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Capítulo 18 - Amelia Tennath

Aunque la mayoría de las pantallas parpadeaban para llamar mi atención sobre los resultados, no podía despegar la vista de la retransmisión del combate. Sabía que la maquinista se terminaría imponiendo de una u otra forma a Dan haciendo uso de su privilegiada cabeza, pero no esperaba que acabase haciéndolo de una forma tan literal.

―Claro que tendrías un as bajo la manga. ―Solté una risilla con una mueca de satisfacción―. ¿Alquimia en caramelos? No dejáis de maravillarme.

Mirei fue caballerosa asistiendo a mi hermano a volver a incorporarse tras admitir su derrota. Y, de algún modo, era capaz de mantener las energías para dedicar a cámara (pensándolo bien, ¿sabía qué eran?) una de esas sonrisas capaz de derretirte.

―¡Ah! ¡Es que es justo como Neumeria! ―Me balanceé hacia los lados, aún resistiéndome a volver al trabajo―. Ay... ¡no hay tiempo para distracciones! Veamos qué me tienes que decir del análisis, viejo trasto.

Recorrí los resultados de las pantallas con la mirada y luego invoqué un holograma con el que comparar los datos. Todo cuadraba, así que me acerqué el teclado, escribí un sencillo comando en él y me recosté contra el respaldo de la silla, satisfecha.

Menos mal. A pesar de los imprevistos que nos habían causado los Aruna, todo estaba marchando según el plan. Si el ordenador me daba luz verde, quizá podría tomarme uno o dos días libres y todo.

―Mi... señora ―la voz de Dan sonaba entrecortada al otro lado del auricular―. Imagino que...

En lugar de terminar la frase, solo dejó escapar un eterno suspiro.

―Recomponte, chico ―repliqué mientras sacaba un pequeño espejo de la bata―. Ya he visto tu simpático duelo. Buen trabajo, todo sea dicho. ¿Estás satisfecho ya?

―Estoylo ―apuntó en un tono mucho más leve de lo habitual―. ¿Deberíamos... personarnos ya en su laboratorio?

―¿Qué parte de «recomponte» no has entendido, Dan? ―callé por unos instantes para ajustarme el pintalabios―. En serio, tómate tu tiempo, no me voy a ir a ninguna parte. Ofréceles refrescarse. Quizá, algo de comer. Una poción para que deje de dolerle lo que quiera que hayas hecho en esa bonita cara para dejarla tan hinchada. Ya sabes.

El chico soltó una risilla al otro lado de la línea, casi impropia de él. En el fondo, por mucho que dibujara una distancia artificial entre nosotros, me conocía como si fuera mi hermano de sangre.

―Sí, me has pillado, me estoy terminando de arreglar. ―Me justifiqué mientras volvía a pintarme la raya del ojo―. Y, quizá más importante... aún estoy decidiendo cuánto deben saber por ahora.

Contemplé unos instantes el techo, perdida en mis pensamientos. Sabía que había prometido a Mirei respuestas en nuestro reencuentro, pero también tenía claro que sería incapaz de comprender la mitad de mi propósito hasta que lograra responder por sí misma esa pregunta. Aun así, siempre podía darle un empujón en la dirección correcta. Una pista sobre mi verdadera yo. Una yo que no sabía si la maquinista sería capaz de aceptar.

Aunque todo mi ser deseaba que lo hiciera, la mera idea de que no fuera así hizo que se me encogiera el corazón. Por un instante, la seguridad en mí misma que creía sentir se esfumó, dejándome con la frialdad de las pantallas y un tenue reflejo en ellas que maldecía todos mis secretos.

***

Siempre había querido hacer eso de dar un giro dramático en la silla cuando alguien entraba en mi habitación. ¿Era una payasada? Quizá, pero ver a la joven Lilina tan divertida por el gesto hizo que la mayoría de las dudas que me nublaban desaparecieran, aunque solo fuera por unos instantes.

Al fin y al cabo, había un motivo importante por el que todos nos reuníamos ahí. Tenía que ser yo. Tenía que armarme de valor... ¡Tenía que decir la primera palabra!

―Adelante.

