1
Las estrellas no podían verse más brillantes. La luna parecía un enorme reflector que iluminaba todo lo que se encontraba debajo. Incluso aquí, bajo la masa de agua que distorsionaba todos mis sentidos, el cielo robaba con fuerza toda mi atención. Uno pensaría que lo primero que intentarías al despertar bajo el agua sería escapar al aire inmediatamente; sin embargo, eso no fue lo que ocurrió.
Como cuando uno es sorprendido al escuchar la voz de un cantante de ópera; como cuando uno encuentra un cuadro de pintura de técnica tan increíble que le hace preguntar: “¿Cómo lo hizo?” La formación del cielo era así de impresionante. La sensación espesa del agua a mi alrededor y la pequeña incomodidad en mis ojos se sentían apropiadas para el momento, como si estuviera pagando el precio por permitirme disfrutar de semejante panorama.
Mi cuerpo llegó a tocar el fondo de la cuenca donde caí, las luces en el cielo se convirtieron completamente en manchones borrosos, fue entonces que desperté de la conmoción y recuperé un poco de mi cordura.
—¡Puagh!
El agua era poco profunda, pude subir a la superficie en dos o tres brazadas. Y lo que no tenía en profundidad tampoco lo tenía en anchura; pude escalar a tierra firme sin tener que nadar. Básicamente, me había sumergido en un río diminuto. Un, muy transparente, río diminuto. La razón por la cual estaba en ese predicamento escapaba de mi saber. A decir verdad, muchas cosas escapaban de mi saber en este momento. Por qué estaba aquí era una de esas incógnitas que no podía cerrar, pero también podríamos incluir a la lista: “¿Dónde era «aquí»?”, o podíamos darnos el lujo de cambiar el tema e inquirir directamente: “¿Por qué estaba desnudo?”
Me senté en el suelo al lado del río. Podría fácilmente haberme escandalizado por lo poco que sabía de mi situación actual, ponerme a llorar y a gritar, pero no tenía ganas de hacer eso. Además, las preguntas que tenía eran tantas que se mezclaban en mi cabeza y, entre incoherencia e incoherencia, terminaba tan abrumado que sentía que podía deshacerme totalmente de ellas y aceptar mi nuevo estado de incertidumbre como algo natural. Era como una Ventana de Overton de mi conocimiento; de pronto, la idea de “no saber nada” se volvió aceptable e incluso atractiva. El “Quiero saber todo de lo que me está pasando en este momento” era una idea extremista, idealista y, francamente, propia de un ignorante, quedando el “Quizás podría saber al menos por qué estoy desnudo” como un brillante punto medio.
Para estirarme, realicé un movimiento un poco raro con el torso y me percaté de algo. Había algo que me molestaba, algo físico. Toqueteé mi pecho hasta que mis dedos rozaron un objeto de sensación metálica.
—¿Huh? —Miré hacia abajo y me desconcerté al encontrar una joya extraña colgando de mi cuello.
Lo agarré para analizarlo mejor. Era dorado, redondo y del grosor de una brújula común. No tenía idea cómo había llegado ahí; no recordaba poseer nada parecido. Tampoco sabía si era de oro o de una aleación metálica dorada. Lo manoseé hasta que sentí una hendidura en medio del metal. Intenté abrir la pequeña cápsula con cuidado hasta que repentinamente se abrió de un brinco como un resorte.
—… ¿Qué carajo?
El lado desde la hendidura que se abrió estaba hueco, pero el otro lado era sólido, tenía un marco dorado y dentro de él había lo que solo podía describir como una pantalla. La pantalla simplemente iluminaba de azul, pero era un azul con texturas, con olas, como un mar visto de arriba. Toqué la pantalla para ver si era un dispositivo táctil, como un reloj inteligente o algo similar, pero no respondió a nada. Solo mostraba un fondo azul que se movía. Intenté tocar los costados por si había un botón, continué toqueteando el dispositivo de todas las formas que se me ocurrían hasta que me rendí y volví a cerrarlo. No sabía si era un regalo que me habían hecho, un rastreador o una aletiómetro mágico que revelaba la verdad; pero sabía que era la única pista para entender lo que me estaba pasando. Por otro lado…
—Haaa.
