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Capítulo 13 - Rory Rapsen

Vertí cuidadosamente un vial de neutragente en el caldero. Si quería que el fuego compensara rápidamente la diferencia térmica, tenía que aumentar su temperatura unos diez grados y remover la mezcla con calma. En unos instantes, el contenido empezó a borbotear de nuevo, dejando un aroma ácido en el aire.

―Me... pasé un poco. ―Desplacé el vapor agitando los brazos, me sequé un par de lagrimones con un pañuelo y añadí algo de savia de norke a la combinación. El ambiente no tardó en descargarse, pero el olor pungente no se disipó del todo―. Sí, mucho mejor así. Y quizá, si mejoro el flujo etérico con unos cristales, podría...

Seguí expresando mis pensamientos en voz alta. Los días que no tenía compañía en el taller era lo que más me ayudaba a centrarme. Estaba claro que necesitaba esa concentración extra si tenía un puñado de metal eteroalquímico en una cajita esperándome para «jugar» con él cuando «acabara los deberes». Y, ya que estábamos, si no quería quedarme dormido encima del caldero tras estos últimos días de trabajo intenso.

Sin embargo, me debía a mi rol como boticario. Tenía que estar siempre preparado para cualquier eventualidad y, con el caos que el Diluvio Estelar había propiciado, las peticiones de abastecimiento no dejaban de llegar al taller y acumularse al trabajo atrasado. Muchos exploradores acababan heridos en sus peculiares viajes en busca de espolios estelares y los hospitales no daban abasto. Ni siquiera los chavales del orfanato podían rehuir el renovado atractivo de la aventura, así que tenía que preparar algo de comida extra, tanto como para que estuvieran bien alimentados durante el viaje como en agradecimiento por sus hallazgos.

Además, tenía que estar vigilando la salud de una chica lo suficientemente descuidada como para volver a sus andadas sin haber finalizado su rehabilitación y a una aprendiza que había decidido redoblar sus esfuerzos en imitar los rasgos más irresponsables de su maestra. Y, si fuera poco, atendiendo también a sus peticiones de material alquímico para esos pequeños proyectos de garaje que empezaban a desmadrarse.

¿Es que no podía un joven boticario tomarse un descanso? Solo quería tener tiempo para... hacer aún más alquimia. O para dormir, lo que el cuerpo necesitara antes.

―¡Cariño, ya estoy en casa! ―gritó Mirei al cruzar la puerta, tan risueña como el primer día que se le ocurrió hacer esa broma años antes―. Dioses, menuda hay liada ahí fuera. Ni que se fuera a acabar el mundo.

Tras echar un vistazo al umbral por el que pretendía cruzar la muchacha, le lancé una mirada fulminante. No iba a dejar que entrase a mi parte del taller empapada y llena de barro, por muy acogedora que fuera su sonrisa y por mucha curiosidad que pudiera tener por el contenido de la carta que la esperaba sobre el escritorio.

―Jo, vale, ya lo pillo. ―Dejó las botas en la entrada―. Y yo que te había traído un regalo.

―Te escucho. ―Disminuí un poco la potencia del fuego y dejé que una de las soluciones de los calderos empezara a reducirse por sí misma―. Pero te escucharé más cuando te des una ducha.

―¡Tienes que ver lo que mola, Rory! ―canturreó, esperando en la puerta―. Si no me dejas pasar, tendrás que venir a por él. ¡Y no pienso irme hasta que lo veas!

No rechisté. Tal y como lo veía, tenía posibilidades equiprobables de que realmente quisiera compartir uno de sus hallazgos o, simplemente, burlarse de mí por prohibirle el paso. O, con aún mayor probabilidad, ambas.

Echó la mano al zurrón para enseñarme unas cuantas piezas metálicas de distintos tamaños y colores. Pude reconocer algunos engranajes y bobinas, pero no podía sacudirme la sensación de que el maquinismo se estaba alejando más de mi nivel de oyente a pasos agigantados. Definitivamente, no sabía qué eran esas extrañas placas ni las extrañas cápsulas que reflejaban la luz del sol dividiéndola en los colores del arcoíris, pero ella aseguraba que permitiría acabar el diseño del caldero mecanizado en el que estaba trabajando antes de su viaje a Abakh.