¿Adelante? ¡Ya habían entrado! ¿Qué demonios esperaba? No. No iba a bastar que fuera yo misma en un momento así. Amelia Tennath era demasiado tímida como para controlar una situación así, así que intenté canalizar a la chica que interpretaba cuando jugaba a UniLaRo... O quizá a su afable villana. Sabía que de alguna forma terminaría mezclando personalidades en mi cabeza para llegar al resultado.

―¡Vuestra lucha ha sido fructífera! ―Sí, eso sonaba lo suficientemente guay. Podía con ello―. Por fin os habéis hecho camino hasta el laboratorio subterráneo, y estoy lista para daros las respuestas que ansiáis. Así que decidme, mis maravillosas invitadas, ¿qué cuestiones os traen por aquí?

―Fuiste tú quien pidió que viniera. ―Mirei se llevó las manos a la nuca, fingiendo despreocupación, pero tornando un poco su mirada en otra dirección. Su rostro aún estaba algo magullado, así que no sabía decir si su color más rojizo se debía a eso o a mi presencia―. Y soy una mujer de palabra.

¿Por qué me costaba incluso mantener el contacto visual? Al fin y al cabo, lo de la subasta había sido un reto mayor y ahí interpreté mi papel a la perfección. Tomé aire de una forma quizá demasiado evidente y cerré los párpados para calmar el errático movimiento de mis ojos. Tenía que cambiar de tema y sabía perfectamente a quién asaltar para ello.

―Así que... Runi. ―Me alcé ligeramente las gafas. Ese tropo siempre funcionaba, ¿verdad?―. Veo que al final decidiste quedarte el nombre que te otorgué.

―Mi usuaria lo vio adecuado ―respondió sin mostrar un ápice de sus fingidas emociones―. Suena bien. Es corto, fácil de pronunciar y, si no lo cambiaba, sabría que mi creadora lo valoraría. ¿No es así, AT?

―Así que has sido capaz de leer el mensaje que te dejé. ―Con un chasquido de dedos, hice aparecer un holograma presidido por el escudo de la familia, que contrastó con las imágenes que se mostraban en todas esas antiguas pantallas catódicas―. Aunque parece que te he infraestimado: según mis cálculos no deberías haberlo descifrado hasta dentro de un buen rato.

Mantuve la fachada seria, aunque no sin cierto esfuerzo. Ver a la máquina chillando en el momento exacto para sorprendernos con sus hallazgos era la piedra angular de mi guion. La forma que había ideado para mantener el control de la situación y conducir mi discurso por los puntos de referencia adecuados. No iba a permitir que un pequeño fallo de cálculo me dejara en evidencia; tenía que darle la vuelta de alguna forma.

―Qué quieres que te diga, aprendo rápido. ―Invocó un holograma de un muñeco rudimentario encogiéndose de hombros―. ¡Mira, también he aprendido de las reacciones humanas! ¿A que no te esperabas eso?

Claro que me lo esperaba. De hecho, una parte bastante importante de mi plan se basaba en que la máquina superara cualquier expectativa. Mis estimaciones eran correctas, ese hardware era capaz de albergar una IA así de avanzada. Una nueva generación de inteligencia capaz de nutrirse de la naturaleza y el ingenio de los humanos. Lo había logrado.

―¿Alguien puede decirme qué está pasando aquí? ―quiso saber Lilina. Su cara de desconcierto era genuina―. ¿Qué son... todas estas máquinas?

―¿Se lo dices tú o se lo digo yo? ―podía sentir cómo cada sílaba sintetizada martilleaba mi urdido plan de conversación―. ¡Vamos, Amelia! ¡Es fácil! ¡Solo son palabras!

Claro, palabras. Era fácil pensar que eran «solo palabras» si lo único que tenías que hacer para llegar a conclusiones era seguir una programación. Parecía que la máquina aún no había llegado a la conclusión de que, en el mundo real, las palabras tienen peso. Peso suficiente como para moldear los acontecimientos a su antojo. O de arruinar los intentos de hacerlo si no me cuidaba de elegirlas con tino. Necesitaba encontrar una forma de...

―No necesito que ninguno de los dos lo diga. ―Mirei dio un par de pasos al frente. Su mirada hacía gala de una mezcla entre suspicacia y ese «momento eureka» del que tanto gustábamos los practicantes de la ciencia―. Así que... AT. Era tan obvio que nunca se me había ocurrido pensar en ello. Amelia Tennath.

