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Capítulo 9 - Las personas no cambian por simplemente perder un par de recuerdos - Parte 1

Capítulo 9 - Las personas no cambian por simplemente perder un par de recuerdos - Parte 1

1

—¿Estamos seguros de que el guardia no me asesinará ni bien pisemos el bosque? Y dirá: “Oh, a ese lo mató el duende, no hubo nada que pudiéramos hacer. Qué lástima.”

—Ya te dije que no. No sucederá eso.

—¿¿¿Estás segura???

—Sí.

—¿Sí de que me suicidarán o sí de que no lo harán?

—Suicida- ¿Qué? Deja de ponerte nervioso a ti mismo. Nada de eso ocurrirá.

—¿Segurísima?

—Sí… Si sigues así, te terminaré matando yo antes de que llegues a los guardias.

Eso me hizo tirarme para atrás. Viniendo de Mira, uno simplemente no sabe.

—¿Por qué te asustas? ¿Realmente piensas que te haría algo? ¿Qué tan desconfiado puedes ser…? Entra a la casa y come; le pedí a Yoi que traiga un postre.

—¿Un postre? ¿Esas bayas “aoíras”, o como se llamen?

Mira no me contestó, solo puso la llave en la puerta y desenfoco la mirada, como viendo un punto distante; supongo que pensando en algo profundo.

—Tu última cena…

¿¡Qué!?

—¿M-Mira? ¿Qué dijiste?

Me miró e hizo la moción de estar secándose una lágrima.

——Nunca perdí un empleado tan joven…

—¡Mira, no me hagas ir! ¡No quiero! ¡No! ¡Basta, basta! ¡Ya debería ser suficiente con lo de las lastimaduras en las piernas! ¿¡No!?

Mira aplastó su palma en mi espalda y me tiró para adentro de la casa.

—Ya entrá de una buena vez. No te va a pasar nada.

Cuando entré, me distraje viendo los pasillos de la casa. Mi última estadía aquí la había pasado mayormente acostado en una cama. No había tenido mucho tiempo para ver el lugar. Era lujoso, completamente cubierto de muebles y decoraciones que parecían terriblemente antiguas, aunque la mayoría de las cosas en este pueblo lucían así. El jardín interior era lo más inmediatamente llamativo, sí, pero todo el resto de la casa también era un espectáculo. Se sentía simplemente como estar en un lugar importante, o un lugar en donde había gente importante, al menos.

—¡Yoi! ¿Estás en casa?

La sirvienta entró como si hubiera estado esperando en el otro lado de la puerta.

—Sí, señora.

Hizo una leve reverencia hacia Mira y yo, al no saber qué hacer, levanté una mano en un tímido saludo. La sirvienta sonrió y dirigió una leve reverencia hacia mí.

—Yoi, ¿tenés el postre que pedí? —La forma de hablar de Mira cambió como por cuarta vez, pero lo más interesante es que la sirvienta produjo de detrás un plato grande de unos frutos pequeños, rojos, cubiertos por una lámina de azúcar o dulce. El verdulero era un verdadero asno, los frutos que le llevé estaban perfectamente utilizados ahí. Y era difícil de creer que Mira adquiriría un postre barato.

—¡Ah! —Mira chilló como una niña, y se sentó rápidamente en la mesa de la entrada.

Alternando su mirada entre el plato y yo, Mira le dio palmaditas al colchón del costado para que me sentara. Me decidí sentar en el espacio opuesto, y ella respondió haciendo un puchero que se desvaneció de su cara en el instante que la sirvienta apoyó el plato en la mesa.

—¿Cómo se supone que se come esto? —No había un cubierto a la vista. Por ahora todas mis comidas habían sido con cuchara; aunque Mira había utilizado, alguna vez, tenedor y cuchillo.

