La entrada al Templo del Dragón Marino se hallaba justo en el centro de las subruinas de Abakh, a varios estadios de profundidad. Piso a piso, las escaleras de caracol se iban haciendo tan ornamentadas como tediosas. Lo que era irónico ya que, excluyendo el camino principal, cada planta era menos habitable que la anterior y empezaba a verse consumida por una cúpula totalmente opaca que restaba espacio a las estancias.
―¿Obsidiana? ―pregunté para matar el silencio, pasando cuidadosamente mi mano por el muro.
―Tan observadora como siempre, Mirei. ―Ridamaru blandió su báculo para desbloquear una esclusa con el control del agua―. Los lugareños lo llamamos el Huevo Marino, pues es el lugar del que nace el éter de agua, pero no es más que una construcción de nuestros ancestros en honor a Sayu. Una que también cuenta con utilidad práctica: nos sirvió para mantener en pie los deteriorados cimientos de Abakh.
―Es un buen material para resistir la presión del agua ―consideré―. ¿Cuánto hemos descendido ya?
―En vuestras métricas, aproximadamente seiscientos metros. Lejos del Abismo, pero a suficiente profundidad como para que ningún invento humano pueda acceder desde el exterior. ―Dibujó un mohín cómicamente serio en su rostro. No pude evitar que el aire se me escapara por las comisuras―. Algunos lo han intentado.
―¿Ningún invento humano?
―Hace un par de semanas encontramos una especie de vehículo metálico en el que alguien pretendía descender. Pero... ―Juntó sus manos e imitó un crujido―. También lo han intentado algunos buzos con alquimia, pero todavía no existe un tónico despresurizador que alcance estas cotas.
―No lo entiendo... ¿qué ganan intentando entrar desde fuera? Aunque lograran superar la cúpula, tendrían que cruzar el Huevo.
―Creo que te falta algo de información, amiga mía. ―Me guiñó uno de sus ojos. Era extrañamente perturbador ver cómo un kabaajin imitaba un gesto tan humano, pero sus intenciones lo hacían un acto agradable―. Mira por ti misma y saca tus conclusiones.
La última puerta se abrió de un chasquido y la penumbra en la que nos habíamos adentrado se disolvió de un plumazo. La cúpula de obsidiana estaba llena de inscripciones que refulgían con el tono característico del éter hídrico y una suerte de cristalera filtraba una luz desde el techo que, por motivos obvios, no podía ser más que una fabricación etérica. Aun así, la sensación que daba era similar al calor natural del sol, si bien su tinte también era azulado.
Pero no tardé en ver cuál era la pieza que necesitaba para terminar de montar el puzle. Al ver el exterior del Huevo conforme descendíamos por las ruinas era lógico asumir que se trataba de una semiesfera, pero desde el interior la perspectiva era distinta: casi un tercio de la pared no estaba ahí. En su lugar un hueco dejaba entrar agua del exterior, batiendo la arena que lo rodeaba.
―Esto... no tiene ningún sentido, ¿verdad? ―Miré ojiplática a mi guía, haciendo más aspavientos de los que me enorgullecería admitir―. ¿Una playa submarina? ¿Cómo demonios se supone que funciona esto?
―¿Y cómo crees que funciona la burbuja que envuelve nuestra ciudad? No es sino de aquí donde nace la bolsa de aire en la que vivimos. Y tiene sentido: si Madre Sayu creó los mares, Ella es capaz de decidir hasta dónde llega Su dominio y dónde nos permite vivir. Este santuario no es más que una extensión de Su benevolencia, proporcionándonos un lugar para presentarle nuestros respetos.
―Rida, tío... Sabes que valoro mucho vuestra cultura, pero... soy una científica, no puedes justificarme algo así solo con teología.
―Tan escéptica como siempre, amiga mía. ―Recorrió una de las columnas con sus dedos. Unas pequeñas partículas de éter volaron de ellas―. Ya conoces nuestra magia de cristal. ¿Cómo un ser todopoderoso en su elemento como Sayu no va a poder hacer lo que desee con ella?
