4
Y descansé. Por un tiempo, descansé. Pasé tiempo en la cama intentando dormir. Mira o su sirvienta me traían algo para comer, y por la noche me daba un baño caliente. Fue muy placentero. Después de haber sufrido por la falta de todas estas comodidades, poder disfrutarlas repentinamente era hermoso.
Sin embargo, había dos cosas que no soportaba: El inodoro, que era solo un agujero en el suelo; y los cepillos de diente, o mejor dicho, la completa falta de ellos. Lo único que me ofrecían eran unos palillos que se debían raspar por los dientes. No eran lo más óptimo, pero al menos tenían algo de utilidad; no podía quejarme por esto después de haber recibido tantas cosas.
El hábito de pasarme los palillos por la boca se había vuelto constante; me sentía mal si no lo hacía. Estaba haciendo eso, raspando mis dientes con los palillos de la boca, cuando algo irrumpió en la pacífica vida que me habían obsequiado por unos días; comenzando con un golpe en la puerta.
—Adelante —me tuve que quitar el palillo para contestar.
Mira entró por la puerta con la sonrisa de siempre en su rostro.
—Necesito que vengas conmigo por unos minutos.
—Por supuesto.
Con esta mujer, obediencia militar.
Me levanté, vestido con la toga del pueblo que, sorprendentemente, resultaba bastante cómoda para dormir; parecía haber sido diseñada con esa función en mente, aunque no sabía si era intencional o casual.
La seguí, bajando las escaleras. La casa era un cúmulo de pasillos largos y estrechos que conectaban a distintos espacios no muy grandes. En el centro de todos estos pasadizos, en el corazón de la casa, había un jardín interior muy bonito. Era verdaderamente una casa grande y lujosa. No había electrodomésticos (tragedia), pero todas las carencias eran suplidas con alguna otra herramienta casera.
Mira me llevó hasta la entrada, y entonces me encontré con una cara que ya conocía.
—¿Eh?
—¿Qué…? —respondió la persona que estaba del otro lado, que parecía tan confundida como yo.
—Esta es la persona que estás buscando, ¿no? Aquí está. La estuve cuidando estos últimos dos días —dijo Mira.
Todo mi cuerpo saltó y se endureció.
—Mira… ¿Qué significa esto?
El hombre entró a la fuerza a la casa y me agarró de los brazos antes de que pudiera reaccionar.
—Tengo que llevarte al cuartel —dijo con firmeza.
Era un hombre que había visto una vez. El hombre de apagado pelo azul, esta vez sin el farol en la mano. Tenía que haber una razón para esto, ¿no? Mira tenía que tener un objetivo. Ella no… me vendería al enemigo. Ella no haría eso.
—Ella nunca confirmó que no era del pueblo —una voz dentro de mí señaló.
Era cierto. Cuando le pregunté, había esquivado la respuesta hábilmente. Pero ella no podría hacer esto, ella me ayudó, me escondió. Ella no era así.
Miré hacia un costado, hacia la cara satisfecha del hombre y la expresión ennegrecida de la sirvienta.
—¡Mira! —la llamé mientras la miraba a los ojos. Más que una mirada era una súplica. Ella no era parte del pueblo, no podía serlo. El guardia empezó a empujarme hacia fuera, pero yo no podía despegar mis ojos de la cara de Mira.
—¡Mira! ¿¡Qué es esto!?
¡Mira! ¿¡Por qué tu cara no cambiaba!? ¿¡Por qué esa sonrisa se mantenía en tu rostro!?
—¡Mira!
¿Acaso fue todo una mentira? Cuando me trataste, cuando me diste un baño, cuando me alimentaste, cuando te reíste conmigo, ¿acaso todo eso fue una mentira? Empecé a forcejear con toda la fuerza que tenía. El joven, que parecía bastante delgado y en un todo débil, me mantuvo en mi lugar sin permitirme mover un centímetro.
—¡¡¡Mira!!!
Mira me dejó ir.
5
Ya había sido suficiente.
Me rendí. Si tenía que morir en este pueblo, estaba bien por mí. ¿A quién se le ocurriría una historia tan macabra? La primera persona en el pueblo que me trata bien, y en un instante me abandona.
El hombre me arrastraba y los pueblerinos me escupían al pasar. No me resistía. ¿Para qué me iba a resistir? Si uno de ellos me apuñalaba en ese momento, no me importaría en lo absoluto. Ya no me quería resistir más…
—¿Por qué no esperaste? —el hombre que me llevaba le dijo algo a alguien, no podía ver a quién—. Oye. Te estoy hablando. ¿Por qué no me esperaste?
—¿A mí?