Algo que no podía entender era cómo el simple aire libre se sentía tan bien. La temperatura era agradable, probablemente hubiera dicho que era perfecta, si no fuera por el hecho de que todavía estaba mojado. El viento acariciaba suavemente todas las esquinas de mi cuerpo con una frescura que me hacía querer echarme a dormir ahí mismo y disfrutar la sensación. El aire era probablemente el más limpio que había aspirado en toda mi vida; podía sentir cómo me llenaba de energía con cada inhalación. Pero el que se llevaba la medalla de oro en estimulación de sentidos era la obra de arte, el vistazo al reino de los dioses, que era el brillante firmamento allí arriba. ¿Siempre se había visto tan hermoso el cielo? No recordaba haber tenido una vista tan clara de él. Un baile de colores, formas y luces era en este momento. El cielo estaba totalmente despejado, por lo que las únicas nubes eran los arcos de la Vía Láctea a través de los cuales emergían las cientos de constelaciones. No podía poner un dedo meñique en el cielo sin tocar una estrella, así de repleto estaba.
Una vez me sentí satisfecho con la observación estelar, decidí que tenía que gastar al menos un poco de mis recursos en intentar solucionar la situación. Mi primer movimiento fue mirar a mis alrededores. Solo había verde, ya sea pasto, arbusto o árbol; verde en fin. No sirvió de mucho. Realmente no tenía idea qué hacer, así que me sentí satisfecho con caminar por la orilla del río. En el caso de que la suerte estuviera de mi lado, eventualmente encontraría algo con vida, algo que no tenga ganas de morderme, arañarme, envenenarme o convertirme en una pasta roja.
Y así caminé y caminé, por un camino que parecía simplemente repetirse una y otra vez. En cierto momento dejé de taparme las partes íntimas con las manos, acto que al re-analizarlo me comenzó a parecer progresivamente más estúpido. Tal vez era porque era de noche, pero no me cruzaba ni a un mísero animal. Había varios insectos definitivamente. Cuando estaba sentado en el suelo anteriormente se habían tomado el gusto de deleitarse picándome el trasero; pero peces, liebres, conejos, pájaros, murciélagos, ciervos o cualquier otro no-invertebrado estaba completamente desaparecido de la historia. Dios se habrá olvidado de colocarlos en esta zona del mapa, o quizás los programadores de la simulación.
La vegetación no era muy espesa. Había arbustos con frutos, árboles, y todo tipo de flora que habitaba próxima a la superficie, pero solo en cantidades que uno esperaría de un bosque, quizás incluso un poco menos de eso. Las inmediaciones del río estaban básicamente peladas. Algo que en este momento me convenía claramente, podría recorrer mucho más terreno si no estaba siendo constantemente abusado por los caprichos de la madre naturaleza.
Sin embargo, los árboles que sí había eran algo ominosos: El oscuro color de su madera; sus frondosas melenas, bailando al compás del viento, chocándose entre sí y produciendo ese inquietante sonido que establecía el marco armónico de la noche; todo me generaba una sensación de peligro, como si mi cuerpo supiera que no debía estar aquí. Pero era una sensación de peligro que se producía en la ausencia de algo, es decir, no estaba precisamente preocupado porque escuchaba ruidos siniestros o por la posibilidad de ser atacado por un animal. Lo que más me intranquilizaba era el sentimiento de desamparo, de soledad. En ese sentido, el miedo que sentía podía considerarse lógico y a la vez no tanto. Había una ansiedad racional y un pavor esotérico.
Cómo sea, seguí caminando. Tenía que reconocer que cada paso profundizaba el agujero en el estómago que venía sintiendo desde que desperté. Pronto iba a tener que ahorrar en metáforas chistosas para aliviar la situación. Todo ser humano tenía su límite; pongámosle un límite arbitrario al mío a los 2 kilómetros. Si no podía encontrar nada en 2 kilómetros, empezaría a preocuparme.
…
… Quizás mejor pongámoslo a 3 kilómetros.
…
… O a 5.
