―¡Ya estoy listo! ―anunció Rory, aunque a mi aún adormilado cuerpo le costó un poco reaccionar―. ¿Mirei? ¿Mirei?
Sentí cómo sus manos me agitaban.
―¡Eres tú el que no me ha dejado entrar al taller! ―protesté―. Ya sabes que estar sentada sin hacer nada no es lo mío.
―Conociéndote, ibas a llenar el vestido de grasaza con uno de tus «proyectos de última hora». ¡A ver cómo se lo ibas a explicar a Jenna después del trabajazo que se ha dado por nosotros!
Tras un silencio extendido, miró hacia otro lado y añadió con la boca pequeña:
―Además, con lo guapa que te has puesto... Aunque... ¿Qué demonios te has hecho en el pelo? Te lo has planchado bien contra el sofá, ¿eh? Anda, ven, que te lo arreglo antes de irnos.
―¡Es culpa tuya por tardar tanto! ―Me palpé la parte desigualada. ¿Tan mal estaba?―. Venga, sí. Arréglamelo un poco, que ya estoy notando tu aura juiciosa. Y que lo sepas, tú tampoco estás nada mal, muchachito.
No lo estaba, no. Como era tan raro encontrártelo con algo que no fuera el equipo de laboratorio o un pijama, que llevase corbata, sombrero y gabardina era cuanto menos digno de ver. No había más que echarle un vistazo: un atuendo así gritaba «noble» por los cuatro costados. Extremadamente pomposo, lleno de innecesarias solapas y llamativos botones metalizados. Y si a Rory ya le gustaba poco la idea de ir disfrazado de noble, la modista decidió que era buena idea realzar su figura con unas cuñas. Según ella, para que nuestra diferencia de altura no fuese tan llamativa.
Aunque, para ser honestos, no había forma de que un traje con tantos elementos de un brillante escarlata no atrajera miradas por sí mismo, me tuviera o no al lado contrastando su palidez y corta estatura.
Mi vestido, por suerte, era algo más simple. Simple y, por ende, cómodo de portar (aunque, a decir verdad, la asimetría de su diseño resultaba confusa para alguien tan adecuada a lo práctico como yo), pero no se ahorraba las florituras insignia de la moda noble ni los interminables retales de tela translúcida por aquí y por allá. No obstante, el diseño tenía un fallo: era fácil ver mis cicatrices con tanto descubierto y transparencia, por lo que tuvimos que disimularlas con ungüentos alquímicos.
Con una victoriosa risilla, se ajustó unas lentes tintadas (algo extravagantes, pero ocultaban con acierto el inaudito color de sus ojos) y me tendió con una impostada galantería la mano. Entre chanzas y piropos mal velados, no tardamos mucho en acabar los últimos preparativos para la subasta.
―¡Eh, Rory! ―Desplegué un abanico con tal fuerza que el aire me levantó unos mechones de mi renovado peinado―. ¿De verdad creías que no iba a poder colar ningún arma? Da el pego, ¿eh? Guardas de titanio reforzadas. Varillas extraíbles. Ribetes afilados. Vale, lo malo es que pesa un quintal, pero...
―No te estaba retando a que inventaras algo, dije que no deberías intentarlo ―bufó con desgana―. ¿Realmente necesitas un arma? No estás en condiciones de luchar aún.
―Una mujer que se precie no sale de casa sin, al menos, tres cosas con las que defenderse ―fardé con un giro de muñeca que levantó una corriente exagerada―. Y solo tengo dos puños.
Mi hermano me dedicó una mirada de desaprobación que ignoré de la forma más visible que se me ocurrió.
―En fin, si así te sientes más segura... Supongo que no es mala idea del todo ―suspiró―. Al menos, quítate ese cuchillo de la liga. Se ve a kilómetros.
―Le quitas la diversión a todo ―protesté, cruzándome de brazos―. Y tú qué hacías mirándome con tanta atención las piernas, ¿eh? ¿eh?