Un escalofrío recorrió mi espalda y me hizo estremecerme de una forma que no esperaba que fuera visible.

―Llevo tiempo pensando en el día que nos conocimos, Dan. ―Se giró hacia el aún dolorido guerrero―. Antes de marcharte, tocaste a Runi para que parara lo que fuera que estaba haciendo para enloquecer a ese varnu ―comprendió, echando un vistazo a la pulsera metálica―. Él mismo me lo dijo. Que existía un apunte en su registro de momentos antes que lo despertara. Uno del usuario DANTENNATH. No sabía cómo, pero verte darle órdenes desde tu propia muñequera antes me lo dejó claro. Ese debió ser el momento en el que cargaste la... ¿IA, se llamaba?

El aludido se limitó a asentir con la cabeza y a excusarse, alegando que lo necesitaban en otro lugar. La mentira era más que obvia, pero a ninguno de los presentes le importó demasiado, por lo que se marchó con paso firme.

―Sigo sin entender los detalles. ―Mirei se acercaba poco a poco a mí y eso hacía que me costara concentrarme―. Vale, sí... Es obvio que esta tecnología es demasiado avanzada como para que la comprenda. Aun así, he intentado investigar. Llevar mis ideas e intuición al límite, y si he entendido bien lo que me ha contado este pedazo de chatarra...

―¡Ey! ¡Que tengo sentimientos! ―protestó la IA―. Bueno, no sé. ¿Los tengo? No estoy seguro. Tú dirás, Amelia. ¿Se pueden programar? ¿Los he podido desarrollar mientras no mirabas? ¡A saber! Sea como sea, eso sigue doliendo.

―...tú eres la autora de esas «funciones horriblemente comentadas» que tiene, sea lo que sea eso. ―Apuntó sutilmente con su índice en mi dirección―. La conclusión lógica es que estás detrás de todas esas veces que Runi se ha tomado la libertad de experimentar con mi cuerpo. Dime la verdad, Amelia. ¿Eres tú quien...?

―...te he puesto en peligro. ―Dejé caer la barbilla. Una cortina de pelo plateado me tapó la cara y noté cómo, definitivamente, había perdido cualquier tipo de control que hubiera podido tener en esa situación―. Lo sé. He sido demasiado irresponsable. Aun así, si me escuchas...

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No me preocupaba la unidad Alrune que había empleado para desplegar a Runi. El escaneo previo de Dan me dejó claro que era la indicada. Ya desde lejos, podía saber que era la máquina más puntera que nunca había visto este lugar. Eso hacía que superara el umbral de mis conocimientos, pero estaba llena de confianza en que ese encuentro fortuito había sido clave para el futuro de ese mundo. Que, aunque fuese la máquina idónea para cargar mi pequeño proyecto, era Mirei Rapsen quien la haría llegar mucho más allá de lo que nunca había tenido la ocasión de imaginar.

Fuera como fuere, había puesto software experimental en las manos de alguien ajeno a la familia. Por muy especial que fuera la maquinista, había tirado los dados en una apuesta que no era capaz de respaldar. El día que Dan volvió a casa con las manos vacías, Padre me reprendió. Siendo honesta conmigo misma, no le faltaban motivos, pero decidí ponerme a la defensiva. Aunque nuestro objetivo final fuese exactamente el mismo, lo específico de nuestros planes cada vez divergía más y no podía seguir como mera observadora de un plan que no iba a ninguna parte. A gritos, le dejé claro que ya no era una niña y que debía empezar a valorarme como una igual. Que, por mucho que creyera que mis métodos no se basaban en poco más que una corazonada, debía dar una oportunidad a mis cálculos.

Pensaba demostrárselo con resultados.

Fue entonces cuando decidí convencer a Rory Rapsen para que me asistiera en la vertiente más tradicional de mi investigación: no solo podría resolver con su magia lo que mi tecnología no alcanzaba a comprender, sino que me daría herramientas para asegurarme de que Mirei seguiría segura mientras reunía el coraje para... Confesarle esa pequeña parte de la verdad.

