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Capítulo 3 - Miedo - Parte 1

Capítulo 3 - Miedo - Parte 1

1

Me despertó un fuerte declive de temperatura en mi zona frontal.

—¡Ve a dormir a otro lado, maldito extranjero! —apenas pude escuchar eso entre la conmoción del frío y el susto.

Brinqué en el suelo y me sequé la cara con las manos. Me encontré con un joven de aproximadamente 15 años sosteniendo un balde de madera vacío. Estaba intentando poner su mejor cara amenazante, pero no engañaba a nadie con el acto. Di un paso al costado simplemente para intentar estabilizarme, pero el joven retrocedió, su expresión perdió firmeza y dejó escapar algo de miedo.

—Perdón. No quería molestar —le dije la verdad.

El callejón existía por la distancia entre dos de las casas que formaban el círculo de la plaza. Una de esas casas, la del joven que me despertó, tenía una entrada singularmente colocada en la esquina izquierda del edificio, dando tanto al callejón como a la plaza. Ayer no estaba de humor para buscar cuál era el mejor callejón para alquilar por la noche, pero parecía que encontré la forma de dar con lo que probablemente era el único lugar que molestaría a alguien más. No estaba acostumbrado a ser tratado como una rata, por lo que no sabía si sentirme frustrado o entristecido. Es lo que es, debería aprovechar el baño.

Suspiré. El sol había ascendido hace algún tiempo y ya me estaba quemando los poros y el vello corporal. No era especialmente hostigador, el hombre había dicho que el festival del pueblo (que por cierto parecía seguir en curso) era el de primavera. Un solcito mañanero primaveral debería ser aguantado por cualquier hombre con pelos en el pecho como yo. Puse una mano encima de mi frente para no permitir que los rayos más fuertes llegaran a mis córneas, y extraje el colgante para ver cuál era el pronóstico del tiempo para hoy.

—Azul. Ya veo.

No cambió en nada. Tenía ganas de lanzarlo contra una pared, pero... controlé mis impulsos. Viendo el lado positivo, parecía que la pantalla tenía una tecnología anti-reflejo destacable. Estaba salvado, si sentía unas ganas repentinas e irrefrenables por mirar el color azul en el medio del día, lo podría hacer incluso debajo del sol.

—Tengo sed —probablemente estaba hablando conmigo mismo para no enloquecer.

De igual forma, lo que dije no era mentira; por lo que comencé a caminar hacia la zona baja del pueblo para saciar mis necesidades con el río. El pueblo tenía un muro, uno de madera, que estaba construido solo por la mitad, cubriendo dos costados hacia el bosque, pero no el costado del río ni el del templo. Quién sabe por qué solo estaba a medias, no era mi problema. No me importaba ni en lo más mínimo lo que les sucediera a estos sujetos. A decir verdad, la gente del pueblo me parecía bastante desagradable. Eran mirones y subdesarrollados. Si les pusieras una computadora o celular frente a ellos, te tomarían como un puto hechicero.

Lo que acababa de pensar hizo que me detuviera en medio del camino.

—¿No hay ni una computadora o celular? —me pregunté en voz alta.

Había algo definitivamente extraño en eso. Incluso si estuviera en el pueblo más remoto del mundo, me resultaría extraño no encontrar ni siquiera una computadora. Además, no se veían autos ni camiones entrando al pueblo. Algo así sería inaudito, no importa por dónde lo mires...

—¡¡¡AGH!!!

Repentinamente, me hostigó un dolor punzante en la frente, no, directamente en el cerebro. Sostuve mi frente con fuerza, intentando soportar el dolor. Mi respiración se volvió pesada y mis músculos se tensaron por el dolor.

—El collar...

Agarré el colgante como si fuera capaz de reconfortarme; algo me incitaba a abrirlo, algo que no podía explicar. Hice lo que mis instintos querían y me encontré con gris; el color gris. El colgante brillaba de gris, no de azul como solía.

—¿Eh?

No entendía. No entendía este aparato que tenía atado al cuello. No entendía qué significaban sus colores, cuál era su función o de dónde había venido. No entendía.

—Agua... Necesito agua... —balbuceé mientras me tambaleaba en dirección al río.

Nadie se molestó en hacer otra cosa que mirar.

—Agua...

