1
El instante que vi su figura aparecer por lo alto, por encima de todos nosotros, todo mi vello corporal se erizó. Se veía tan brillante como un relámpago, obstruyendo por completo mi vista. Por supuesto, esta era la primera vez que algo así me sucedía. Era impensable, absurdo. No tenía planes para esto, o fuera de esto. Me había colocado en este sitio como una muestra de reprensión propia, un castigo personal. “Esto fue tu culpa, ahora mira los resultados de tu descuido”, era el pensamiento. Era eso, o una forma de apaciguar la amargura; si me aseguraba del resultado lo más rápido posible y lo veía con mis propios ojos, entonces quizás sería capaz de aceptar la realidad mejor, eso también pensaba.
Cómo mucho, en el mejor de los casos posibles, el chico volvería a mí con el resto de los guardias, sin problemas. El resultado que esperaba desde un inicio, lo que mi corazón más añoraba. Pero sabía que eso era una expectativa demasiado positiva, irreal. Dentro de todos los resultados, ese fue el único “positivo” que logré prever.
¿Quién hubiera pensado? ¿A quién se le habría ocurrido? Que, incluso ante el mal accionar de las figuras antagónicas, él, aun así, volvería por su cuenta. Era imposible, una conclusión necia. Pero, de alguna manera, este chico de un valor incalculable que parecía yo ser la única en poder divisar, ese chico imposible vino a mí y trajo consigo un resultado imposible.
¿Cómo hizo? Si él no tenía ningún tipo de experiencia, como tampoco habilidad. Tenía todo en su contra, pero, a pesar de eso… ¿Cómo lo logró? Parte de mí deseaba que leyera mis pensamientos y que me respondiera: “Hice tal y cual”, “Estás ignorando el dato de X y de Y”, quería que me sentara en el suelo y con un tono didáctico me explicara cómo lo que estaba ocurriendo frente a mis ojos no era una incongruencia absoluta.
No entendía. No entendía nada.
El chico se tropezó y cayó rodando hacia mí.
Pero sí entendía una cosa, un sentimiento que ardía y atentaba con quemar la totalidad de mi corazón: Necesitaba tener a esta persona cerca de mí, necesitaba pegarla a mí, y poder ver todo su valor. No lo iba a dejar ir esta vez. No lo dejaré ir hasta que esté satisfecha, de eso estoy segura.
El peor obsequio para una comerciante. Un objeto cuyo valor solo ella puede reconocer. Su valor no se limitaba únicamente a la peculiaridad de su color de cabello, pero, en este momento, yo era la única capaz de entender eso.
Pero, entonces… Quizás… Si lustro el objeto, lo aclaro hasta ver lo que se encuentra más en el fondo de él… Quizás entonces yo no sea la única que pueda apreciarlo.
2
—¿Querías hablar de algo…? —pregunté, porque ya me estaba enervando un poco la situación.
Había concretado perfectamente ese acto de agallas, de hombría total, pero era solamente un acto; sinceramente, los guardias me aterraban.
—Quiero dejar unas cosas en claro —dijo Sen, sin mirarme.
Todavía estaba francamente aterrado, por lo que no tuve otra cosa que hacer que dejarlo continuar. A decir verdad, la proximidad del tacto se me hacía algo incómoda; especialmente teniendo en cuenta el hecho de que esta persona me había apuñalado.
—Para empezar, necesito que me digas la verdad de tu origen.
—No recuerdo-
—No esa estupidez de los recuerdos. Quiero que me digas la verdad.
Fuaaa. Qué incómodo. Esa era la verdad, ¿qué esperaba que le dijera? ¿Una mentira un poco más reconfortante? Hm. Digamos, no me gusta mentir, de hecho, me desagrada profundamente. Por lo que no quiero simplemente decir algo como: “La verdad es que vengo de un pueblo cercano, ji, ji, ji.”, eso simplemente no era cierto. No quería mentir, entonces, ¿qué le debería decir? Algo que él acepte, pero que, sin embargo, no se aleje de la verdad…
Quizás… simplemente… Debería ser totalmente honesto. Bajar todas las defensas autoimpuestas en mi corazón y decirle toda la verdad. Incluso a una persona que no me agradaba, decirle toda la verdad.