…
Por un segundo, pensé que era una especie de meteorito o llamarada solar; por lo que, por un segundo, creí que mi muerte estaba asegurada. Pero, cuando recuperé la racionalidad y escuché el sonido característico que vino con un ligero retraso, me di cuenta:
—¿Un fuego artificial?
Hoy no iba a ser el día del fin del mundo; podía respirar aliviado. Podía respirar con más alivio aún cuando mi cerebro confundido se percató de que, si había un fuego artificial, había algo que lo había artificial-izado, lo que significaba personas. Repentinamente, el agujero en mi estómago se hizo mucho menos profundo y recuperé un poco de actitud en mis pasos. Sabía mi dirección; sabía mi objetivo, más o menos; lo que no sabía era dónde estaba mi ropa, pero ya veríamos cómo solucionar ese asunto. Un paso descalzo a la vez.
2
La maraña de árboles y arbustos se desenredó, y eventualmente llegó a su fin. Di un paso y me encontré en un claro dentro del bosque. La visibilidad finalmente se abrió, permitiéndome descubrir la fuente de la llamativa señal que me atrajo.
—Wow.
Qué vista. No estaba observando al cielo esta vez; estaba viendo a los mortales que habitaban a su voluntad, más precisamente un asentamiento de ellos: un pueblo pequeño. Lo que inmediatamente destacaba eran los enormes arcos que se desprendían de los tejados de todas las casas. Pintados de negro, de rojo, y de ningún otro color. El color era vibrante, se notaba que la pintura servía un propósito o al menos tenía un significado, parecían pintadas con gran ahínco. Las casas en sí eran de madera, de no más de dos pisos y generalmente no muy anchas. Los edificios que no llegaban a ser casas, sino almacenes, establos u otros tipos de construcciones funcionales estaban hechos, al menos parcialmente, con piedra. Varios de los hogares tenían un espacio acoplado, con salida a la calle, que cumplía la función de tienda para los transeúntes del festival. Porque sí, era un festival. El lugar bullía de gente; todos los pueblerinos deambulaban por los caminos de tierra, visitando tiendas y jugando con fuegos artificiales simples. Todos, incluidos los niños, vestían unas especies de togas con colores apagados; asumía que era algo característico del festival.
Permeaba de la ciudad una suerte de alegría, la emoción que se sentía era palpable y me llegó a contagiar un poco. Sentía, de repente, que mi falta de ropa no era tanto un problema y que no me resultaría muy difícil encontrar ayuda por mi predicamento. Déjenme ser optimista, creo que estaré a salvo.
Sin embargo, no tenía ganas de que mi compañero juguetón de abajo fuera avistado, tampoco me fascinaba la idea de ser confundido con un nudista o un pervertido. Por lo tanto, decidí que entrar discretamente era la mejor opción; y eso fue lo que hice. El pueblo estaba construido en una inclinación; el lado del río era la zona más baja y a partir de ahí subía progresivamente hasta llegar a una gran colina con un templo de arcos encima. Todo era una estética muy… muy… -por algún motivo no podía recordar con claridad a qué estética se asemejaba. Definitivamente, me recordaba a algo, solo no podía definir qué.
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Finalmente, entré al pueblo subiendo por el desnivel del río. Lo que no tenía en planes bien pensados, lo tenía en ambiciones. Dios me salve, iba a conseguir ropa. Quizás, al ser la parte más externa del pueblo, casi no había gente; así que pude escabullirme a la parte trasera de un establo sin muchos problemas. Los caballos estaban en sus respectivas celdas; podía observarlos tranquilamente sin temer un cariñito de coz de parte de uno particularmente agresivo. Pensándolo bien, si alguien me descubría en este momento, definitivamente me arrestarían y mi reputación se vería manchada de por vida. No se necesitaba mucha inteligencia para saber que tenía que escapar del lugar lo más rápido posible.
Afortunadamente, la puerta del lugar estaba completamente abierta. Salí del edificio y atravesé una calle vacía, aterrado por la posibilidad de ser avistado. Me escondí en un callejón delante del establo. Fue allí, en ese callejón sucio, barroso y con una peste que sugería que desechaban cosas en las que prefiero no pensar, donde hice mi primer gran avance.