Me moví por al lado del establo y llegué al río. Me tiré de rodillas y comencé a hacer copas con las manos para beber. Apenas tomé el primer sorbo, me sentí inexplicablemente sediento, como si mi cuerpo hubiera recordado su necesidad por agua. Dejé las manos y sumergí mi cabeza debajo del agua, absorbiendo como una bestia todo lo que fluía por la corriente. Una vez había tomado una buena cantidad, levanté la cabeza fuera de la cuenca y respiré profundamente. En algún momento, mientras hacía esa salvajada, el dolor de cabeza se desvaneció. El nuevo estado de anestesia se sintió extremadamente relajante. Me acosté en el suave pasto y, sintiendo el sol en mi piel y el viento en mi pelo, me dormí.

2

Desperté al atardecer. Por suerte, estaba nublado y el sol no me había torturado por 12 horas continuas. No me sentía bien, pero tampoco me sentía mal. Estaba muerto de hambre, por supuesto; pero no había mucho que pudiera hacer al respecto. Salir de esa particular experiencia que acababa de vivir me había abierto una nueva perspectiva, una mucho más esclarecedora. Ya no tenía sentido intentar apelar al bien de las personas, y también sabía que sería inútil tratar de entender lo que me estaba sucediendo. Por lo tanto, solo me quedaba intentar sobrevivir. Honestamente, dada la terrible cefalea que acababa de sufrir, quizás tenía hongos o un tumor en el cerebro. Me sentiría agradecido con solo poder saciar el hambre de mi estómago. Por el momento, no necesitaba mucho más.

¿Contento? ¿Triste? Difícilmente podía describir mis sentimientos con conceptos tan simples y despreocupados. "Desesperado" era el mejor calificativo en el momento. Estaba desesperado por comer, desesperado por descansar, desesperado por entender lo que sucedía y dejar todo atrás. Los dolores de cabeza, colgantes smart y pueblerinos crueles no asistían en mucho para mejorar la situación.

—En cualquier momento llegará tu hora —amenacé a mi collar.

Probablemente, se lo podría vender a alguien del pueblo como un amuleto mágico o un artefacto vudú. Al menos algo de comida podría conseguir por él; quizás hasta ropa, sin querer pecar de optimista.

Caminé hacia el centro del pueblo como un vagabundo otra vez; aunque más que "como un vagabundo", debería decir "siendo un vagabundo". No tenía por qué esconder mi estado actual.

—Estoy cansado —me quejé al aire.

Acababa de dormir alrededor de 18 horas seguidas, pero aún me sentía exhausto.

—Ya no sé qué hacer.

No podía volver al bosque. No era valiente, ni pretendía serlo. Una vez que sabía de la existencia de peligro, hacía todo lo posible para evitarlo. Por lo tanto, no planeaba volver al bosque en ningún tiempo cercano o lejano; no tenía razón para hacerlo.

Llegué al centro cuando el sol se había ocultado completamente en el horizonte. Para evitar que ocurriera algo similar a la incómoda escena de la mañana, decidí asentarme directamente en un costado del círculo. La plaza era grande, de unos 100 metros de diámetro; había que hacer un esfuerzo considerable para encontrarme. Fue en este lugar, bullicioso y amontonado, que finalmente me armé del coraje suficiente para hacer el sacrificio. En este caso, sacrificaría la pista que tenía en el collar por la mayor cantidad de suministros de supervivencia que pudiera negociar. No era lo ideal, obviamente, pero se me habían agotado las opciones. Pedir ayuda estaba fuera de discusión; ya lo había intentado lo suficiente. Ser sustentable por medios propios era imposible, tanto por no contar con el apoyo del pueblo como por mi inutilidad general. Por lo tanto, únicamente tenía la opción de entregar el obsequio que me dio mi yo del pasado, aunque ello conllevara rendir la mayor herramienta que tenía a disposición.

Herramienta que, en este momento, estaba azul. Volviendo a la normalidad del gris que se pintó anteriormente.

—Ha llegado tu hora.

Un rugido en mi estómago anunció el cambio en mis prioridades. Verifiqué el color del colgante por última vez; era el mismo. Su momento había llegado. Iba a intercambiarlo por bienes. No sabía si verdaderamente era de oro o para qué servía su pantalla, pero ciertamente parecía tener valor; eso era todo lo que importaba. Me levanté y conté la cantidad de vendedores de comida en la plaza: 13 en total. Antes de venderles la joya, pretendía despojarme de toda dignidad y mendigar comida.

