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Sistema de Magia (I)

El cielo, cubierto de grises nubarrones, absorbía la luz del sol, anunciando lluvia. En el ambiente húmedo y templado de Piedras Negras, Lance entrenaba en los jardines traseros de la fortaleza. Entre la vasta arboleda, desafiaba sus límites con saltos acrobáticos de rama en rama, moviéndose con la destreza de un maestro del parkour.

Lanzaba estrellas metálicas con precisión, cada una silbando antes de clavarse en los troncos, el impacto resonando como eco de su esfuerzo. Al caer de rodillas, observe los blancos: tres de cinco. Su pericia aún requería pulirse, como un violín afinado por un maestro.

Al ponerse de pie, un quejido escapó de sus labios; las laceraciones en su espalda, marcas del reciente castigo de los Bloudclaws, le recordaban la amarga lección tras la muerte del instructor. Siete azotes con la cuarta eran un castigo leve, un recordatorio de que el dolor forjaba la fortaleza.

El crujir de una rama rompió la concentración de Lance. Instintivamente, recogió una piedra y giró en un salto ágil, listo para lanzarla contra el intruso. Pero se detuvo al reconocer a sus visitantes: Drake y Alice, los dos niños que habían compartido con él la caótica confrontación con el instructor.

Ambos se sobresaltaron y adoptaron poses de combate que, sin armas, resultaron casi cómicas. Alice, con una canasta en las manos, parecía una abuelita furiosa dispuesta a enfrentarse a una pandilla de malhechores tras una noche de excesos.

—¡Baja esa cosa, maldito loco! ¿Quieres sacarnos un ojo? —vociferó Drake, colocándose frente a Alice como un escudo, aunque ella no lo necesitaba. Su corazón latía como un tambor, traicionado por la adrenalina.

— ¿Qué no sabes que no debes sorprender a un Umbra? —respondió Lance, entrecerrando los ojos, una chispa burlona en su mirada—. Si no estuviera hecho mierda por los latigazos, ya los habría partido en dos con esta simple piedra.

Con un gesto despreocupado, lanzó el objeto detrás de su hombro.

—Uy, sí, claro, y yo te partiría el cráneo con esta canasta... —replicó Drake, sarcástico, provocando una leve risa en Lance.

La tensión se esfumó, dejando un aire más ligero. Alice, con sus ojos brillantes y un entusiasmo casi infantil, se acercó dando pequeños saltos. Extendió la canasta que llevaba, en cuyo interior se adivinaba algo envuelto en servilletas blancas.

—Queríamos agradecerte por ayudarnos. Por poco no la contamos.

Alice desenvolvió el regalo con emoción, revelando un pastel de chocolate oscuro recién hecho. El aroma espeso y dulce del cacao llenó el aire, haciendo que los tres tragaran saliva, casi hipnotizados.

— ¿Cómo? —preguntó Lance, incrédulo, sus ojos clavados en el pastel. Era raro, casi imposible, que algo así llegara a los aspirantes; Esos lujos estaban reservados para los instructores.

Drake y Alice intercambiaron miradas cómplices, sonriendo como dos críticos que acababan de salirse con la suya. Para ellos, aquel pastel era más que un agradecimiento: era un golpe maestro.

—Practicamos sigilo e infiltración... ¡y saqueamos la cocina! —dijo Alice, inflando el pecho con orgullo—. Seguro sacaremos la mejor nota. Los profesores vienen tanto que ni cuentan el inventario. Casi nos descubren porque este señorito quería queso. —Lanzó una mirada fulminante a Drake.

—¿No eras tú la del antojo? —protestó Drake, indignado—. Pensé que lo querías después de estar fastidiando una semana con eso.

—Un leve anjo no justifica arriesgarlo todo. Además, yo me distraje a la cocinera para que tú escaparas con el pastel. Me preocupa que algún día te mande solo. —Alice lo miró como una madre condescendiente.

—¡Oye! ¡Lo tenía bajo control! —refutó Drake, intentando no hacer pucheros.

—Claro, pequeñito, como en el patio. Ya veía al instructor rogándote mientras te aplastaba en el suelo.

