1
Sentí algo aplastando mi mejilla, con cuidado pero con un propósito evidente de incomodarme. Dejé escapar un quejido. Mis ojos se sentían como las persianas de seguridad de una tienda; no había forma de que reuniera la fuerza suficiente para abrirlos.
—Pip. Pip. Pip —una voz tierna apenas alcanzó mis oídos.
Abrí mis ojos lo menos que se podían abrir, solo para verificar qué era lo que me estaba sucediendo.
—Tu vello facial está un poco crecido, ¿quieres afeitarte?
La chica que conocí ayer estaba sentada en una silla al lado de la cama, hablándome con total confianza.
—Hola… —intenté responder, pero wa… Mi voz estaba destruida, completamente áspera. Todos los padecimientos que fui acumulando a lo largo de estos días se combinaron con mi voz mañanera y terminó saliendo algo con la dulzura de un papel de lija sin estrenar.
—Oh. ¡No tenía idea de que había rescatado a un guerrero asediador del sur! —dijo con tono jocoso.
Y yo no tenía idea a qué se refería con eso.
—¿Qué…? —mi voz seguía siendo áspera y apenas salía de mi garganta.
—Uh. Me da cosquillitas cuando hablas, por favor, sigue —respondió, claramente burlándose. Su objetivo era despertarme y lo había conseguido con mucho éxito.
—… Gracias —expresé sinceramente, dejando que mis sentimientos más profundos salieran a través de mis palabras.
Cuando la veía, mi corazón se llenaba de calidez. Cuando hablaba, sentía la obligación de escuchar.
—Ehmm… —mascullé.
No sabía cómo se llamaba. Me parecía que sus sirvientes habían mencionado su nombre, pero todos mis recuerdos de ese momento eran confusos y difuminados; como los recuerdos de un día encamado por una fuerte gripe.
—Ohh… Tendría que venir a despertarte todos los días… ¿Qué ocurre?
Sus chistes estaban llegando demasiado lejos, y no pude evitar que se me escapara rubor por las mejillas.
—Tu nombre… No sé cómo llamarte.
—Mi nombre es Mira. Tienes todo el permiso de utilizarlo. Es más, te invito a usarlo en este momento. A ver, ¿mi nombre es…?
Cerró los ojos y acercó su oído a mí como para disfrutar la experiencia de lo que iba a venir.
Una parte de mí no quería darle el gusto de rematar su chiste, sea cierto lo del placer o no; sin embargo, otra parte de mí quería complacerla y evitar arruinar su humor a toda costa.
—Mira…
—Ohhh… —se inclinó un poco hacia arriba, como si un cosquilleo hubiera escalado por su espalda.
Apreté mis labios antes de continuar. Tenía algunas palabras que quería decir sí o sí.
—Gracias, Mira… Por todo lo que hiciste… Desde que llegué a este pueblo estoy solo, sin nadie que me ayude; fuiste la primera persona que genuinamente me tendió una mano. Gracias, Mira… Profundamente, gracias…
Ella recibió lo que dije con una enorme y orgullosa sonrisa. Por dios, no había tenido tiempo para verdaderamente apreciarlo cuando la conocí, pero era una mujer increíblemente hermosa. Tenía un pelo castaño sedoso que llegaba un poco más abajo de sus hombros. Unos ojos carmesí que, a pesar de su tinte oscuro, ella hacía brillar con su actitud, con la energía de sus expresiones. Rojos… Nunca había visto ojos de un color similar; tenían que ser un derivado del marrón, un marrón profundo. Su apariencia, su postura, irradiaba felicidad, o quizás mejor dicho, complacencia: una complacencia nacida de su capacidad y la confianza que tenía en esa capacidad. En ese aspecto, se sentía inalcanzablemente madura.
—¡De nada! Ehm…
Entendí fácilmente lo que estaba inquiriendo. Mi nombre; el nombre que no sabía. Bajé la mirada y dije en un lamento:
—No recuerdo mi nombre…
—¿Oh? ¿Cómo puede ser ese el caso? —preguntó con curiosidad y un deje de desconfianza.
—No recuerdo… Nada… Desde que desperté hace unos días en las cercanías de este pueblo no puedo recordar nada. Lo único que tenía conmigo era este colgante —agarré mi pecho y me percaté en ese mismo instante que no tenía el collar conmigo—. ¿Eh…?