—No es una mentira… Y tanto es así que estoy completamente aterrado. A decir verdad, por momentos siento que estoy ocupando un cuerpo que ni siquiera es mío. No sé quién soy, no sé dónde debería estar, no sé en quién debería confiar. No entiendo nada de lo que está ocurriendo a mi alrededor… Ja, ja… Esto es un completo desastre… ¿Sabes…?
—¿Qué?
—Esta es la primera vez que veo tanta sangre. No me gusta la sangre, me desagrada. Y la tengo por todo mi cuerpo. Debería sentirme completamente incómodo, ¿no? Mis brazos no funcionan como deberían, mis piernas no se pueden mover bien, mi pecho arde y mi mente está completamente nublada. Debería estar completamente incómodo, ¿no?
El hombre se limitó a levantar una ceja hacia mí.
——Pero, aun así, no lo estoy. Todas estas incomodidades no se comparan al vértigo que siento en todo momento, a la impresión de sentir que ocupo un cuerpo que no es mío, o que estoy constantemente en un lugar en el que no debería. Completamente aterrado, solo. Si me quedo quieto por demasiado tiempo, no puedo evitar temblar, no puedo evitar el rechinar de mis dientes. Esto se lo mencioné a Mira y creo que incluso se lo mencioné a Aíto. Esa es la verdad, esa mala mentira es la verdad; esa estupidez. Pero incluso, aunque sea una ridiculez, un mal chiste, no puedo evitar sentirme aterrado.
—Realmente… No estás mintiendo, ¿no?
—Las mentiras suelen ser cómodas, suelen beneficiar a alguien, suelen existir para aligerar el peso de la realidad. Si esto fuera una mentira, sería una mentira muy cruel y autoimpuesta. No hay nada que me gustaría más, que esto fuera una mentira.
—Entonces… ¿Solo despertaste en el bosque, sin recuerdos?
—Realmente es así de simple. No hay un trasfondo más que agregar, no hay ninguna historia previa. Desperté en este bosque, me topé con el pueblo, actué como un idiota y casi me muero, Mira me rescató. Es tan simple como eso.
—Entiendo… ¿Entonces Hise…?
—No lo conocí. Solo encontré su cuerpo con el chaeki a su lado. Escapé aterrado porque nunca había visto un animal así.
—Hm.
Permanecimos un rato en silencio. Era el atardecer, pero, al estar limitando el borde del pueblo, las calles estaban casi completamente despobladas. El hombre era más bajo que yo, sin embargo, tenía marcas en la piel que lo hacían parecer mucho más maduro. Si tuviera que adivinar, diría que estaba cerca de los 25 años.
—Hise era un buen tipo —me dijo repentinamente.
—¿Qué?
—Era un buen tipo. Era irresponsable y parrandero, pero era un buen tipo, como Aíto. Él te habría ayudado, incluso habría intentado todo lo posible para amigarse contigo —me mantuve en silencio—. Pero yo… Lo arruiné todo. —dijo, frotando su cara con la mano—. Si no me interponía, su familia te habría tratado como un hermano, como lo hicieron con Aíto y conmigo… Pero lo arruiné todo… No sirvió para nada… ¿Qué conseguí? Que dolieran, que buscaran enemigos, que no puedan estar en paz… Es un error que no puedo ni siquiera enmendar… ¿Cómo miró a través de esos pequeños ojos y le digo que todo fue una gran equivocación? Lo que sea que le diga a ella, a cualquiera de ellos, no lo aceptarán. Y solo puedo esperar que ese odio con el que crecerán no se profundice, que no se vuelva más oscuro.
—Em…
—¡Ya sé, ya sé! Ya sé que no eres culpable. No soy tonto, cualquiera se daría cuenta. Aíto y Han lo saben también. Tengo muchos adjetivos negativos con los que etiquetarte, pero “asesino” no es uno de ellos. Francamente, luces un poco idiota para ser un asesino.