—¡A ti también te tocó! Sin mí, te habría destruido.

—¡Ustedes son un espectáculo! —intervino Lance, dejando escapar una risa inesperada.

—¡Habla! ¡Es la primera vez que dices tanto! —Alice sonriendo, pero enseñada se corrigió—. Perdón, modales. Soy Alicia Wilson y este, mi fiel achichincle, el pequeño Drake Réquiem.

—Llámame Drake... y no soy su achichincle —murmuró Drake. Luego miró a Lance—. ¿Y tú?

—¿Yo? He tenido muchos nombres. —Lance soltó una risa sombría—. Me llaman Lance Fudo. Mis enemigos dicen "por favor, diez piedad". Los instructores prefieren "pedazo de mierda". Las sacerdotisas me dijeron "engendro". Ah, y un pastor en un pueblo me apodó "chiquitín". Ese viejo era raro.

» Siempre me ofrecía dulces... y quería que me quitara la ropa. Lo mandé al diablo robándole todo el caramelo. Luego llegué aquí con mi padrino, fundillo intacto.

—¡Demasiada información, compadre! —Drake río con humor negro—. Pude vivir sin esa imagen del viejo... ya sabes.

— ¿Qué te digo? "Patán y engendro" sería un buen dueto. —Lance se encogió de hombros, sorprendido por lo fácil que era hablar con ellos.

—Ustedes no tienen remedio... —Alice negó con la cabeza, pero sus ojos se desviaron hacia los blancos en los árboles—. ¡Vaya! Tienes buena puntería. ¿Tu secreto?

—Tres cosas: práctica, ingenio y muchas, pero muchas pelotas. —Lance infló el pecho con descaro.

—Empiezo a creer que esa máscara te aprieta el cerebro —murmuró Drake.

—No, es porque soy demasiado hermoso. Si me la quito, los mortales como ustedes caerían rendidos. —Lance bromeó, mientras Alice hacía una mueca de pena ajena.

—Claro, qué tragedia... —dijo Alice, sacando uno de los cuchillos clavados para inspeccionarlo—. ¿Nos enseñas a lanzar?

—Por supuesto. —Lance ascendiendo. Después de todo, se lo habían ganado.

Con una sonrisa traviesa apenas visible a través de la máscara, Lance tomó los estiletes y se posicionó. Alice y Drake lo observaron con una mezcla de emoción y curiosidad. Alice, todavía saboreando el pastel, le hizo un gesto de ánimo mientras Lance adoptaba una postura perfecta.

Durante las siguientes dos horas, Lance compartió consejos mientras los tres practicaban. Alice demostró tener un talento natural, acertando varios blancos con rapidez. Lance, por su parte, se movía con la destreza de alguien que llevaba años perfeccionando esa habilidad. Drake, en cambio, luchaba por mantenerse al día, pero aunque sus lanzamientos eran menos precisos, su persistencia le permitió mejorar poco a poco.

—Nada mal ¿eh? —dijo Drake con una sonrisa triunfal tras lograr un tiro certero.

—No está mal, pero sigues apuntando como si tuvieras los ojos cerrados —bromeó Lance, recogiendo los estiletes.

Después de varias tandas, el rugido de sus estómagos les recordó que era hora de un descanso. Se sentaron en círculo, el pastel de chocolate en el centro como un preciado tesoro. Entre bocados, las risas infantiles llenaron el aire.

—Creen que algún día podremos comer algo así de bueno sin tener que robar? —preguntó Alice en un tono más ligero del que la pregunta merecía.

—Cuando eso pase, voy a extrañar lo divertido que es correr por mi vida con un pastel bajo el brazo —respondió Drake, con una carcajada que contagió a los demás.

Por un breve instante, los tres dejaron atrás sus preocupaciones. El peso del mundo parecía desvanecerse, y en esos momentos de risa y camaradería, volvieron a ser niños.

Cuando terminaron el pastel, Lance se chupó los dedos con un gesto exagerado. Una idea traviesa cruzó por su mente y su mirada chispeante no pasó desapercibida.

—¿Qué planeas ahora, Lance? —preguntó Alice, arqueando una ceja, ya desconfiada de esa expresión.