—No es precisamente lo que pensaba, pero…
Una tela. Una tela grande, mucho más grande de lo necesario para cubrir mi cuerpo. ¿Sucia? Sí. ¿Vieja? Sí. ¿Con agujeros? También. ¿Olorosa? También… Me amargué a mí mismo pensando en sus “cualidades”, pero no era quién para quejarme. Ese cacho de tela irá sobre mi cuerpo. Abrí y estiré el trapo y me lo enrollé alrededor del cuerpo. La textura dura y algunas veces mojada se sintió asquerosa; pero, mirándolo de otra forma, la presión del ropaje me proporcionaba una cierta calidez que desesperadamente había estado buscando. Mi chiquito ahí abajo todavía tenía demasiada libertad para sentirme cómodo; sin embargo, por el momento, esto servirá…
¿Y ahora qué tenía que hacer? Ropa adquirida, creo que lo mejor en este punto sería preguntarle a alguno de por aquí por el lugar en que estábamos, en un principio, y tal vez luego pueda incluso osar a preguntar dónde podría conseguir ayuda. Sí, eso era lo que haría. Quizás no era el mejor de los planes, pero, ya no me importaba un carajo eso; la precaución no había sido tirada al aire, había sido disparada al espacio exterior. Para este punto estaba muerto de hambre, quería apurar las cosas de manera inmediata.
—Hola, señora, ¿podría ser tan amable de decirme el nombre de este pueblo?
Inicié una conversación con la primera mujer que parecía más o menos inofensiva; tenía un poco de nariz de bruja, verruga incluida y todo, pero eso no tenía por qué significar nada de su personalidad, ¿o no?
La señora me miró, con miedo. Primero abajo, luego arriba de todo. Y entonces, sin decir una palabra, se marchó a una caminata demasiado apurada. ¿Tanto miedo le di? Es decir, soy joven, tengo una complexión entre delgada y muscular tirando más hacia delgada, también mido unos sanos 180 centímetros. Creo que, si lo pensábamos lógicamente, sí podía hacerle daño a una anciana si quisiera, pero intenté ser lo más respetuoso posible. No sabía qué más podía hacer para convencerla de mi inofensividad. Ah, creo que el aspecto: “ropa” era importante.
—Disculpe, señor, ¿sabe cuál es el nombre del pueblo dónde estamos? —dije con una sonrisa forzada en mi rostro.
Si no lo podía conquistar con esto, no lo podía conquistar con nada. Desafortunadamente, el hombre decidió que la respuesta más apropiada para mi inocua pregunta era murmurar algo entre dientes que no llegó a mis oídos y pasar de largo chocando nuestros hombros. ¿Acaso toda la gente de este pueblo iba a ser así de maleducada? Ya me estaba empezando a hartar de la situación, pero tenía que seguir tirando la caña al agua para intentar pescar algo, lo que sea.
—Disculpe, señor…
—Disculpe señora…
—Disculpen niños…
—Disculpen…
¿Qué era esta mierda? ¿Acaso todos se iban a comportar como unos miserables? Era una pregunta simple, con una respuesta simple, y aun así, ¿no les parecía adecuado responderme con una sola palabra? Con lo que sea, aceptaba insultos también, solo díganme algo; no tenían nada que perder.
—Señor, ¿sabe el nombre del pueblo en donde nos encontramos en este momento? —perdí un poco la paciencia y los modales, pero pregunté.
—… —¡Y el hombre increíblemente respondió algo!
Algo que se escuchó medio raro, extremadamente apagado, como si hubiera una pared entre nosotros. Creo que al caminar entre punto A y punto B en algún momento me había vuelto sordo.
—…
El hombre seguía y seguía hablando, haciendo expresiones histriónicas y gesticulaciones violentas. Honestamente, lo único que tenía en mi mente era que sería incómodo si para este punto le pedía que se repitiese, por lo que decidí complacerlo y asentir lentamente con la cabeza como si le estuviera entendiendo.
—¡…pero eso con tu madre!