―¡Hoy está el bosque a rebosar de artefactos extraños! ―la maquinista parecía especialmente ilusionada―. Debería pedir ayuda a Lilina para recoger todo lo posible antes de que se corra la voz entre los chatarreros. ¡Eso de desear máquinas a las estrellas ha servido!

Arqueé la ceja, preguntándome si acaso la conexión entre las estrellas fugaces y los nuevos materiales no era tan obvia como parecía en primera instancia.

―Pero no te preocupes, ¡también he pensado en tus otros proyectos! ―Se echó las manos a los bolsillos, pensativa―. Sé que con todo esto de haber estado «pasada por agua» no he podido ayudarte mucho, así que he querido compensarte con un regalito para tu nuevo invernadero. No sé si arraigarán bien ahora que tu invernadero va al trescientos por ciento, pero... quizá sea buena idea intentarlo, ¿no?

Reconocí instantáneamente las semillas. Era cierto, algunas de esas plantas solo eran capaces de crecer en algunos rincones recónditos del bosque. Y, generalmente, intentar hacerse con ellas suponía un enorme riesgo, por muy útiles que fueran en la alquimia. Poder cultivarlas en casa supondría una enorme ventaja... siempre y cuando mis núcleos pudieran replicar las condiciones correctas.

Me avergoncé un poco por no haber considerado esa aplicación a nuestro nuevo invento. Pero, para ser justos, no había tenido demasiado tiempo como para pensar en ello.

Menos mal que tenía a Mirei para eso. Echaba de menos trabajar con ella en el taller.

―Pero, ¿sabes? ¡Eso no es todo! ¡Tengo otra cosa más! ―Hizo que su sonrisa le llegara de oreja a oreja. Parecía realmente emocionada de haber vuelto a explorar. Tanto que era casi contagioso.

―Venga, sorpréndeme.

―¡Mirei, no! ―advirtió la voz enlatada de Runi, que había estado vigilando toda la conversación en silencio.

La advertencia llegó a mis oídos demasiado tarde. Para cuando me quise haber dado cuenta de su triquiñuela, la maquinista ya me había restregado las manos por las mejillas, llenándolas de barro. Protesté con ímpetu, pero no pareció importarle, ya que se aferró a mí con más fuerza y terminó de extender la porquería por mi rostro.

Y para concluir la burla, decidió darme un maternal beso en la frente. Al principio pensaba que solo buscaba ridiculizarme, pero en realidad lo había hecho para distraerme mientras me llenaba el pelo de barro.

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Huyó antes de ver cómo mis ojos chisporroteaban electricidad.

***

No tardé mucho en limpiar los restos de tierra, pero sí que perdí mucho más tiempo del que me atrevería a admitir buscando una retribución a la jugarreta y lamentándome que se me diera tan mal hacerlo.

Para cuando Mirei había vuelto de su baño (¡fragante y reluciente, al menos!), ya había cejado en mi esfuerzo vengativo y había vuelto al trabajo. Mi laboratorio estaba un tanto más desordenado que de costumbre, así que aproveché que ninguno de los calderos necesitaba mi atención para recoger trastos.

―Jo, perdona. ―A pesar de sentir su presencia tras de mí, no viré la mirada―. Solo... echaba de menos esto. Jenna y los demás me trataron muy bien mientras me cuidaban, pero me malacostumbré tanto a las chiquilladas que me entró nostalgia por cuando...

―¿Éramos pequeños? ―siseé―. Hablas como si hubieras dejado de hacérmelas en algún momento de este par de décadas. Y me encantaría devolvértela y comenzar una guerra fría de bromas, pero... No tengo tiempo para estas cosas, Mirei. Uno, que se hace viejo.

―¡Soy joven de espíritu! ―se jactó―. ¡Y tú también deberías!

―Alguien tiene que hacerse cargo de... Bueno, ser adulto. ―Seguí removiendo el caldero―. De cuidar a los demás, y no ponerse en riesgos innecesarios.