—Tengo una idea para nuestro próximo "entrenamiento". ¿Quieres ver algo impresionante? —dijo Lance, relamiéndose mientras su rostro pálido asomaba brevemente bajo la máscara.

—Impresiónanos, chico oscuro... —retó Alice, con un guiño y una sonrisa azucarada, los dientes manchados de chocolate.

—Eso suena difícil... —desafió Drake con aire confiado.

—Pero no imposible... —replicó Lance, sacando tres estiletes de los blancos: dos estrellas y un cuchillo. Alzó las armas, dejando que el filo divide la máscara en su reflejo, mostrando una expresión audaz—. Prepárense para quedarse sin palabras.

Al notar la luz suficiente para proyectar una sombra, la umbra lanzó las dos estrellas, y lo imposible ocurrió: su cuerpo se disolvió, fusionándose con la sombra de un ente metálico en vuelo. Cuando iba a impactar contra un árbol, Lance emergió de la sombra de otro ente.

En sus manos, un cuchillo envuelto en poder sombrío. Con un corte certero, lanzó una media luna de energía oscura que atravesó las ramas y chocó contra un árbol.

Astillas volaron, dejando una rajadura en el tronco que mostraba su interior blanco, de donde manaba savia, como sangre.

Jadeos escapaban de la garganta del asesino oscuro, mientras su mano temblorosa sostenía el cuchillo agrietado, como si las batallas hubieran marcado su acero. Las estrellas metálicas clavadas también sufrieron las consecuencias.

En ese momento, Lance no dominaba por completo el hechizo, y no podía proteger sus armas de la corrupción de las sombras de esa dimensión, a la que viajaba solo por instantes.

Alice y Drake, boquiabiertos, miraban con ojos tan abiertos que se tornaron blancos, tal como había sido prometido.

—¡¿Cómo carajos hiciste eso?! —exclamó Alice, asombrada.

—¡Magia, o tal vez una mutación de los cristales! —teorizó el chico del parche.

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—Un hechizo... una simple ecuación de la magia de la realidad —explicó Lance, complacido de haber dejado a sus amigos sin palabras.

—Nos mencionamos las ecuaciones en clases, pero no profundizamos mucho. Nos enfocamos más en el entrenamiento físico y mental —dijo Alice, grabando una prueba donde tocaban un cristal: si se iluminaba, podía hacer magia, si no, eran normales—. ¿Tu papá no era hechicero, Drake?

—Más bien un esper, aunque tenía licencia. No hablaba mucho del tema y nunca ejerció como hechicero, solo como ganadero. Me enseñó sobre ese trabajo, combate cuerpo a cuerpo y armas blancas. Lo de la magia siempre me ha quedado borroso, después de tantos golpes —respondió Drake, su rostro sombrío al recordar que no nació con el talento de hechicero y tuvo que esforzarse en otras áreas.

—Drake... ¿estás bien? —preguntó Alice, preocupada.

Drake parpadeó, como despertando de un largo sueño, y vio las miradas compasivas de sus amigos. Para aliviar la tensión, decidió hacer una pequeña broma.

—¡Claro que estoy bien! ¡Eso fue hace tiempo! A fin de cuentas, ese viejo no sabía tanto —dijo Drake con ímpetu, tratando de restaurarle importancia a la cicatriz de su pasado—. Si preguntaba algo así, él respondía: "Déjate de tonterías, mocoso, y concéntrate en tu trabajo o te quito el caballo por una semana".

Drake imitó de manera exagerada el tono seco de su padre, soltando algunos gallos propios de un niño en la pubertad, lo que lo hizo sonrojarse al darse cuenta de lo que había hecho.

—¡Anímate, Drake! ¡Vas a ser todo un hombre! —bromeó Alice, juguetona—. Primero los granos, luego la voz, y después el pelo en el...

—¡No empecemos con eso! —interrumpió el chico del parche—. Mejor sigamos hablando de magia. Que yo sepa, los espers conocen algunos hechizos, pero no suficientes para ser brujos, y no tienen licencia para ejercer como hechiceros... ¿no?

