5
—¡Han!
—¡Sen! ¿¡Estás bien!?
El guardia más joven se encontraba aprisionado debajo del peso de una de las ramas más gruesas. Atrapado contra el suelo, el guardia no lograba cubrir toda la ofensiva de los violentos árboles. Pero eso no era para nada lo que ocupaba su mente.
—¡Han! ¡El extranjero…! —llegó a escupir desde su posición, inclinando su cabeza para dirigir al guardia más grande en otra dirección.
El hombre siguió con sus ojos la posición indicada, la posición sugerida del extranjero que poco le importaba. Lo único que pudo discernir, entre toda la vegetación y los latigazos del campo de batalla, fue un waruki tirando sus ramas fuera de la zona de combate.
Se encontraron en una emboscada. Un claro perfectamente circular rodeado de warukis, árboles depredadores, que habían ocultado su presencia adrede. Aíto se pudo encargar fácilmente del primero, un chasquido de sus dedos y todo el cuerpo del vegetal era incinerado. Pero Aíto era un solo hombre, sus enemigos eran 6 monstruos. Monstruos que usualmente se encuentran completamente aislados y, por su territorialidad, viven de uno en uno, separados entre sí; monstruos que eran probablemente lo peor que se podía encontrar en el bosque.
El hecho de que hubiera tantos reunidos a semejante proximidad parecía un muy mal chiste del destino. Mientras más entraba en años, todos esos cuentos de Balance y los lotos protectores sonaban más y más como cuentos para niños. Si había dioses en este mundo, ellos definitivamente no estimaban a los humanos lo suficiente para protegerlos.
El hombre morrudo corrió al rescate del guardia más pequeño. Ya había perdido a uno hace tan poco; moriría antes de perder otro.
—¡Han…! ¡Yo estoy bien…! ¡Aíto está con nosotros! ¡Sigue al extranjero! —como para complementar las palabras del guardia, un potente fogonazo se pudo escuchar al otro lado del campo. Aíto se había encargado de otro.
—¡Sen!
El joven lo miró con tanta determinación que pareció juntar lágrimas en los ojos.
—Sigue. Al. extranjero.
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El hombre aplastó sus dientes y se dio la vuelta en dirección al integrante faltante del grupo de cacería. Eso también era parte de sus responsabilidades.
Otro fogonazo acompañó su marcha.
6
El árbol me arrastró violentamente a través de matorrales, piedras y otros árboles. Me encontraba completamente indefenso. Una de mis manos no podía generar fuerza para resistir y mi otro brazo había quedado casi inutilizado por el daño que recibí anteriormente. El árbol era lo suficientemente astuto para aislarme del resto de los combatientes y atenderme en una sesión personal.
Una vez me colocó entre una roca y el tronco de un árbol no-malvado, el monstruo afianzó su agarre y comenzó a escalar por mi pierna, llegando a mi cintura. Invoqué toda mi fuerza para extraer la cuchilla del portador de mi cinturón, sin mucha idea de cómo utilizarla para defenderme.
La rama escaló hasta mi cuello y entré en pánico. Primero intenté empujarla de mí con mi brazo derecho, no había caso, el árbol era mucho más fuerte que yo. La rama empezó a enrollarse por mi cuello como una boa constrictora y yo le clavé el cuchillo en la sección tirante que no se encontraba pegada a mi cuerpo. El cuchillo rebotó inútilmente en la superficie.
No esperaba que fuera tan ineficaz.
La rama siguió y siguió escalando hasta llegar a tapar completamente mi boca. Mis vías respiratorias estaban casi completamente atascadas.
Me hundí en un profundo pánico. “Voy a morir” Era algo que se repetía desde mi inconsciente y hacía temblar a todo mi cuerpo. Comencé a golpear con mi mano mala y mi mano destrozada al cacho de madera que tenía en mi boca, apenas logrando hacerlo mover, pero nunca despegándolo de mi cuerpo. No podía pensar en lo que hacía. Mis manos se movían de manera furiosa, brusca, sin importar el inmenso dolor que me ocasionaban todos y cada uno de los golpes.
Durante toda esa desaforada contienda, un crujido de vegetación que resonó en la cercanía se sintió como un alto para la pelea que estaba librando por mi vida. Mis ojos rojos se movieron en dirección a la fuente del sonido. Lo que me encontré se asemejaba a un ángel guardián.
Por el camino de donde el árbol me había extraído, en un relieve más elevado, la figura de un hombre grande encandilaba toda la oscuridad que, tan repentinamente, me rodeaba.
—¡¡¡MMM!!! ¡¡¡MMMMMM!!! —No podía producir palabras, pero podía hacer entender la situación y el pedido que estaba haciendo.
El hombre me miró por encima unos segundos y se aferró a su lanza. Su sola presencia fue un terrible alivio. Verte aislado y con tu vida amenazada te hace sentir una inmensa soledad. La presencia de cualquier persona sería capaz de enmendar eso. El hombre se paró allí arriba unos segundos, o quizás unos instantes que se sintieron como segundos. Su inacción me alarmó, enfoqué mi mirada en su rostro.
Mis ojos se abrieron cuando vi la mueca en su cara, o mejor dicho, la falta total de una.
No era resignación. Ojalá lo hubiera sido. Era apatía. Gélida, congelada, apatía.
—¡¡¡MMMM!!!!! ¡¡¿MMMM?!!! ¡¡¡MMMMMMMMMM!!! —le supliqué cómo pude al hombre desde mi débil posición.
La rama me tapó la nariz. El hombre se dio la vuelta y se retiró en una tranquila caminata.
Me dejó solo.