Paris se encuentra entusiasmada y es normal. Se ha reencontrado con su madre tras muchos años. Quizá los mejores años que pueden compartir una madre y una hija, y que las dos se han perdido. Estuvieron horas hablando en privado, mientras yo me perdía por las catacumbas, solitario, pensando en las palabras de Julie y lo que quería decir. Pensando en la Diosa y en todo lo que me había ocurrido. Julie Bell, convertida de nuevo en la Sacerdotisa, nos dejó ir al amanecer. Obligó a Diego Márquez a escoltarnos y ayudarnos a volver al mercado.
—Desde ahora, mucho cuidado. Cualquier gesto, cualquier palabra de más…no solo os expone a vosotros sino a toda la comunidad. Y la comunidad debe prevalecer, pase lo que pase. —Nos dijo al despedirnos en el paseo marítimo.
No paró de hablar de su madre. Paris me relató, por encima, todo lo que se habían contado: que si su infancia, que cómo le había ido la adolescencia, que cómo lo había llevado y superado el señor Stonecraft, lo que Julie había estado haciendo todo este tiempo, sentimientos, perdones, ilusiones, juramentos. Todo eso se le escapaba a borbotones a Paris, emocionada al compartir conmigo lo que tenía que expulsar de alguna forma. Pero se le olvidó mencionar la advertencia que Julie le había hecho sobre mí. Su semblante, radiante de felicidad, parecía tener la fuerza del propio sol cuando empezó a salir por el horizonte, así que no le dije nada. No iba a estropear el momento.
—¿No estás contento? Hemos dado un salto adelante en…todo esto. Y no solo eso…la Diosa…es tan real….
—Claro. —Le sonreí. —Es genial.
—Tu cara no parece decir lo mismo…
—No te preocupes, Paris, es solo que…hay muchas cosas que asimilar. Y tú mucho más.
No. No estoy contento del todo, o al menos no tan feliz como lo está ella. Lo pienso detenidamente ahora, cansado y tumbado en la cama, en estado casi de duermevela. Los últimos meses me han abierto los ojos a una nueva realidad con Paris, indagando poco a poco en mi propio pasado al ir leyendo la Biblia y llegando hasta la mismísima Diosa. Pero…después de conseguir todo eso…siento que son cosas incompatibles. Que tengo que elegir. O Paris o la Diosa. Tengo que concentrar todos mis esfuerzos en una de las dos. Y es una difícil elección para mí, que nunca he decidido por mí mismo. Paris, a pesar de la seguridad que me ha transmitido, su cercanía, sus ganas, su preocupación, su trato igualitario e incluso la cierta atracción que tengo por ella…solo es mi dueña temporal. Soy su esclavo y ella misma y Edgar me han puesto en mi sitio varias veces. No lo olvido.
También me asalta la duda sembrada por el contrabandista: Paris puede traicionarme. La élite socioeconómica de las Provincias no renunciará a sus privilegios. No sé qué bando escogerá Paris en una situación límite. La culpabilidad eternamente ha recaído sobre los más débiles, sobre los esclavos. No creo, sinceramente, que Paris me esté utilizando para algo más que su investigación…pero sé que, llegado el momento, el Estado de las Provincias sí que lo hará. Al fin y al cabo, les pertenezco. Cuando acabe el contrato que tengo con Paris y su padre, volveré a sus garras y, luego, puede que a la plantación del viejo Greg Gordon. Aunque me prometió libertad cuando volviera, tiene unos planes para mí que se parecen mucho a la esclavitud.
