Puede que mi introducción pecara de dramática, pero el rostro de las aventureras era uno que no estaba para bromas. La aprendiza bailaba entre la emoción y el temor mientras que su hermana simplemente se limitaba a mantener el ceño fruncido y su mirada perdida, como intentando dotar de sentido a todo lo que estaba viendo en los intrincados pasillos subterráneos del Núcleo.
―No estoy segura de si deberíamos disculparnos por lo que le hemos hecho a esa puerta o... ―intervino por fin, sujetándose el brazo mientras viraba la mirada―. No sé. Al fin y al cabo, no era a ti a quien imaginaba esperándome aquí, pero supongo que es lo que más sentido tiene después de ese pequeño malentendido.
―En efecto, está en lo correcto, señora Rapsen. ―Añadí una pequeña reverencia de cortesía―. Fui vehemente en mi objetivo de ser quien recibiera a los vástagos más prometedores de la Casa Rapsen a estos dominios ocultos bajo la corteza. Mas si me lo permiten, antes de atender a sus pesquisas, aclararé de buen grado ciertos asuntos que considero de máxima acucia.
Tomé aire con fuerza. Aún necesitaba hallar las palabras adecuadas para acercarme a mis metas sin enfurecer a las invitadas de honor. ¿Por dónde debía comenzar? Tenía tantas cosas en la cabeza que quedarme con una parecía imposible. ¡Ah, sí! ¡El consejo de Amelia! No las tenía todas conmigo, pero aduje que podría servir para romper el hielo y mostrar mis buenas intenciones a las invitadas.
Paré en seco y giré ciento ochenta grados. En señal de deferencia, clavé una de las rodillas en el polvoriento suelo, pero no abandoné el contacto ocular con la joven aprendiza en ningún momento.
―Señorita Lilina. He de alabar vuestra renovada... ―Diantres, ¿cuál era la mejor forma de alabarla sin propasar las proverbiales líneas rojas?―. Expresión capilar. Sin duda, os favorece sobremanera, tanto en forma como en color. Mis kudos.
―Si no lo has entendido, lo que quiere decir el caballero andante es «bonito peinado» ―ilustró la mayor. Aún no había deshecho su mueca de incógnita, pero al menos pude sentir algo de calidez en su tono.
―¡Cl-claro que lo he hecho! E-esto... ―La aludida agachó la cabeza y empezó a juguetear con algunos de los mechones―. Gracias... Pero... ¡Sigo enfadada! ¡Un par de palabras bonitas no va a ha-hacerme olvidar que...!
―Tu réplica sería más convincente si no estuvieras roja como un tomate. ―Su hermana mayor se asió con firmeza de sus hombros y la encaró directamente a mí, aunque seguí evitando la mirada―. Venga, dile todo eso que has estado ensayando...
Incliné la barbilla hacia abajo en señal de respeto.
―No erráis ―disminuí la intensidad del tono―. Una disculpa es de recibo en esta situación y me congratularía enmendar la situación de la mejor de las formas posibles. La alianza entre las casas Tennath y Rapsen es vital en esta era tan incierta por transcendentales razones que aún escapan a la comprensión de esta estrella. Por ende, me gustaría... Quiero decir... Considero oportuno dotar de valor los aspectos de más gratitud inferidos durante nuestro previo embate.
Las mujeres se miraron entre ellas y encogieron los hombros casi al unísono. Así que, como muestra de genuina sinceridad en mis palabras, coloqué la otra rodilla en la tierra e incliné la cabeza hacia abajo, rozando la súplica.
―¡Lilina Rapsen! ―A juzgar por la reacción de la joven, mi entusiasmo fue excesivo―. ¡Hállome impresionado por su habilidad en combate! A pesar de su clara falta de experiencia, mi intuición nunca me dejaría pasar tamaño diamante en bruto. Por ende, querría emplear mi competencia como combatiente para nutrir sus capacidades latentes como guerrera. Por favor, ¡aceptadme como mentor en una ocasión para avivar el nuevo lazo entre nuestras familias!
Tras un silencio incómodo, fue Mirei la que dio un paso adelante. Aunque seguía arrodillado, me miró de arriba abajo y, acto seguido, extendió la mano para ayudarme a poner en pie. Si bien no de muy buen grado, acepté la invitación.
