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Capítulo 12 - Dan Tennath

Amelia desplegó un mapa holográfico en el centro de su habitación. Sobre él, decenas de puntos refulgían rítmicamente, unidos por diversas líneas que cambiaban erráticamente de posición. No necesitaba mucho más contexto para averiguar qué estaba mostrando. Sin embargo, atendí con esmero a todo lo que tenía que explicarme.

―Compréndolo. ―Eché un corto vistazo por la ventana para recordar el cielo teñido de fuego―. Ha acaecido, pues. Los meteoros han comenzado a desleír en masa de la cúpula estrellada para desplomarse en estas tierras. Una ocurrencia así no tiene sino una sola explicación, mi señora.

―Menuda forma más pedante de llamar a las estrellas fugaces ―replicó Amelia. Su expresión era despreocupada, pero no podía ocultar la circunstancia en su rostro―. ¿No se dice, sino que cada uno de los astros que cae es una gran noticia para este mundo? Ah, si fuese tan fácil...

―No me atrevería a poner en entredicho su sueño, si bien... ¿¡Tantos en simultánea!? ¡Debe considerar que...! ―Cuando me di cuenta de que había alzado la voz, retrocedí y me crucé de brazos―. Con el mayor de los respetos, mi señora...

―Déjate de «señora», Dan. Me pones de los nervios. ―bufó―. Aunque tienes razón: tal y como están las cosas, nos será imposible hacernos cargo de todas esas estrellas. Aunque... sí que he oído que pedirles un deseo es de buena ventura. Así que he formulado uno por cada una de las luces del cielo. A ver si los astros me ayudan a que empieces a hablar de forma normal de una maldita vez.

―Ya sabe que es una petición imposible. ―Clavé mi rodilla en el suelo en señal de reverencia―. Después de todo, nunca consideraría dirigirme de tal forma a...

―Tu hermana, merluzo ―me recordó, aprovechando que me tenía por debajo para revolverme el pelo―. En fin... Después de una década juntos, es imposible cambiar tus maneras, ¿verdad?

―Mi deuda con la Casa Tennath es aún mayor que el vínculo personal que hayamos forjado, mi señora. ―Golpeé mi armadura con fuerza. Un eco metálico resonó, incómodo, por la habitación―. Me tornaron un joven afortunado, y he de devolver el gesto con todo mi ser. Soy consciente de mi coyuntura. Conocedor de las ambiciones de la familia. Abandero con orgullo el título nobiliario que me han brindado, mas...

―Anda, ¡cállate de una maldita vez! ―Enseñó los colmillos y bufó cual gato erizado―. Empiezas a aburrirme, hermanito.

―Cuando haya demostrado ser merecedor de todo mi privilegio, os trataré como a mi igual, mi señora ―intenté añadir un «se lo prometo», pero me tomaba más en serio mi palabra que mi capacidad para cumplir con algo así―. Mientras tanto... No puedo sino sentirme agradecido y subordinado.

Un brillo malévolo se reflejó en los ojos ambarinos de la chica antes. Chasqueó los dedos y el holograma que presidía la habitación nos dejó en una penumbra solo iluminada por algunos candiles etéricos. Cuando su voz entonó un cantarín ronroneo, un escalofrío me recorrió la columna vertebral. No se avecinaba nada bueno.

―¡Dan! ¿¡Por qué me tratas así!? ¿A mí? Que te he aceptado en mi familia y, a pesar de no compartir la misma sangre, te considero mi hermano ―puntualizó la última frase con un sollozo fingido―. ¡Ay, mi caballero de armadura refulgente! ¡Rehúsas del lazo fraternal que tanto me he esforzado en nutrir!

―Pare, mi señora. ―Los músculos de la cara se me tensaron―. Por favor, pare.

La científica se enjugó unas lágrimas que no eran reales con un pañuelo y siguió con su despliegue teatral.