―Un vistazo rutinario antes de irnos, supongo. ―Por su tono, no parecía que quisiera entrar a la broma―. Uno nunca sabe qué estupidez puedes hacer.
―¡Ya! ¡Claro! ¡Rutinario! ―Acentué cada palabra con una palmada en el muslo―. ¡Seguro que no mirabas por otro motivo! ¡Seguro! Aunque, si te digo la verdad... Creo que yo también lo haría. No es que las vaya enseñando todos los días.
El muchacho alzó un dedo en el aire. Me había costado, pero estaba listo para rebatir mis preocupaciones.
―¡Eh! ¡Mirei! ―La voz mecánica de Runi interrumpió nuestras bromas―. No habrás olvidado que yo puedo proveerte de armas sin problema, ¿no? ¡Solo tienes que usar el modo combate! ¡Si quieres un cuchillo, yo me convertiré en uno! ¡Y más resistente que cualquier otro que vuestra tecnología pueda forjar!
―Todavía estoy decidiendo si es mejor idea acordarme de las cosas que eres capaz de hacer o intentar olvidar que existes, máquina del demonio ―le ladré―. Y ni se te ocurra menospreciar la alquimia maquinista.
―¡Eh! ¡Solo quiero ayudar! ¡Rory! ¡Dile algo! ―Esperó unos instantes, pero no obtuvo apoyo―. ¡Ya sé que no puedo acceder a la red para daros las respuestas que buscáis, pero creo que he hecho bastante por vosotros! ¡Confiad en mí, porfa! ¡Os lo demostraré con creces!
―Tienes suerte de que no te haya hecho trizas después de que casi me mataras.
―¡Solo fue una vez! ¡Y con muy buenos resultados! ¡Se quedó en un simple casi! ¡Y aprendimos mucho de la experiencia! ¡Así es la ciencia!
―Sea como sea, Rory... ―Ignoré la voz enlatada deliberadamente, aunque decidí reconocer sus méritos en la intimidad de mi mente―. La pista es clara: si alguien sabe algo, son los Tennath.
***
Calculamos la hora de nuestra llegada a la mansión para aprovechar que nadie tuviese demasiado tiempo para cuestionarse nuestra apariencia entre la marabunta de nobles. No obstante, el control en la puerta principal era individual y requería que pasásemos nuestra tarjeta de socio por una especie de arco metálico que anunciaba en voz alta nuestros falsos títulos.
Por suerte, nadie parecía saber qué pinta debían tener las personas cuyas identidades usurpábamos y, con un fugaz vistazo de los guardas de la entrada, pudimos pasar al enorme jardín de la parcela. Sabía que no había ido a hacer turismo, pero a falta de algo mejor que hacer, me tomé mi tiempo para maravillarme con la flora del lugar y los enormes mecanismos de vapor que cubrían el edificio, incesantes en su movimiento. Rory, por su parte, estaba totalmente obnubilado por el espectáculo de luces que se proyectaba en el cielo.
―Es la primera vez que les veo por aquí. ―Uno de los mayordomos de la familia se acercó a darnos la bienvenida―. No obstante, confío en que la velada sea de su agrado y quedo a su completa disposición en caso de que cuenten con alguna duda respecto a este evento y su funcionamiento. Estimamos la apertura de las puertas principales en los próximos treinta minutos. Por ahora, pueden disfrutar de música en vivo y unos refrigerios junto al mirador oeste. ¿Me permiten guiarles?
Por mucho que el ambiente me pidiera una exagerada reverencia, me limité a asentir educadamente con la cabeza. Sentí que los ojos del hombre se clavaban en mí como si hubiera cometido un enorme error pero por fortuna Rory supo dar con la tecla juntando solo un puñado de palabras que no parecían tener sentido ni concierto.
―Para no ser amigo del protocolo, te conoces las costumbres de los nobles al dedillo ―Una vez el hombre nos quitó la vista de encima, le di un sutil codazo―. Bien hecho, hermanito.