—¿Este colgante? —dijo, levantándolo a la altura de sus ojos—. Es muy hermoso. Nunca había visto uno con estas enmarcaciones. Obviamente, no pertenece a ninguna familia real de aquí. Hay varias familias de nobles de la región que usan flores como símbolo, pero no esta flor.
No tenía idea de qué estaba hablando.
—Ya veo…
Parecía que el pendiente había vuelto a ese estado de flor que me hacía dudar de mi sanidad. No tenía la energía para ponerme a preguntar sobre eso; mucho menos quería que Mira pensara que estaba loco, así que solo pretendí haber entendido lo que dijo.
—A decir verdad, si esa historia de que perdiste tus recuerdos es cierta, eso explicaría un par de cosas —dijo con un dedo en el mentón—. Además, pareces alguien honesto.
No estaba muy seguro de eso.
—… Yo no me consideraría honesto.
—Solamente alguien honesto admitiría su falta de honestidad. Más puntos para ti.
Ja.
—Tienes demasiada confianza…
—Puede ser. Estás en una situación muy complicada, ¿no es así?
La chica me recordó lo que había sucedido. Junto a ese recuerdo, burbujeó en mi memoria y en mi corazón el enorme sentimiento de ira que había ido acumulando contra los nativos del pueblo. Me resguardé un poco. Esta joven, a pesar de lo bien me había tratado, era parte de la gente que me había maltratado; no quería pensar así de la persona que me había salvado, por lo que me aferré a la pequeña posibilidad de que ese no fuera el caso. Había algo en la mujer que no encajaba con el resto de la gente: Todos, la guardia incluida, estaban vestidos con esa toga larga; ella llevaba un vestido de colores rojo brillante y marrón, un vestido completamente distinto.
—Mira —la chica tembló con una sonrisa cuando repetí su nombre—, ¿Eres nativa de este pueblo?
La mujer sonrió.
—¿Y qué pasaría si lo fuera?
Miré al frente. Mantuve mi honestidad porque sentía que se lo debía.
—Probablemente te odiaría.
—Oh. ¿Por qué? —preguntó, sin perder el tono feliz en su voz.
—Desde- —se me hizo un nudo en la garganta. Tragué mi angustia y continué—. Desde que llegué a este pueblo, todas las personas me trataron como basura. Me miran como si estuviera fuera de lugar; ni siquiera me dignifican con una palabra. Nadie me ofreció ayuda; me trataron como poco más que un parásito, una inconveniencia. Y ahora, con esto último que ocurrió…
—¿Qué ocurrió?
—¡Yo no fui! Yo no hice tal cosa. Yo nunca había visto un cadáver en mi vida ni siquiera… Lo único que hice fue caminar al bosque… Tenía hambre, no sabía qué hacer… Todos me veían como si fuera… algo horrible…
—¿Por qué fuiste al bosque?
—Un vendedor del pueblo me convenció para que le trajera unos frutos —esa era toda la verdad. Y lo único que conseguí por eso fue un vegetal raro que apenas sirvió de sustento.
—¿Pero fuiste solo?
—Mi sentido de la orientación no es malo. No me pierdo fácilmente. Además, solo planeaba seguir el camino del río.
La chica suspiró.
—Pero ese no es el problema. ¿Fuiste solo, sin acompañantes? ¿Sabes cazar, al menos?
—¿Cazar? No planeaba cazar. Solamente necesitaba recolectar los frutos, nada más.
La chica suspiró más fuerte aún.
—Dijiste que no sabías tu nombre. ¿Qué puedes recordar?
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—… Nada. Solo recuerdo información. Recuerdo lo que es una casa, pero no tengo memorias de haber estado en la mía; ni siquiera recuerdo cómo era la mía. No recuerdo a mi familia. No recuerdo… nada.
Puso una palma en su frente y me preguntó:
—Sabes que el bosque es peligroso, ¿no?
La elección de la palabra “peligroso” me pareció curiosa. Era tan peligroso como podría ser cualquier bosque; con serpientes y con una facilidad peculiar para perderse. No era más peligroso que morirse de hambre.
—¿Por qué lo dices? ¿Hay algo en el bosque? ¿Osos? —el segundo que lo dije, la imagen pasó como un destello por mi mente.