—Sí, es una pregunta. ¿Por qué no me esperaste cuando pasaste por mi casa?
—No entiendo. ¿Esperar a qué?
—Entré a buscar ropa, volví unos minutos después y ya no estabas. ¿Por qué no me esperaste? —me dijo levemente exasperado.
¿Ropa? Cuando fui a la guardia, él me cerró la puerta en la cara. Nunca me dijo que espere, nunca dio un indicio de que me quería ayudar.
—Es mentira. No me ibas a dar ropa. Toda la gente en este pueblo es igual. Igual de miserables.
No me importaba si no era lo mejor para decir, los odiaba, y quería que conocieran mi odio.
—No es mentira. Solo tenías que esperar unos minutos —suspiró—. ¿Por qué viniste a este pueblo?
No contesté. No le iba a dar más palabras, a nadie de este pueblo se las daría.
—No tiene sentido. Pedir ayuda a la guardia y luego matar a uno no tiene ningún sentido. Para que te quede claro, yo no creo que tú seas culpable; tengo buen instinto para reconocer ese tipo de personas. Aun así, no me queda claro, ¿por qué fuiste al bosque? ¿Cómo llegaste aquí? Nadie del pueblo te vio entrar, eso no es normal.
No le iba a contestar.
…
Llegamos a la casa de la guardia bajo un coro de abucheos. Algunos niños me tiraron piedras, por suerte no muy grandes, una de ellas me impactó al costado de la cabeza. Me dolía un poco, pero no me sentía mareado. Entonces comencé a sentir líquido escurriéndose por mi oreja. El guardia me metió en su casa y me sentó en el piso limpio de madera, cerca de la entrada. Tocó mi cabeza y manchó la punta de sus dedos con un poco de sangre. Al ver el líquido, sacudió la cabeza negativamente y se marchó a otro lado de la casa. Incluso los niños de este pueblo eran peste. El guardia regresó.
—Sen y Han volverán pronto. Van a percatarse de lo sucedido a través de la voz del pueblo. Tú deberías cuidarte. Déjame aplicar una compresa por la herida antes de que lleguen, no tenemos tiempo para hacer operaciones más complejas.
El hombre así dijo y así hizo, envolviéndome la cabeza con una tela un par de veces hasta que sentí que mi cráneo estaba a punto de colapsar, luego hizo un nudo y así la dejo. Preparó una taza de té y se sentó en la mesa frente a mí. Este pueblo carecía de sillas, por lo que estábamos a la misma altura. Dio un sorbo a su bebida y soltó un suspiro cansado antes de decir:
—No sé cómo evitar que te maten.
El guardia no me ató las manos; creo que se dio cuenta de que no iba a ofrecer resistencia. Lo único que hizo fue dejarme en el suelo y sentarse a mi lado.
Odiaba a este pueblo. No quería dejarle ni una palabra más, ni una oración más. No se merecía mi presencia, ni la de nadie con buenas intenciones. Si fueran destruidos por un desastre natural, no me importaría en lo más mínimo. Todas y cada una de las personas que vivían en él estaban podridas: las que evitaban hablarme, las que me hostigaban con sus miradas, el verdulero que me engañó, el niño que me trató como una rata, la guardia que me ignoró, el vendedor que me determinó un ladrón, los villanos que me inculparon, que me escupieron, que me lastimaron; pero, por sobre todos… la chica que me traicionó. Los odiaba tanto que no podía ni soportarme a mí mismo aquí. Los odiaba tanto que sentía que no me podía quedar sentado…
Pero tenía una pregunta. Tenía una duda, algo que no podía entender desde que llegué, algo que no me dejaba dormir, algo que me asustaba, que sembraba dudas por todo mi ser cuando intentaba recuperar esas memorias que había perdido. Era una pregunta que me daba miedo, que me ponía triste, que me frustraba y que no quería entretener. Con la garganta quebrada, hice mi pregunta, en la remota chance de que la persona con la que estaba la pudiera responder.
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—¿Por qué me odian a mí?
Yo tenía miles de motivos para resentirlos a ellos. ¿Pero qué hice yo? ¿Cómo los había injuriado? ¿Cómo los había ofendido? ¿Los lastimé? ¿Los provoqué? ¿Los maltraté? ¿Por qué me odiaban? ¿Era mi apariencia? ¿Mi origen? ¿Mi nombre? ¿Mi familia? Si yo ni siquiera poseía esas cosas. No poseía el bloque fundacional más mínimo de la identidad de una persona, pero, incluso así, me odiaban. ¿Por qué era eso? ¿Acaso tenía que odiarme yo también? ¿Acaso el curso natural en este mundo era odiarme?