Cuando descubrí que sus planes suponían visitarme en mi propia casa, estudié la situación todo lo que pude. Pensé en cómo acercarme a ella. Cómo contarle las cosas que quería que aprendiera. Cómo ser capaz de evadir las que tenía que guardarme para mí misma. A pesar de que la había vuelto mi sujeto de pruebas, quería darle una buena primera impresión. Quería ofrecerle pistas sobre lo que tenía que investigar. Quería que, poco a poco nuestros mundos empezaran a juntarse.

Puede que fuera ahí cuando me di cuenta de que había visto en ella más que un proyecto científico... O quizá ese solo fue el momento en el que me di cuenta de que ese guiño en la puerta de su taller no había sido una zalamería vacía sino uno de esos flechazos de los que tanto hablaban mis historias. De repente, la ciencia no era lo único en lo que quería reducir nuestra distancia. A pesar de la culpa que arrastraba, quería acercarme físicamente a ella. Tomar su mano y hacer que se sonrojara para comprobar que ese chispazo que habíamos sentido en nuestro primer encuentro era mutuo. Forzarla a un baile que nos hiciera reír juntas y, quizá alzar las banderas correctas para la ruta del romance.

Pero los estúpidos Aruna lo arruinaron todo.

―¿¡Estás loca!? ―Mirei inclinó mi barbilla hacia arriba para sacarme de mi relexión y se fijó con cierta ternura en mis ojos vidriosos. Mi pulso se aceleró y, probablemente, la sangre me subiera a las orejas para tintarlas de rojo―. Lo que has hecho ha sido salvarme la vida, idiota.

―¡No! ―grité en un tono demasiado impropio para mí―. ¡Fue por culpa de mis estúpidos fallos de cálculo que casi te acabo convirtiendo en cristal!

―La ciencia es así ―respondió, casi sin inmutarse―. Si no te hubieras arriesgado, ahora mismo habríamos perdido a uno de los Dragones. Eso sí que habría sido grave. A ver, he de admitir que no ha sido agradable, pero... En peores líos me he metido.

Era difícil llevar una conversación así si no tenías un guion perfecto preparado de antemano. Sin limitar la interacción a tres cómodas opciones en una pantalla. En la vida real, la infinitud de respuestas que podía dar a la guapísima heroína que sostenía mi barbilla me abrumaba. ¿Qué podía hacer para...?

Debería empezar por admitirlo. No, no tenía el control de la situación. Quizá nunca lo había hecho. Derrotada, dejé caer mi cabeza contra su pecho sin saber qué más decir. Solo podía esperar que alguna de sus palabras me devolviera el ritmo de alguna forma. Pero no llegaron. En su lugar, recorrió mi pelo con sus dedos y dejó su cabeza sobre la mía. La diferencia de nuestras alturas me abrumó un poco, pero no tardé en sentirme algo mejor. Mejor porque su tacto me aceleraba el corazón. Mejor porque me protegía. Porque el que me sostuviera quería decir que no me odiaba por lo que había hecho. Porque por fin estaba con ella de igual a igual.

Porque sabía que había acertado al elegirla.

―¿Sabes? ―intercedió Lilina, uniéndose al coro de apoyo―. Si realmente conocieras a Mirei sabrías que le preocupaba más no saber qué es lo que estaba ocurriendo realmente que todo ese follón por el que la has hecho pasar. Pero no has querido hacer las cosas bien, y te ha explotado en la cara, princesita.

Claro que quería. Quería... conocerla. Conocerla de verdad. Romper ese cristal y saber quién era la verdadera Mirei, la que se escondía más allá de la idealización, la que estaba detrás del momento en el que se cruzaron nuestras miradas y mi corazón supo que, aunque el camino fuera sinuoso, nuestros destinos se acabarían uniendo. Pero yo seguía sin poder ofrecer lo mismo. Todavía no.

Me recompuse y di un trago a la botella de agua que tenía sobre el escritorio. Probablemente el maquillaje se me hubiera corrido al secarme las pequeñas lágrimas con la manga de la bata, pero no estaba en situación de darle importancia. Con un susurro, di la orden de que se encendieran las pantallas que aún estaban apagadas. En ellas se proyectó todo mi estudio del éter, de cómo era capaz de integrarse con la tecnología y, sobre todo, del experimento del sifón etérico que Runi había llevado a cabo en Mirei. Sabía que solo la IA y yo podíamos interpretar el sentido de esa información, pero eso no evitó que rehuyera la mirada con cierta vergüenza.