¿Mendigar? ¿Acaso no tenía orgullo?

No.

Entonces eso fue lo que intenté, uno por uno, probé pedir comida. Las respuestas variaban entre mirarme fijamente como si los fuera a maldecir, y echarme rápidamente del lugar. Aparentemente, el disgusto, o por lo menos aprensión, hacia los extranjeros, era un sentimiento generalizado entre todos los habitantes. Verdaderamente, eran gente despreciable; pero, si tenía que subordinarme a ellos por comida, lo haría.

The tale has been stolen; if detected on Amazon, report the violation.

Procedí a intentar vender mi joya a uno de los comerciantes que me habían echado.

—¡Ya te dije que salieras de aquí! —fue lo primero que dijo.

—No vine a pedir comida esta vez; por lo menos, no por nada a cambio —descubrí el colgante y me lo quité por primera vez del cuello—. Esto es lo único que me quedó después de haber sido robado —el hombre parecía interesado—. Es una joya de oro con una tecnología muy avanzada. Mira esto —abrí el colgante y le mostré la pantalla de adentro.

—¿Tecnología? Es solo un collar.

—Si observas bien, te darás cuenta de que lo que brilla en azul adentro no es una piedra preciosa ni un metal, es una pantalla digital. ¿Puedes ver los movimientos?

—¿"Pantalla"? ¿De qué estás hablando? ¿Estás loco? Solo está decorado con una flor.

¿De qué estaba hablando este hombre? Di vuelta el colgante para verificar que no había enloquecido y, en efecto... ¿¡Había una flor!?

—¿Eh? ¿Qué está pasando?

Comencé a girar y agitar el pendiente para devolverlo a su estado normal. La pantalla había desaparecido completamente, como si nunca hubiese estado allí; en su lugar, una flor de plata muy hermosa estaba enmarcada delicadamente por líneas de oro.

—¿¡Qué es esto!?

¿Me robaron el colgante mientras estaba dormido? No, eso es estúpido, ¿por qué me cambiarían una joya robada por otra de aparente valor similar? No tenía sentido. Además, antes de que comenzara a pedir comida, verifiqué el color y estaba azul como siempre.

El hombre me miraba raro mientras manoseaba el dispositivo para intentar devolverlo a su estado de siempre. ¿De dónde salió esta flor? ¿Realmente perdí la cabeza?

—Si vas a robar algo, al menos deberías mirarlo por dos segundos antes de intentar venderlo, extranjero. No te lo compraré. Nadie aquí te lo comprará. No tengo razón para creer que eso sea oro real de todas formas.

—¡No lo robé! ¡Este colgante es mío! ¡Es lo único que me queda!

—Nadie creerá esa historia. Sabes, Choura es un pueblo bastante pequeño. La gente aquí es buena y educada. Quizás hay algún que otro travieso, pero nadie aquí sería capaz de robar. ¿A quién te piensas que le vamos a creer; a nosotros, la gente del pueblo, o a un extranjero que no fue invitado?

—¿Y por qué no robaría ropa, en vez de una joya? —pregunté, dejando salir un poco de rabia.

—Porque eres un exhibicionista avaricioso. Ahora vete, antes de que te reporte a la guardia.

Apreté mis puños con tanta fuerza que llegué a rasguñar mi palma con mis cortas uñas. ¡Todas las personas en este pueblo eran unas ratas asquerosas! ¡Con tecnología que recién alcanzaba la edad media! ¡Cerdos! ¡Miserables! ¡Intento de campesinos japoneses!

—¡¡¡AGH!!!

El dolor punzante en la cabeza me azotó nuevamente. ¿Qué fue lo que pensé? ¿La tecnología de nuevo? No, ¿lo de campesinos?

—¡Vete de aquí! —el hombre me gritó desde su puesto mientras sufría.

Tambaleé hacia atrás y me desplomé de trasero al piso. Era como que una medusa me estuviera picando directamente en la frente; como si mi cerebro estuviera siendo succionado hacia afuera de mi cráneo. Me levanté, di la vuelta y comencé a correr hacia cualquier parte. No podía pensar hacia dónde quería ir. Solo corría, desequilibrado, con mi cabeza ardiéndome, por las calles del pueblo.

—El colgante... el colgante...