―¿Eso piensas sobre mí? ―a pesar de la naturaleza de la conversación, su voz sonaba juguetona―. ¿Que soy una carga? ¡Pues menuda carga soy con tanto invento! ¡Menuda carga soy ahorrándote trabajo!

―Nadie ha dicho que seas una carga ―suspiré, dejando que el peso de mis hombros dejara caer mi cuerpo―. Los dos sabemos que el taller no funcionaría si uno de los dos faltara. Demonios, estas semanas han sido prueba bastante clara de ello. Ya sabes, a veces cuesta ser el responsable de todo esto. Pero el Sabio tiene que serlo, ¿no? El Sabio tiene que estar siempre ahí, preservando este mundo, a su gente y... su magia. El Sabio debería ser un modelo a seguir. Y si quiero ser digno de ese título... Tengo que hacerme cargo de todo esto. Es lo que se espera de mí. Aunque signifique dejar cosas atrás.

La muchacha dejó caer sus brazos sobre mis hombros y me abrazó con fuerza. Lo primero que pensé fue en quejarme. No porque no disfrutara del cariño de una hermana, sino porque me apretaba tan fuerte que no me dejaba remover de la forma adecuada. Pero... lo necesitaba. Necesitaba parar, aunque fuera un momento. Y el aroma del jabón que usaba para el pelo era demasiado relajante como para protestar.

―Deberías divertirte un poco más ―dijo, sin dejar de aferrarse a mí―. Hace muchos años que eso de «Sabio» perdió su significado. El mismo Barkee se dio cuenta. Tú mismo no haces más que repetirlo una y otra vez. ¿No es más sabio el que se adapta a las lecciones y el cambio que el que atiende a la tradición de una forma tan firme?

―Pero... ―no supe responder―. Tengo que... Se supone... Siempre he querido... ¿Qué soy si no...?

―Tú lo has dicho: este taller es un testamento a ello. ―Para lo combativa y picajosa que era habitualmente, hablaba de una forma tan suave y llena de cariño que no pude mantener mis defensas altas―. Yo también me niego a dejar morir la alquimia. Yo también me niego a dejar que la gente lo pase mal. Me niego a tantas cosas que podría escribir un manifiesto y colgarlo en la pared para no tener que repetirlo una y otra vez.

―Pero... ―intenté ganarme el turno de palabra, aunque no tenía qué decir.

―De verdad, Rory. Necesitas aceptar el cambio. Valorar la ayuda. Relajarte un poco. Divertirte por una vez. Y también necesitas ser tú mismo. Esa máscara no engaña a nadie. ―Tras un silencio, me soltó y me quitó el cucharón de las manos―.Descansa un rato. Come algo. Yo acabaré con esto. Sé que no soy tan buena alquimista como tú, pero ya está casi terminado y lo del caldero grande sería capaz de prepararlo incluso el más pequeño de los huérfanos de Rapsen. De hecho, si mi próximo invento funciona como debería, sería capaz de hacerlo sin la más mínima supervisión. Así que... confía en mí y reposa.

―¿Te he dicho ya lo mucho que te he echado de menos? ―Se me humedecieron los ojos. Estaba realmente cansado, pero no podía parar ahora. Al menos, no solo.

―No. ―Dejó sus labios sobre mi mejilla―. Pero tampoco es que haga falta. Una hermana lo sabe. Siento haber sido tan egoísta. Si queremos funcionar, tenemos que repartirnos las broncas. Había olvidado que esta vez me tocaba a mí.

***

Me senté un momento en el sofá y, cuando quise darme cuenta, se me habían cerrado los ojos. Al volverlos a abrir, aún se filtraba el sol por el tragaluz, pero los rayos ya se teñían de naranja. Ya estaba anocheciendo, y mi estómago rugió para recordarme que también me había saltado el almuerzo.

―Menudo siestón te has pegado, chaval ―apreció Mirei, que miraba con atención una de esas proyecciones de luz de Runi―. Por cierto, espero no haber sido muy desastre al recoger tus cosas, Rory.