Ok.
—Escucha… Perdón, por lo de tu mano, y todo lo demás, también. Fue un error. Lo siento.
—Está bien, no es nada. Ahora me siento genial, y no siento rencor hacia ti particularmente.
—Ahora te sientes genial, seguro; pero en unos pocos minutos vas a desear estar muerto, créeme. Uno no le hace eso a su mano y simplemente sale impune de la experiencia.
—¿Qué mano?
—Las dos. Pero especialmente la izquierda. Esa parece que te la machacaron con un martillo, ¿qué demonios le hiciste?
—Ah… Déjame decirte…~
Le conté relatos de mis grandes hazañas al guardia.
3
Golpes en la puerta.
—¡Buenas noches! ¿Con quién tengo el placer?
—Buenas noches. Mi nombre es Mira, solo deseaba tener una pequeña charla con su marido, si es posible.
La mujer dio una sonrisa amplia y cortés. A pesar de su clara diferencia de edad, decidió seguir tratando a la chica como una igual.
—Por supuesto. Estamos comiendo en este momento, si no es un problema…
—Eso es perfecto, traje unos regalos para usted.
—Qué amable, pero no es necesario.
—Insisto.
La mujer ponderó un instante la situación, la joven podía ser fácilmente su hija. Era una extranjera, por lo que asumía que el asunto era uno que concernía al pueblo, pero no llegaba a adivinar qué tratos una niña como ella podría tener, o de qué estilo.
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—Bueno. Adelante.
La joven aceptó la invitación y se adentró a la vivienda, una vivienda cálida, el color oscuro de su madera aportaba a una sensación acogedora, los distintos y escasos decorados e inmuebles de dudosa calidad concebían un aire sincero y modesto. No era un lugar de pretensiones, era un simple hogar familiar.
—Por favor, acompáñenos a la mesa; mi marido se encuentra allí.
—Muchas gracias.
No era una casa grande. El pueblo estaba planificado de forma que la gran mayoría de sus viviendas mantengan un tamaño similar, algo no muy común en este mundo, pero tampoco fuera de lugar. Este hogar era uno como tantos otros, el tamaño podía albergar fácilmente a una familia de varios integrantes, pero no mucho más.
La mesa se encontraba en el suelo, como era costumbre en el lugar; en ella, había un hombre y un niño, uno en el regazo de otro, jugando entre sí. El hombre era de unos 40 años, el niño de tan solo unos 5. Era un caso particular el de esta persona. El paso de vida en este mundo era acelerado, las familias se hacían rápido y los padres eran jóvenes. Esto no se cumplía con el hombre en cuestión. Este hombre había tardado una considerable cantidad de tiempo en encontrar la madre de su hijo, y un buen puñado de años más en conseguir la descendencia en sí. Las razones para esto eran tan variadas como complejas, el balance entre su disciplina, sus responsabilidades y sus aptitudes personales fue uno muy difícil de mantener para él. No habían sido sus intenciones, ni mucho menos su deseo, pero fue lo que ocurrió en fin, y esto había sido aceptado por él hace un buen tiempo. Por eso, la posición de este hombre en el pueblo se podía considerar privilegiada… pero no del todo.
El hombre no se molestó en dirigir una mirada a su invitada, estaba muy satisfecho con permanecer jugando con la inocencia en su regazo, una sonrisa enorme adornaba todo su rostro.
—Han, llegó una invitada.
El hombre no contestó, pero no se apartó de la mesa. La madre aprovechó el momento para hacerse un sitio en la mesa y la joven siguió su ejemplo.
—¿Acaso esto es un asunto que debe ser tratado únicamente entre ustedes? —preguntó la madre del hijo, inquiriendo sobre la confidencialidad del negocio.
A Mira le servía su presencia, por lo que los invitó a permanecer.
—No, ustedes pueden quedarse.