―«Manipulación del éter» tiene mucho más sentido, gracias. ―Intenté recomponerme para no parecer irrespetuosa―. Es maravilloso lo que un ser divino puede lograr. Por cierto, ¿dónde está? Me encantaría presentarle mis respetos.
―No está en el altar. ―Señaló al centro de la habitación. El trono circular estaba totalmente vacío―. Tampoco está descansando sobre la arena, Su lugar favorito. Es probable que haya salido a nadar. No en vano es uno de sus cometidos cruzar los mares a toda velocidad para equilibrar el balance etérico y limpiar las aguas. Aun así, aunque Ella no esté, hay algo que me escama...
―...ni rastro del chaval al que hemos venido a ayudar, ¿no? ―paladeé las palabras para darme algo de tiempo a pensar―. Y si no ha salido por arriba...
―¡FUERA DE MI HOGAR! ―bramó una voz, acompañado de agresivos gritos en la lengua kabaajin―. ¡LUGAR SAGRADO PARA SAYU!
―Vaya, he tenido que invocarlo.
El grito no fue una amenaza. Más bien, se trató del preludio a un ataque que habría llegado nos retirásemos o no. En cuestión de segundos, una enorme ola nació de la costa, alzándose unos cuantos metros. Anonadada por cómo podía un niño haber desplazado tal masa de agua, mi tiempo de reacción se vio bastante mermado, por lo que mi cuerpo se limitó a encararse en una postura defensiva. Por suerte, Ridamaru fue ágil por los dos y dividió el tsunami por la mitad gracias a su bastón.
―¡Daibasuke! ―Aunque gritara con energía, el tono proyectaba calma―. ¡Hemos venido a ayudar!
A pesar de tratarse de poco más que un niño, la figura que emergió de la playa era aterradora. Sus ojos y manos resplandecían dejando un reguero de éter tan denso que permanecía unos segundos en el aire. Su caparazón estaba tan artificialmente ampliado con cristal hídrico que a cualquier kabaajin normal le costaría andar con él. Pero ahí estaba, moviéndose con una agilidad pasmosa.
Debía ser obra del artefacto que llevaba en la muñeca. No era exactamente igual que el que me había agenciado tras el incidente del varnu, pero las similitudes eran lo suficientemente claras incluso desde la distancia.
―¡Éter! ¡Agua! ―gritó, intercalando algunas palabras más en su lengua―. ¡Más! ¡Necesito más! ¡Para Sayu!
Alzó los brazos hacia el techo y el agua que le rodeaba empezó a alzarse en una brillante espiral que recorría su cuerpo, resonaba con los cristales de su caparazón y, finalmente, se concentraba en una enorme esfera sobre su cabeza. Ahí, poco a poco, se compactaba en su núcleo.
―Está... ¿devolviendo el agua al éter? ―murmuró mi compañero―. Solo Ella debería tener el poder de hacer eso.
―Ni idea, pero yo también sé hacer algo de alquimia instantánea. ―Solté una risilla malvada―. Aunque es la primera vez que pruebo esto, vas a tener que perdonarme si no sale como esperamos.
―He luchado lo suficiente junto a ti como para saber que la «alquimia instantánea» no tiene tanto de «instantánea» como crees ―siseó, extendiendo su sinuosa lengua―. Pero también tanto como para confiar en tus locos planes.
―Entonces, ya sabes lo que toca.
―Vale, vale... ya me encargo yo de ganar tiempo. ―Saltó con agilidad hacia el chaval y dejó caer varios carámbanos a su alrededor para distraerle―. ¡Daibasuke! ¡Para! No quiero hacerte daño.
Aprovechando la distracción, saqué uno de los acumuladores que había preparado para el viaje de la alforja. Aunque era capaz de funcionar por sí mismo, no iba a ser lo suficientemente potente. Y los momentos desesperados requerían medidas desesperadas, así que vertí un vial entero sobre el cristal que hacía las veces de núcleo.