Lo había bloqueado totalmente, el visaje del enano marrón ese. Tuvo que ser… una especie de alucinación producida por el hambre o el cansancio. No tenía sentido.
—¿Osos? No, no hay aquí. Pero entrar en el bosque sin compañía es estar cortejando la muerte.
¿De qué estaba hablando?
—¿”Cortejando la muerte”? Es un bosque alrededor de un pueblo, no una cordillera recóndita.
Mira pareció encontrar lo que dije extremadamente gracioso. Rio por un momento y luego dijo:
—No entiendo para nada la naturaleza de tu pérdida de memoria, ¡pero realmente eres increíblemente interesante! Chico, ehmm… Bueno, luego solucionaremos el tema de tu nombre; pero, chico, déjame decirte que los bosques tienen muchas razones para tenerles miedo. Tienes razón, una cordillera remota sería aún peor; pero, para alguien sin entrenamiento, entrar a un bosque es entrar a un campo de guerra. Lo realmente increíble es que no te hayas encontrado nada en el camino; eso es lo verdaderamente curioso.
—De hecho, el bosque estaba notablemente silencioso. No me encontré ni con un pájaro. Pero…
—¿Pero?
—Bueno… La verdad es que quiero asumir que simplemente tuve una alucinación, algún tipo de engaño mental por el hambre y el miedo. Pero, cuando estuve allí, sí vi algo…
—¿Sí…?
Tragué. Decidí ser honesto.
—Era… Una criatura… Una especie de enano, pero deforme, como un duende… Marrón. Con un cuchillo oxidado en la mano. Absolutamente inhumano… Nunca fui alguien que creyera en esas cosas, pero juro que no estoy loco. Estaba encima del cadáver de un hombre… Del hombre que me inculparon de matar… Se vio increíblemente real, pero… si realmente fue una alucinación… Estoy dispuesto a aceptar eso como cierto.
Me retraje a mí mismo. Tenía miedo de que pensara que estaba loco. Me daba vergüenza también estar revelando un fruto de mis pesadillas, una imagen que me iba a atormentar para siempre. No creía en las supersticiones, esas cosas me parecían estupideces. Sabía que lo que había visto no era real; pero, sin embargo, lo había visto.
—Ah. Un chaeki —dijo con total naturalidad.
——¿Qué?
—Un chaeki. Lo que te encontraste fue un chaeki. Probablemente, fue lo que mató a ese guardia, también.
—Un… ¿Chaeki?
—Sí. Un chaeki. Parecía un enano que se cayó por las escaleras y se le aplastó la cara, ¿no? Era un chaeki —esa descripción calzaba a la perfección—. Lo raro es que estaba solo. Usualmente van en bandas. ¿Le viste una lastimadura?
—¿N-No? Digo, me parece que estaba manchado con sangre, pero…
No lo había podido ver con tanto detalle, estaba aterrado.
—Bueno. Es entendible. Estuviste confundido, todos estos días —dijo con una sonrisa, mirando al techo como si estuviera pensando en algo.
Tenía algo atorado en mi mente, algo que se adhirió como un pedazo de carne entre los dientes.
—Mira… —se me escapó una palabra mientras reflexionaba.
—¿Sí?
Mira. Chaeki. Choura. Idioma. ¿De dónde vienen estos nombres? ¿Qué idioma? ¿Qué idioma estoy hablando?
—¡¡¡AGH!!! —mierda, otra vez.
Era como una traba. Algo estaba evitando que llegara al fondo de las cosas. Había una intención, ¿quizás era un bloqueo intencional? El pendiente-
—¿¡Qué pasa!? —Mira se asustó por mi arrebato repentino.
—Mira. El colgante… Pásame el colgante…
Extendí la mano y ella me pasó el collar de inmediato. Lo abrí, el color era gris, como mis ojos. Sentí un alivio inexplicable al confirmar el patrón. Poco después, el dolor desapareció.
—¿Qué ocurrió? —Mira estaba entendiblemente confundida.
—Nada… Tengo migrañas. Cuando recuerdo algo, me dan fuertes dolores de cabeza. El pendiente me tranquiliza.
—Oh. ¿Sí? ¿Qué recordaste?
—Esta vez no recordé algo, tanto como que me di cuenta de que algo estaba mal. El idioma. ¿Qué idioma estamos hablando?