El alquimista también se defendió bastante bien durante el tiempo que tuvimos que rellenar en el mirador. Yo, por mi parte, preferí intentar pasar desapercibida en un rincón para acallar esa voz en mi cabeza que decía sentirse observada. De tanto en cuando, intentaba poner la oreja para escuchar los rumores que corrían entre los miembros del servicio, pero parecía que el tema favorito de los trabajadores esa velada era lo mucho que odiaban a su nuevo supervisor.
Al menos, fue una buena excusa para ponerme morada a canapés y otros experimentos culinarios de la cocina noble.
No tardaron en guiarnos al salón principal de la mansión. La mueca de desprecio de Rory ante lo ostentoso del lugar lo decía todo: si hubiera algún concepto tras su diseño no sería otro que «no sabemos qué hacer con este dinero que nos sale por las orejas». Quizá la fachada tenía su sentido como obra de arte y homenaje a la tecnología de vapor, pero esa estancia solo tenía un propósito: acumular riqueza de la forma más inelegante posible para atraer las alabanzas de otros nobles.
Piedras preciosas engarzadas en las losas del suelo, juntas de oro macizo, decenas de lámparas de araña a varios estadios de altura, cuadros en cada hueco de las paredes, más esculturas de las que sería sabio poner en un recibidor. Si algunas de las prendas que llevaban los nobles se podían considerar un disfraz para personas, lo de esa sala no podía ser sino su equivalente arquitectónico.
Eso me hizo enarcar una ceja: ¿por qué solo esa habitación? El resto de salones y pasillos que habíamos cruzado parecían contar con una decoración mucho más sensata, como si realmente se tratara de un lugar en el que la gente podía vivir y no de una feria del dinero excesivo en la que los invitados se deshacían en halagos sobre las frivolidades más capitalistas.
Quizá, los Tennath sabían perfectamente lo que qué estaban haciendo. No debía infravalorarles.
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De todos modos, la atracción principal era capaz de robar gran parte de las miradas aunque aún no hubiera abierto su telón. Al fondo del todo, brillaba un imponente escenario gracias a una mezcla de cristales etéricos, focos eléctricos y los efectos de una máquina de vapor que no había visto nunca antes.
―Mirei. ―La voz de Runi fue suave, pero lo suficientemente notoria como para que alguien pudiera haber oído mi nombre, así que fingí un ataque de tos para acallarla―. Acércame a tus oídos.
Obedecí a la máquina con desgana. Aparentando que me colocaba un mechón de pelo, aproximé el guante (que, al menos había tenido el detalle de modificar su apariencia para la ocasión) hacia mi oreja izquierda.
―Dime, Runi ―susurré en un suspiro. Con el jaleo de la estancia, ni siquiera pude oírme a mí misma, pero confiaba en que los sensores de la máquina fuesen mejores que eso―. ¿Alguna noticia?
―La pista era buena. He detectado una conexión de red en este edificio. Parece que se trata de una red local, por lo que no tendré acceso a la extranet. No obstante, puede que podamos encontrar información interesante en ella. La mala noticia es que el acceso está cifrado tras tres protocolos distintos. Uno parece fácil de vulnerar, otro solo será cuestión de tiempo derribarlo y el tercero... Parece ser biométrico, pero ya veremos lo que hago con él cuando llegue.
―Sabes perfectamente que no he entendido la mitad de las palabras que has dicho ―me quejé―, pero date el gusto.
―Ya estaba haciéndolo mientras hablábamos.
―¿Para qué preguntas, entonces?
―Solo quería darte una pequeña alegría.
Di un sorbo a mi copa. Podía estar decepcionada con la decoración de la sala o desencantada con la insulsa compañía que nos había tocado aquella noche, pero que me asparan si ese vino no era el mejor que había probado en mi vida.