―¡Au! ―Me llevé un chispazo tan grande de la pequeña batería que fue capaz de resistir mi aislamiento―. ¡Y con «au» quiero decir «genial, esto de jugársela echando un frasco de aceleración elemental en un acumulador funciona»!
Solo tenía que estabilizar la mezcla y ya podría usar la batería para mi revolver etérico. Quizá fuera una estrategia demasiado arriesgada (o incluso letal para un ser marino que recibiera el ataque de forma directa), pero confiaba en mi instinto y en los cálculos que hacía al vuelo. Si descargaba todo el acumulador en un disparo...
Otro chispazo recorrió mi brazo. En esta ocasión, fue un latiguillo tan visible que pude atisbar cómo escalaba por mi brazo en espiral.
―Tengo que agradecer a Jenna el equipo aislante cuando vuelva a casa ―musité para mis adentros mientras introducía la batería en el cargador de éter―. No explotes ahora, porfa, no explotes.
A Ridamaru no le iba demasiado bien. A pesar de su experiencia y su demostrado dominio del agua, el niño era capaz de alejar cualquier tipo de ataque de éter con tan solo un leve movimiento de manos. Y tampoco podía tomarse el lujo de reducir las distancias para aprovechar su superioridad física, pues en cuanto se acercaba más de la cuenta, intentaba escaldarle con una columna de vapor.
Pero algo me hacía pensar que el líder no luchaba en serio. Que simplemente honraba su promesa de hacerme ganar tiempo para una de mis «ingeniosas» soluciones. No mentía: no quería hacerle daño. Ya estaba sufriendo lo suficiente.
Support the author by searching for the original publication of this novel.
Y por eso no podía errar ese tiro. Con la mano algo temblorosa por el repiqueteo eléctrico, afiné la mirada y pulsé el gatillo antes de soltar el arma con un grito quejumbroso.
―Examen sorpresa ―repasé mentalmente la teoría, fingiendo que hablaba con Lilina―. ¿Cómo puedes cortar el flujo etérico de un elemento?
La bala eléctrica chocó contra el núcleo hídrico que se estaba formando sobre el muchacho, haciéndolo estallar en miles de partículas que se esparcían como ondas por la estancia. Cada uno de los anillos, al chocar contra los muros, hacía que retumbaran levemente, logrando que el aire se notase más seco con cada pequeño golpe. Seguíamos en una cueva marina, pero mi plan había eliminado temporalmente la ventaja enemiga.
―Sobrecárgalo con el siguiente. ―Abandoné el tono reflexivo y grité con toda la fuerza de mis pulmones―. ¡Rida! Siento el sacrilegio, pero... ¡aprovecha! ¡El éter hídrico está desestabilizado! ¡Dale una buena tunda!
―Soy consciente de que es la única solución, pero no te recrees en la violencia, Mirei. ―Negó con su serpenteante cabeza―. Lo siento, Daibasuke. Tendré de vencerte en un mano a mano.
El líder aprovechó una apertura para reducir al muchacho, pero él se revolvió con fuerza y se deshizo de la presa sin complicación. Preocupada por la posibilidad de que la inusitada fuerza que la locura proporcionaba al adolescente tortuga fuera demasiada para tornar la balanza en contra de mi compañero, eché a correr en su ayuda.
―¡Carga completada! ¡Hola, Mirei Rapsen! ―Una voz empezó a brotar de mi muñeca y el aire que me rodeaba se llenó de imágenes etéreas―. ¡Parece que la última vez no terminaste de configurarme! ¿Quieres que te ayude con eso?
―No sé qué demonios eres, pero... ¡No es un buen momento! ―grité, atrayendo demasiada atención de los kabaajin―. ¿Es que no ves que estoy en medio de una pelea?
―¡De acuerdo! ¡Modo combate de emergencia activado! ―declaró, apagando todas las luces que tenía cerca―. ¿Podrías decirme cuál es tu arma de elección, Mirei Rapsen?
―¡Yo qué sé! ¡Cualquier cosa! ―Di un salto para unirme a la refriega con una patada―. ¡Ahora no tengo tiempo para pensar en eso!