―¿O es que hay otros motivos para que no me aceptes como tal? ―Mientras gesticulaba exageradamente, me puse en pie para preparar una retirada discreta―. ¡Ya entiendo! Al fin y al cabo, si aceptaras nuestro lazo, renunciarías para siempre a tus deseos prohibidos. No te preocupes, apuesto joven. ¡Guardaré tu secreto! Conmigo, no tienes por qué contenerte.

Amelia dio un par de pasos hacia mí y dibujó un corazón con sus dedos en el aire, que dejaron durante un instante la estela de sus guantes en el recuerdo del éter. Sin abandonar ese contacto visual que tanto me enervaba, comenzó a invadir mi espacio lanzando fugaces besos al aire. A pesar de reticencia y una discreta marcha atrás que no parecía ser suficiente ante su ritmo, siguió caminando hasta que su cuerpo comenzó a presionarse contra mi armadura.

Instintivamente, tomé distancia con un salto hacia atrás, pero me golpeé la cabeza con una de las estanterías de la pared.

―¡D-de nuevo! ¡L-la deuda es inmensurable! ―La voz se me rompió un poco. Intenté achacarlo al cabezazo, pero era demasiado obvio que la situación me estaba superando―. ¡E-estas interacciones rozan lo inadmisible! ¿Q-qué diría Padre de vuestra actitud, señora?

―¿No me has prometido subordinación absoluta? ―Se puso de puntillas y empezó a hablar entre suspiros―. Solo estoy canjeando ese cheque en blanco. Así que...

―¡Amelia! ―La situación me estaba desestabilizando tanto que incluso olvidé la etiqueta que me forzaba a seguir―. ¡Por favor, para ya! ¡Para!

―Qué inocente eres, hermanito. ―De repente, relajó su postura y me dio un toque en la nariz antes de empezar a reír como una posesa―. Puedes contarme las milongas que te vengan en gana, pero nunca dejaré de pensar en ti como mi pequeño e inocente hermano Dan. ¿Qué te ha pasado? Cuando te conocí eras mucho más mono.

―¡Entonces desistid de emplearme como muñeco de práctica para sus tácticas de cortejo! ―carraspeé, sin recomponerme aún del todo―. ¡Ese «coqueteo» del que tanto habláis me hace sentir terriblemente incómodo! ―y, en un ahogado hilo de voz, añadí―. Además, puede que no sea el más indicado para evaluarlo, pero incluso alguien tan desinteresado en los asuntos de la carne y el corazón como un servidor es capaz de dilucidar que nadie sucumbiría ante las técnicas narradas en sus...

―¡Eh! ―Me apuntó firmemente con el índice―. ¡Puedo entender que no compartas los gozos del romance, pero un respeto por la maravillosa Universidad del Lazo Rojo IV: Dulce Brisa del Amor! ¡Una obra capaz de enseñarte cómo hacer florecer el amor sean cuales sean las circunstancias! ¡Diez posibles pretendientes! Como nunca sé cuál elegir, siempre recorro todas las rutas... ¡y eso hace que sea más difícil decidirme!

―¿C-cuatro? ―Fue lo único que logré responder―. ¿Hay cuatro cosas de esas?

―¡Sí! ¡Cuatro! ¡Y media docena de spin-offs! Y no sabes cuánto me irrita no haber encontrado la tercera parte. ―Hinchó los mofletes―. Malditos Envíos. ¿Por qué dejar un hueco? ¿Es que querían volverme loca a propósito?

A pesar de mi evidente desinterés (si bien mi código me obligaba a escuchar todas sus peroratas), Amelia sabía que, quizá con alguna de las excepciones más honorables del servicio, sus padres y yo éramos las única persona con la que podía hablar de esas «novelas visuales» que tanto la apasionaban, así que me había narrado una y otra vez cada virtud y defecto de cada pretendiente virtual que se cruzaba. No encontraba interés alguno en esas historias de amoríos y desamores que monopolizaban sus tramas, pero debía admitir que alguna de las historias más centradas en la aventura, la exploración y el exterminio de monstruos sí que llamaron mi atención, aunque su forma de retratar la esgrima fuera factualmente incorrecta e ignorara la mayoría de leyes de la física.

