4
La plaza parecía mucho más grande desde dentro. Era un círculo, en los extremos había tiendas montadas de todo tipo, especialmente de comida, por las que la mayoría de gente se reunía. Pero en el medio del círculo, con una luz que se sentía que podía iluminar la totalidad del pueblo, se encontraba una enorme fogata. Alrededor de esta, decenas de personas estaban reunidas bailando hábil y no tan hábilmente. Estaba agradecido, en realidad, porque si estaban enfrascados en su baile no tenían tiempo para distraerse mirándome como lo hacía la gran mayoría de las personas en los extremos. Tenía un poco de ganas de pegarle una cachetada a uno de los mirones y quedarme con su comida. Bueno, lo último no tenía nada que ver, pero estaba muerto de hambre. No tenía idea de qué pasó antes de haber despertado, pero me sentía totalmente vacío. Mi panza no se cansaba de rugir con violencia para exigir alimento. Las conversaciones que sí lograba escuchar eran bastante amenas, y consistían principalmente de si ir a comer a tal o cual lugar o de si ir a visitar una u otra tienda. Envidiaba su tranquilidad. De alguna forma, las personas que no se quedaron mirándome fijamente encontraron la manera de irritarme aún más.
Me quedé observando la imagen cálida del festival en la plaza. Mi relación con los habitantes de este pueblo habrá comenzado con el pie izquierdo, pero debía reconocer que tenían un lugar muy hermoso.
…
—Mierda… Tengo mucha hambre.
¿Hace cuánto no comía? La plaza estaba llena del aroma de comida y me estaba matando. Olía a cerdo y olía dulce de frutas y olía a pan y olía a alcohol y olía a pólvora a punto de estallar y luego olía a cenizas y también olía a humo y olía a personas y barro, a ropa y a sudor, a alegría y a emoción y olía un poco a inquietud y tristeza. Olía a todo y yo estaba en el centro de eso y estaba cansado de estarlo. Solamente quería hablar con alguien, encontrar mi casa y volver ahí. Solamente quería dar una pequeña mordida a la comida que todo el resto estaba comiendo. Solo eso quería.
Antes de que me diera cuenta, me encontraba frente a un puesto de comida junto a otras personas. No podía ver a los demás porque me distraía la figura y la forma de los vegetales que se estaban vendiendo. No sabía si era el hambre, pero estaba seguro de que nunca había visto una papa de aspecto tan suculento en toda mi vida; era increíble. ¿Cómo se sentirá en la boca? ¿Cómo pasará por el paladar? Iba a ser perfectamente salada, de textura rellena y con lo justito y necesario de humedad. Era la papa perfecta y estaba justo enfrente de mis ojos. Comer algo así de delicioso se sentiría como una recarga de energía directamente de fuente; como el demasiado limpio aire que estaba respirando, ¡pero potenciado a la cuarta! ¡Si llegara a comer eso tendría alimento suficiente para soportar semanas!
—Extranjero —una voz masculina me llamó.
Yo levanté la cabeza un segundo para mirar a la persona. El hombre levantó su dedo y luego lo giró en dirección perpendicular a su tienda. El vendedor me había invitado a retirarme de su propiedad.
Se sintió como si me pegaran un golpe de nocaut en el primer asalto. No podía entenderlo, no había forma de hacerlo. El hombre, con toda la comodidad del mundo, me quitó el alimento directamente de la boca. No podía creerlo y entonces, antes de que pudiera pensar lo que estaba haciendo, hablé:
—N-no puedo. Necesito algo. Señor, ¿no existe una forma de que pueda conseguir alguna de estas? No tengo plata, me la robaron al entrar al pueblo. Solamente necesito comer algo. ¿No hay una manera de que pueda hacerlo?
Pensé por un segundo en intercambiar el colgante que tenía escondido debajo de la tela; pero, aunque no tenía la cabeza precisamente fría, sabía que intercambiar la única pista que tenía de entender qué demonios me pasó era un grave error. No podía recurrir a eso; al menos no por el momento.
El hombre permaneció observándome por unos segundos. Primero se indignó.
—¿Plata? ¿Por qué querría plata por algo de esto?