—Ya veo. Bueno, ¿deseas cenar algo? Solo tenemos carne de cerdo y pan, de lo poco que nos queda del abastecimiento del mes pasado —la mujer preguntó con un tinte de preocupación ante la posible mala recepción.
—No es necesario. De hecho, traje obsequios para ustedes.
La joven produjo de un bolso un par de dulces locales que harían babear a cualquier habitante del pueblo. Tan solo era pan relleno, un alimento que, sin embargo, se podía calificar como muy evolucionado para la región.
—¡Oh! —exclamó el niño, de alegría, al ver los comestibles. La madre, por su parte, colocó una palma sobre su mejilla, sorprendida por el gesto.
3, 6, 9, 12. 4 para cada integrante de la unidad familiar.
—Son todos para ustedes. Deben comerlos rápido, sin embargo; no son muy duraderos.
—¡Muchas gracias, señorita Mira!
—No es un problema —dijo con una sonrisa escueta.
La mujer acomodó la pastelería a un lado y habló con un poco de preocupación:
—Pero… ¿Puedo preguntar a qué se debe este gesto? ¿Está segura que no desea hablar con mi marido a solas?
La chica sacudió la mano.
—No, no, no. Pueden cenar tranquilos. Yo me tomaré el atrevimiento de robar un poco de su tiempo con una charla, nada más.
—Cómo usted desee, señora Mira.
La joven le sonrió en respuesta.
…
Pasó un tiempo. El niño se acomodó a un costado para comer de su plato, el padre asistiendo con todo lo necesario y la madre ayudando con la comida que preparó. Mira se limitó a permanecer sentada en la mesa, sin producir una sola palabra.
Una vez iniciada la cena, cuando todas las personas habían, por lo menos, comido un poco de lo que había en la mesa, Mira levantó la voz.
—¿Cuál es tu trabajo, guardia? —fue lo único que pronunció. En un tono despojado de todo tipo de adornos; ni amenazante, ni feliz, ni nada. Era una simple pregunta.
El hombre permaneció sin dirigirle una mirada, consumiendo con simpleza lo que había sido impartido a él, ni más, ni menos, solo lo de él. Tardó unos segundos en terminar de procesar lo que tenía en la boca, no se aceleró y tampoco se demoró.
—Mi deber es proteger a los habitantes de este pueblo.
La naturaleza extraña de la conversación había asustado al hijo y a su madre, pero ellos parecían estar completamente conformes con lo que se estaba discutiendo.
—¿Tan solo eso?
—No. También debo asistir al cacique en todo lo sea requerido de mí.
—Eso puede conllevar muchas responsabilidades.
—Yo lo considero un trabajo común.
—Entiendo.
…
—¿Seguro que desea que permanezcamos en la mesa? —preguntó la mujer, sin entender el rumbo o el origen de la conversación.
—Quédese aquí —ordenó la joven.
Entonces hubo una pausa, acompañada por un largo silencio. Suficiente tiempo entre medio para que, poco a poco, se volviera a la comida. Con una incomodidad mucho más profunda que antes, pero otra vez, se volvió a la comida.
—¿Recuerda lo que dije en la audiencia con el cacique? —preguntó la joven.
—Sí —respondió así porque no era necesario especificar. El hombre recordaba todas sus palabras en esa audiencia.
—¿Recuerda lo que le mencioné en nuestra conversación personal?
—Sí —la respuesta fue sucinta otra vez.
—Entiendo.
La chica permitió el espacio para otra pausa. El hombre, sin problema, continuó avanzando por su alimento sin detenerse un instante. La madre ya no se sentía del todo cómoda, y el niño estaba un poco asustado por el silencio y la actitud irregular de sus parientes.
—¿Usted quiere ir en contra mío?
—No.
—¿Contra mi familia, entonces?
—No.
—Entonces quiere ir en contra de su pueblo.
—Tampoco son mis intenciones.
—Entonces, ¿cómo puede explicar su accionar?
El hombre no contestó de manera veloz como en las ocasiones anteriores.
——¿A qué se refiere?