—¡Exacto! —afirmó Lance, golpeando levemente su palma—. No porque conozcas algunos hechizos vas a la cárcel oa la hoguera. Hacer magia no es ilegal, pero necesitas licencia para ejercerla, como vender pociones, ser consejero de un rey o profesor. Te consideran brujo si haces magias prohibidas.

—Escuchó muchos rumores sobre hechiceros y brujas. Los llaman "constructores de la realidad" porque pueden hacer cualquier cosa con la magia —comentó Alice, intrigada—. ¿Qué más sabes, chico oscuro? Sería genial que pudieras reconstruir ese pastel con magia o convertir piedras en albóndigas de carne. Así tendríamos postre toda la semana.

El comentario de Alice, aunque en broma, hizo que Lance se pusiera pensativo.

—O hacerte menos fastidiosa, Alice... —respondió Drake, y ella lo fulminó con la mirada.

—Bien, un resumen rápido —dijo Lance, acercándose al dúo—. No todo lo que dijiste es cierto... muchos rumores son exageraciones o tonterías, incluso infantiles... lo siento.

—Oh, vaya... entiendo —respondió Alice, rascándose la mejilla, algo avergonzada por haber tomado en serio su broma.

—Claro... Si seguimos la lógica de los magos, "Todo es posible en el riesgo". Tal vez alguien encuentre la ecuación adecuada para convertir piedras en chocolate sin volverse una antorcha viviente.

La explicación despertó la curiosidad de los chicos. Aunque no entendieron del todo lo que Lance quería decir, su deseo de saber más creció.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Alice—. Es probable que nos hagan un examen sobre esto, así que sería genial saber algo. Drake sabe un poco, pero yo no estoy familiarizado con la magia.

—Verás, aquellos que nacen con el don son llamados esculpidores de la realidad, también conocidos como hechiceros o brujos —explicó Lance—. Sus poderes se basan en controlar aspectos de las leyes físicas, distorsionando la realidad al seguir una serie de números y runas, conocidas como ecuaciones, reguladas por geas de seguridad.

—Sigo sin entender... —dijo Alice, más confundida que antes.

—Voy a explicarlo mejor —respondió Lance, adoptando tono paciente—. Todos los hechizos se dividen en cuatro categorías: magia del caos, que incluye los elementos naturales: fuego, agua, tierra y aire, y sus variantes.

—¡Acabo de recordar algo! Esa magia es de las más comunes. He visto magos practicando en el patio de entrenamiento. Arrojaban bolas de fuego —dijo Drake, emocionado al conectar la explicación con algo que había visto.

—Sí, es común, pero no la más impresionante de las cuatro —Lance hizo una pausa, organizando sus pensamientos. El tema le resultaba algo enredado.

—¡Drake, no lo interrumpas! ¡Eso es muy descortés! —regañó Alice, jalándolo de la oreja.

—¡Lo pillo! ¡Por el viajero, suéltame! —dijo él, adolorido, masajeándose la oreja tras ser liberada.

—Por favor, continúa —pidió Alice.

¿Cómo iba diciendo? ¡Ah, sí! —Lance continuó sin dudar—. La siguiente es la magia santa, utilizada en técnicas de apoyo y luz.

» Luego está la magia abismal, que incluye hechizos prohibidos de las otras ramas por su peligrosidad, como la teletransportación o rituales demoníacos, además del elemento oscuro. La magia oscura, aunque mal vista, no todas sus formas están prohibidas, ya que no son peligrosas para el usuario, y así se evita problemas con los miembros del eclipse.

—¿Lo dices por experiencia? —preguntó Alice.

—Son temas políticos que escuché en mi tiempo en Nyashta, aunque no es relevante ahora. La magia de las sombras es una combinación de dos tipos —respondió Lance.

» La última y más poderosa es la magia de la realidad. Con ella, puedes hacer pactos con seres de otros planos, generar portales y teletransportarte. La magia abismal y la de la realidad están muy conectadas, algunos hechizos combinan ambas. Mi magia de sombras es un ejemplo.

—Creo que entiendo eso, pero... ¿y las ecuaciones? —preguntó Alice—. ¿Cómo funcionan exactamente?