—Nadie en este pueblo te odia. Odian lo que le hiciste, o lo que creen que le hiciste, a Hise —me respondió.
Esa no era una respuesta satisfactoria.
—Eso es mentira… Desde que llegué, ignoran mis palabras. Desde que llegué, me lanzan esas miradas acusatorias; de miedo, en el mejor de los casos; de rechazo, en la mayoría; y de desprecio, en una considerable cantidad. ¿Acaso formo parte de una familia que este pueblo aborrece? ¿Acaso mi apariencia es considerada inadmisible? Por favor, cuéntenme lo que hago mal, así lo enmiendo, así lo soluciono. Yo no puedo recordar nada de mí mismo, no tengo idea qué es a lo que le temen. Así que por favor, cuéntenme…
—No ha- ¿No puedes recordar nada de ti mismo? ¿A qué te refieres?
—Desperté en el bosque cerca de este pueblo. No recuerdo nada antes de eso. No recuerdo mi nombre, ni de dónde vengo.
El hombre pareció ponderar intensamente lo que acababa de decirle.
—¿A eso te referías cuando me dijiste que no sabías cómo llegaste aquí?
—Sí… No estaba mintiendo… ¿De qué me serviría mentir?
—Hm… Esto sí es un problema.
La puerta se abrió de un golpe ensordecedor.
—¡Aíto! ¿¡Dónde está el extranjero!?
Antes de que alguien llegara a contestar, el hombre que entró por la puerta me agarró del cuello y golpeó mi nuca contra la pared.
—¡Lo voy a matar! ¡Y lo voy a llevar afuera para que todo el pueblo pueda verme haciéndolo! —El guardia del que me escapé entró con una expresión de ira absoluta. En su otra mano tenía una lanza ominosa que levantó todo mi vello corporal en un escalofrío. Mi cuerpo entendió de inmediato el peligro.
—Sen.
—Aíto, no me interrumpas, esta vez no voy a permitir que lo hagas —le dijo en casi un susurro antes de voltearse de nuevo hacia mí—. Tienes lastimaduras en todo tu cuerpo, ¿eh? ¿Te las hizo Hise? ¿Te apuñaló como tú lo hiciste una y otra vez? Animal.
Toda su expresión dio un giro drástico cuando sus ojos se encontraron con los míos, pasando de un fuego peligroso a un frío absoluto. La cara del hombre era la de alguien que me veía como cualquier cosa menos un ser humano.
—¿Y? Responde.
Esos ojos buscaban una respuesta y amenazaban con actuar si no la encontraban.
Yo tuve tiempo para responder, me dio tiempo para que encuentre una respuesta adecuada y le convenciera de no llevar a cabo sus amenazas. Quizás por debilidad, quizás por cansancio, decidí quedarme callado.
Entonces se acabó el tiempo, y el hombre actuó, girando su lanza y aplastando el filo contra mi mano en el suelo. No respondí. No hice, y pagué las consecuencias.
—¡¡¡AGHH!!!
—¡Sen!
—¿Lo apuñalaste con esa mano? ¿Hise gritó como tú lo estás haciendo ahora? ¿Se resistió, como tú estás haciendo ahora?
¡Me ardía! ¡Me quemaba! La hoja atravesaba la venda y luego mi piel, escarbaba profundo en mi mano. El guardia hacía girar la punta en la herida para amplificar el dolor y no sabía cómo evitarlo. No sabía cómo hacer que pare. No sabía cómo hacer que se detenga.
—¡¡¡AHHH!!!
—¡Sen, basta!
—Sen, basta —una voz más se unió a la conversación. En la puerta abierta apareció la figura musculosa del guardia que trajo el cuerpo al pueblo, y a su costado…
Sen retiró la lanza de mi mano, desparramando sangre por todo el suelo de madera. Apenas el ardor salió disparado de mi carne, corrí a sostenerla con mi otra mano. El guardia, con una tranquilidad que no había demostrado en ningún otro momento, agarró un pañuelo que estaba al lado del té en la mesa y limpió la punta de su lanza con él.
—¿Y, Han? —preguntó Sen—. ¿Cuál es el plan?
—Heki pidió una audiencia, junto a los familiares. Ese es el mínimo de justicia que podemos ofrecer. Supongo que no tienes problemas con esto, Aíto.
El guardia que me trajo negó con la cabeza, consintiendo, pero claramente descontento.
—¿Y qué tal si mejor lo matamos en este momento? Todos sabemos cómo irá la audiencia. Ya sabemos el resultado. ¿Por qué esperar? —dijo, apuntando de nuevo la lanza hacia mí.