―¡De acuerdo! ―chilló la vocecilla―. ¡Activando puños duales!
Sentí cómo parte del guante se trasladaba a mi otra mano. Era difícil razonar cómo, y mucho menos en un momento así, pero a juzgar por el cosquilleo que estaba sintiendo, diría que el mismo guantelete estaba recorriendo mi piel. Ambas piezas se expandieron para cubrir mis manos y parte de mis antebrazos.
Aunque no tenía demasiado tiempo para pensar en los fundamentos científicos de un fenómeno así, noté cómo cada uno de mis puñetazos se sentía más contundente sin renunciar a su agilidad.
Quizá acabara acostumbrándome a eso.
―¡Vuestro esfuerzo es en vano! ―amenazó el muchacho, contoneando su cuello para esquivar las acometidas. El brillo de sus ojos estaba volviendo poco a poco y eso quería decir que nuestra ventaja empezaba a agotarse―. Ella velará por mí.
Me deslicé por el suelo para golpear al buceador en el abdomen. Para mi sorpresa (y, a juzgar por su expresión, también para la suya), lo lancé varios metros hacia arriba. Intentó hacerse de nuevo con el control de la situación arremetiendo con el puño hacia delante, con la esperanza de usar la inercia de la gravedad contra nosotros.
Un error de novato, claro estaba. Emplear tanta fuerza sin control ni técnica contra la arena no podía llevar sino a ver cómo el kabaajin se enterraba a sí mismo, desconcertado. Desde ahí, resolver el combate fue sencillo. Primero, endurecí la tierra regándola de uno de los agentes alquímicos de Rory. A efectos prácticos, el adolescente se había encerrado en un bloque de granito y siquiera sus desencajados esfuerzos podían sacarle de ahí. Hecho eso, solo tenía que sedarle con la clásica técnica del cuchillo envenenado y, en pocos instantes, había caído presa del sueño, por lo que pude suavizar su presión para que respirara con menos impedimento.
―Quítale la pulsera ―pidió el jefe de la tribu―. Es... esa maldita máquina, ¿verdad?
―¡Eh! ―la muñequera soltó un quejido―. ¡Cuidado con lo que dices de las máquinas! ¡Algunas tenemos orgullo! ¡Que lo sepas, yo pensaba ayudaros con esto!
―¿Tus guantes están... hablando? ―Mi compañero me miró desconcertado.
―Si te sirve de algo, entiendo tan poco como tú de esto ―respondí con un deje juguetón.
―¡Hola! ¡Soy AlruneOS! ¡Pero podéis llamarme Runi! ¡O como queráis! ¿Vas a terminar ahora la configuración?
―¡Sigo sin saber de qué me hablas! ―No podía ocultar la frustración en mi tono―. Mira, hagamos una cosa... si me ayudas a desactivar lo que quiera que sea esa pulsera, te escucharé con gusto y configuraré lo que quieras que configure.
―De acuerdo. ―¿Estaba la voz robótica sonando a refunfuñada?―. ¡Déjame escanear! ¡Déjame escanear!
Las imágenes etéreas que rodeaban al guante se convirtieron en un haz de luz que recorrió al inmóvil muchacho. Acto seguido, unos ceros y unos se empezaron a dibujar en el aire de forma fugaz, dando paso a un muro de ininteligible texto.
―Así que un ataque de suplantación raíz... ―comentó la vocecilla―. En efecto, patrones no autorizados detectados en el código de firma del dispositivo. ¿Qué demonios es una clave AruNET? Siento que debería sonarme de algo, pero... Sea como sea, alguien ha hackeado este brazalete vital. Ay, esto me trae recuerdos. Pero... ¿cómo puedo recordar? Mis bancos de memoria deberían estar vacíos. En fin, ¿quieres que lo restablezca, Mirei Rapsen? Bueno, aunque no quisieras, mi programación me obliga a tomar este paso. Por seguridad... Esto... ¿Mi programación? ¿Tengo subrutinas de contrahackeo? ¿Y son prioritarias? ¿No se supone que acabas de inicializarme?