A su lado se extendían mis simulaciones. Por un lado, las de las muestras que había robado de los bancos de memoria de Runi cuando se conectó a nuestra red (¿se creía que era el único que iba a llevarse algo de provecho?). Por el otro, mis observaciones sobre el éter térreo de los momoolin.

―Veo que estáis familiarizados con la versión de prueba de la función at_66(). ―Aunque miraba a las visitantes, mi voz se dirigía a Runi, que era el único que me entendería―. Aunque, también puedo ver registros de sus... Usos recientes.

―¡Vaya que sí! ―se enorgulleció Runi, iluminando la estancia con luz propia―. ¡De hecho, la he mejorado! Un pequeño cambio por allí, un bucle por allá, una mejor gestión de excepciones... ¡Y presto!

¿Mejorado? Si lo que estaba leyendo en el holograma era cierto, funcionaba bien, pero un solo uso podría drenar toda la energía de una persona al descuidarse. Algo que era ciertamente peligroso para su portadora. No obstante, decidí no señalarlo en voz alta para evitar preocupaciones innecesarias. Total, ya era tarde para eso.

―Y yo la he terminado, je. ―Enseñé los colmillos en señal de victoria―. No dejes a una máquina lo que solo puede hacer una mente humana. Si me permites actualizar tus repositorios...

―Os recuerdo que no entiendo absolutamente nada de lo que decís ―gruñó la dueña del brazalete―. Y me gustaría.

―De acuerdo, también añadiré algo de documentación de entrada para Mirei y... ―pensé por unos instantes―. Si me lo permitís, una de las sugerencias de mi padre: un estabilizador etérico. Con esto no tendrás tantos problemas con el equilibrio de tu cuerpo. Y nos ayudará para el... siguiente paso.

―¿La vas a usar otra vez de rata de laboratorio? ―chanceó la IA con una inflexión claramente jocosa―. ¡Me apunto! ¡Parece divertido! Además, el código parece limpio, elegante y... funcional. Se nota qué mano hay detrás.

―¿Qué estás insinuando, puñado de ceros y unos? ¡Mi código es igual de bueno! Si no lo comento es porque... ¡Yo qué sé! ¡Tampoco es que haya tanta gente que sepa leerlo! ―gruñí con saña―. ¡Eres tú quien lo usa irresponsablemente! ¡Si pone beta es porque aún no lo he acabado, no para que lo vayas testeando alegremente frente a monstruos!

Mirei chasqueó los dedos en el aire para hacernos callar. Su aura era tan imponente que no pude evitar acceder a la petición implícita.

―De acuerdo, no hace falta que discutáis más. Lo haré. Seré tu experimento si tan convencida estás de lo que haces ―sentenció la maquinista, poniendo fin a la discusión―. No me mires así, Lilina, sabes que no puedo decir que no a algo tan científico. Y, no sé, hay algo que me dice que debería fiarme de ella.

―En fin... debería buscar a Rory ―bufó Lilina, con una mezcla de preocupación y diversión en su rostro―. Voy a ver si Dan sabe cómo. ¡Dan! ¡No te escondas, veo tu armadura al otro lado de la puerta! ¡No corras, que te veo! ¡Dan!

―Parece que se están empezando a entender. ―Curvó los labios hacia arriba con cierta complicidad―. Aunque sea de un modo tan retorcido... ahí están.

―¿Te parece eso retorcido? ―le cuestioné―. ¿Lo dice la que no ha sabido aceptarlo sin noquearle de un cabezazo primero?

Mirei se limitó a esconder la barbilla en el cuello de su camisa y paladear ligeramente un «culpable» que no llegué a escuchar.

―¿Sabes? Es la primera vez que veo a Dan así con... gente, en general ―apunté mientras conectaba un cable a Runi―. He de decir que me alegra ver que poco a poco consigue abrirse a vosotros. Siempre ha sido un niño algo... raro. Incluso conmigo. Se cree que nos debe la vida por adoptarle en nuestra familia cuando... bueno, es casi lo contrario.