Tras un largo suspiro, retornó al tema original.

―De todas formas, y para que lo sepas... ¡las tácticas funcionan! ¡Vaya que si funcionan! ¡Ayer mismo las puse en práctica!

―Así que lograsteis establecer contacto favorable con la verdadera Mirei Rapsen. ― Nunca lo admitiría en voz alta, pero ver que la chica encontrara una pretendiente fuera de su ficción me alegraba―. De nuevo, he de lamentar mi desafortunada interferencia. No es propio de mí ser incapaz de discernirla de una adolescente, por mucho que se asemejen. He de admitir que me embaucó la posibilidad de medirme con una rival tan... insólita.

―Bueno, da igual. ¿Sabes? ¡Estuvimos a punto de bailar juntas! ―Dio varios giros sobre sí misma, ondeando los bajos de su bata como si se trataran de los volantes de un vestido―. ¡Y si UniLaRo me ha enseñado algo es que es una técnica infalible para conquistar a Tomonami y Neumeria! Dime... ¿no te recuerda Mirei un poco a los dos? ¡Seguro que funcionaba! ¡Pero no! ¡Tuvo que ponerse el cielo rojo, el pánico tuvo que cundir y nuestros padres tuvieron que cancelar el evento!

―Lo siento, mi señora, pero no me hallo remotamente en antecedentes de lo que discurre.

―¡Tomonami! ¡El chico guapo de la clase! ―Sus ojos brillaban con ilusión tras cada una de las palabras―. Piel olivácea, esbelto, ojos dorados. ¡Interés incansable por la tecnología! ¡Y Neumeria! ¡La dura artista marcial de pelo lavanda! Llena de cicatrices en su cuerpo y su corazón, combativa hasta decir basta... pero dulce cuando llegabas a conocerla. ¡Ay! ¡Si es que Mirei es una fusión perfecta de los dos!

Amelia se llevó las manos a las mejillas y empezó a inclinarse hacia los lados. ¿Se había sonrojado pensando en personajes ficticios? Por mucho que me gustara verla así de alegre, decidí que debía interrumpirla antes de que comenzara a describir potenciales encuentros sexuales con ellos.

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No sería la primera vez. Y nunca, nunca, nunca era agradable.

―Disculpad mi brusquedad, ―extendí la mano hacia delante―, mas Padre indicó que las instrucciones que vos debía darme eran apremiantes y nuestra conversación ha derivado a su atracción por seres etéreos bidimensionales. He de pediros que la plática retorne a su cauce.

―¡Ah! ¡Sí! ¡Seré idiota! ―La chica se dio un tortazo para volver a la realidad―. Claro, por eso habías venido. ¿Por qué me dejas distraerte? Total, si ni siquiera te interesan esa clase de cosas. En serio, párame cuando divague demasiado, te concedo permiso explícito. ―Puso los brazos en jarras para soltar una carcajada. Al parecer, aún estaba pensando en sus pretendientes virtuales si los quería imitar―. Estábamos hablando de las estrellas. ¡Eso! Pero antes, quiero oír tu opinión.

―Cuento con mis sospechas. Sé que mi opinión por sí misma no es digna de atención. Al fin y al cabo, no soy más que el músculo y, aunque estudiara cien vidas, no podría alcanzar vuestro entendimiento, mi señora.

―Tú lo que eres es tonto ―dijo con gran elocuencia―, pero no por eso.

―Aun así, mis teorías empezaron a tomar forma cuando escuché cómo Padre y Madre discurrían sobre el tema tras la velada. ―Agaché la cabeza, algo avergonzado por revelar estar en posesión de información que no debería conocer―. Ambos parecen preocupados por la escala del fenómeno. No considero que sea necesaria una métrica concreta ante la evidencia, mas mi primera estimación supera en tres órdenes de magnitud el anterior pico.