―Tienes cojones ―se limitó a responder―. Primero, amedrentas a una adolescente hasta el punto de forzarla a un combate contigo porque no eres capaz de distinguir tu objetivo. Luego, le das una verdadera paliza sin ver que no está al nivel que esperabas. Y ahora, la tienes delante y lo primero que se te ocurre es... soltarle un par de piropos cutres y... ¿Ofrecerte como mentor?
―Así es ―Apreté su antebrazo en señal de respeto―. Puede que mis formas no hayan sido las más correctas, mas...
La mujer, aunque acusaba cansancio en sus ojos, aceptó el agarre y me embistió con un hombro, como si pretendiese probarme. Aguanté la fuerza física como un baluarte, pero la tensión en el ambiente se me hizo más complicada. No sabía cómo iba a reaccionar, pero de repente se echó hacia atrás y soltó una carcajada que retumbó por toda la caverna.
―Los tienes bien puestos si crees que me vas a reemplazar. ―Se separó unos pasos para escudriñarme de arriba abajo―. Está claro que ser imposibles de entender es algo que corre en vuestra sang... Perdón, ya sabes lo que quiero decir. En la familia. Pero si crees que...
―Lo haré ―aseguró Lilina con determinación. Apretaba el puño con fuerza, aunque las piernas le temblaban como uno de esos postres gelatinosos―. Tú misma lo has dicho... No puedo depender de tus enseñanzas para siempre. Tengo que seguir puliendo un estilo propio. He de ver mundo más allá, ¿verdad?
―Pero... ―balbuceó la mujer, que parecía haberse quedado helada―. Lilina...
―¿Verdad? ―Sentí el fuego en sus ojos. Definitivamente, había sido un acierto―. Fueron tus palabras, no las mías.
―¡Je! ―La maestra se abalanzó para revolverle el pelo a su pupila―. Respuesta correcta. Aunque, que lo sepas... Jenna y yo no pasaremos esto por alto. Tú-ya-me-entiendes.
La maquinista hizo diversas señas con las manos que parecieron aturullar a la adolescente. Fui incapaz de reconocerlas, aunque tenía algo claro: definitivamente no eran parte del lenguaje momoolin.
―¡Calla! ―Lilina se tapó la cara con las dos manos, pero su hermana siguió con los gestos―. ¡En serio, para ya!
Yo, por mi parte, seguía siendo incapaz de entender la situación.
―Sorprendentemente, has convencido a Rory. ―Por fin, alguien volvía a dirigirse a mí―. Y, por lo que se ve, esta jovencita parece rendirse con poco más que un par de zalamerías. Pero yo... Sigo sin saber qué pensar de ti.
Suspiré con calma. En realidad, esa era la parte fácil.
―Permitidme, pues, trasladarle mi propuesta. ―Incliné levemente la cabeza y dibujé media sonrisa―. Ambos somos conocedores de la verdadera naturaleza del incidente de la mansión: no erais sino vos, señorita Rapsen, la destinataria intencionada del improvisado duelo. Por ende, mi sugerencia es clara y concisa: resolvamos esa cuenta pendiente y despejaré todas las dudas que albergan.
―¿Sabes qué? Me gusta por dónde van los tiros. ―Estiró los brazos hacia atrás y entrelazó sus dedos. Sus hombros crujieron dejando un eco por el pasillo―. Así que vamos a hacer las cosas como mis buenos amigos de Abakh. No voy a negarlo: es una buena forma de que me demuestres tu valía.
―Aunque sean ignotas al hecho, han arribado a este emplazamiento subterráneo mediante el pórtico del guerrero.
Resumí la historia del ala abandonada del Núcleo en pocas palabras, ya que ninguna de las dos féminas parecía muy interesada por mi relato. Una había decidido trasladar su cabeza a las nubes con ensoñaciones, mientras que la otra parecía más preocupada por darle a sus músculos un buen calentamiento que por la lección de Historia.
―Por ende, he de cerciorarme de que la malograda tradición se respete.
―Asumo, además, que no me darás una sola de las respuestas que he venido a buscar hasta que cumpla con los términos de dicha «tradición». Tenía la corazonada de que Amelia no iba a hacer sencillo nuestro reencuentro.