Mira no demoró en contestar.
—¿Por qué intentó destruir mi propiedad?
—…
El hombre, por primera vez, la encontró con su mirada, mas no eligió no proporcionarle una respuesta en el momento.
—Responda.
La mirada de la chica era fría, mucho más fría de lo que podría ser la del hombre.
—Todo mi accionar se encontró en el cuadro demarcado por mis responsabilidades.
—Falso. Fui muy clara al indicar que mi empleado debía ser protegido. Por lo tanto, incluso no ayudar constituye una violación del trato establecido. Trato establecido por mi persona con el pueblo. Por lo tanto, está faltando no solo a mí, sino al pueblo también.
—…
—¿Entonces qué? ¿Cuál es su defensa? ¿Qué podría justificar semejante error en su juicio? Dígalo. Dígalo en este momento.
—…
—Hm…
Ambos permanecieron en silencio nuevamente. El hombre volvió a desviar la mirada, pero ella se mantuvo firme.
Entonces la joven rompió el silencio.
—¿Qué haría si yo destruyera lo suyo?
El hombre giró rápidamente en su dirección, una mirada entre el terror y la amenaza.
—Y no me refiero a sus bienes personales; sino que a su esposa y a su hijo, ¿qué haría si los tomo por la fuerza?
—La mataría antes de que pudiera poner un pie fuera de esta casa.
—Intrépido. ¿Pero no es eso un poco hipócrita? Usted no tiene problema en destruir lo mío, pero protesta y gruñe cuando lo suyo está puesto en riesgo. Ese tipo de doble vara me resulta insoportable.
—Cualquier padre respondería de la misma manera.
—Ja. Quizás piense eso. Pero yo puedo jurar bajo mi nombre que, como hay padres como usted que aman a su familia, hay padres que aprovecharían la más mínima oportunidad para deshacerse de ellos.
—No es mi caso.
—¿A qué me refiero? A que su relación como padre puede tener valor para usted, pero para mí puede significar lo mismo que esos panes rellenos que están encima de la mesa. ¿Consideraría mi valoración injusta?
—Es inhumana, cualquier persona decente entendería que la relación de un padre con su familia es invaluable.
—”Decente”… “Invaluable”… ¿Quién puede determinar conceptos tan subjetivos como esos? Una persona “decente” para mí, podría ser un “asesino” para ti. Y algo “invaluable” para ti podría ser simple vuelto para mí. Por lo tanto, ¿por qué su relación con su familia es más importante que mi relación con mi empleado, alguien que estimo de un inmenso valor? ¿Por qué es una digna de ser protegida, y otra merecedora de ser despedazada? ¿No ve que es terriblemente injusto?
—No me interesa las vueltas que le dé. No va a conseguir nada haciendo esto.
—Cierto. Excepto que responda la pregunta. Su deber era proteger a mi empleado, ¿por qué faltó a su deber?
El hombre tardó en contestar. Tardó un buen tiempo. Pero la joven no se hizo apuro, simplemente esperó, con la misma mirada, la misma mueca y la misma posición.
——Toda mi vida- —contestó entre dientes, expulsando las palabras a la fuerza y con saña.
—Toda su vida, ¿qué? —inquirió sin miedo.