Tampoco quiero hacerle caso Clarise, la esclava que compró el hermano de Edgar Scofield. ¿Habrá escapado? Yo no voy a huir, no voy a dejar tirada y sola a Paris en algo que va más allá de nosotros dos, en la loca aventura de la historia y el tiempo. Y no solo lo voy a hacer por ella. Si hay algo que deseo, más allá de la libertad, es recomponer la trayectoria de vida de Lunetta, mi madre, creo que para entenderme mejor a mí. Desde que he tenido raciocinio y uso de conciencia, he tenido la imagen de mi madre como una esclava ejemplar, al estilo de los Hall, que de tanto trabajar, de la miseria, el hambre y el hacinamiento en el poblado de la plantación de algodón, había contraído tuberculosis y había fallecido, fatalmente. Paris y su condición de historiadora echaron abajo por completo esa ficticia imagen, cuando llegué a comprender que la Biblia y los secretos que escondía iban más allá de lo que presuponía a una pobre esclava. Ahora sé que no murió de esa terrible enfermedad como lo es la tuberculosis y que tampoco fue una dócil esclava, y eso me llena de un inmenso orgullo. Ella desafió al orden establecido, era seguidora de la Diosa y, según Julie Bell, fue condenada a muerte y ejecutada por parte de las Provincias Unidas. ¿Por formar parte de la religión? ¿Por participar en la revuelta de esclavos? No sé si, en este momento, quiero construir otra imagen de ella, idealizada. Una Lunetta guerrillera, luchadora incansable por la libertad y la igualdad. Me rasco la muñeca izquierda y pienso en la Diosa. El tatuaje de tinta negra emerge y lo toco. Me quedo dormido.
Cuando despierto, está anocheciendo. Estaba tan extenuado que he dormido doce horas seguidas. Supongo que a Paris le habrá ocurrido lo mismo. Bajo a comer algo, un poco trastornado, y parece no haber nadie en casa. Escucho a Paris bajar las escaleras de dos en dos.
—¡Eric! ¡Espera! Ni que decir tiene que…bueno, lo de ayer es…un secreto. —No debo entenderlo bien porque me mira de forma extraña.
—Mi boca está cerrada. Por el bien de…todos.
—Lo de mi madre, quiero decir.
—¡Ah! Claro, claro. Sin ningún problema. Tu esclavito obedecerá. —Ni ella ni Julie desean que el señor Stonecraft sepan de su encuentro.
—No seas tonto. Es solo que…acordamos que…bueno, que no tiene por qué saberlo.
—Lo capto, Paris. —La tranquilizo.
Cenamos los tres, en la gran mesa de madera de roble. Patatas y salchichas. Están deliciosas y me saben a gloria. Paris parece haber perdonado a su padre, supongo que por la inercia de la noche anterior. El señor Stonecraft al fin ríe y nos comunica que lo tiene casi todo listo para el próximo salto en el tiempo.
—Esta vez—dice—funcionará todo correctamente. Os lo aseguro.
—Gracias, papá. —Parecemos una familia feliz, de no ser porque soy el esclavo de la casa.
—Mañana volveré a la Universidad y tú—me señala Paris—vendrás conmigo.
—¿Yo?
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—Sí. Necesito tu ayuda.
Me alegra, por una parte, saber que voy a conocer la ciudad de Nueva América, pero, por otra, me aterra ahora que la tengo tan cerca y, sobre todo, siendo un seguidor fiel a la Diosa. Es como meterse en la boca el lobo. No puedo cometer ningún error.
—No olvides que nos tienen en el punto de mira. —Le digo a Paris mientras subimos las escaleras.
—Si no son unos, serán otros. —Se gira hacia mí. —Tenemos que continuar con lo nuestro, como si nada. ¿Cómo piensas que he conseguido mantener a Edgar al margen de esto?
—Pero Paris…hemos avanzado mucho. Tú misma lo has dicho. —Entramos a mi habitación. Hay fútbol en la Pantalla, que no había apagado antes. —Tu padre tendrá la maldita máquina preparada pronto. Volvemos al Colapso, traemos tus libros, nos enteramos de lo necesario y te pones a escribir tu historia. Me concedes la libertad prometida y los dos felices para siempre.
—Qué fácil es para ti, Eric. El mundo no funciona así.