—Aquí viene la parte divertida de ser un usuario de magia —dijo Lance con una sonrisa.

— ¿Qué es eso? —preguntó Alice, mirando la fórmula.

—Esto, cariño... ¡Esto es magia! —dijo Lance, casi sin aliento—. ¿Han oído que los magos murmuran algo? No todos lo hacen; depende del hechizo. Algunos recitan encantamientos.

—Verán, cada mago debe aprender las fórmulas de sus hechizos, comprenderlas y canalizarlas en un plano mental. No es fácil, no te convierte en hechicero solo por tener un aura mágica. Se requieren años de práctica —dijo, apuntándose la frente con un gesto de superioridad mientras le entregaba el papel.

— ¿Es esto un hechizo? Ahora entiendo por qué los magos son unos sabelotodo —dijo Drake, levantando una ceja al tomarlo.

—Eso no es todo. Si alteras la ecuación, creas un nuevo conjuro... o explotas en pedazos —agregó, arrugando el rostro.

—¡¿Quién quiere arriesgarse a eso?! —exclamó Alice, pálida.

—Por eso están las geas —Lance se apoyó en un árbol, terminando su explicación—. La magia tiene siglos de historia. Muchas vidas se sacrificaron para perfeccionarla. Los magos ya no modifican las fórmulas establecidas, pero si lo logras, puedes crear magia única... sentirte como un dios.

—Geas... ¿Un sistema de protección? —preguntó Drake, pensativo.

—Digamos que eso evita volar en pedazos... —Lance sacó el último tema—. Las geas son algoritmos de seguridad que aseguran que un hechizo no te mate. Son limitantes que debes seguir; pones el dígito y, al instante, sabrás lo que debes hacer para que funcione.

—Suena complicada —comentó Alice, rascándose la cabeza—. ¿Eso entra en tu mente?

—Sí, algo así... —respondió Lance—. Es extraño; las geas son un solo dígito. Al intentar analizar el hechizo, te envuelves en él y sabrás la limitante. No elijas la limitante; es al azar, según el hechizo.

— ¿Qué tipo de limitante? —preguntó Drake, intrigado.

—Pueden ser cualquier cosa. Algunas requieren que expliques la habilidad a tu enemigo en medio de la pelea. Cuanto mayor el poder, peores las limitantes. —Lance tomó una estrella mal lograda del árbol y la mostró—. Mi magia es sencilla de realidad y abismal, así que no tiene muchas geas: debe haber luz y oscuridad combinadas para abrir un portal.

» Puedo entrar en las sombras de objetos inanimados, cruzando de un lado a otro en poco tiempo. Para imbuir oscuridad, debes cargarla desde las sombras. Si quiero usarla en un arma, debo bendecirla con otra ecuación que estoy practicando. Consume mi energía mágica, como las calorías, así que nunca engordaré. Es otro músculo que debe trabajar.

— ¿Nunca engordar? ¡Qué envidia! —Alice hizo un puchero—. Espero que las mutaciones de los cristales tengan esa ventaja.

—Claro. Están en el mismo saco —respondió Lance.

—¡Dime que no me estás jodiendo! —los ojos de Alice brillaron.

—El ritual de los cristales es un proceso alquímico ligado a la magia abismal y de la realidad. Produce mutaciones que otorgan fuerza, agilidad y reflejos aumentados; los llamados mutados tipo dos. —Lance fue directo—. A veces, puede crear una habilidad especial, aunque no se sabe qué la determina.

» En el archivo han teorizado que está relacionado con la personalidad del usuario, como el estigma; y, al igual que este, consumir calorías. Lo estoy investigando, pero no tengo mucha información.

—Lo del estigma es complicado... lo veremos en la próxima clase de pociones —dijo Drake.

— ¿El uso de esos poderes quema calorías entonces? —Alice se interesó.

—Esos poderes mutantes son como una ecuación artificial que vive en el usuario. Es como ser un mago artificial, o mejor dicho, una criatura mágica —dijo, dejando atónitos a los niños—. Por lo que consume energía, te irás cansando al usarlos. Esa "ecuación artificial" tiene sus propias geas, que descubrirás en tus sueños.

