad especial, aunque no se sabe con exactitud qué determina la naturaleza de ese poder.

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» En el archivo han teorizado que está ligado a la personalidad del usuario, similar al estigma; y, al igual que este, consume calorías. Esto último lo estoy estudiando, por lo que no puedo darle mucha información al respecto.

—Lo del estigma es un tema complicado... creo que lo veremos en la próxima clase de preparación de pociones —dijo Drake.

—¿El uso de esos poderes quema calorías entonces? —Alice quiso reafirmar, completamente inmersa en ese conocimiento.

—Esos poderes mutantes son como si se creara una nueva ecuación que vive en el usuario. Es como si fueras un mago artificial, o, mejor dicho, una criatura mágica —dijo, dejando atónitos a los niños—. Por lo que consume tu energía al usarlos, te irás cansando mientras los practiques. Esa "ecuación artificial" tiene sus propias geas, que irás descubriendo en tus sueños.

—Por lo que me cuentas, la magia tiene mucho que ver con los sueños... —Alice analizaba con cuidado la narración de Lance, sin querer perderse ningún detalle—. Dijiste que es una ecuación artificial, ¿los hechiceros podrían crear una magia igual para ellos?

—Tienes buen ojo... —Lance reconoció admirando la capacidad deductiva de la chica—, pueden hacerlo, aunque podría ser complicado. Es cuestión de descubrir cómo sería la ecuación. Lo de los sueños es un tema complejo... digamos que el subconsciente te lleva a profundizar en ti mismo, ligado al alma, y ves cosas que se ocultan en ella.

—¡Bien, estoy deseosa por hacer el ritual! ¿Estás conmigo, Drake? —La chica animada le dio una palmada en la espalda al niño del parche, que no parecía compartir ese objetivo.

—Creo que paso... —fue la respuesta, dejando a Alice incrédula.

—¡Oh, vamos! ¿No dijiste qué harías lo que sea para ser un guardián? —insistió.

—¡Y no he cambiado de parecer! No necesariamente debo hacer el ritual para ser un guardián; es completamente opcional... —Drake mantuvo firme su convicción, guiado por su sentido de autopreservación, sabiendo lo que implicaba ese experimento—. No todos los guardianes son mutantes. La gente ya nos ve raro por ese oficio; creo que ser normal me pondría en una mejor posición. Confiaré en mis propias habilidades.

—¿Es en serio? —preguntó indignada. En Alice se mezclaron una serie de emociones que chocaban: enojo, autoridad y preocupación. Temerosa por la supervivencia del Réquiem en algún contrato, optó por tomar medidas—: ¡Actúas como un cobarde! Te matarán fácilmente si decides ir por ese camino. ¿Estás rechazando la idea de tener los poderes de un dios? No logro comprender una razón válida para no tomar esa oportunidad.

De repente, una extraña voz resonó en sus cabezas, sobresaltándolos y recorriéndolos con un escalofrío fantasmal en la columna vertebral.

«Porque hay una posibilidad del cincuenta por ciento de volverte un bulto de carne ensangrentada y deforme que ruega por piedad...».

De repente, una extraña voz resonó dentro de las cabezas de los niños, sobresaltándolos y recorriéndolos con un escalofrío fantasmal a lo largo de su columna vertebral. Fue un golpe telepático que los sacudió, tanto en cuerpo como en espíritu.

En los jardines, se escucharon pasos provenientes de una entidad que había ocultado su presencia entre los árboles, completamente fuera del alcance de los futuros lobos. Y finalmente, se dejó notar.

Los tres aspirantes buscaron el origen de la pesada presencia, encontrándola al fondo de la vereda de piedra, levemente oscurecida por la sombra de los árboles de hojas caídas, llevadas por el viento ante el paso de ese enigmático hombre, como si la propia naturaleza lo reverenciara, tal cual un rey.

El biomante se alzaba imponente, su cabello pelirrojo cayendo en mechones desiguales que reflejaban la luz casi de manera sobrenatural. Su rostro afilado, con ojos azul intenso y una sonrisa delgada, parecía siempre tramando algo. Un tatuaje en forma de runa se extendía desde su frente hasta la mejilla.

Vestía un abrigo largo de cuero negro, adornado con detalles metálicos que brillaban bajo la luz, adaptándose a su cuerpo con cada movimiento. Debajo, una camiseta de tejido flexible, similar a un material biológico, fusionaba lo orgánico con lo artificial. Los pantalones, ceñidos y prácticos, tenían múltiples bolsillos para frascos de pociones y herramientas de su oficio.

Sus guantes sintéticos le permitían manipular su magia con destreza, y las robustas botas estaban listas para cualquier terreno. Su apariencia reflejaba su ambición y maestría en el oscuro arte de la genética.

Alice se interpuso entre sus compañeros, extendiendo los brazos en un gesto de protección. Su rostro mostraba valor, pero sus ojos estaban llenos de miedo. A su lado, Drake, a pesar de su temor, se acercó, incapaz de evitar la ansiedad que sentía al estar frente al director. Lance, serio y concentrado, observaba al hombre que lo había apadrinado y con quien había viajado durante días. Lo consideraba excéntrico, narcisista y cruel.

—Di-director Rolando... ¿Qué podemos hacer por usted? —preguntó Alice, su voz temblando.

El director sonrió, mostrando dientes demasiado blancos, y con una mirada maliciosa que hacía pensar en un depredador. Sostenía un libro abierto, que cerró de golpe, produciendo un eco que hizo que los tres aspirantes se estremecieran.

—Magnífico, joven Lance. Tienes madera de profesor —lo alabó Rolando, mientras aplaudía—. Quizás algún día te ponga a prueba para dar una clase.

«¿Cuánto tiempo estuvo cerca sin que lo sintiera?», pensó Lance, pálido.

—Te faltó mencionar que todos los magos, estigmas y mutantes vienen de grietas en nuestra dimensión, donde surgen los entes. Es la fuente de la magia y todo tiene un precio... como el que se paga por robar un pastel destinado a mí. ¿Qué castigo es adecuado para tal desliz?

Al ver escuchar aquello, los niños retrocedieron, aterrorizados por la expresión burlona y grotesca del director, que era más aterradora que la de un monstruo enfurecido.

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