Se apagaron las luces. Si no hubiera sido por los focos que apuntaban al escenario, nos habríamos quedado completamente a oscuras, pero nadie parecía mínimamente impactado por el cambio. De hecho, por el estruendoso aplauso del público, parecía que sabían perfectamente lo que iba a ocurrir: un par de rayos (a primera vista, no diría que fueran una simulación pirotécnica, sino pequeñas descargas etéricas similares a las de un arma especializada) recorrieron los muros laterales, atraídos por unas máquinas que nunca había visto. En poco tiempo, unos hombrecillos etéreos que me recordaban a las proyecciones que solía dibujar Runi en el aire aparecieron sobre ellas, tocando diversos instrumentos musicales.
La cortina se abrió de par en par con una ráfaga de aire. En el centro del escenario, saludaba una pareja que no necesitaba presentación alguna (pero que un potente torrente de voz se molestó en dar de todos modos): Gregory y Katherine Tennath, los reyes de la ciudad, con sus manos entrelazadas apuntando hacia el techo. Si la etiqueta decía algo sobre el silencio en esta clase de eventos, habían convencido a docenas de nobles para ignorarlos, porque todo el público empezó a corear sus nombres a gritos.
No era difícil meterse en el ambiente de la subasta: el aspecto de los anfitriones, lejos de la imagen de «estirado» que se podía esperar de alguien de su posición en la jerarquía nobiliaria, invitaba a la confianza, aunque si me preguntaran el motivo sería incapaz de darlo. Me recordé que lo más probable era que hubieran calculado al más mínimo detalle su forma de presentarse ante los asistentes para fabricar esa impresión. Era lo que hacían los nobles, ¿no?
Si bien entre ambos ya eran capaces de sumar más de un siglo, su energía en el escenario rozaba lo juvenil y su colorido atavío se mostraba más adecuado para el espectáculo que para las reuniones de alta cuna. Miré a Rory con una cara que no se molestaba en ocultar su circunstancia y él me devolvió un gesto igualmente incierto.
―Cuesta creer que esos dos tipos tan dicharacheros sean los padres de... Ya sabes, el exacerbado de la caballería y... Esa chica tan... Bueno, en realidad no he tenido el gusto de conocer a su hermana más que de vista.
―Pues a mí no me sorprende un ápice. Una familia de lunáticos extravagantes a los que les sobra el parné. ―A pesar de sus palabras, Rory parecía divertido por la situación―. Muy duquesa mía, nunca confíes en un noble por parecer excéntrico y accesible. Esos suelen ser los peores. Espera, ¿está haciendo la guitarra de aire? ―Fue incapaz de mantener la expresión de su rostro y acabó dejándonos ver una de sus sonrisas más desencajadas―. No sé si echarme las manos a la cabeza o aplaudir. Racionalmente no debería hacer alguna de esas cosas, pero mi cuerpo me pide ambas. ¿Dónde demonios nos hemos metido?
―Mira, no lo sé, pero yo me estoy poniendo ciega a aperitivos mientras veo cómo las dos personas más influyentes de la ciudad están dando un verdadero espectáculo frente al público. ―Tragué el bocado que casi me ahogó antes de seguir hablando―. Y, encima, gratis. Tenemos que volver el mes que viene.
La música paró de repente, así que interrumpí mis poco sutiles risas para no destacar en la estancia.
―Bienvenidos a la trigésimo sexta edición de la subasta mensual que acogemos en esta nuestra casa. ―La voz de Gregory Tennath se proyectaba con claridad en toda la sala. Era más grave de lo que cabría esperar de su aspecto, pero resultaba especialmente agradable al oído―. ¡Espero que estén todos disfrutando de la velada!
Dejó un hueco perfectamente cuadriculado para que los asistentes aplaudieran con todas sus fuerzas.
―Como ya saben ―fue su esposa la que continuó hablando―, la edición de hoy supone el tercer aniversario del evento. ¡Ay! Cómo han cambiado las cosas, ¿eh?