Abrí los ojos sin querer cuando pude entender por primera vez lo que me estaba diciendo el hombre. Dejando de lado las posibles opiniones de mi madre que portaba el masculino al que nunca le había hablado en la vida, encontré en mí mismo que la idea de entablar una conversación, al menos breve, estaba en mis mejores intereses.
—Perdone mi falta actual de ropa; me robaron todo menos este pendiente justo antes de entrar al pueblo. A decir verdad, no era mi intención tomar este camino, pero me desvié en la ruta. ¿Me podría decir cuál es el nombre del pueblo, para ubicarme?
Ni yo me creía capaz de encadenar tantas mentiras juntas, pero mira, ahí te va.
—Oh… Ya veo… Bueno, este es el pueblo de Choura. Nos encontramos en el festival de primavera en este momento, por lo que el pueblo no está actuando de manera muy “regular”, por así decirlo. Si no te han robado todas las monedas que tienes, entonces puedes rentar o comprar un caballo de los establos; ese es el servicio que nunca se detiene.
¿Caballos? ¿Lo mejor que tenía para moverme era un caballo? Bueno, era verdad que estábamos en un pueblo de unas 200 personas que no lucía muy desarrollado, no estaba del todo sorprendido- ¿Qué diablos estaba pensando, igual? No tenía dinero. La idea de alquilar el caballo ese que me ofrecieron era tristemente un lujo que no poseía.
—Deberías avisarle a la guardia de lo que te robaron. Estoy seguro de que ellos podrán… hacer algo al respecto. Especialmente si te hicieron alguna otra cosa, deberías avisarles…
—¿Alguna otra cosa? —no entendía a qué se refería, por lo que pregunté.
—Sí. Em… No creo que haya ninguna persona así en Choura, somos por lo general gente buena… Pero tampoco nos creía capaz de robar, así que, si te hicieron cualquier otra cosa…
No entendía de qué hablaba, pero sentí innecesario seguir preguntando. Por otro lado, había algo más importante para sacar de lo que me acababa de decir.
—¿Hay una estación de policía?
Había una guardia. Supongo que debería haberlo pensado desde antes. Si había policía en el pueblo, entonces tenía a alguien que me podía ayudar. El alivio se sintió como una ducha caliente después de pasar una semana en la nieve.
—No sé a qué te refieres con eso, pero la guardia está en el centro de la ciudad, antes de llegar a la plaza. Es la casa roja.
Le asentí tan intensamente al señor que terminé haciendo una reverencia. Ahora verdaderamente podía decir que tenía una dirección y un objetivo. ¡La ropa todavía no!
Lo primero que hice fue visitar, a través de las miradas curiosas, la estación de policía de la ciudad.
3
El camino de tierra era mucho más amigable con los pies de lo que uno pensaría. Se notaba que tomaban mucho cuidado del estado de las calles de la ciudad. La gente me veía como si fuera una especie de extraterrestre, probablemente por mi elección curiosa de vestimenta. Pero la verdad es que yo debería estar viéndolos como unos extraterrestres. Ninguna, nadie, cero, personas de la ciudad tenían un color de cabello común que no sea castaño. No había rubios, que ya por lo general no son muy comunes, pero tampoco había morochos, que eso sí me extrañó bastante. Tenía que ser algo de la tradición del pueblo. Tal vez era parte del festival, porque parecía que teñirse era la moda del momento. Había gente con el pelo azul, verde y rojo; pero no parecían querer destacar porque los colores que escogían eran bastante apagados, nada brillante y conspicuo. La teoría a la que arribé, por lo tanto, era que en este pueblo la tradición dictaba que el pelo negro era de mala suerte o algo similar, y a su vez tenían una fuerte distribución de genes que favorecían el castaño. Entonces, cuando una desviación del color común ocurría, el procedimiento habitual era un tratamiento de teñido, eso explicaría los colores anormales que había por aquí. Eso, a su vez, explicaría la cantidad de atención que estaba recibiendo.
Ya era hora de dejar de hacer teorías conspirativas e intentar resolver mi situación- Finalmente había arribado a lo que probablemente era la estación de policía de la ciudad. Era una casa como todas las demás, pero totalmente pintada de rojo. Francamente, estaba buscando algo que se destacara un poco más. Pero me parecía que ningún edificio de este pueblo se alejaba de la arquitectura hegemónica del lugar.