―Miles... ―comprendió en un suspiro.

―Aun así, mi mayor alarma no nace del número bruto, sino de lo llamativo.

―Sin duda. No hay persona en estas tierras que no haya podido ver cómo el cielo ardía. ―Echó un vistazo a la ciudad que se observaba desde la ventana―. Parecía... una declaración de intenciones en toda regla.

―Al parecer, consideraban que algo así pudiera acaecer en el futuro previsible, mas ninguno de los dos pudo prever que el evento tuviera lugar con tamaña prontitud. ¿Conocéis algo al respecto, mi señora?

―Incluso con la tendencia creciente de meteoros... No. No esperaba que algo así rompiera nuestros esquemas de esta forma. ―Hizo que los diversos mapas giraran en el aire para rodearnos―. Mantengo mis teorías al respecto, pero, con los datos de los que disponemos... Ninguna es halagüeña.

―Estoy dispuesto a prestaros mis oídos, si bien presiento que mis servicios serán mejor empleados en otros menesteres. ―Le dediqué una reverencia en la que Adresta fue la protagonista―. Ya deberíais ser conocedora de que no requiero de justificación alguna para disponer mi espada al servicio de esta familia. Solo señalad un lugar y una misión y allí estaré.

―¿Qué te parece darte un pequeño viaje a Anchstad? ―Volvió a poner en marcha las proyecciones del aire y señaló el continente nativo de los momoolin―. Yo me quedaré investigando en la mansión; hay algo que me extraña en el patrón celeste. Podemos enviar a nuestros exploradores a investigar cada uno de los puntos de este mapa. Puede que nuestra madre se encargue personalmente de recabar los registro de las unidades Alrune... Pero me gustaría que fueras tú quien informara a la buena de Molcheen. Al fin y al cabo, te tiene en especial estima y estoy convencida de que estará más que dispuesta a contarte el rumor del subsuelo.

―¿La Dragona de la Tierra? ―ponderé unos instantes―. Vuestros deseos son órdenes para mí, mi señora.

―Tú lo has dicho. ―Me dio una palmada en la espalda. Probablemente se hiciera más daño del que me pudiera causar―. Y hablando de deseos, órdenes y todo eso, ¿podrías hacerme un favor por el camino?

***

―¿Taller Risenia? ―saludé con una confiada sonrisa. Había algo en la presencia del alquimista que me hacía sentir más calmado.

―¡Por última vez, aquí no hacemos r...! ―Rory Rapsen frenó sus gestos en seco―. Oh, por fin lo habéis empezado a decir bien. En fin, cuéntame... ¿qué te trae por aquí, Dan?

―Oficialmente, una misiva de mi señora. ―Extraje una carta sellada de mi zurrón―. ¿Se encuentra la señora Rapsen en el taller?

―Ya me gustaría ―refunfuñó el investigador―. Como si tener el cielo en llamas y docenas de estrellas fugaces «augurando un buen futuro» ―por el gesto que estaba haciendo con los dedos, no parecía muy contento con la superstición― no fuera suficiente, la muy cabezona tiene que irse al ojo del huracán. Además...

Me lanzó una mirada teñida de desaprobación que fue capaz de dejarme perfectamente claro que la familia Rapsen aún no había perdonado mi numerito durante la subasta.

―Soy portador de información reservada a la Casa Tennath. ―Me llevé el puño al pecho―. Aduzco que he arribado a deshora. ¿Podríais darme alguna pista sobre su paradero?

―Ni aunque quisiera. ―Tomó el sobre de mis manos sin mucho permiso. Al darse cuenta de la distribución irregular de su peso, lo agitó―. Pero puedo dejarle el recado. Y, por tu mirada... Diría que no es el único motivo por el que has venido a verme.