Mira me respondió, con brillitos en los ojos,

—Con esto:

Yoi, con una sonrisa de satisfacción en el rostro, le entregó unos palillos que Mira acomodó en su mano y utilizó para levantar uno a uno los frutitos endulzados y llevarlos a su boca. Cuando pinchó con sus dientes el fruto, la chica apenas dejó escapar un gemido casi erótico que me dejó levemente atolondrado.

Pasaron los segundos y mi corazón estaba en su límite aguantando los gemidos de Mira. Malditas sean las hormonas. Pero, más importante que eso, Mira hacía ver el plato que estaba comiendo como absolutamente delicioso. Me tenía que secar la baba para resistir el apetito.

—Y… ¿Y yo? ¿Yo puedo comer?

—No lo sé. ¿Puedes? —dijo, sin mirarme.

Asentí con la cabeza varias veces.

—Yo creo que sí, puedo.

—¿Estás muy seguro?

—Sí. Creo que sí…

—¿Segurísimo?

—Sí…

Mira agarró una de las uvas y la acercó a mí… Yo abrí la boca para aceptar su obsequio divino… La podía saborear… Estaba ahí… Aaaahhhhhhhh…

Entonces, Mira la arrebató de la punta de mi lengua.

—¿Por qué…? —pregunté con profunda tristeza.

—Necesito que vayas a la cacería —dijo con firmeza, con crueldad.

—¿Por qué…? —pregunté nuevamente, sin poder apartar la mirada del dulce.

—Porque prometí que iba a enmendar tu relación con el pueblo, ¿lo recuerdas?

Eso me quitó del trance y logró que me pusiera serio por un momento.

—¿Estás segura de que funcionará…? ¿Podré enmendar mi relación con el pueblo, así nada más…?

—No es una solución milagrosa. No te aceptarán todos de un día para otro; pero, es un gran avance. Además, tengo otras cosas preparadas.

Dudé por un momento, como si tuviera otra opción, pero cedí.

—Está bien. Iré a la cacería. Confío en ti, Mira.

—Bien, irás mañana —respondió.

Acercó los palillos hacia mí nuevamente. Yo sonreí y abrí la boca para aceptar la recompensa.

Pero la alejó el dulce otra vez.

—¿¡Por qué!?

Me frustré con el juego tonto, sin embargo, noté que la chica tenía una mueca muy seria.

——¿Mira?

—Necesito que me prometas otra cosa —dijo, utilizando un tono de voz inusualmente apagado.

—¿Sí? —No tenía idea con qué me iba a venir.

—El guardia, Aíto, estará ahí para protegerte. Pero, aun así… Necesito que te cuides, ¿está bien? Cuídate, por favor —habló, mirando a sus piernas, una expresión algo melancólica en su cara.

“Cuídate, por favor.” Sentí que me hubieran despertado con agua. La capacidad y la confianza de Mira eran peligrosas; no solo por su forma de utilizar esas cualidades como armas; sino en el aspecto de que, estando a su lado, es muy fácil embriagarse de su aptitud y esperar que ella resolviera todo lo que uno tiene enfrente. Mira es un humano. Un humano extremadamente capaz, pero humano en fin. No puede calcular, ni controlar, todos los resultados y consecuencias. En pocas palabras, necesitaba cargar mi propio peso, por lo menos; y no debía dejar que Mira hiciera todo por mí.

Llegué a mi decisión.

—Entiendo, Mira. Lo haré, volveré a salvo.

Mira me sonrió, sabía que había entendido lo que me quería decir. Agarró los palillos y los metió bruscamente hasta el fondo de mi boca. Casi me atraganto, pero logré consumir exitosamente el dulce.

—… —¡Qué rico era!

2

—Señor —estaba jugando ansiosamente con uno de los palillos para la boca, cuando la sirvienta me llamó.

—¿Sí?… Yoi, ¿cierto?

Ella asintió con una leve reverencia. Me sentí incómodo sentado mientras ella permanecía de pie, por lo que me levanté rápidamente e intenté guardar el palillo en un bolsillo inexistente de la toga.

—¿Se encuentra nervioso? —me preguntó con una sonrisa. Sus sonrisas no eran como las de Mira. Eran más honestas, sinceras.