—Solo uso la lógica. —Pongo los ojos en blanco. —Es el camino más corto y más directo hacia lo que queremos.
—¿Es que no te das cuenta? —Me alza la voz—Todo ha cambiado. Todo está cambiando. ¿Qué crees que significa que una comunidad de la Diosa está presente en la mismísima capital de las Provincias Unidas? —Baja el tono de la pregunta, como si las paredes tuvieran oídos.
—Que… ¿son hábiles escondiéndose? —Paris se lleva la mano a la cara. No soy tan listo como ella, no sé qué quiere decir. —Adelante, ilumíname.
—Pues bien, significa que tienen una organización sólida y consolidada en todas las Provincias. Que han logrado recomponerse desde la última rebelión esclava donde casi fueron exterminados. Que han forjado unas estructuras, unas comunidades, unos lazos de juramentos y sangre mucho más fuertes de los que habían tenido hasta ahora. Han pasado de estar aniquilados, prácticamente, a estar organizados como nunca.
—¿Y eso lo cambia todo, según tú?
—¡Nos hemos bautizado, Eric! ¡Hemos jurado fidelidad a la Diosa y somos sus seguidores! Y, como nosotros, miles y miles de esclavos que solo tenían recuerdos lejanos de lo que era la religión y la lucha. ¿Cuánto tardará en propagarse de nuevo la chispa de la libertad y la igualdad?
—¿Otra rebelión de esclavos? —Pregunto, esperanzado.
—No sería extraño, si logran captar a la mayoría de los esclavos de las Provincias. Están en ese punto, Eric. Es solo cuestión de tiempo…
—Espera un momento… ¿no quieres que eso se produzca? ¿Quieres anticiparte para que nunca jamás tenga lugar esa justa rebelión?
—¿Eric? ¿Recuerdas quién soy? Creo en la igualdad. ¿Olvidas que mi madre es una…maldita Sacerdotisa? Lo que quiero decirte es que…la Diosa ha estado siempre delante de nuestras narices y presente en el imaginario colectivo de los esclavos. Piensa un poco cuando vivías en la plantación, seguro que algo se te viene a la mente que tenga que ver con la Sacerdotisa o la Diosa. Pero ahora…la religión está presente en el día a día, porque se han reorganizado. De boca en boca, vuelven a circular las hazañas, los milagros y las escrituras de la primera Sacerdotisa. Eso llevará, inevitablemente, a otro levantamiento. Es el fin del proyecto de la Diosa: paz, igualdad, libertad.
—Las Provincias nos aplastarán de nuevo, como a gusanos. No tenemos ninguna oportunidad. —Digo, resignado.
—¡Esa es la ventaja, Eric! Las Provincias Unidas no tienen ni idea de la reorganización religiosa de las comunidades. Esas estructuras están pasando completamente desapercibidas para las autoridades políticas y para las Compañías empresariales. Quien tiene el poder ignora qué está ocurriendo.
—Puede que así sea, Paris. Es un buen análisis… ¿Qué tiene que ver todo esto con lo que te propones? ¿Con el Colapso? Esa es tu misión, ¿no?
—Está decidido ya, Eric. No voy a investigar sobre el Colapso, la Diosa será el tema estrella.
—¡Estás loca! ¿Echar por tierra todo tu trabajo hasta ahora? ¿Publicar una investigación sobre las comunidades de la Diosa no sería acabar con la ventaja que dices que tenemos? —Me incluyo.
—Voy a hacer una Historia de las Provincias Unidas y de la Sacerdotisa y de la Diosa. Desde los orígenes, tratando con especial atención y desde la perspectiva de la religión las rebeliones de esclavos, rompiendo con todo lo que se haya escrito de ellas hasta ahora, centradas en la política y en los enfrentamientos. Eso me permitirá demostrar mis dotes investigadoras y además poner en jaque los mismísimos cimientos de la esclavitud en la sociedad de las Provincias. ¿No es eso lo que tú quieres, Eric? Libertad para todos los esclavos. Puede que esa sea la chispa que encienda la llama. No estaba muy segura de ello, pero mi madre me convenció. Es lo que yo puedo hacer por la Diosa, por la paz, por la igualdad y por la libertad.