Eché un vistazo al monitor que mostraba la barra de progreso. Como quería actualizar todo su sistema operativo, se trataba de una transferencia bastante extensa que, además, tendría a Runi en silencio por unos cuantos minutos, lo que dejó en el aire uno de esos silencios incómodos que nunca sabía cómo llenar... y mucho menos cuando las miradas se nos escapaban sin pretenderlo.

Ojalá pulsar muchas veces la caja de texto fuera una opción en la vida real.

―Pero bueno, antes de empezar quizá deberías contarme en qué me estoy metiendo ―sugirió repentinamente―. Hablabas del... siguiente paso. ¿A qué te referías?

―Bueno, ya deberías poder controlar el agua como los kabaajin... ―Miré hacia otro lado al recordar los efectos secundarios―. Quizá los métodos para ello no hayan sido los más ortodoxos y aún estemos perfilando su uso, pero... Bueno, Dan ha conseguido los datos necesarios para hacer lo mismo con el éter gracias al Favor de Molcheen y me encantaría que te prestaras a...

―¿Me prometes que va a ser más seguro que la última vez? ―Me cortó. No obstante, su tono era dulce y comprensivo―. Me gustan las emociones fuertes, pero creo que ya he tenido suficientes por hoy.

―Lo prometo.

No sé cómo, pero reuní las fuerzas para tenderle la mano. Al notar su piel, un agradable escalofrío recorrió mi cuerpo y mis labios se tornaron en una pequeña sonrisa sin que pudiera hacer nada por evitarlo.

―¿Me puedes contar por qué estás haciendo todo esto?

Inspiré con fuerza, intentando que mi tono retornase a su forma juguetona. Que proyectase una vez más un control de la situación que no debería haber perdido.

―«Lo hago por la ciencia» no es una respuesta lo suficientemente convincente, ¿verdad?

Aunque «ciencia» significara cosas totalmente distintas para ella y para mí, claro. Intenté usar la broma para relajarme, pero me resultó imposible al ver que su mirada se había ensombrecido un poco. No necesitaba leerle la mente para saber en qué estaba pensando.

―Ojalá no tuvieras que ocultarme tantos secretos ―suspiró. A pesar de sus palabras, supe ver que me hablaba con cariño―. Sin embargo, visto lo visto, está claro que no lo entenderé hasta que no sepa de dónde vienen las estrellas.

No le faltaba razón. Hice un ademán de tenderle la mano para que supiera que la apoyaba, pero no me atreví. En su lugar, reuní lo poco que me quedaba de creatividad y le dirigí la palabra con tanta convicción como pulsaciones tenía mi acelerado corazón.

―Te propongo un trato: si accedes a mi petición, te daré una pista más para que lo comprendas ―le guiñé el ojo―. ¡Y un par de clases particulares sobre tecnología!

―Ya me habías prometido esas clases antes ―se quejó. Al inclinarse sobre mí fui aún más consciente de nuestra diferencia de altura y musculatura, que podía pasar de protectora a imponente en un instante―. Y deberías saber que no soy la clase de chica a la que puedes sobornar con pistas. ¿Me has dado un misterio? Vaya que si lo resolveremos por nuestros propios medios.

―Entonces... ¿qué te puedo ofrecer a cambio? ―Trastabillé ligeramente al intentar poner algo de distancia. No porque me sintiera amenazada, sino porque la situación estaba a poco de hacer que mis hormonas tomasen el control―. La fortuna de los Tennath está a tu disposición, puedes elegir sabiamente. ¿Materiales raros? ¿Maquinaria que haga tu trabajo más fácil? ¿Tu propia motocicleta de vapor? ¡Dímelo y lo haré realidad!

―Todo suena tentador. ―Estiró la espalda y se giró para eludir mi vista. De repente, bajó el volumen de su voz y noté un atisbo de timidez en ella―. Pero lo que quiero es otra cosa...

Se sujetó una mejilla y usó el resto de su enorme mano para ocultar la mitad de su rostro.

―Si te parece bien... me gustaría tener... Lo que nos arruinó el Diluvio... ―Era adorable como prácticamente tenía que tomar aire cada par de palabras―. Quiero... Esa cita.

Una campanilla llenó la habitación. Su eco había matado el momento, pero a ninguna de las dos nos importó.

―¡Actualización completada! ¡He vuelto, nenas!