―Ajá. ―Incliné levemente la cabeza en señal de confirmación―. Témome que no cuento con permisión para dotaros de una mísera respuesta hasta entonces. Mas pondré todo mi empeño en que la experiencia satisfaga a ambas partes.
―Me parece justo ―Por un instante, el éter que rodeaba a la muchacha brilló con intensidad―. A falta de respuestas inmediatas, y después de jugarnos el pellejo frente a una lantissa gigante... Sí, un duelo amistoso será un buen entretenimiento. Soy toda oídos, Dan Tennath.
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Lilina suspiró con fuerza en respuesta. Con pocas palabras, adujo que su hermana mayor siempre gustaba de resolver todo a través de los puños. Ella se limitó a justificarse con un fugaz encogimiento de hombros y una actitud aún más lista para el combate, dejándome claro que coincidía con mi teoría de que, en ocasiones, el combate sin cuartel era la mejor forma de conectar dos corazones ajados.
―Padre nos ha permitido disponer del Viejo Coso para nuestro duelo ―indiqué―. En esta ocasión sugiero que nuestros cuerpos sean lo único admitido en la arena. Nada de arma ni armaduras. Por salvaguardar el espíritu de la justicia, tampoco se tolerarán modificaciones alquímicas previas ni el uso de tecnología. Lo que quiere decir que...
Crucé los puños a la altura del pecho e invoqué los hologramas de mi unidad Alrune en el aire. Seguí cada uno de los datos que volaban por el aire, validando uno a uno los valores que aseguraban. Tras comprobar que toda la información biométrica estaba en orden, recorrí los ojos de ambas invitadas y di la instrucción en voz alta:
―Desactiva la unidad denominada «Runi» y entra en modo de reposo, por favor.
La adolescente me observaba sin siquiera pestañear. De tanto en cuando, me recorría con la mirada, quizá absorta en las maravillas de la tecnología. En cambio, su hermana mayor reaccionó con sorpresa mayúscula cuando su pulsera se abrió por la mitad y colgó de su muñeca.
―Espera... ¿Puedes apagar a ese montón de hojalata a tu voluntad? ―Su torrente de voz crecía a cada palabra―. ¡Tienes que enseñarme cómo! ¡Ese trasto no me deja intimidad!
―Nada de atender a cuestiones hasta que nuestro duelo haya llegado a su conclusión, señora Rapsen. ―Alcé el dedo en señal de amenaza―. Mas si lo deseáis... Puedo indicaros el camino a su vestuario.
No tardé en despojarme de mi armadura mecánica para ataviarme con unos pantalones cortos tan ceñidos como básicos. Consideré añadir una camiseta al conjunto, pero finalmente llegué a la conclusión de que una artista marcial bien entrenada podría usarla como punto de agarre adicional. Además, tenía que admitir que añadía un aire de dramatismo a todas esas historias virtuales de luchadores callejeros de las que me había hablado Amelia.
Eché un vistazo a la arena de combate con cierta nostalgia. Aunque nunca se hubiera llegado a usar de forma oficial, había dedicado parte de mi adolescencia a emplear el Viejo Coso como centro de entrenamiento junto a Padre. Una vez dejamos de compartir esos momentos la volví mía, así que la estancia nunca dejó de recibir cierto grado de mantenimiento. Los trazados en el suelo se habían desvanecido con el tiempo y los accesorios de pirotecnia dejaron de ser funcionales hacía mucho, pero lo que importaba seguía ahí: la jaula en la que los luchadores lo daban todo y las gradas que poblarían los curiosos.
Ya fuera por fortuna o por todo lo contrario, el público para el estreno de las instalaciones era escaso. Lilina no tuvo reparos en agenciarse el palco de honor, desde donde me miraba con especial interés. Quizá no hubiera sido tan buena idea presentarme descamisado al ring. Por otro lado, estaba convencido de que Amelia no iba a renunciar a la oportunidad de curiosear desde las cámaras de vigilancia. No podía descartar la posibilidad de que alguien más se fijara en la reyerta al revisar aleatoriamente las cámaras, pero parecía improbable.