Luego se enojó.
—No me interesa la historia que tengas. ¿A cuántos has estafado de esta manera en el pueblo? ¿Por qué te daría algo de comer gratis?
Y finalmente rio.
—¿Gratis? ¡Ja, ja, ja! ¿¡Gratis!? ¿¡Por qué no te lo llevas todo también!? ¡No pasa nada, te lo doy gratis! ¡Pero te lo doy gratis a cambio de que hagas algo por mí, también gratis, por supuesto!
Me sequé la baba y afilé los ojos ante la inesperada propuesta. Tenía todas las intenciones de cumplir con lo que me pidiera, porque la posibilidad de conseguir alimento, cualquiera sea la forma, era así de atractiva.
—¿Ves esta canasta? Está vacía. Sin embargo, estaba completamente llena al anochecer. Así de populares son las bayas aoíras.
—¿Bayas aoíras?
—Sí. Son tan dulces que al comerlas te hacen sentir como la nobleza de un reino del sur, y tan jugosas que si las pinchas se desinflan como una gaita sin aire. Son el alimento más popular de todo el festival…
Asentí y dejé escapar un poco de saliva al imaginar la escena que me presentaba el hombre.
—Solo necesito que vayas al bosque —teatralizó la acción con sus dedos y continuó—, me consigas unas cuantas, y vuelvas —levantó la papa que estaba viendo desde el inicio—. Entonces te puedo dar una de estas. Quizás, dependiendo de la cantidad que traigas, te puedo dar hasta 5.
Asentí violentamente.
—¡Acepto! ¡Iré al bosque y traeré lo que necesites! ¡No te preocupes, guarda las que me darás para cuando regrese!
Entonces, me dirigí corriendo hacia el desnivel del río por el que había entrado al pueblo. Recordaba haber visto arbustos con frutos a lo largo de las orillas del río. Si esos frutos eran los que me pedían, los traería; si no eran los que necesitaba, entonces recogería tantos frutos de tantos tipos como pudiera, resolviendo el problema por la fuerza si fuera necesario.
—Debería haberle pedido una descripción.
Mi mente solo podía pensar en comida y nada más que comida. Pedir una descripción era lo que cualquier ser humano medianamente pensante habría hecho, sin embargo, en este momento, no me sentía ni cerca de “ligeramente pensante”. De hecho, no recordaba lo que había sucedido antes de encontrarme en el bosque, pero estaba bastante seguro de que no había comido en días. El hambre que sentía no era normal en absoluto; ningún apetito de 12, 24, o incluso 48 horas. Estaba completamente vacío, me sentía más flaco incluso, huesudo. Probablemente, había pasado mucho tiempo durmiendo antes de despertar. La idea de haber estado indefenso en la naturaleza durante varios días me hacía temblar, pero marché adelante. Con las expectativas altas, marché adelante.
Me encontré al otro lado del río. El aire era un poco más fresco, pero estaba cubierto con mi tela. No tenía idea de qué hora era… No tenía celular ni reloj. Tampoco sabía cómo medirlo con las estrellas; mal me pese, era ignorante en esos asuntos. Lo único que podía sacar en limpio del cielo era que ahí estaba Orión, con su cinturón. Esa brillante de allí me parecía que era Aldebarán, por lo tanto, eso debía ser Tauro. Las que estaban todas juntas tendrían que ser las Siete Hermanas, Pleya- Pleiyad- Un nombre de esos tenía. En algún lugar debería estar la Osa Mayor y la Osa Menor, aunque no podía recordar si estaban en el norte o en el sur. Y en algún lugar deberían estar Canis Majoris y Menor, que tenían nombres bastante más amigable que las anteriores, aunque quizás engañosos, porque por más que intentara encontrar a un perro en el cielo, no podía ver nada. Apenas podía ver a Orión, no sabía distinguir nada más. Creo que había una estrella del norte o algo así… Y también una cruz del sur… Pero eso tenía que ver con direcciones, no horarios. ¿Aunque supongo que ambos conceptos estaban relacionados?
Seguía mirando las estrellas cuando mi pie colisionó con algo fuera de lugar en el granoso suelo. Levanté la pierna y encontré la brillante luna en la suela de mi zapato, o bueno, al menos el reflejo de ella.