Parado frente a la puerta de la estación, el agujero en mi estómago comenzó a tomar una tonalidad distinta. Antes de que me pusiera nervioso de más, decidí golpear de una vez la puerta. Golpe, golpe. Esperé unos minutos, nadie contestó. Golpe, golpe, golpe. Decidí esperar un poco más, nadie contestó de nuevo. Quizás estaban esperando adentro. Intenté abrir la puerta; el picaporte no era una manija, su única función era empujar y tirar; pero la puerta estaba cerrada.
—Bueno.
No era como si hubiera algo más que hacer, por lo que me senté delante. ¿Me habría equivocado de casa? Revisé las cercanías, pero no había ningún edificio pintado de forma similar.
Justo cuando comencé a dudar y empecé a pensar que le había tocado la puerta a un aldeano inocente, alguien me habló.
—¿Por qué no estás vestido? —fue lo que dijo la voz de una figura que todavía no había registrado visualmente. Una voz extremadamente suave, pero masculina.
Giré mi cabeza y me encontré con otro de los pueblerinos de pelo teñido, esta vez de un azul oscuro.
—Hola. Estoy esperando a la policía —le contesté a través de los nervios a la primera persona que inició conversación conmigo en el pueblo.
No me caracterizo por ser un hábil conversador. Si alguien me encuentra particularmente locuaz, es porque le estoy mintiendo.
—Esta casa es mía —dijo con simpleza.
Estaba vestido con el traje tradicional del pueblo. Tenía un farol en su mano izquierda. Claramente, no era la policía, o al menos no creía que lo fuera. Faltaban muchas cosas para que lo sea, un uniforme mínimamente. Sin embargo, en el caso de que verdaderamente sea su casa, sería descortés obstruir su entrada de esta forma, por lo que necesitaba zanjar esa duda.
—Si esta es tu casa, ¿dónde se encuentra la guardia del pueblo?
—Esta es mi casa, y también es la guardia del pueblo. Ambas cosas no se contradicen.
—¿Eh?
—Mi nombre es Aíto, soy parte de la vigilancia de este pueblo. Mi casa funciona como la base para la guardia. Ahora te pregunto, ¿por qué no tienes ropa puesta?
Parecía que no estaba mintiendo con eso de ser el guardia, pero, en mi mente, todavía no encastraba la información, principalmente por lo joven que lucía. Ahora, pensando en su posición en el pueblo, no parecía muy sabio mentir como lo había hecho con el otro señor. La mentira era de patas cortas, si él decidía hacerme una pregunta de más, quizás no tenía forma de mentir adecuadamente. Y si me descubría en el acto… ya no sabía qué podía pasar.
—A decir verdad, me desperté sin ropa, tampoco recuerdo cómo llegué aquí. Necesito ayuda.
—¿No recuerdas cómo llegaste aquí? ¿Qué sucedió? ¿Fuiste atacado?
—No lo sé.
—No serás un visitante borracho, ¿no?
Me sentí levemente ofendido.
—¿Parezco borracho?
El hombre no respondió de inmediato, solo me miró de arriba a abajo lentamente. Volviendo a percatarme de mí mismo, miré hacia el “atuendo” que tenía puesto en el momento
—Pareces un vago de la calle —fue lo único que respondió.
No tenía con qué tirar abajo esa noción. Haber sido derrotado en esa pequeña interacción me entristeció de alguna manera, no sabría decir por qué.
—¿Me puedes ayudar? —pregunté como último recurso.
El hombre suspiró, bajó el farol y, sin decir una palabra, puso la llave en su puerta y entró. Cuando cerró la puerta detrás de él, la realidad de que había sido rechazado se hundió en mí. Entonces, por primera vez, dejé que la ansiedad ganara un poco de cancha, y junto a ella la acompañó un poco de tristeza.
Me levanté del piso y seguí el camino de la calle hasta la plaza. Era el centro de la ciudad, quizás había algo esperándome…