¿Eran mis ojos tan fáciles de leer?

―En efecto. ―Giré levemente para dejar de sentirme escudriñado―. Mi visita también es debida a... Menesteres extraoficiales.

Miré el arco de la puerta en un silencio incómodo, sin saber si debería decir algo más. Para mí, hacer algo por iniciativa propia era extremadamente infrecuente. Tanto, que me atoraba al intentar encontrar las palabras correctas. Con órdenes claras, no tenía más que seguir el guion, pero... Me había quedado sin nada que decir. Por suerte, el joven supo leer el ambiente e invitarme a un té en el interior del edificio.

―Oh, ya te sigo. ―Soltó una carcajada pícara que relajó de inmediato el ambiente―. Pero si hubieras avisado con antelación, te hubiera preparado esa tarta de acireza que te prometí.

―¡M-me ha malinterpretado! ―Dejé escapar aire de los pulmones para intentar recomponerme―. Mas sería descortés rechazar en tantas ocasiones una propuesta tan apetecible. En unos minutos embarcaré en un periplo cuyos detalles no he de divulgar, mas prometo ponerme en contacto con la mayor de las premuras.

―Bueno, soy todo oídos. ―Se recostó hacia atrás en su sillón y dio un sorbo a su taza de té. A pesar de todo, parecía impasible a mi presencia y eso era capaz de desestabilizarme aún más―. ¿Qué asuntos pueden traer a uno de los Tennath por un establecimiento tan humilde como el nuestro? ¿Es que el Diluvio ha alterado vuestros planes y nos vais a cerrar el grifo de la investigación? Eso sería una verdadera pena, aunque ya sabemos cómo es el capitalismo.

―¿El... Diluvio? ―Me rasqué la cabeza―. ¿Os refierís a...?

―Es como la gente ha empezado a referirse a ese espectáculo de luces en el cielo de ayer, sí. El Diluvio Estelar. ―Estiró los brazos hacia el techo, como si la cosa no fuera con él―. Ya sabes, si cuando caen unos pocos meteoros lo llaman «lluvia de estrellas», cuando la proporción aumenta...

Sin duda, se trataba de una denominación mucho más certera de lo que podían imaginar. Por un instante, me sentí tentado a dejarme caer en la confianza que proyectaba el alquimista y compartir «accidentalmente» algún detalle aún ignoto para ellos.

Decidí cambiar de tema para lidiar contra la tentación.

―Disculpad mi impertinencia, pero... ¿dónde podría encontrar a la joven Lilina? Me gustaría presentarle mis disculpas por el... malentendido de la pasada noche. ―Recorrí mi barba con una cuidada caricia―. Sé que quizá no pueda desagraviar debidamente mi desaprensión, mas me gustaría tener una conversación con ella cara a cara para enderezar la situación y compensar su mal trago.

―Me temo que tampoco sé dónde está. ―El alquimista se encogió de hombros y dio otro trago a su infusión―. A pesar de ciertos comentarios que hizo, no parecía muy contenta tras... vuestro encontronazo. Eso sí, parecía aún más molesta con... Cito textualmente: «el momoolin capullo que me arruinó la noche». Del que asumo sabrás algo.

―Infiero que se refiere a Guri. ―Asentí con la cabeza―. Un importante aliado de la Casa Tennath, voluntarioso donde los haya.

―Curioso: es raro ver a uno de los suyos en este continente. ¿He de achacarlo a la excentricidad nobiliaria? Ella no parecía muy convencida con esa explicación.

Decidí no responder a esa pregunta.

―Soy incapaz de abandonar la sensación de haberme sobreexcedido en el fragor de la batalla, mas he de admitirme sorprendido por su potencial. A riesgo de mostrarme redundante, incido: gustaría de tener una conversación en detalle con ella. ¿Podríais trasladarle mi mensaje?