―Me gusta decir que soy una experta en máquinas, pero no he entendido ni la mitad de lo que has dicho.
―No esperaba otra cosa. ―Pude notar la chulería en la voz enlatada―. Te hice un análisis biométrico y electroencefálico cuando nos conocimos, ¿recuerdas? Y... bueno. Digamos que llegué a mis propias concluiones. Bah, ¡ya aprenderás! ―¿Había oído un pequeño resoplido?―. Bueno, vamos... ¡Ejecutar at_27()!
Un pulso de luz me cegó durante un instante. Antes de que mis ojos se volvieran a acostumbrar, escuché cómo algo caía al suelo: con poco esfuerzo, la pulsera del buceador se había abierto por la mitad y desprendido de su brazo.
―¡Puedes cogerla ahora, es segura! ―paró unos instantes, sopesando―. O, al menos, debería. Sí que puedo asegurar que al menos ha dejado de emitir esa señal tan molesta. Pero... ahora que dejo de oírla... ¿No notáis algo raro? No sé... ¿un desequilibrio en el...?
―¿En el éter? ―Pese a lo absurdo de la situación, el jefe de la tribu seguía perfectamente compuesto―. Sí, lo he notado. Está volviendo, pero... No parece algo natural. Es como si... Como si lo trajera...
―Hum... no conozco esa palabra ―frenó unos instantes―. ¿Qué es el éter? ¡Haré una búsqueda en la red! ¿¡Qué!? ¿Que no hay conexión? ¿Es que este zulo no tiene cobertura? Maldita sea. Tendré que probar en la base de datos interna... Éter... Éter... No tengo ni idea de lo que es, pero hay un comentario que lo menciona en la subrutina at_42().¿Significan las palabras «tifón etérico» algo para vosotros? Menuda basura de documentación. ¡Me encantaría tener unas palabritas con el chapuzas que las ha programado!
―Lamento interrumpir tu monólogo, pero... ―Señalé al extremo de la playa―. Tenemos visita.
Ridamaru clavó sus rodillas en la arena, juntó sus manos sobre la cabeza y empezó a moverlas, rodeadas de un halo etérico, en círculos. No tardé en entender qué era lo que estaba ocurriendo, pero desconocía cuál era la costumbre humana para recibir a la Madre Sayu (de hecho, dudaba que existiese una), por lo que me limité a observar de forma preventiva al ser que emergió del agua.
A pesar de que la denominaran la Dragona del Agua, la realidad era más cercana a una manta raya con bandas de distintos tonos de azul llenas de símbolos que refulgían con fuerza. Las puntas de sus aletas parecían hechas de cristal, pero un buen observador sabría que eran gemas de éter hídrico que crecían con gracia sobre ellas, afluyendo a las vetas doradas de su vientre. Su cola, lejos de ser fina y larga como la del animal que evocaba la deidad, era ancha, abierta y mullida, moviéndose como la espuma de mar.
Ridamaru exhaló con calma y comenzó a hablar en la lengua de los kabaajin. Su tono era cercano y cariñoso, pero el lenguaje corporal del que hacía gala estaba cuidado hasta el más mínimo detalle. La deidad respondió con un canto y varios giros de tonel con los que desplazó unos hilos de agua a su alrededor. Al acabar, fijó sus ojos en mí.
―Sé de buena tinta que has visitado este lugar según el mejor de los juicios de unos de mis Hijos. Si bien no es ortodoxo, emplearé tu lengua. ―La voz de la bestia era elegante y sedosa, aunque no se correspondía con el movimiento de su rostro―. Escúchame, humana, pues tengo algo que pedirte. Eres una de esas alquimistas, ¿verdad? Puedo verlo por las botellas que cuelgan de tus cintos y por tu alforja.
―No exactamente. ―Retiré la mirada, algo avergonzada―. Al menos, no en el sentido tradicional de la palabra. Soy conocedora de lo más básico, pero mi campo de estudio es el de las máquinas. Los viales no son más que el apoyo de un buen amigo.