—¿Idioma? Huh. Estamos hablando en kaigango, la lengua de Kiokai. Estamos en Kiokai, por cierto. No sabías ni siquiera eso, ¿eh?
—¿Kiokai?
—Sí, el país más al este del continente central. Dudo fuertemente que seas de Kiokai, pero puedes hablar el idioma, algo de relación con este reino tenías.
¿Kiokai? Eso no era un país que existía. Había algo terriblemente mal.
—¡Mira! ¿Qué es un “chaeki”? ¿Cómo lo conoces?
—¿Eh? —la asusté un poco al gritar—. ¿Chaekis? ¿Quieres que te cuente sobre chaekis? Bueno, habitan en mayor parte del continente central; desde el centro hasta el sur. No toleran climas fríos, pero tampoco muy calurosos. Usualmente, viven en manadas y cazan en conjunto las presas que encuentran indefensas. Son más carroñeros que cazadores, sin embargo. Pero pueden utilizar herramientas simples como armas. En invierno suelen esconderse en cavernas. En el Imperio del Oeste y en el continente del sur, a menudo se les utiliza en arenas de gladiadores. Bárbaros —lo último lo dijo con un deje de desestimación, pareció una apreciación personal de ella.
Pero, ¿qué era esto?
—¿Por qué lo describes cómo si fuera un animal?
—¿Al chaeki? ¿Porque lo es?
—No, no, no. Eso no es una cosa de este mundo. Es un críptido, una criatura paranormal; no existen tales animales en el mundo
—¿Eh? Sí existen. Tú lo has visto.
¿Por qué decía cosas tan estrafalarias como si fueran sentido común? Mi cabeza empezó a arder nuevamente. Había algo tan obvio de lo que no podía darme cuenta. Algo que estaba totalmente fuera de lugar y que haría que todas las piezas cayeran en su lugar, algo a lo que se me estaba impidiendo acceder.
—Hablamos mucho. No quiero decir que no lo haya disfrutado, definitivamente amo tu voz en este momento. Pero originalmente había venido a avisarte que tu baño había sido preparado. Lo lamento, pero probablemente ya esté frío. Solo intenta lavarte bien la suciedad en tu piel. Luego de tu baño comeremos juntos, ¡sí! —la última exclamación la acompañó sonriendo y levantando ambos brazos, haciendo una celebración.
—Perdón, Mira, por hacerte tantas preguntas.
—No pasa nada, tú eres el que se bañará en agua fría, así que no me siento particularmente la víctima.
—Y gracias por todo lo que hiciste por mí.
Me sonrió.
—De nada —y con eso se retiró de la habitación.
Gracias, Mira.
2
—Lo voy a matar.
—No podemos estar del todo seguros de que haya sido él.
En el único edificio rojo del pueblo, dos guardias estaban inmersos en una acalorada discusión. Ambos vestían la misma ropa, pero el aura que irradiaban no podía ser más distinta; uno de una llamarada intensa, un fogonazo peligroso, puntiagudo, que podía lastimar a cualquiera que se acercara demasiado; otro de un tranquilo lago, una cuenca pacífica e imperturbable, que daba la bienvenida a aquellos que merodeaban y necesitaban refugio.
—¿¡En serio estás diciendo eso, Aíto!? ¡Él escapó! ¡Hay incluso dos testigos! ¡Es basura extranjera! ¡Es el bastardo que mató a Hise!
—Hay algo que no tiene sentido.
El hombre exaltado perdió la paciencia y, antes de que su ira lo llevara a hacer algo estúpido, se contuvo dándose la vuelta y apartando la vista de él.
—Cobarde… —dijo para liberar un poco de lo que contenía.
—Solo intento hacer las cosas bien.
—¡No! ¡Solo intentas hacer las cosas como un cobarde! ¡Qué tal si tú vas y le cuentas a la familia de Hise cómo tenemos que tomarnos un tiempo porque “no podemos estar seguros” de que fue él!
—No hay honor en la falsa justicia.
—¡Hay honor en darle un cierre al sufrimiento de su familia! ¡Al sufrimiento de nuestro pueblo! ¿Acaso quieres llevar a cabo un juicio en la Corte Real contra un vago de la calle? ¿¡Eres idiota!?
—No soy idiota, y entiendo que eso no es una opción real; pero hay otras formas de darle una solución a esto.