Aun así, eso no hacía que el momento perdiera ni un ápice de su significancia. No solo tenía el honor de usar por fin el coliseo para un combate (algo) oficial, sino que se trataría de uno contra la única humana que fue capaz de hacer correr un elemento por sus venas.
―¿Lista, señora Rapsen? ―Adopté una posición rígida, de alerta.
―Nací lista.
Ya fuera por sus dotes de observación o por los relatos que le había narrado su hermana menor, mi contrincante parecía consciente de que para tener una oportunidad frente a mí debía hacer acopio de su agilidad. Una conclusión lógica tras ver que sus músculos, a pesar de bien definidos, no eran capaces de hacer frente al portón del guerrero por sí mismos.
Su primera acometida fue algo predecible: un puñetazo rápido con el que rodearme mientras mantenía las distancias. Sabía que debía responder con contundencia antes de que empezase a controlar la situación, así que decidí propinarle una patada en el estómago. Logró despistarme: en lugar de rotar tras el segundo de los puñetazos como hizo la primera vez, se deslizó sobre el suelo y evadió mi ataque pasando justo por debajo. Mi postura abierta había dejado un punto débil y ahora tenía que girarme con presteza si no quería llevarme un golpe por la espalda.
Parecía que la maquinista era capaz de tomarse el duelo tanto como un divertimento entre dos personas que conversan de corazón a corazón mediante los puños... y con la seriedad que Padre y Madre esperaban de una prueba para una potencial allegada a la familia. Que ambos objetivos se alineasen de esa forma no hacía sino avivar las llamas de mi pecho y darme un subidón de adrenalina.
Era mi turno de tomar la iniciativa, aunque ya se había vuelto a poner en pie. El cuerpo me pedía una primera toma de contacto, una en la que pudiera medir sus fuerzas en primera persona. Para ello, me acerqué poco a poco. Con más ligereza de lo habitual (al fin y al cabo, no llevaba mi habitual armadura) pero con paso intimidatorio. Quizá fui demasiado obvio telegrafiando cada puñetazo que iba a dar, pero cuando quiso darse cuenta, había quedado acorralada en una de las esquinas del hexágono que describía la jaula.
―De cara, ¿eh? ―Apoyó uno de los pies en la reja―. ¡Así me gusta!
Instintivamente, se protegió del golpe que preparaba con uno de sus brazos. Por su mirada, parecía dispuesta a encajarlo, como si ella también quisiera medirse contra uno de mis golpes antes de replicar. Pero no le daría esa satisfacción: cambié ágilmente mi postura y acometí con un agarre. Uno no muy firme, pero lo suficientemente inesperado como para forzar a la chica a usar lo que parecía su pequeño as bajo la manga: de una patada, se impulsó contra la reja para intentar desestabilizarme y hacerme caer por mi propio peso. Y, aunque no lo consiguiera completamente, la inercia fue suficiente para zafarse y barrerme de una patada que finalmente me hizo caer al suelo.
Claro estaba, no iba a dejar que se saliera con la suya. Como sabía que podía acometer contra mí en el tiempo que tardaría en volver a tomar planta, rodé para tomar distancia. Como había planeado, mi rival me siguió llena de sí misma, lista para descargar su puño contra alguien a quien calculó en desventaja. Estaba donde la quería, justo en el punto en el que podía sorprenderla con mi propia triquiñuela: una que aunaba la fuerza de mis brazos para hacerme levantar y una poderosa patada hacia el techo que impactaría en el abdomen de mi rival.
Su firmeza resistió el impacto más de lo que había calculado, pero la fuerza del golpe nos distanció lo suficiente como para volver a caer en tablas.
―Cabrón ―dijo tras recomponerse de un alarido ahogado―. Definitivamente, hice bien en no subestimar tu fuerza. Aun así...
No había acabado de hablar cuando atacó. Estaba claro que la muchacha tenía cierto control sobre el combate: un par de palabras más y habría dejado pasar el momento idóneo para atestarme un puñetazo certero entre las costillas.