Otra vez sentí ese llamado a leer el dispositivo colgado en mi pecho. Lo levanté a la altura de mis ojos y lo abrí. Gris, otra vez. ¿Y la flor? ¿Dónde estaba la flor? ¿Qué estaba pasando? ¿Estaba en una broma de muy, muy, muy mal gusto? Mierda, tenía ganas de llorar. ¿Cuánto tiempo durará esto? ¿Cuánto tiempo tendría que soportarlo?

Me tropecé nuevamente y esta vez me quedé en el suelo. Decidí permanecer ahí. No había nada que pudiera hacer.

No puedo decir cuánto tiempo estuve en el suelo; pero incluso antes de que me recompusiera por completo, me puse de pie, caminé con cuidado de regreso al lugar donde me encontraba anteriormente en la plaza, y descansé los ojos. Aún me sentía exhausto. Aún tenía hambre. Aún estaba confundido. Pero ya había intentado todo lo que podía, solo quería descansar.

Miré con los ojos entreabiertos el espectáculo del festival. Al pueblo no le preocupaba en lo más mínimo. Probablemente, preferirían que muriera, antes de que siguiera estorbando.

—Todos parecen tan felices...

Me deprimía pensar en mí mismo. ¿Por qué no podía ser como uno de ellos? ¿Por qué estaba en esta situación? No tenía idea de qué había pasado. No sabía de quién era la culpa. Nadie había salido nunca a hablarme, nadie me estaba persiguiendo, nadie me había dicho nada. Simplemente estaba aquí. Solamente estaba. Abrí mi pendiente (que no vendí) porque no me encontraba precisamente ocupado. Ahora mostraba el azul claro de la otra vez. Lo cerré y volví a enfocarme en la gente. Había una pareja bailando juntos, con tacto, con sonrisas, con miradas, con besos. Todo eso se sentía tan lejano a mí. Era como si fuéramos de distintas especies. ¿Qué era lo que los diferenciaba tanto de mí?

—Estoy cansado.

Me dormí.

3

—...eñor —escuché una voz detrás de la oscuridad creada por mis ojos cerrados—. Señor —una voz aguda y tambaleante—. ¡Señor!

Abrí mis ojos y levanté mi torso del suelo terroso. Tenía la fuerte impresión de que esa voz estaba dirigida a mi persona.

—¿... Hola?

Mi aliento estaba seco y no precisamente inodoro. Desesperaba por un cepillo dental. Me tuve que contentar con rasparme las paletas con las uñas.

—Señor. ¿Qué está haciendo aquí?

La persona que me habló con mucho respeto era una niña de unos 8 o 9 años, con cabello corto marrón. Vestía una versión miniatura de la vestimenta característica de la ciudad. Su mirada curiosa estaba acentuada por una leve inclinación en su cabeza. No estaba jugando con las manos, ni las tenía en la boca o la nariz. Tenía ambos brazos a sus costados, haciéndola emitir algo de madurez.

Tenía que contestar. Escondí mi collar y arrimé la tela más hacia mi cuerpo.

—Ehm... Estaba durmiendo.

—Sí, lo vi. Pero, ¿por qué estaba durmiendo aquí?

—Yo solo... Me quedé dormido aquí. No sé dónde estoy.

Puso ambas manos en sus caderas y me explicó:

—¡Señor, está en la plaza central! ¿Cómo no sabe eso?

Miré para los costados y me di cuenta de que, efectivamente, estaba de nuevo en el centro del pueblo. No recordaba mucho de lo que había pasado ayer, para ser sincero. ¿Por qué había vuelto aquí? Podría haber dormido en un callejón como la vez anterior.

—Parece que tienes razón... Estoy en la plaza...

Con sus manos aún en las caderas, se acercó a mí con una cara de reprobación.

—Señor, ¿está usted borracho? ¡Si es así, entonces vuelva a su casa y descanse!

Jaja. Me enterneció su reprimenda. Era difícil de creer, pero esta niña era la pueblerina que mejor me había tratado desde que llegué a este estúpido lugar.

—... Eh- —levanté la voz para contestar con un sinsentido, pero la chica cambió su expresión a una sonrisa y me interrumpió.

—Señor, ¿usted es de fuera? ¿Es un extranjero? ¡Nunca había visto una persona con ese color de pelo y eso se lo puedo jurar!

Nunca has visto a una persona con ese color de pelo porque los nativos eran una banda de supersticiosos de la edad media. Teníamos suerte de que no estaban quemando brujas en la hoguera.