―Debe tratarse de lo que las corrientes informan como «alquimia maquinista». En ese caso, no hay mejor persona que tú para asistirme. ―Asintió con la cabeza―. Has ayudado a uno de mis Hijos, descarriado por un poder que no alcanzamos a conocer. Hijo que, lejos de poder salvar, he permitido que me hiciera daño. Tus logros me inspiran confianza, pequeña.
Sayu giró sobre sí misma para enseñar un anillo que portaba en la base de su cola. No tardé mucho en identificarlo como un extractor hídrico. Parecía algo más avanzado de los que había encontrado en mis expediciones, pero la idea era la misma: extraer el éter hídrico para condensarlo en cristales, gemas y otras expresiones de energía. Una vez pensé en colocar unos en una cascada como experimento, pero usarlos sobre una criatura viva...
Y uno de los cuatro Dragones en particular... Era simplemente aberrante.
―El niño me engañó con él, ofrendándomelo como una alhaja ―explicó, inclinando la cabeza hacia delante―. Entonces no me di cuenta de que había perdido la razón. Mas para cuando pude darme cuenta de que ya no hablaba con mi Hijo, sino con un cascarón vacío, era demasiado tarde. Poco a poco, va drenando mi magia y la va reemplazando con... algo pútrido. Sigue sintiéndose como el Agua, pero... Duele. De vez en cuando, me presiona y, por unos instantes, estoy fuera de control.
―¡Espera! ―Empecé a rebuscar en la alforja―. ¡Puedo encontrar algo que te ayude!
―Cada vez va a más ―exhaló con cierta violencia―. Y temo hacer daño a mis Hijos. Temo... perder el control. Es mi responsabilidad proteger mi elemento y estoy fracasando en ella.
―¡No te preocupes! ―exclamó Runi, sorprendiendo a la bestia marina―. ¡Ese «extractor» es una birria! ¡El modelo HDR-807-G tiene una resistencia ridícula! Si lo que dicen aquí de tus poderes es cierto, puedes partirlo en pedazos con poco esfuerzo.
―Lo haría en circunstancias normales ―afirmó, sin inmutarse de que mi muñeca estuviera hablando y dibujando formas en el aire―. De hecho, pensé lo mismo: no debería haber tecnología humana que me superara. Viajé al Abismo, al punto más bajo, el vórtice donde se concentran los océanos y me empapé con toda su fuerza... Pero...
―Es por ese maldito ruido, ¿verdad? Este HDR-807-G tiene algo raro. ¡Déjame escanearlo! ―paró su parloteo por unos instantes―. ¿Otro dispositivo hackeado? Debería dar parte de esto. Sea como sea, un análisis biométrico me lo deja claro: eres suficientemente fuerte como para imponerte ante sus intentos de control, pero... Sí, tal y como estás, no puedes destruir la máquina. E irá a peor cuanto más te drene. Si sigue así, terminará tomando control de ti. ¡En fin! ¡Para eso estoy aquí! ¿Puedo intentar una cosa?
―¡Runi, no! ―exclamé―. ¡Para ahora mismo!
―Runi, sí ―soltó una risilla enlatada―. Ya lo dije antes, estoy programado para esto. Y... bueno, realmente tengo una corazonada. Sí, yo también pillo la ironía. Las máquinas no podemos tener corazonadas. Supongo que me ha programado alguien con un sentido retorcido del humor. Sea como fuere... ¡Allá voy!
Otro destello de luz llenó la sala. Aunque el zumbido era leve, sentí que mis tímpanos fueran a reventar en cualquier momento. El dolor no tardó en trasladarse a mi cabeza y, poco a poco, comencé a perder el control sobre mi cuerpo. No tardé en caer al suelo. A juzgar por el ruido que oí poco después, no había sido la única. Intenté levantar la cabeza de la arena, pero las fuerzas me fallaban y poco a poco mi consciencia se apagaba.