—A decir verdad… Sí —estuve a punto de lanzar el palillo a un costado, pero me contuve y solo lo escondí con ambas manos.

—¿Le tiene miedo al bosque?

—Por supuesto que le tengo miedo al bosque… Hay duendes en él, ¿sabía?

La sirvienta se río un momento. Debía tener unos treinta-y-largos o cuarenta-tempranos. El vestido de sirvienta era, tradicionalmente, blanco y negro, y llegaba al suelo.

—Sí. Lo sabía. Pero, por alguna razón, siento que eso no es lo que lo preocupa —me contestó.

¿Oh? La verdad era que no estaba pensaba en mucho. No entendía a qué se refería.

—¿De qué está hablando?

—No es necesario que me trate tan formalmente. Lo que estoy diciendo es que, si estuviera nervioso por la cacería, estaría buscando a la señora en este momento; pero no está haciendo eso. Más allá de eso, es mi opinión que usted se comportaba igual de nervioso incluso cuando se estaba recuperando en la residencia.

—Ah… Es posible.

Era cierto que por algún motivo me encontraba extrañamente desapegado de mis circunstancias. Cuando me parecía que mi mano podía estar infectada no me preocupé. Sentí un poco de temor momentos antes de la audiencia, pero no me pareció que fuera por la audiencia en sí. Era difícil de explicar… Era…

—¿Qué es lo que lo tiene tan ansioso? —la sirvienta me sentó en la almohada en la que estaba antes de que iniciara la conversación.

—Me parece que…

Por algún motivo, no podía pronunciar las palabras. Sabía qué era lo que me sucedía, pero temía incluso mencionarlo.

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—¿Es por la señora?

¿Mira? Mira no era el problema. Ella me ayudó en innumerables ocasiones. Ella quizás amplificaba en ocasiones el sentimiento que se empezó a formar, pero no era la culpable. Ella no. Lo que pasaba era solo que…

—Tengo miedo de-… —dije a medias.

—¿A qué le tiene miedo?

Me daba miedo decirlo. Sentía que, quizás, si lo decía, se volvería realidad, y eso me aterraba. Pero la mujer me ayudó, cuidó de mí, me dio comodidad y calidez, por eso no sentí tanta aversión a serle honesto.

—Tengo miedo de recuperar mis memorias

Mi respuesta extrañó a la mujer. Claro, no había ningún manual no-especializado de tratamiento de amnésicos. Quizás, la idea de que me aterrara recordar lo que perdí le parecía estúpida. Pero era lo que estaba sintiendo desde hace un buen tiempo. Es decir, si mis primeros días con memoria fueron tan malos, ¿cómo habrán sido los días que ni siquiera recuerdo? Si tanta gente me llegó a odiar de manera tan intensa solamente en este pueblo, ¿cómo me habrán odiado las personas que realmente conocía? Recuperar mis memorias me aterraba.

—¿Por qué le teme a semejante cosa?

Ella seguía de pie a un costado de la mesa, era posible que sentarse junto a alguien que estaba sirviendo era de mala educación; pero, entre la incomodidad de inclinarme para verla, y la incomodidad de revelar mis miedos, no pude hacer más que mirar al palillo que tenía sobre mis piernas cruzadas.

—¿Qué tal si fui una mala persona? ¿Qué tal si nadie me quería?

Eran los sentimientos de un niño, lo entendía; pero no podía evitar pensarlo.

—Señor —dijo la mujer, algo exasperada. Se arrodilló a mi lado—, Señor, usted no es una mala persona.

—¿Cómo saberlo? Si ni siquiera yo puedo decirlo con seguridad.

—Señor, lo conocí lo suficiente para saber el tipo de persona que es.

—Tal vez no ahora, pero quizás antes era una mala persona. Por lo general, la gente común y corriente no se mete en situaciones de las que puede despertar en un bosque sin memorias.