—¿Un cuchillo?
Su hoja plateada reflejaba únicamente la luz lunar de manera brillante. Era grande. El mango, delicadamente decorado, pero irregular en su confección, parecía hecho a mano, arrugado y desigual. Lo levanté y lo contrasté con el cielo para observarlo a través de la tenue luz nocturna.
—Qué impresión —dije en un balbuceo.
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Era la primera vez que veía uno tan rústico; sin embargo, tenía un atractivo especial: Hogareño pero visiblemente valioso. Dado que el objeto parecía estar perdido y no tenía nada más de valor en las manos, decidí quedármelo.
Y, sosteniendo el cuchillo en una mano y la tela en la otra, continué por mi camino. Aún sentía dolor en el estómago, mis piernas apenas me sostenían y me costaba mucho pensar, pero la idea de estar trabajando para curar ese padecimiento me propulsaba hacia delante.
El camino era un poco más tosco de este lado del río. Había más desniveles y por momentos la vegetación obstaculizaba mi paso, obligándome a rodear un árbol para continuar. Todavía estaba a aproximadamente un kilómetro del lugar donde desperté y aún no había rastro de los frutos que había visto. Las aves seguían ausentes. Los únicos animales que llegué a ver eran los caballos del pueblo, quizás el bosque sea un “Bosque Muerto”, como el mar, pero no tan interesante.
—Aunque supongo que no debería tener vegetación para ganarse ese nombre —me dije a mí mismo.
Sin embargo, era verdad que la cantidad de vegetación era bastante pobre. Parecía que toda la energía de vida disponible era succionada por los grandes árboles que se adueñaron de la zona. Entonces quizás era un “Bosque Casi-Muerto”, pero eso ya pasaba de ser una comparación no muy interesante a una bastante patética. En cualquier caso, mientras no apareciera el Viejo Hombre-Sauce o el Sauce Boxeador… ¿Acaso todos los árboles malvados tenían que ser sauces? ¿Qué hicieron para merecer esa representación? De todas formas, si no aparecía uno de esos sauces o el árbol de Kirby, debería estar bien.
Me crucé con una roca grande en el camino; genuinamente, no recordaba haberla visto la vez anterior. Quizás ya había llegado más lejos de donde desperté. Decidí atravesar la piedra escalándola. Una vez arriba, miré a los costados, en la remota posibilidad de avistar algo desde allí.
—¡Ah!
¡¡¡Ahí estaban!!! Eran rojos e infladitos y parecían tan deliciosos que podría comérmelos en ese instante. ¡Pero no! ¡Resistiré! ¡Recuerda el objetivo mayor!
—… Oh. No tengo nada para llevarlos —me percaté de ese hecho tan tarde que decidí que, si hacía una anécdota de esto en el futuro, omitiría completamente esta parte de la historia.
—¡¡¡Soy un maldito idiota!!! —grité a los cuatro vientos, tapándome con ambas manos la cara de la vergüenza.
Entonces, al no tener soporte alguno, se cayó la tela de mi cuerpo. Dejándome all-natural. Siendo honesto, si un oso me comiera en ese momento, no estaría del todo entristecido.
Con un: “Sniff”, Levanté la tela del suelo y entonces la idea me chocó como conductor borracho a una familia feliz de cinco.
—¡La tela!
Inmediatamente, agarré la tela de un extremo y tiré para arrancar un trozo de ella. Tenía más que suficiente para cubrirme y solo necesitaba un pedazo relativamente grande para poder cerrarla, preferiblemente circular. Este pedazo de tela sucia ya se había ganado unos cuantos puntos de afecto de mi parte y probablemente termine entrelazando mi vida con la suya en sagrado matrimonio.
Intenté que la parte de la tela que guardaría los frutos de mi labor fuera una particularmente salva de olores y otro tipo de asquerosidades. Con la bolsita artesanal fabricada, comencé a realizar la inmemorial tarea de recolección. Baya por baya, coloqué todos los frutos en el recipiente. Mi cara estaba llena de orgullo; mis raíces primitivas se sentían conectadas con el yo del presente; y mi estómago posiblemente había entendido el trabajo que estaba haciendo por él, porque se encontraba especialmente tranquilo.