—Parece que la magia tiene mucho que ver con los sueños... —Alice pensó en lo dicho—. ¿Los hechiceros podrían crear algo así para ellos?

—Tienes buen ojo... —reconoció Lance, impresionado por la deducción de la chica—, pueden hacerlo, pero es complicado. Se trata de descubrir la ecuación. Lo de los sueños es complejo; el subconsciente te lleva a profundizar en ti mismo, conectado al alma, revelando lo que se oculta en ella.

—¡Genial, quiero hacer el ritual! ¿Vas a unirte, Drake? —Alice, animada, le dio una palmada en la espalda al chico del parche, que no compartía su entusiasmo.

—Creo que paso... —respondió, dejando a Alice sorprendida.

—¡Vamos! Dijiste que harías lo que fuera para ser guardián. —insistió.

—¡Y no, cambió de opinión! No necesito hacer el ritual para ser guardián; es opcional... —Drake se mantuvo firme, consciente de lo que implicaba ese experimento—. No todos los guardianes son mutantes. Ya nos ven raro por ese oficio; Creo que ser normal me pondría en una mejor posición. Confiaré en mis habilidades.

—¿En serio? —preguntó Alice, indignada. Sus emociones chocaban: enojo, autoridad y preocupación. Temerosa por la supervivencia de Drake, optó por ser tajante—: ¡Actúas como un cobarde! Te matarán si sigues ese camino. ¿Estás rechazando el poder de un dios? No entiendo por qué rechazar esta oportunidad.

De repente, una extraña voz resonó en sus mentes, dejando un escalofrío en sus espinas.

«Porque hay un cincuenta por ciento de posibilidad de volverte un amasijo de carne ensangrentada, rogando por piedad...».

De repente, una extraña voz resonó en sus mentes, sacudiéndolos con un escalofrío que recorrió su columna vertebral. Fue un golpe telepático, que los afectó tanto en cuerpo como en espíritu.

En los jardines, se oyeron pasos provenientes de una presencia oculta entre los árboles, fuera del alcance de los futuros lobos. Finalmente, se dejó ver.

Los tres aspirantes buscaron el origen de esa pesada presencia, encontrándola al fondo de la vereda de piedra, apenas oscurecida por la sombra de los árboles cuyas hojas caídas danzaban al viento que seguía al paso de ese enigmático hombre, como si la naturaleza misma lo reverenciara. , tal cual un rey.

El biomante se alzaba imponente, su sonrisa delgada se mostraba mientras aplaudía con sus guantes sintéticos, y su abrigo negro se movía con cada paso. Debajo, una camiseta flexible, casi biológica, fusionaba lo orgánico con lo artificial. Los pantalones, ajustados y funcionales, llevaban múltiples bolsillos para frascos y herramientas de su oficio.

Alice se interpuso entre sus compañeros, extendiendo los brazos en un gesto protector. Su rostro mostraba valentía, pero sus ojos delataban el miedo. Drake, aunque temeroso, se acercó, incapaz de evitar la ansiedad al estar frente al director. Lance, serio, observaba al hombre que lo había apadrinado durante días. Lo consideraba excéntrico, narcisista y cruel.

—Didirector Rolando... ¿Qué podemos hacer por usted? —preguntó Alice, su voz temblorosa.

El director sonoro, mostrando dientes excesivamente blancos, y su mirada, maliciosa, era la de un depredador. Sostenía un libro que cerró de golpe, produciendo un eco que hizo estremecer a los tres aspirantes.

—Magnífico, joven Lance. Tienes madera de profesor —lo elogió Rolando, aplaudiendo—. Quizás algún día te ponga a prueba para dar una clase.

—Te faltó mencionar que todos los magos, estigmas y mutantes provienen de grietas en nuestra dimensión, donde nacen los entes. Es la fuente de la magia, y todo tiene un precio... como el que se paga por robar un pastel destinado a mí. ¿Qué castigo sería adecuado para tal desliz?

Al escuchar sus palabras, los niños retrocedieron, aterrados por la expresión burlona y grotesca del director, mucho más aterradora que la de cualquier monstruo enfurecido.