—La gente mala no es tan fácil de cambiar. Las personas no cambian por simplemente perder un par de recuerdos —me sonrió de manera pícara—. Si eso fuera cierto, les estarían dando golpes en la cabeza y contusiones a los criminales —pintó una imagen algo curiosa.

—Incluso así, ¿cómo sé que quiero recuperar las memorias? ¿Cómo sé que no estoy mejor sin ellas?

—No lo puede saber. Pero lo que yo le puedo decir es que, conociéndolo, estoy seguro de que tiene gente importante que lo está esperando. Ni siquiera es necesaria mi mirada subjetiva sobre el asunto. Mire sus manos, mire sus pies, mire su cara, mire sus dientes, mire su pelo. Todo de usted está perfectamente cuidado. Su familia era una que lo protegía hasta ese punto, y que tenía los medios para hacerlo, incluso.

—¿Mis manos, mis pies? ¿Qué tienen?

La sirvienta agarró mi mano derecha y puso su izquierda paralela a ella, para compararlas.

—¿No lo ve? El cuidado que tiene en su cuerpo.

Su mano era áspera y callosa, la mano de un trabajador físico. En comparación a la suya, mi mano era suave, casi se podía describir como delicada. Mi cabeza empezó a quemar levemente, otra vez había una discrepancia entre mi sentido común y la realidad. Una nube de interferencia me impedía pensar más profundamente sobre eso.

—Señor, usted es bueno. O, más que “bueno”, quizás sería apropiado decir que es “inocente”. Sé que no parece un complemento, pero es algo que cada vez carece más en el mundo. Con respecto a eso, seguro habrá notado que mi señora es su polar opuesto. Por eso no puedo evitar pensar que es una buena influencia para ella, actúa como un balance.

—¿Por qué me dices esto? Como Mira, ¿por qué me tratas tan bien?

—Porque, en vez de aprovecharse de cómo lo trato, usted cuestiona merecerlo. Las personas buenas deben tratarse con amabilidad. Y, obviamente, ver una persona buena e inocente como usted, en su situación, me hace compadecerlo.

—¿Cómo está tan segura de que todos en el pueblo no tienen razón sobre mí? —le pregunté seriamente. Todavía se me hacía incomprensible… Quizás se me hacía incomprensible que cualquier cantidad de buen trato sea siquiera dirigida a mi persona.

La sirvienta, ante mi honesta pregunta, solo se rio de manera jovial.

—Confío más en la honestidad de usted que en la honestidad de mi señora. Eso de que haya hecho semejante cosa es simplemente impensable para mí.

No entendía. Era un joven medianamente alto, con suficiente físico para hacerlo. Encajaba en el perfil de manera perfecta.

La sirvienta siguió hablando.

—Digo, si se encuentra a un cadáver sin un responsable directo, ¿acaso se sospecharía del gatito que pasó por la calle en el mismo momento? No, ¿cierto? ¿Entonces por qué debería sospechar de usted?

¿Un gatito? ¿Yo era el gatito? ¿Me veía tan inocente?

—Y- Ya veo…

—Usted es educado, agradecido con la señora, y —sonrió—. Alguien que trata bien a los sirvientes. Si piensa que es alguien malo, entonces tiene los estándares de bondad más elevados del mundo. Lástima, yo no poseo esos mismos estándares.

Me estaba sonrojando. No era usual que hablaran tan bien de uno, de eso estaba bastante seguro. Hasta mi subconsciente estaba de acuerdo.

—Gracias… Yoi.

Gracias a la conversación, me sentía mucho más aliviado.

La sirvienta, en vez de responder, se levantó, y se retiró a otra habitación. Pensé que la conversación había terminado, pero entonces volvió con un plato.

—Le escuché mencionar algo sobre bayas aoíras. Preparé esto a escondidas… si la señora se hubiera enterado, no quedaría nada para ti.

Era un plato con muchos platos.

—¿Y esto…?

—¡Noritama!

Encima de cada plato, había bolas medianas que parecían crema o yogur, rebotando en el lugar como un flan.