—Toda mi vida, la gasté siendo igual a ti. La desperdicié, pensando en lo que era “digno”, “injusto”, “merecedor”, “valioso”. Pensando en qué iba a hacer mañana, el día siguiente, y el mes siguiente. Pensando en qué iba a hacer por el vecino, por el anciano, por el de la esquina, por el otro del mirador, por el cacique, o por el pueblo. Cómo podía ayudar con la seguridad, con el comercio, con los extranjeros, con los nativos, con los animales, con el río o con las plantas. Intentando preservar las casas, los caminos, las tiendas y el templo. Intentando criar a un huérfano, luego a otro, luego a otro, luego a un niño revoltoso y luego a un anciano. Intentaba ayudar, pensando que era por “el bien del pueblo”, por “la seguridad de los vecinos”, quizás para “a felicidad de todos”; o tal vez, mucho más estúpido, por “mi dignidad”, “mi honor”, “mi orgullo”. Todas, todas y cada una, estupideces. Agachando cada vez más y más mi espalda, abriendo más y más mis brazos. Dejando tanto lugar para todos, pero nunca para mí. ¡¿A quién le importaban todas esas cosas invisibles, que nunca podría ver?! ¿¡La felicidad del pueblo?! ¿¡El futuro de nuestros hijos!? ¡Yo nunca vi eso! ¡Yo nunca toqué eso! ¡¿Por qué debería cargar con toda esa responsabilidad, si al final mi única recompensa va a ser la sonrisa de hoy y las lágrimas de mañana?! ¿¡Para qué tendría que criar el niño revoltoso de otra familia, si al final tengo que cargar su cuerpo muerto por el pueblo en mis brazos?! ¡Ese idiota del extranjero podría morir hoy, mañana, todos los días, y nunca me importará! ¡Los Inovatio podrían arrasar con este pueblo y, mientras mi familia y yo estemos bien, no me interesará! ¿Mi orgullo? ¿Mi valor? Si mañana muero mientras duermo, esas cosas, ¿a quiénes le servirán? ¿Qué utilidad tiene eso para un hombre muerto…? Estoy cansado. Solo quiero hacer mi trabajo y descansar. Solo quiero disfrutar de mi familia y descansar. Solo quiero que me permitan, sin culpa, descansar. Tú puedes hacer lo que desees, Inovatio. Mientras no sea con mi familia o conmigo, no será de mi interés. Sé que no tengo nada que hacer con alguien de tu nivel. Sé que sería muy idiota pelear. Y no tengo ni siquiera el deseo de hacerlo. Ya tuve suficiente pelea para más de una vida… Ahora solo quiero descansar.
Mira no apartó su expresión desinteresada de él, pero le dio un momento de calma mientras regresaba, tambaleante, de su soliloquio al mundo donde su hijo yacía aterrado y su esposa lo miraba con lágrimas descendiendo silenciosamente por su rostro.
—El mayor insulto que podías haberme hecho era compararme contigo —comenzó Mira—, un cobarde sin propósito ni motivación. Nunca fui, ni seré, alguien como tú, porque yo nunca disfracé mis deseos por causas altruistas. ¿El pueblo? ¿Mi familia? Nada de eso es de mi interés. Yo solo quiero lo que quiero, y cuando lo quiero, lo consigo. Así me coloqué a los codos del resto de mi familia. Eres un cobarde, porque ni siquiera estás dispuesto a aceptar tus verdaderos deseos. Incluso ahora, luego de haber comprendido que esas causas altruistas no son más que lavado de cara, te escondes detrás de tu familia. Nunca fui, y nunca seré, como tú.
—…
Mira se levantó de la mesa.
—Pero ahora, un cobarde como tú me es útil. Dijiste que no te interesaba nada de lo que podía hacer mientras no tuviera relación contigo, ¿no?
——… Sí.
—Entonces no te importará que tome el mando de este pueblo.
—Mientras-
Mira se colocó las alpargatas en sus pequeños pies y miró por última vez a la familia de la persona que servía como verdadero cacique del pueblo.
—Solo pondré las cuentas en orden. Nada de este pueblo me interesa, por lo que, por lo menos, me gustaría que dejara de estorbar.
—Entiendes el estado del pueblo, ¿no es así?
—De sobra. Tengo que hacer las cuentas por ustedes todos los meses.
—Realmente… ¿Eres capaz de arreglar este pueblo… sin caridad?
Ante eso, Mira liberó una pequeña risilla soberbia.
—¿Quién crees que soy? —dijo—. Estás hablando con la mayor mente comercial del mundo. Esto lo puedo arreglar con una pluma, un papel y un buen baño.
La posterior audiencia con el “cacique” fue una mera formalidad, algo que no merecía siquiera ser contado. El puje por el control de las funciones del pueblo inició y terminó allí.