―Con gusto. ―Paró un instante para escrutarme con la mirada―. Aunque estoy seguro de que ese tampoco es el motivo por el que estás tan nervioso ni tratas nuestra reunión de «extraoficial».

―Hállome en calma. ―Si bien las palabras lo anunciaban, el tono dejaba clara mi mentira―. Lo juro.

―Ni siquiera has probado el té. Y se está enfriando. ―Entrecerró los ojos de forma acusatoria―. Corrígeme si me equivoco, pero hasta donde sé... Eso contradice el protocolo nobiliario.

Aparté la mirada instintivamente y bebí la taza completa de un sorbo.

―Dan Tennath, eres como un libro abierto.

―Será mejor que marche. ―Si no lograba encontrar las palabras adecuadas, no valía la pena hacerle perder más tiempo―. Mas me placería... Bueno. Queda patente que carezco de facilidad de palabra sin un plan urdido con anterioridad. Espero que mi fortuna sea mejor la próxima ocasión.

Dejé que me acompañara a la salida, aún recorriendo los recovecos de mi mente en busca de los términos correctos sin mucho éxito. ¿Tan difícil era acercarse a alguien?

―No obstante, quisiera obsequiaros por su tiempo y comprensión, maese Rapsen. ―Saqué una pequeña caja del zurrón―. Conozco de buena tinta que no son más que migajas, mas... Espero que baste para compensar mi torpeza social y como presente de buena voluntad tras esta conversación.

―¿Torpeza social? ¿Verdaderas intenciones? ―ponderó durante unos instantes―. ¿Así que lo que querías todo este tiempo era...? ¿Y no era más sencillo decirlo? ―Al abrir la tapa del regalo, los ojos le hicieron chiribitas. Literalmente, pues sus iris morados se llenaron de éter―. ¿¡Qué!? ¿¡Metal eteroalquímico!?

―No son más que unas pocas pepitas, mas soy conocedor de vuestro interés por el mineral y consideré que... ―Me llevé la mano al mentón, buscando una forma de construir la siguiente frase―. Bueno, las historias de Amelia sugieren que los presentes son una buena forma de afianzar la camaradería.

Rory se quedó congelado en el sitio sin dejar de mirar el contenido de la caja con una sonrisilla tonta. Parecía que un pequeño gesto era capaz de trasladar más que centenares de palabras. Por una vez, lo había logrado.

―No sé qué decir, Dan. ―Sus ojos empezaron a moverse frenéticamente hacia los lados―. Disculpa el arrebato de emoción. Y disculpa que no me diera cuenta de que... Bueno, lo único que querías era... Tratarme como una suerte de amigo. O algo así. Debes admitir que es complicado interpretarte.

―También es arduo para mí, maese. ―Entrelacé los dedos para estirarme―. Me aventuraría a decir que más aún.

―Es difícil saber qué te pasa por la cabeza ―afirmó―. Pero creo que empiezo a entender algunas cosas. Aun así, te aseguro de que sería mucho más fácil entenderte si bajaras ese... Extraño muro léxico. Ya me entiendes.

―Gracias por la consideración.

Sonreí para mis adentros y accioné los motores del traje mecánico. Cuando me hube alzado un par de metros del suelo, sonreí para mis adentros y grité con fuerza.

―¡Nos vemos a la vuelta, Rory!

Para alguien tan anclado al protocolo como yo, era extraño abandonar las formalidades en habla. A la par, también se hacía liberador. Sentir que las distancias se acortaban entre nuestra familia y los Rapsen me quitaba un peso de encima, pues de ello dependía el futuro de ese lugar.

¿Quién sabe? Quizá incluso un chico ansioso y torpe, un romántico de la caballería y las deudas de honor pudiera acabar encontrando a alguien a quien llamar amigo a través de las incomodidades del diálogo. Pero, por otro lado, estaba seguro de que el camino a la confianza de Mirei Rapsen estaba abocado a pasar por los puños.

Y sabía lo mucho que lo disfrutaría.