―Por ello, hoy contaremos con alguna que otra sorpresa. Y, cómo no... ¡los lotes más selectos! ―Podía parecer que se pisaban al hablar, pero en realidad, las pausas estaban perfectamente calculadas para que el ritmo no bajara―. ¡Elegidos personalmente por un servidor! ―Alzó los brazos en espera de una nueva ronda de aplauso que no tardó en llegar―. ¡Pero esperen! ¡Hay más!
La pareja siguió explicando a los presentes el funcionamiento del evento. Realmente, no parecía demasiado complejo: no había más que alzar una pala numerada si querías ofrecer más dinero que el anterior pujante. Si nadie lo hacía, el lote sería tuyo. Aun así, lograron extender la introducción gracias a sus chanzas.
―Y, como es de esperar, comenzaremos con el lote número uno.
―Sería extraño que lo hicieras con el séptimo, cielo ―bromeó la mujer―. Que podríamos hacerlo, pero me gustaría que las sorpresas de hoy contaran con algo más de concierto.
Gregory Tennath abrió un arcón que habían colocado frente a él mientras hablaba. De su interior, sacó un dispositivo que cabía en su puño. Un cubo perfecto recubierto de engranajes. Estaba demasiado lejos para poder averiguar de qué se podía tratar, pero mi intuición de maquinista (y la experiencia de haber visto algunas similares en el pasado) me decía que al pulsar el interruptor de su cara superior se desplegaría para mostrar sus verdaderas habilidades.
―Tecnología de vapor. Fácil de llevar. Con tan solo un pequeño depósito de agua es capaz de... ―Se llevó la mano al mentón―. Bueno, eso lo sabrán cuando lo adquieran.
―¿No puedes dar una pista, por pequeña que sea?
―No, Katherine. Ya sabes cuál es la tradición: ¡el primer lote del día siempre es un misterio! ―Tras una pequeña pausa y, con un ademán teatrero, siguió con su rol―. Y la puja inicial es de... ¡Trescientos argentos!
Un montón de palas comenzaron a ascender con premura, a pesar de que ninguno de los presentes tuviera idea de cuál era su cometido. No obstante, era fácil para los anfitriones seguir el precio que estaba alcanzando el extraño cubo, ya que el propio anfitrión iba gritando su precio actualizado de viva voz.
―¡Mil doscientos argentos a la de una! ¡Mil doscientos a la de dos! ¡Oh, parece que alguien da más! ¡Mil trescientos para el número ochenta y siete! ¿Nadie da mil cuatrocientos? ¡Venga, que hay que arrancar la noche con calor y esto está muy, muy frío! ¿Nadie? ¡Adjudicado por mil trescientos!
Un montón de vítores congratularon al agraciado. Cuando el clamor se disipó lo suficiente, Gregory Tennath dejó el artefacto sobre una alargada mesa y devolvió su mirada al fondo del arcón. Extrajo de él el que sería el segundo lote. Uno que, para una amante de la materia como una servidora no requería de presentación alguna.
―Dije que no iba a llamar la atención comprando nada, pero...
―Mirei, no ―me amonestó Rory. Por suerte, ya había aprendido a ignorarle cuando se ponía así―. Quién sabe cuánto puede costar este... Lo que quiera que sea eso.
―¡Es un soldador etérico! ―Eché un segundo vistazo al artefacto―. Bueno, no es exactamente etérico, pero es en lo que basé el mío. Y no parece tener un motor tan aparatoso como el que tenemos en casa. ¡Un soldador portátil! ¡Uno que no se cae a pedazos! ¡Y que no drena la fragua y nos deja sin energía! Llevo meses intentando reemplazar el mío, pero no encontraba las piezas.
Rory siseó.