Fue entonces que escuché un sonido de vegetación revuelta proveniente de detrás del arbusto de frutos. Al principio, pensé que fue por mi propia causa, así que me detuve, pero el sonido se repitió. Me sentí extrañado; el ruido me causó una fuerte sensación de inquietud, quizás porque no me había encontrado con ningún animal en el camino... Probablemente por eso.
Para quitarme la ansiedad, decidí dar un paso y mover del camino al gran arbusto que me obstruía. El silencio al final del eco del sonido que llamó mi atención me puso un poco en guardia. Instintivamente, me aferré más al cuchillo y a la bolsita de frutos que tenía.
Imaginé varias posibilidades de lo que podría encontrarme al otro lado del arbusto: podía ser un conejo, podía ser un ave, una serpiente, un sapo incluso. En el peor, absolutamente peor de los casos, podía ser un oso. Imaginé varias posibilidades, ninguna se acercó a lo que verdaderamente estaba del otro lado de ese matorral.
Lo primero que vi fue un par de botas, recostadas en el suelo; por supuesto encima de ellas se encontraban sus respectivas piernas, manchadas de rojo y con varios agujeros atravesando el pantalón que las cubría; más arriba de eso había un torso completamente destrozado, en algunas partes pelado y en otras desfigurado; finalmente, encima de todo, se encontraba una cabeza cuyos ojos, inyectados de rojo sangre, estaban completamente salidos de sus cuencas, su rostro ocupaba una expresión de dolor y miedo que hizo subir una sensación desagradable por mi garganta.
—Ugh-
Bloqueé el vómito antes de que terminara su recorrido de escape, pero no podía despegar los ojos de la hórrida escena delante de mí.
—Gack —un sonido similar al graznido de un pato.
Miré en su dirección, pero no encontré un pato. Había un hombre, enano y completamente deformado en varias partes del cuerpo. Su cabeza era redonda, extremadamente ancha y con rasgos inhumanos. Su tez era de un color marrón-amarillento enfermizo, y en su mano ocupaba un cuchillo abollado y oxidado que, por la comparación de tamaño con su portador, parecía más una espada.
—Hic —emití ese sonido ridículo cuando vi a la criatura, una criatura completamente fuera de lugar con el resto del mundo.
Una parte de mí estaba convencida de que esto era una pesadilla; que despertaría dentro de poco en mi casa y todos los elementos de mi vida se reacomodarían en su lugar. Otra parte de mí, instintiva, y con control sobre todas las partes movibles de mi cuerpo, emitió una sola orden. Un mensaje que se repitió como una alarma en mi cabeza: “HUIR”.
Agarré la bolsa y el cuchillo con tanta fuerza que me dolieron las manos. Me di la vuelta y tropecé dos veces antes de arrancar una carrera a una velocidad que seguramente nunca había alcanzado en mi vida. Grité con toda la fuerza que tenía y seguido a eso liberé lloriqueos, gemidos y quejidos patéticos, pero que no podía evitar.
“ESCAPAR”, “ESCAPAR”, “ESCAPAR”: Me indicaba mi cuerpo una y otra vez, y yo no tuve ningún reproche en obedecer a la instrucción.
5
Luego de un maratón en el que mis piernas absorbieron toda la energía de mi cuerpo, había arribado nuevamente a la entrada del pueblo. Mi respiración era extremadamente agitada y mi vista era muy borrosa. Al terminar la carrera y permitirme reposar en mis rodillas, mis piernas repentinamente perdieron toda la fuerza con un fuerte dolor, y caí al suelo, dejando caer los frutos y el cuchillo de mi mano. Se sentía como si hubiera un peso enorme encima de ellas; ambas piernas temblaban de forma incontrolable cuando intentaba levantarme. Me senté y comencé a recoger las bayas sin decir una palabra.
Terminé de acumularlas todas y las envolví en la tela nuevamente. Miré al bosque y un escalofrío atravesó mi espalda.