—La leche se pega a los frutos, ¡por eso es Nori! Y todos mantienen su formita redonda, ¡por eso es Tama! También se les dice “Noridama”…

Dejó los platitos con los postres curiosos en la mesa. Luego de dejarlos, me sonrió de manera satisfecha y asintió.

—¿Qué? —le pregunté, porque no entendía nada de lo que estaba sucediendo. Me asintió tres veces consecutivas en respuesta—. ¿¡Qué!? ¿¡Para mí!?

La sirvienta me hizo un gesto de silencio.

—¡Shhh! ¡No queremos que la señora se entere! —me dijo en un susurro.

—No sé, Yoi. Me sentiría mal si lo comiera yo solo.

La sirvienta agitó su mano.

—No pasa nada, no pasa nada. La señora ha comido este plato miles de veces.

—Entonces… Ven, compartámoslo, al menos; me sentiría mal si no.

La mujer inclinó la cabeza como si no entendiera.

—Bueno… Supongo que puedo compartirlo con usted… —parecía más confundida que otra cosa.

Los dos, reunidos en la mesa, miramos el plato como si fuera una especie de experimento nuclear.

—Bueno —me armé de valor, y declaré:— supongo que voy a comer uno.

Agarré una de las bolitas de consistencia pegajosa y me metí la mitad en la boca. Cerré los dientes y la partí en dos.

Una explosión.

—¡¡¡MMM!!!

¿Qué era esto? ¿¡Qué era esto!? ¿¡QUÉ ERA ESTO!? ¡Era una completa delicia! ¡Era el néctar más divino! La consistencia era más bien húmeda, el fruto dentro era muy jugoso. Pero la crema o, más bien, yogur alrededor, se mezclaba con la textura líquida, ¡y se formaba un alimento completamente nuevo en medio de la boca! ¡La dulzura de la crema y parte del fruto hacía el contraste preciso y perfecto a la acidez del jugo más profundo de la fruta, como también la delicada capa de la misma! ¿¡Quién fue el genio que inventó semejante plato!? ¡No podía parar de comer! Rápidamente, terminé el resto del noritama y me fui al siguiente. ¿¡Qué pasaría si se le agregara más sabores a esto, como un yogur con sabor a frutilla o algo similar!? ¡No! ¡Pero entonces perderías el balance perfecto que ya habías conseguido! ¡No había forma de superarlo! ¡Ya era perfecto!

—¡Yoi! ¡Tienes que comer esto! —le dije alegremente a la sirvienta mientras iba por mi tercera bola.

—Bueno… Si me disculpa… —parecía más bien tímida, pero accedió.

Y, no había otra forma, sus mejillas se pintaron de rosa cuando fueron atravesadas por el sabor increíble de esta obra maestra de plato.

¡Mira tenía que comer esto también!

Terminé comiendo la mayor parte del segundo postre.

3

—¡Yoi! —La voz de Mira la convocó desde otro lado de la casa. Afortunadamente, ya habíamos terminado todo el postre.

La sirvienta reaccionó con una cara de preocupación terrible, se despegó del suelo y corrió el plato a otro lado de la casa a una gran velocidad. Me levanté. Al retirarse, la sirvienta me despidió con una reverencia.

—Adiós, Yoi. Gracias.

La sirvienta me miró con una sonrisa y me asintió dos veces, un “no fue nada” gestual.

Recuperé el palillo que había dejado en el suelo y me moví hacia donde Yoi había dejado el plato. Mis razones no eran para nada complejas: la casa era grande, por lo que se me antojaba explorar.

Rascándome las paletas con el palillo, entré a una zona que parecía reservada para el almacenamiento de ropa y objetos. Había baldes con agua en las esquinas y todo tipo de herramientas, de limpieza y mantenimiento. También había una excesiva cantidad de telas (misterio).