―Ya sea un aficionado de las máquinas o adore la escultura de metal, necesitará uno de estos. Gracias a los últimos avances de nuestro equipo, la eficiencia energética es mayor que nunca. Y con eso, la potencia de salida es todavía más ajustable. ¡Adiós a los aparatosos módulos de alimentación por vapor! Una sola carga les permitirá hasta doce horas de trabajo ininterrumpido. ―Parecía genuinamente ilusionado por lo que contaba―. Y puede ser suyo por el módico precio de... ¡quinientos argentos!
Hice cuenta mental del dinero del que disponíamos. Aunque con «disponíamos», realmente quería decir «la calderilla que sacábamos del taller y el señorial pago del proyecto que Amelia Tennath encargó a Rory». En total, treinta y siete áureos y quinientos argentos.
Aunque sabía que iba a recibir un puntapié en la espinilla en cuestión de décimas de segundo, subí la pala con energía.
―¡Quinientos para la participante número cuarenta y dos!
―Joder, Mirei ―bufó Rory mientras el precio no hacía más que subir―. Quedamos en que...
―Confía en mí, Rory. ―Guiñé el ojo―. Te prometo que con esto podré renovar medio taller en un abrir y cerrar de ojos. ¿Has visto lo compacto que es? Un par de módulos etéricos, alguna que otra mejora y... ―Tenía tantas ideas en mi cabeza que no terminé la frase.
―Tres áureos y medio ―sentenció―. Un argento más que eso y...
―¿Y qué?
Aún mirando fijamente a mi hermano con una mueca de desafío, alcé la pala para subir el precio. En breve tiempo que habíamos discutido, el valor ya había alcanzado los mil ochocientos.
―No quieras saberlo. ―Me devolvió el gesto. Por un momento me pareció ver sus ojos chisporrotear tras las lentes―. Los dos sabemos que este dinero debería ir para el orfanato y para mejorar la vida de la gente, no para... Caprichos banales.
―Mejorar el taller es esas dos cosas, ¿no? ―Volví a levantar la pala―. Vamos, Rory, sé que eres razonable.
―¿No es ese límite que te he propuesto una concesión medianamente razonable? ―A pesar de su tono suave, afiló aún más sus pupilas―. Y todavía estamos muy por debajo de esa cifra. Anda, sube la pala, que te vas a quedar sin él por perder el tiempo chuleándome.
Obedecí, algo avergonzada por haberme dejado llevar así.
―¡Dos mil cien para la número cuarenta y dos! ¿Nadie da más? ¡Una! ¡Dos! ¿Nadie da cien argentos más que eso? ¡Venga! ¡Que son cien argentos! ¡Eso es calderilla!
Esa última afirmación me ofendió personalmente.
―¡Adjudicado!
La subasta siguió su curso. Por suerte o por desgracia, no fue demasiado reseñable. Algún chascarrillo por aquí, algún que otro producto interesante pero que no nos podíamos permitir por allá... Y ni una sola pista de las que habíamos venido a buscar. No podía dejar de preguntarme si Lilina estaba teniendo mejor suerte que nosotros.
―Eh, Runi. ―Me apoyé el mentón en la mano―. ¿Tienes nuevas?
―Lo primero fue pan comido, pero... Como esperaba, la fase biométrica está dando problemas. Necesito... Una muestra de ADN de uno de los usuarios legítimos. O, como mínimo, sus huellas dactilares. ¿Crees que podrás conseguirlas?
―Haré lo que pueda. ―Me desperecé. Rory me dio tal codazo en el estómago por olvidar mis modales que no tardé mucho en recuperar la postura.
―Tiene que ser hoy ―insistió la máquina―. Los protocolos de seguridad cambian de forma diaria y el rango del punto de acceso no llega más allá de la entrada principal. No tendremos otra oportunidad hasta...
―El mes que viene, sí. ―Di un trago a mi copa y la dejé cerca de mis labios―. Y quizá para entonces sea tarde. Quiero decir, no es que tengamos un límite de tiempo, pero... Ni tú ni yo vamos a pasarnos un mes con estas preguntas en la cabeza, ¿verdad?
―Por fin empezamos a entendernos.