—Puagh-
Sea el recuerdo del cadáver o la sensación de terror, algo me hizo vomitar. Mi estómago largó un quejido ruidoso y nuevamente fui recordado del hambre que sentía. Todo el resto de mi cuerpo, además de mis piernas, estaba pesado; estaba físicamente exhausto.
Forcé mis piernas a erigirse; se sentían tan rígidas como paja, temblaron y se rindieron dos veces, pero finalmente logré levantarlas.
—Te- Tengo que ir a intercambiar esto —me dije a mí mismo para enfocarme.
Escondí el cuchillo debajo de la tela y volví a hacer el mismo camino por el pueblo. Las miradas de siempre se sentían abusivas, transgresoras. Necesitaba que retomaran lo que estaban haciendo y me permitieran seguir con lo mío. Me sentía frío e inseguro. Solamente quería que todo vuelva a ser normal. Solamente quería volver a mi casa. Solamente quería dormir. Solamente quería comer algo.
Llegué a la tienda particular sin poder pensar en mucho. El hombre no se encontraba al frente, por lo que decidí esperarlo. Me costaba concentrar la visión, no podía balancear mi cuerpo y tambaleaba en el piso de un lado a otro. Estaba realmente cansado.
—Oh, extranjero. ¿¡Eh!? ¿¡Volviste!? Bueno, supongo que no debería estar muy sorprendido.
En algún momento, el hombre había regresado. Levanté la bolsa que tenía en la mano y dejé caer los contenidos al mostrador de la tienda. Deberían ser unas 30 al menos, sentía que eran suficientes.
—¿Qué es esto? —preguntó.
Miré al tipo con incredulidad, concentré la vista en él e intenté hablar
—S-
—¿Eres idiota? —dijo.
—¿Eh?
—Realmente eres un idiota —se tapó la frente con una mano y continuó—. No estoy sorprendido de que te hayan robado, siendo tan despistado. Claramente, dije bayas a-o-í-ras, azules, imbécil.
—P-pero-
—Toma esto y deja de estorbar a la tienda —me revoleó una papa pequeña con agujeros negros en varias partes.
La atrapé en el aire y mi estómago vociferó su descontento. Miré hacia el costado. El resto de personas en la fila de la tienda me estaba mirando fijamente. Apliqué más tensión con la mano alrededor de la papa y giré antes de morderme el labio con fuerza. Sentí el justo sabor metálico en la boca y entonces me retiré a uno de los callejones de la plaza.
Dejé de exigir a mis piernas y apoyé el trasero en una esquina del callejón. Dejé la papa y el cuchillo en el suelo en frente mío y por algún motivo decidí simplemente mirar el vegetal por un tiempo. Mi estómago se quejaba, pero yo solo miraba lo que tenía para cenar esta noche. Me distraje y decidí abrir nuevamente el pendiente dorado. Me sorprendió brillando un fuerte amarillo rojizo; luego el color cambió a un azul claro, pero aún no celeste; y finalmente volvió al azul un poco más oscuro en el que estaba desde un inicio.
—… No entiendo nada.
Cerré el colgante y volví a la observación de la papa. Definitivamente, era una papa, de eso podía estar seguro.
…No sabía qué estaba pasando. No sabía dónde estaba. No podía entender nada de lo que sucedió esta noche. ¿”Esta noche”? ¡Transcurrió una sola noche desde que desperté! ¡Y ni siquiera había terminado aún! Mierda, mierda, mierda. No sabía qué hacer, no sabía nada. ¿Qué era esta pesadilla en la que estaba metido repentinamente? Necesitaba… Ayuda. Necesitaba alguien que me pudiera ayudar. Alguien que me conociera. Debería haber alguien así acá, ¿no es así? ¡Necesitaba que alguien me ayude! ¡No podía hacer nada por mí mismo! ¡No tenía ni la menor idea de cómo hacerlo! Por favor… Ayuda… Nada más…
Acomodé la tela alrededor de mi cuerpo y me cobijé. Sostuve el pendiente con fuerza por un momento, como si, si lo tratara bien, me daría las pistas que estaba buscando. Cerré los ojos y miré al suelo. Luego de un tiempo, agarré la papa y la contemplé.
Entonces le di una mordida.
—Esta mierda no es una papa…