Me cubrí con las manos y comencé a temblar involuntariamente. Sangre se desparramó en mi cabeza desde la herida abierta. No podía respirar del dolor que aún sentía.
—Un poco de paciencia, Sen —el grande puso orden de nuevo.
—¿Quién es esa? —preguntó el guardia, bajando la lanza.
¿Por qué estaba ella aquí?
—Fue la que hospedó al extranjero estos días. Se llama Mira.
El guardia, Sen, apuntó su lanza contra la joven.
—¿Está con el extranjero?
—Vino hace algunos días, por la entrada —me miró a mí—. Dice que se encontró con el extranjero en el pueblo.
—¿Entonces? ¿Quién la invitó?
—No quería traerla, pero ella…
Mira hizo una reverencia.
—Mi nombre es Mira Inovatio. Y es natural que intente defender a mi empleado, ¿no?
Aíto y Sen reaccionaron con sorpresa ante la información. Sen parecía más confundido que otra cosa.
—¿La historia no era que lo encontró en el pueblo? ¿Cuándo se convirtió en su empleado?
—Se convirtió en mi empleado en el momento que aseguré su inocencia —respondió Mira.
Sen levantó la lanza de nuevo.
—¡Han! ¡No me importa si su apellido es Inovatio, Mercor, Noka o Kiokai! ¡Si está del lado del extranjero, es un enemigo!
—Hablaron de justicia, ¿no es cierto? Yo solo quiero que se cumpla. Y espero que sepas el peso de tus palabras. Yo no ensuciaría el nombre de mi familia protegiendo a un criminal, ¿entendiste? —su forma de hablar cambió de nuevo, su tonalidad mucho más agresiva; pero eso no me importaba para nada.
Mira había venido a protegerme. Iba a cumplir con su palabra. No me había abandonado, no me había traicionado. Dijo la verdad y nunca dio indicios falsos.
—¡Mira!
Me acerqué a ella como un perrito lastimado, arrastrándome en el suelo.
—¡Mira! ¡Pensé que me habías abandonado!
Entonces, el guardia de la lanza me aplastó contra el suelo con su pie. Me doblé del dolor, pero no aparté mi vista de Mira, no había forma de que lo hiciera. Ella me sonrió desde arriba y negó con la cabeza, indicándome que me quedara en el sitio.
—¡Primero! —dijo, con una cualidad instructiva. Mira comenzó a poner orden en la sala a su manera—. Me gustaría ver el cadáver, si no es mucho pedir; esto es fundamental.
—¿¡Quié- —Sen comenzó a quejarse, pero fue interrumpido.
—De acuerdo.
Aíto parecía satisfecho con el cambio en el rumbo de la conversación. Guio a Mira hacia otro lado de la casa, aparentemente donde estaba el cuerpo.
Han, con la compostura de un militar veterano, se sentó en la mesa y ordenó:
—Ya deja eso, Sen.
Sen me dio una apretadita más contra el suelo de cortesía y me dejó allí para pararse a un lado de la sala abrazando su lanza.
—¡No sé si escucharon la coartada del chico! —Mira comenzó a gritar desde algún lugar en la casa, dirigiéndose a los guardias presentes en la entrada conmigo—. ¡Pero, según él, caminó hacia el bosque por un acuerdo que había hecho con un vendedor del pueblo! En el bosque-
Parecía que… ¿Estaba haciendo fuerza de algún tipo?
—¡En el bosque encontró el cadáver del guardia, y dijo que, encima de él- había lo que- sin saber ni siquiera su nombre, describió perfectamente como un chaeki!
Aíto entró a espaldas a la sala cargando una mesa, del otro lado Mira parecía estar haciendo mucha fuerza, pero su lado de la mesa estaba inclinado hacia el suelo. Llegaron y pusieron el mueble en el medio de la sala, encima de la mesa estaba el cuerpo cubierto por muchas sábanas de un hombre.
—Fuh- ¿Hace cuánto tiempo no hacía un poco de labor física? —dijo Mira, secándose la frente con el dorsal de su mano, una sonrisa aliviada en su rostro—. Ni siquiera revisé el cadáver de este hombre, pero he visto varios ataques de chaekis; aun así, lo que estoy haciendo es una apuesta algo arriesgada —me miró con una sonrisa, y después ordenó—. Vean sus piernas.
Aíto fue el primero en seguir lo que estaba insinuando Mira.
—Los chaekis suelen atacar incapacitando las piernas de sus presas. Si Hise verdaderamente fue atacado por un chaeki, la evidencia debería encontrarse allí —reportó concentrado el de pelo azul.