—¿Y tú sueño del Colapso? ¿Dónde queda? ¿Y la vieja historia de la torre de París? —Estoy anonadado. Aunque admiro el giro de Paris hacia la búsqueda de los ideales más justos, tengo miedo por ella. Se le ve tan segura de sí misma que sé que no puedo cambiar su opinión. Ha unido en su cabeza todas las ideas de tal manera que ya sabe qué tiene que escribir y cómo hacerlo. Es imparable.
—No sé. Creo que el Colapso y la Diosa casan de alguna manera, pero tendré que investigarlo más. Quizá mi madre me pueda ayudar, las comunidades de la Diosa tendrán alguna base de datos…libros…no sé.
—Llevar ese registro sería casi como un suicidio para ellos, ¿no crees? Si los descubrieran…
—Seguro que lo han escondido por cientos de años, Eric. Saben dónde están a salvo y dónde no.
—¿En serio piensas renunciar al Colapso? ¿A viajar en el tiempo? —Quizá el que no quiere renunciar soy yo, puesto que sé que es mi única oportunidad de ver a mi madre con vida.
—No he dicho eso. Eso solo que…queda como una posibilidad. Como una esperanza. La curiosidad innata a todo historiador con respecto al pasado. Volveremos al Colapso, Eric. Ya te he dicho que tengo claro que Diosa y Colapso están unidos, y es ahí donde vamos a indagar.
—¿Y tus teorías de un mundo anterior al Colapso?
—Tendremos que comprobar si son ciertas. —Está muy decidida.
—He decir que…la locura del Colapso, esos extraños Estados Unidos de América, la supuesta civilización antes de la nuestra…Tenía sentido…Y una investigación de ese tipo, aunque mostraría algunas debilidades de las Provincias…podrían tolerarlo y darte hasta una cátedra en la Universidad. Pero… ¿la historia de la Diosa? ¿Demostrar y hacerle ver a todas las clases sociales que la religión ha estado y sigue estando entre los esclavos? ¿Que es la pieza clave para entender toda nuestra sociedad? La del Colapso tenía un pase…pero esto…Esto no, París. Echarás tu carrera a perder. No optarás a la plaza de Historia en la Universidad. Te perseguirán, te encontrarán y te juzgarán por rebelión. En el mejor de los casos, tendrás que esconderte para siempre, como lo hacen las comunidades de la Diosa en esas catacumbas. —No sé por qué lo digo, por qué quiero que cambie de opinión.
—¿Ahora te preocupas por mí? Ya te dije que quiero la verdad. Me importa la verdad. Y, con la Diosa de mi parte, mucho más.
—¿Te importa tanto como para renunciar a tus privilegios?
—Si los tengo…es porque no lo tienen otros. Como tú. Igualdad. Libertad.
—¿Y Edgar Scofield? Él nunca renunciará a lo que tiene por…la Diosa.
—No quiero hablar de eso ahora.
Paris cambia su semblante. No pregunto más. Nunca la he visto tan comprometida. Y en parte la entiendo. Ha redescubierto su vida, al encontrarse con su madre, que es Sacerdotisa, y sus sabias palabras. Se ha convertido en seguidora de una Diosa que hasta ahora solo había conocido a través de una Biblia y libros de contrabando. Se ha transformado en una historiadora que vive el tiempo que le toca analizar y escribir. Es el trampolín de la comunidad de la Diosa para hacerle saber al mundo que está viva y para alcanzar un puesto en la Universidad. Pero me temo que no conseguirá ni lo uno ni lo otro. Si vas en contra de las Provincias, contra su historia, contra su sociedad, estás condenado a perder. Como les ha pasado a los esclavos, siempre. Como le pasó a mi madre.