Eché un vistazo. Aunque era obvio que no había sido yo quien había hecho la limpieza final, el estado del taller era sorprendentemente pulcro para lo que podía haber esperado de una maquinista acostumbrada a dormir a pocos metros de material potencialmente explosivo. Incluso se había animado a preparar la cena.

―¡Yo he ayudado! ―exclamó la IA al verme examinar el plato―. ¡Y menos mal que lo he hecho! ¡Mirei es un desastre con las especias!

―¡No lo soy! ―protestó la aludida―. Es que me gusta más picante que a la mayoría. Pero bueno, a Rory también.

―Un gusto adquirido, supongo ―concedí con una sonrisa.

―Mi análisis previo sugería que ningún sistema digestivo humano podría soportar las cantidades que habías considerado. ―Una imagen con un aspa roja gigante apareció en el aire―. Vale, para los teinekell habría sido una delicia, al parecer. ¡Pero esos tienen lava en la cara! ¡Aguantan cualquier ardor! Bueno, ya sabéis. No es lava realmente, pero... Es convincente.

―Oh, tus famosos pinchos a la Kadrous ―solté una carcajada―. Sí, recuerdo la primera vez. Desde entonces, siempre tengo un tónico anticapsaicinoide de repuesto en el botiquín.

―Cobardes, he dicho. ―Enseñó los dientes.

―Para ser justos, Runi ―aseguré―, Mirei no es para nada una mala cocinera. Ahí donde la ves, muchos de sus platos se han llevado mi sello de aprobación. Solo es... demasiado fan de las experiencias extremas.

―¡Kadrous! ¡Kadrous! ―exclamó, con un pincho en cada mano, deseando hincarle el diente―. ¡Vamos, que se enfría!

―Por cierto, Mirei. Estuvo aquí Dan Tennath esta mañana. Trajo una carta de la princesita para ti. Luego, se puso a actuar de forma rara. Incluso para ser él, quiero decir. Al parecer, lo que quería era ser mi amigo. O algo así, por lo que me pareció entender. No sé si es cosa de su hermana o el pobre está haciendo un esfuerzo particularmente personal, pero me alegro. Me pone las cosas fáciles.

―¿Crees? ―Paró unos instantes, aún con la carne a medio mascar―. Pero... ¡Eh! ¡Espera! ¿por qué no me lo habías dicho antes? ¿Una carta? ¿Y por qué no la hemos leído ya?

―No sé, quizá porque alguien decidió que era mejor idea llenarme la cara de barro y echarme una bronca ―Me hice con uno de los pinchos y, cuando fui capaz de tragar el primer bocado, continué―. Puede que sea por eso, sí.

―¡Pero es una carta de Meli! ―Tosió varias veces. El picante no era compatible con la velocidad que llevaba―. ¿Qué hay más importante que eso?

―¿Ahora la llamas Meli? ―Inquisitivamente, le clavé el índice en el costado, lo que le hizo soltar una bocanada de especias que me dio directamente en la cara―. ¿Qué pasó exactamente en esa azotea?

―¡No, no! ―Se echó el pelo delante de la cara para ocultar su obvio enrojecimiento―. Solo se... me ha escapado. ¡Sí, eso!

―Ya, claro... ―chanceé―. ¿Y vas a querer algo de intimidad o prefieres leerla conmigo?

―¿Podemos hacer lo que...? ―De perdidos al río, se destapó el rostro y se puso a juguetear con los mechones que quedaban. Tenía que admitir que era especialmente gracioso ver a una mujer hecha y derecha actuar como si tuviera la mitad de su edad―. Ya sabes, lo de cuando éramos adolescentes. Hace mucho que no me siento así y... me hace ilusión.

―¿Cotillear sobre tus pretendientes mientras te arreglo el pelo? ―puse los ojos en blanco―. Como si tuviera tiempo para algo...

―Antes de responder, recuerda lo que hablamos antes: te servirá para relajarte y sentirte más joven. ¡Y hace mucho que no te lo pido! Venga, va. ¿Cuándo fue la última? ―y, junto a una mirada de las que desarman, añadió con musicalidad―. ¡Porfis!

―Maldita seas, Mirei Rapsen.