Uno que dolía como pocos de los que hubiera recibido en mi vida. Uno que dejó claro que esos músculos no estaban ahí solo para presumir y que, de habérselo propuesto, la puerta habría cedido ante ella, si bien con algo de esfuerzo. Por fortuna para mí, mi cuerpo estaba tan dentro del combate que fue capaz de ignorar todas las señales de alarma del dolor. Ella tampoco se aquejaba de la contusión, así que asumí que estaba en una situación similar.
Eso permitió que el siguiente intercambio fuese ágil. Un puñetazo ligero que encajar en el pecho, otro que absorber con el antebrazo, un rodillazo directo al estómago que logré esquivar de por solo una fracción de segundo y otro con el que no tuve tanta suerte y me habría hecho soltar hasta la primera papilla si no hubiera concentrado mis músculos en contender el golpe. El pugilato empezaba a caldearse. El diálogo de violencia no parecía acabar aunque el promedio era bastante equitativo: por cada golpe que era capaz de atestar, tenía que acabar encajando uno yo mismo.
Sea como fuere, la matemática no mentía: si mi fuerza era superior a la suya y la distribución de impactos, equitativa, lo lógico sería decir que, si había acabado magullado, la tunda que había propinado a cambio era aún más violenta. No obstante, era fácil ver en su lenguaje corporal que estaba preparada para seguir luchando, aunque sus piernas hubieran empezado a ver difícil el esfuerzo de mantenerla en pie.
Todo se reducía a una batalla de resistencia... y parecía llevar las de ganar.
―Debo admitirlo. ―Se pasó la mano por la cara para apartar el sudor que chorreaba por ella―. Estaba preocupada de que no fueras más un papanatas fanfarrón, pero... Estás a la altura.
―Tú tampoco lo haces nada mal ―Contuve uno de sus puñetazos, pero no encontré la ocasión de replicarlo.
―¿Tú? ―Soltó una carcajada que le hizo toser un poco se sangre―. ¿Dónde ha ido todo ese formalismo? ¿Todo ese «señora Rapsen»?
―No hay tiempo para eso en el fragor de la batalla. ―Esa vez sí que pude propinarle un codazo que la postró durante un instante―. ¿No crees?
Asintió con la cabeza y movió la boca para intentar decir algo que resultó inaudible. Y, con lo hinchada que tenía la cara, no parecía fácil leerle los labios.
―En fin... ―chasqueé la lengua―. ¡Acabemos con esto!
Aproveché su momento de debilidad para establecer un duro agarre, aunque pareció leer mis intenciones y, en un movimiento ágil por su parte, acabamos agarrados firmemente de las manos. La muchacha intentó resarcirse de un rodillazo, pero empujé con fuerza para empotrarla contra uno de los muros de la jaula.
Solo necesitaba un golpe certero para hacerme con la victoria.
―No tan... rápido ―mostró los dientes con una sonrisa desafiante. Entre ellos tenía un... ¿caramelo?
Lo mordió con fuerza, partiéndolo por la mitad.
―Técnicamente... no es un arma. Ni una modificación previa ―aunque su tono era desafiante, el hilo de voz parecía débil. Al menos, hasta que hizo acopio de fuerzas para gritar―. ¡Maldita sea, ya te debo otra, Rory!
¿Rory? ¿Qué tenía que ver él en todo esto? No tuve tiempo para dedicarlo a buscar una respuesta a esa pregunta. De repente, los músculos de la maquinista se tensaron y, con poco esfuerzo, fue capaz de recuperar el terreno, empujando con sus piernas como si de un tractor se tratase. Instintivamente, eché el cuerpo hacia atrás para evitar otro de sus rodillazos fugaces.
Solo fui capaz de presenciarlo durante medio instante. Aunque demasiado fugaz como para que mi cuerpo reaccionara, el momento se grabó a fuego en mi mente. Ese brillo peculiar en sus ojos. Esa sed de sangre. Esa sonrisa torcida, con tintes de sadismo. Tramaba algo. Buscaba el golpe definitivo y no sabía cómo evadirlo. ¿Cómo se había repuesto tan fácilmente tras ponerla contra las cuerdas?
Echó el cuello hacia atrás, y...
Todo se volvió negro. Cuando volví en mí, noté un intenso dolor en mi frente, que se había hinchado después del subidón del combate. ¿Me había vencido de un cabezazo?
A Mirei Rapsen no le faltaban agallas.