—Tch. El extranjero pudo haber simulado las heridas de un chaeki. No significa nada.
—Ni siquiera vimos el cuerpo. ¿Tan poca confianza tienes en tu hipótesis? —dijo Mira con una sonrisa.
Sen la miró de manera peligrosa.
—Escucha, Inovatio, si perturbamos el cuerpo de Hise sin un buen motivo, no te lo perdonaré; y me encargaré de que la ejecución de este sujeto se lleve a cabo de la manera más ágil posible.
Los hombres descubrieron el cadáver en la zona de las piernas. Yo ya había visto las heridas que tenía allí, las que atravesaban el pantalón; era el momento de que el resto las descubriera. Mira estaba haciendo su trabajo.
—Las heridas están; son brutas y accidentadas. Podrían haber sido producidas fácilmente por un chaeki —dijo Aíto con cautela analítica.
—Ciertamente —continuó Han.
—Qué idiotez —era obvio quién iba a estar en contra—. El extranjero las fabricó luego de matarlo y la Inovatio está en liga con él. Hay muchos problemas con la excusa del chaeki. Para empezar, Hise se fue al anochecer cuando desapareció. Los chaekis no actúan de noche, solo de día; después de eso, está el problema de que los chaekis nunca andan solos. Viven en tribus, los asquerosos desgraciados.
—Existen chaekis especialmente agresivos que son exiliados de su manada; estos exhiben comportamientos anormales. Es muy posible que uno de esos sea el culpable —aclaró Mira.
—Más allá de eso, él es el gran problema en esa historia. ¿Quién sería tan idiota para caminar por el bosque de noche sin conocimientos de cacería? ¿Por qué no tenía ropa? ¿Por qué tenía el cuchillo de Hise? ¿Por qué no vino al pueblo por la entrada?
—Eso lo tengo que reconocer, la historia del chico es bastante enrevesada; sin embargo, yo terminé creyéndole, y es por eso que voy a decir la verdad que me presentó el chico. Tomen esto como un acto de buena fe, porque si estuviera buscando la forma de quitarme el problema de encima lo más rápido posible, elegiría mentir; inventar una excusa mucho más creíble por él y pintar una historia más convincente. Ciertamente, soy capaz de eso.
—Gracias por darnos el privilegio de no mentir. Ahora, di la maldita excusa antes de que decida terminar la audiencia en este momento.
—El cuchillo lo encontró antes de llegar al cadáver, no hay muchos problemas con eso. La parte extraña de su historia es lo que sucedió antes de eso —Mira hizo una pausa y Sen vociferó su impaciencia—. Él asegura, y tengo muy buenas razones para creerle, que perdió las memorias, y no recuerda nada de lo que sucedió antes de llegar al pueblo.
Sen la miró incrédulo, primero a ella, luego a mí.
—Ja. ¿En serio? Ja, ja, ja. ¡Han! ¿¡Oíste eso!? Ja, ja, ja. ¡El extranjero es un amnésico! ¿¡De qué me estaba preocupando!? ¡Será la audiencia más rápida en la historia del pueblo! —Sen terminó de reírse y cambió completamente su expresión y tono para hablarle a Mira a la cara—. Escucha. No me importa que seas realeza minashita o que seas nobleza del Imperio del Oeste, no te permitiré hacer lo que quieras en mi pueblo. El extranjero se quedará aquí hasta tener su audiencia con el cacique, luego morirá.
—Te debería importar que sea realeza minashita. No sé si te enseñaron de pequeño a no meterte con personas con ese título; pero quiero que sepas que este pueblo sigue existiendo única y exclusivamente gracias a mi familia —dijo eso y miró a Han. Yo no sabía de qué estaban hablando. No sabía qué significaba ser “realeza minashita”. Parecía que la familia de Mira era importante—. Pero pienso capitular. Dejaré que se queden con mi empleado hasta la audiencia con el cacique. Claro, luego de revisar que sus heridas estén apropiadamente enmendadas.
Aíto levantó la voz, haciendo que Sen lo mire con desprecio.
—Limpiaré la herida. Estás invitada a permanecer aquí por el tiempo que desees.
Mira respondió con una reverencia y una sonrisa. Una sonrisa que, ahora me daba cuenta, era absolutamente terrorífica. No era una sonrisa pura e inocente. No era una sonrisa tranquila, exhibida por felicidad. Era una sonrisa autoritaria. No, esa no era la palabra correcta. Era la sonrisa de un patrón. Era una sonrisa pedante, pero una completamente justificada en su pedantería. Era una sonrisa que estaba adornada por unos ojos que parecían que todo lo veían. ¿Quién era esta persona?