—¿Siquiera tiene el permiso para merodear por donde desee? —Todo mi cuerpo tembló cuando oí la voz venenosa del hombre a mi espalda. Era el sirviente masculino, el que vestía la ropa del pueblo. También era una persona que dejaba claro su disgusto por mí con su mirada—. Por favor, retírese de inmediato —no había llegado a dar la vuelta para enfrentarlo, pero obedecí sus órdenes sin chistar.

Me retiré del cuarto y estacioné mi cuerpo en el pasillo que conectaba la sala con el resto del hogar. Si dejaba el lugar sin decir nada, probablemente nuestra relación se volvería demasiado incómoda luego; por lo que decidí ceder una disculpa para hacerle entender que no quería estar en malos términos con él. Especialmente porque me llevaba tan bien con la otra sirvienta, no quería arruinar mi reputación con ellos.

—¡Perdón! No tenía idea que era un lugar privado… o algo así… —empecé a hablar con un poco de ímpetu que rápidamente se desvaneció al ver la figura recta y helada del hombre enfrente mío.

—Toda la casa es propiedad privada. Usted no debería olvidar que no es más que un invitado en ella, sino menos que eso.

Me enojó un poco lo que sugirió, por lo que respondí.

—Disculpe, señor, ¿podría saber cuál es su problema conmigo?

Quizás la conversación que tuve con Yoi anteriormente me había cargado con valor, mis palabras en respuesta fueron más defensivas. La idea no era atacar al hombre, como tal vez sugería mi tono un poco irritado, más bien apuntaba a intentar zanjar nuestras diferencias antes de que el problema escalara.

—Usted no tiene un problema conmigo. Usted es un problema. Déjeme decirle, la señorita Mira puede jugar tanto como ella desee, pero que eso no lo confunda. No es más que un rufián de la calle.

Este hombre era basura del pueblo. Me debería haber dado cuenta por la bata. Fue suficiente. No ganaría nada discutiendo con escoria del pueblo como él. Mira solucionará el problema. Le di la espalda y comencé a caminar de vuelta a mi habitación.

—Y va a escapar de sus problemas como siempre, ¿no? ¿Qué es lo que está pensando? ¿Que la señorita hará todo el trabajo por usted otra vez?

Me detuve en el camino.

—Déjeme en paz. Si es igual de ignorante que todo el resto del pueblo, entonces no tengo nada que hablar con usted. Yo no asesiné a nadie, deje de sospechar de cualquier extranjero y haga su trabajo.

—Usted no asesinó, sin embargo: Mentir, robar, asaltar. Usted es completamente culpable de todo eso —un escalofrío surcó por toda mi espalda—. Incluso así, no es un rufián por lo que hizo, es un rufián por lo que es. No simpatizo para nada con sus circunstancias, pero, digamos que al menos entiendo por qué hizo lo que hizo, lo tolero. Lo que no puedo tolerar, para nada, es su total falta de valores. La debilidad de su carácter me parece insoportable.

—¿Qué sabe de mí…? Usted no sabe nada…

—Lo observé. Sé absolutamente todo lo que hizo en este pueblo. Tengo más que el criterio suficiente para juzgarlo adecuadamente. Y usted es, para bien, un necio cobarde; para mal, un niño caprichoso.

——¿Qué le sucede? ¿Qué hice para ofenderlo?

Realmente no lo entendía, por qué este hombre actuaba así, y me decía semejantes cosas-

—Ese es el problema. No hace. Antes de encontrarse con la señorita; cuando fue capturado, en la audiencia. Todo el tiempo tuvo que ser rescatado por ella. E incluso cuando ella lo rescata y le da una solución, se encapricha e intenta escapar de sus responsabilidades. La señorita únicamente demostró tanto interés por algunos aspectos superficiales, pero déjeme decirle que eso no es suficiente para mí. Yo lo veo por lo que es. Y lo que es, es un hombre que carece de cualquier tipo de valor. Usted no se merece la ayuda de Mira.

—No… No es así… Mira me ayudó por algo… ¡Si recupero mis memorias, entonces-!