—Rechazar una solución y no ofrecer una propia es terriblemente soberbio, ¿no? Crees que tienes la razón; actúas en un pedestal de la moralidad, pero no haces nada para respaldar tus palabras grandiosas y tus actitudes jactanciosas. En el fondo eres un cobarde… Un idiota y un cobarde.
—Tengo mis razones. Que pienses que te hablo desde un pedestal habla más de tu inseguridad que de mi arrogancia. Yo quiero darle alivio a Hise tanto como cualquier otra persona del pueblo, pero hacerlo asesinando a una persona inocente es algo que no pienso aceptar de ninguna forma.
—¡Maldito-!
—Ya basta —una tercera persona se unió para interrumpir a las voces enemistadas—. Sen, tengamos un mínimo de racionalidad, no podemos ejecutar en la calle al primer extranjero que se aparezca. A la larga, como pueblo, y punto de comercio, eso es un lujo que no nos podemos dar —miró al segundo—. Aíto, de igual forma, tenemos que encontrar al extranjero. Es un hecho que está escondido en el pueblo en este momento, es un peligro y si no actuamos ahora mismo, pecaremos de ineficaces. Heki nos ordenó actuar ahora mientras podamos.
Los dos destinatarios se sintieron satisfechos con la mediación que recibieron y reanudaron su operación, sin mirarse. Sen, el más entusiasmado en actuar, fue el primero que habló:
—Entonces, Han, ¿qué sigue?
Aíto le siguió.
—No nos queda otra que revisar casa por casa, ¿no?
Han asintió.
—Dividámonos.
3
—Ahora: ¡Amm…!
—Puedo comer solo.
A pesar de mis palabras, acepté el gesto otra vez, y comí de la cuchara que me presentaba la chica. Soy un ser humano imperfecto, sufro ante la tentación.
—¿Pero no es mejor así? A los enfermos hay que cuidarlos hasta que tengan una recuperación completa. Además, estoy muy contenta con lo bien que ya luces. Me encantaría que estés en perfecto estado. Y mientras sigas teniendo la voz ronca, me voy a sentir recompensada —lo último lo dijo terriblemente rápido.
La sirvienta nos miraba con algo similar a ternura; el hombre, por otro lado, se encontraba en el extremo opuesto y no podía ocultar la indignación que sentía por lo que estaba ocurriendo.
La comida consistía en una especie de tarta para ella, y una sopa para mí. Yo no me quejaba. Ni en lo más recóndito de mi mente se me ocurriría quejarme. Cualquier plato de comida debería ser apreciado en mi vida, de ahora en más. Esta sopa era cálida y deliciosa, con gusto a cerdo, gusto a vegetal… Tenía todo lo que uno podía querer de una sopa. No había absolutamente nada de que quejarse. Ahora mismo sentía que el cielo no se podía distanciar mucho de lo que estaba viviendo.
—¿Te gustó la ropa? —Mira me preguntó.
Me prestaron una de las batas del pueblo para vestir, una negra. Me sentía un poco asqueroso, estando vestido con el uniforme del enemigo. Extrañaba mi tela, pero lógicamente entendía que esto era mejor.
—Sí, gracias —agradecí deshonestamente.
—Bueno. Igualmente, lo mejor sería que descanses; no puedes ir afuera.
—¿…Qué haremos con respecto a eso?
¿Tendría que irme a las escondidas? Incluso si logro escaparme del pueblo, ¿qué tendría que hacer con el tema de mis memorias?
—Debería ir a un hospital, ¿no? —sugerí.
—¿Para qué querrías ir a un hospital? No, tranquilo, yo solucionaré tu relación con el pueblo, de alguna forma u otra —habló como si lo que decía fuera natural. Como si solucionarme la vida, o tener la capacidad para hacerlo siquiera, fuera natural para ella.
—¿… Cómo?
—¡No te preocupes! ¡En este momento necesitas descansar! ¡Y comer, y descansar todavía más! —dijo en un cántico.
Qué extraña mujer. Abrí mi pendiente, hacerlo se comenzó a convertir en costumbre. Quería ver que tenía para decir de mí. Naranja, un brillante naranja. Lo cerré.
—La verdad, no entiendo nada de lo que está sucediendo; pero gracias, Mira.
—No es nada.
La sonrisa en su rostro me hacía sentir más naranja.