—Se podría decir que sí. En realidad-

—¡Señor, su pelo es negro como el carbón!

La chica comenzó a frotar mi pelo con suficiente fuerza como para acariciar a un oso.

—Eh-

—Señor, ¿usted puede usar Influencia? ¡Todos los adultos con pelos de color pueden usar Influencia! ¡Tengo un tío que la usa superbién! ¡Puede hacer "shaa" y "fuaaa"! —acentuó esto último moviendo las manos hacia delante y para los costados de forma dramática.

E-era un poco difícil hablar con esta niña. Pero, ¿qué es eso de-?

—¿Influencia?

Ignorándome, siguió interpretando felizmente algunas poses dramáticas. Pero entonces, como recordando algo, se detuvo.

—¡Señor!

—¿Q-Qué?

—Fue divertido hablar con usted, ¡pero debo pedirle que se retire!

—¿Por qué de repente...?

—Es que, señor. ¡Aquí es donde armamos nuestra tienda! ¡Este lugar está rentado por mi padre!

—Ah. Ya veo —me moví un centímetro del lugar y la chica pareció satisfecha con eso.

—¡Gracias! ¡Hasta luego, señor! ¡Espero que nos compre algo! ¡Nosotros vendemos fuegos y faroles! —La chica se retiró corriendo, saludándome dada vuelta.

Le respondí el saludo con uno lento mío. Parecía que la gente en este pueblo se pudría con el tiempo; esta niña fue, dentro de todo, muy amable. Aunque sí era cierto que corría a su propia marcha.

Esa interacción me había despertado. Como acto reflejo antes de actuar, similar a prender el celular a la mañana, abrí mi colgante.

—Naranja.

Me mostró un color distinto antes de volver al azul de siempre.

La niña alcanzó a su padre y este contestó subiéndola a los hombros. Parecían felices.

Pero mi estómago no estaba feliz. Llegué a la decisión de que, si no me iban a intercambiar el collar, entonces tomaría su comida fuera la forma que fuera. En otras palabras, iba a robar. Como alegué que me hicieron, yo haría a ellos. No pretendía morir de hambre; si ellos no querían darme comida por las buenas, entonces la conseguiría por las malas. Esta gente era cruel; se lo merecía. Antes de cerrar el colgante, el color cambió a uno azul oscuro, como en respuesta a lo que acababa de pensar; un azul de oscuridad profunda, en capas, cautivante. Lo cerré antes de que pudiera cambiar al tono de siempre.

—Como si me importara lo que piense un trozo de metal colgante.

Pasé de pedir ayuda a intentar negociar, y ahora pretendía hacer daño en función de mi propio beneficio. No era un héroe ni un justiciero. Estaba mucho más interesado en sobrevivir que en pensar en ideas grandiosas como la justicia. Más que eso, estaba desesperado por sobrevivir, por alimentarme.

No podría hacerlo de día, tendría que movilizarme bien y tendría que hacerlo a la noche. Estaba débil y hambriento. La cantidad de gente era considerable, pero no suficiente para poder manotear un alimento como si nada. En el peor de los casos, alguien de la vigilancia me vería, ya que eran indistinguibles del resto de las personas. Por el momento, tendría que esperar.

Me senté en una esquina de la plaza para observar incesantemente las tiendas que planeaba asaltar. Mi estómago se quejaba en todos los idiomas y todas las formas que tenía a su disposición. Pero yo me mantuve estático en mi posición. Nada se interpondría en mi camino esta vez.

...

Pasó un tiempo y, cuando me di cuenta de mí mismo, noté que mi visión se había vuelto excesivamente borrosa. Mis pensamientos estaban completamente desorbitados y desconectados entre sí, como si estuviera a punto de quedarme dormido. Intenté levantarme, pero mis piernas simplemente no obedecieron. Estaba tambaleándome en el suelo y cada tambaleo se sentía como estar en un barco en plena marea alta.

Lo único que captaban mis sentidos eran imágenes.

Dos mujeres jóvenes del pueblo hablando de manera amena.

Un gato saltando una pared.

Fuegos artificiales siendo disparados.

Una pareja bailando con varillas encendidas.

Una fila de personas en una tienda de alimentos.

Una mujer hermosa y pálida, su vestido negro y largo ondeando al compás del viento.

Negro.