—Las personas no cambian por simplemente perder un par de recuerdos —dijo con severidad—. Usted sigue siendo lo que alguna vez fue, el haber perdido sus memorias no se debería considerar mucho más que anecdótico… Ella lo ayudó por algo, es cierto. Piense en lo más superficial de una persona —dijo como una orden que por algún motivo obedecí—. ¿Lo tiene? Bueno, lo que está pensando probablemente no es lo suficientemente superficial. El motivo por el que la señora bajó hasta su nivel para ayudarlo no es ni más ni menos que su cabello.

—¿M-mi cabello? ¿¡Qué tiene de especial mi cabello!? Solo en este pueblo no es ha-

—Su color de cabello es poco común —me respondió—. Eso es todo —dijo—. ¿Se da cuenta de lo absurdo de la situación? ¿Tiene una idea de lo tonto que luce? ¿Entiende lo lejos que está para alcanzar siquiera los talones de la señorita? Lleva una falsa seguridad consigo, de que lo que le está sucediendo es algo que se merece; o que es más que un payaso para el entretenimiento de la señorita; o, más ridículo aún, que tiene el mismo valor que ella.

Respondí a un tono bajo, como recitando los argumentos de un libro:

—La idea de que las personas tengan más o menos valor que otras es un pensamiento arcaico, no-

—¡Ja! ¡Entonces es de aquellos que modifican su forma de pensar y sus principios a lo que les es más conveniente en el momento! ¡Ni usted verdaderamente piensa eso! ¡Qué patético!

No sabía qué hacer. No sabía qué responder. Lo que más me irritaba, lo que me molestaba por sobre todas las cosas era que, profundamente, … Sabía que lo que me decía era cierto. Pero no lo podía aceptar, aceptarlo significaría renunciar a la bondad de Mira, significaría no tomar la mano que estiró para mí. No podía pensar de esa forma, estuve resistiendo para no pensar de esa forma durante todo este tiempo. Aceptar esa realidad significaría… perder-

—La señorita Mira nunca lo debería haber ayudado. Su destino era morir en este pueblo, pero ella tiene una tendencia de buscar entretenimiento a través de medios poco convencionales… Cuando se aburra de usted, que será pronto, entonces lo entenderá.

—…

—Se quedó sin palabras. Ya veo. Sabe que lo que le estoy diciendo es verdad. Por lo menos, eso significa que no es un idiota —el hombre pasó a mi lado y, de espaldas, me dijo:— Hágase un favor. Aproveche toda la asistencia que le ofrezca la señorita Mira, y luego no la vea nunca más. Si le sirve de consuelo, su familia parece ser una pudiente.

Entonces escuché sus pasos marcharse a otro lado de la casa.

Bueno. Caminé, sin poder pensar en mucho, hacia mi cuarto. Mañana me tendría que despertar y poco después debía marcharme a la cacería que organizó Mira. Si lo pensábamos de esa manera, nada de lo que se dijo en esta charla fue verdaderamente importante.

Sí, esta conversación no afectó de ninguna manera lo que iba a hacer, o lo que estaba haciendo. Esto no fue más que una conversación insignificante.

No iba a dejar que me afectara de ninguna forma. ¿Por qué lo haría? Era solo… otra charla más…

Una charla como la que tuve con Yoi. No tenía motivos para sobre pensar la situación. A veces interactuamos con otras personas y tenemos charlas con ellos. Eso era común, ¿no? Solo una charla.

Podemos discutir con otras personas, también. Eso sucede de vez en cuando, ¿no? Es decir, eso también era común. Se puede diferir con alguien más. No había problemas con eso.

Me senté en la cama que me dio Mira. Uno de los pocos muebles que estaban elevados del suelo de todo el pueblo.

No era como que Mira me lo había dicho en persona, ¿no? Quizás ella tenía otros motivos para hacer lo que hacía. Quizás ella veía algo en mí que no era fácil de ver… Algo que pocas personas podían ver… Algo que ni yo podía ver.

Abrí mi colgante.